2 relatos breves por
Miguel Rodríguez Otero
El lugar
He recorrido de arriba abajo, amor, el pasillo del súper donde te vi por fin aquella vez en medio de tomates y promociones, he vuelto a buscarte entre viernes y mediodías, y me he llevado puestas las mareas para que pudieras reconocer mi voz entre las ofertas de los pimientos o la pescadilla. Y no te he encontrado, amor, aunque percibí el rastro cierto e inconfundible que deja tras de sí la ausencia. Pensé entonces en tu vestido de fiesta, el que te queda tan pero tan bien y con el que al final nunca te llegué a ver, y me fui a las secciones de congelados y de conservas en bote por descartar opciones, yo qué sé. Pero nada. Tampoco allí, claro.
No sé ya cuándo hice la cama por última vez, por si acaso algo tuyo (un brazo, una pregunta, un algo) hubiera quedado entre las sábanas y poder hacerme así el encontradizo de noche y acariciarlo hasta la madrugada, cuando espanto el sueño y me voy al mercado a reponer fruta, como hicimos aquella vez cuando fuimos una familia sin saberlo, mientras te busco entre los pliegues del día y las calles cuyos nombres empiezo a conocer. Me afeito, voy en bici a por el pan, me tomo el café: las cosas normales que hace todo el mundo. Simplemente, amor, hubo un tiempo en el que yo no fui todo el mundo.
Y observo las perchas del armario con camisas que alguna vez fueron mías, pues no sé qué vestir ahora ya ni exactamente quién fui antes, si acaso, mientras doblo con cuidado las chaquetas y los abrazos que he ido recogiendo por las esquinas de mi casa y de las otras casas. He planchado incluso un par de pantalones para cuando llueva de otoño y poder volver en plena tormenta y con una mínima elegancia a lugares donde me he dejado las venas y las rayas de la mano. No me gustaría que me vieras desarreglado si coincidimos en alguno de ellos buscándonos.
¿Qué puedo contarte, amor? He perdido hasta la lista de la compra, pero ya no quiero cupones, y renuncio al dos por uno y al día del espectador. Admito mi torpeza en los pormenores afectivos de oferta y demanda. Pero recuerdo perfectamente el lugar amarillo donde me miraste y me quisiste sin dudas y sin número de turno. Allí dentro, sí. Totalmente dentro.
Y ¿sabes? Nunca me importó el nombre de la calle.
Última llamada
Ya me hago cargo, amor, aunque casi no me ha dado tiempo ni a desearte buen viaje, y has cerrado tu maleta de golosinas y pegado un salto al otro lado del andén, así, como volando por encima de los meses y de diccionarios generalistas que nunca nos ayudaron a encontrar las palabras aproximadas.
Yo aquí, ya sabes, ocupándome de la intendencia diaria: repaso un par de camisas, cambio las sábanas, charlo un rato con el recepcionista y hago como que presto atención a las noticias absurdas de los periódicos del mundo con café y tostada. Imagino que das por sentado que me salto las secciones de sucesos y obituarios: tal acceso a la exhibición de la desgracia me resulta al mismo tiempo demasiado familiar e inútil. A veces aún echo un vistazo a la página de breves por si acaso me has dejado algún mensaje en clave para vernos en algún café. Y al respecto puede que me equivoque, pero ya no miro en la indicación del crucigrama: demasiadas pistas que descifrar, me rindo con los acertijos. Pero ahora, amor, cuando ya dan lo mismo el conocimiento de la desgracia e incluso mi participación en ella o en tu abrigo, no comprendo bien qué hago aquí con una maleta llena de dibujos y una cita de golosinas en el pasillo del súper, tan lejos de esas vías del tren y en una sala de espera en la que no he oído anuncio alguno de destino.
Ya ves, me empeñé tanto en mostrarte infiernos y facturas, y era por que no perdieras tiempo en adivinar secretos estúpidamente ocultos por mi parte, y disponer así de todas las tardes del día para contarnos los dedos.
Y es que, amor, no sé muy bien qué hacer con los nombres que les puse a los tuyos.
📩 Contactar con el autor: migueldelporma [at] gmail [dot] com
Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar – n.º 79 / marzo-abril de 2015 – MARGEN CERO™
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