relato por
José Antonio Santos Redondo
X-2015
A
mores imposibles, a todos nos gustan los amores imposibles, tanto verlos con vicario placer como vivirlos regodeándonos en nuestro propio dolor como nos ha enseñado la tele, eso no lo neguemos, están bien los amores posibles y no son del todo irritantes los posibles y correspondidos, 7/10 would try again, pero no hay nada como el viejo y buen drama de ver cómo El Objeto (Sujeto) De Nuestros Afectos nos considera otra persona más de los cientos con que interactúa de forma regular, alguien archivado en su cerebro en la misma carpeta que ese otro imbécil tú sabes quién es y luego uno tarda horas en dormirse por las noches y de repente le vienen como retortijones de dolor indefinible en plena oficina a media mañana, la hostia qué cosas como si tuviera uno quince años, eso por un lado y luego están los amores imposibles de la literatura que tanto nos gustan a saber Fréderic Moreau vs Madame Arnoux y Una Desconocida vs Un Imbécil que no la merece en esa novelita de Zweig y Jay Gatsby y sus camisas vs Daisy y tantos otros, pero hay amores imposibles y amores imposibles como los que podrían ser posibles pero una de las partes es tímida/imbécil/tiene alguna serie de traumas y/o represiones que le imposibilitan dar el paso y de hecho lo prefiere así, y luego está el clásico amor imposible Porque La Sociedad Nos Lo Impide, y luego está el más clásico (en jerga del colegio: ¡mítico!) el objeto de tu amor no es el objeto de tu amor sino una imagen composita de diversos otros objetos que has visto en películas y que estás proyectando sobre esta otra persona pero al menos todas esas razones son más o menos contingentes y no puede uno descartar que dichos amores pasasen a ser posibles y dejasen de ser interesantes en el evento de, digamos, una de las partes recibiendo un golpe en la cabeza o empezando a actuar de forma totalmente ilógica y contraria a la coherencia narrativa como acostumbra a pasar con los humanos o tal vez una serie de inesperadas circunstancias
invasión
extraterrestre, invasión zombi, invasión de apacible principado alemán por ejércitos napoleónico-revolucionarios, inesperado secuestro por parte de psicópata, inesperado secuestro por parte de mutantes nazis, crisis económica y sus consiguientes desahucios, etc.
llevan o bien a que ambas partes vean a la otra con nuevos ojos así a cámara lenta y con la imagen difuminada y rosácea y además suena música de easy listening de los 60 todo el rato o a que los diversos obstáculos sociales para la relación cambien o desaparezcan dejando a nuestros amantes con la vía libre para amarse lo que normalmente implica carreras a cámara lenta por feraces prados y sexo anónimo en sórdidas habitaciones por horas y un futuro feliz que todos preferimos no especificar porque todo futuro especificado queda manchado por la realidad y sus facturas y visitas al médico y mejor no meterse ahí, pero el caso es que la imposibilidad de esos amores es al final cosa contingente por lo que miremos con especial piedad, y aquí empieza la historia, el caso desgraciado de E. y L.
o quizá debería llamarles «E***” y “L***» como en las novelitas decimonónicas
que habitan cierto videojuego cuyo nombre omitiré por consejo de mi abogado ya bastante duro es tratar de colar fanfiction por literatura pero que supongo más de cuatro de ustedes ya adivinarán rápidamente y en todo caso su existencia no por virtual es menos corpórea que la de Fréderic Moreau o alguno de esos Boris Andréievich que pueblan las novelas rusas, más incluso considerando que si bien (esto es importante) ella está ahí colocada por los programadores, él, en tanto personaje del jugador, está flotando en algún punto entre el portátil y mi cabeza, un tercio las estadísticas que el ordenador usa para avanzar el juego
+1 al ataque contra enemigos robóticos
un tercio lo que los escritores han logrado colar a través de la esquemática historia del juego
misterioso pasado tal vez en las fuerzas especiales pero leal con sus amigos y con problemas con la autoridad
un tercio lo que yo me invento a través de las horas que paso indicándole el camino a través de las pantallas y hordas de malosos con el objetivo de que gane puntos de experiencia con los que matar malosos cada vez más fuertes para así ganar más puntos de experiencia y así poder llegar a la batalla con el maloso final y poder cargármelo con relativa facilidad pero realmente todo el 95% del juego que es repartir leña en compañía de mis compañeros no es importante para mí —para él— sino el vagar entre misión y misión por las calles de un Berlín futurista y espectral habitado por samurais con ametralladoras y elfos aztecas, con los edificios guillerminos y soviéticos a oscuras punteados y perfilados chillonamente por neones rosas y verdes mientras las alcantarillas humean,
el desarrollador es americano, su Berlín también y entre misión y misión está L. esperándote en un bar, apenas un agujero una carbonera de Kreuzberg al que se accede a través de una trampilla en la calle, y allí es donde existe ella siempre, siempre, quizá en el tercio del juego que hay en mi cabeza ella viva en alguno de los edificios eternamente negros que no son sino atrezzo para hacer bonito lo que de otra forma sería un glorificado menú de opciones entre misión y misión, pero por lo que a la dura realidad del juego respecta, ella no es más que un NPC más en ese bar al que hay que llegar a propósito, está en una esquina perdida del mapa en la que no hay nada más, no hay tiendas ni personajes relevantes a la historia ni enlaces a otros mapas, con la excepción de la flechita flotante y bamboleante sobre su cabeza que indica que se puede interactuar con ella que no es simple atrezzo, que alguien en alguna oficina ha pasado una tarde o así dándole un poco de forma y claro se hace lo natural que es hacer clic sobre ella para entablar conversación
como es normal hacer entre adultos
con la
esperanza de que nos permita hacer alguna misión con ella (aún no hemos hablado con ella, no es más que un iconito sobre la pantalla, pero ya esperamos poder hacer algo con ella en el futuro: un paseo, lo que sea) como es lo habitual para ganar XP y subir de nivel y poder ganar más XP y escuchamos su presentación —nos molestamos en leerla entera porque tenemos ya la idea de que será alguien de quien querremos escucharlo todo—, sin la lectura en diagonal y el rápido continuar, (espacio, intro o la A del mando, dependiendo del juego) porque lo interesante es repartir leña y no las palabras que hayan usado para justificarlo y uno sigue avanzando a través de los árboles de su diálogo, de esta mujer rubia de piel muy blanca con la cara cubierta de tatuajes que a primera vista parecen maoríes pero que un examen más detallado revela como intrincados y densos circuitos eléctricos integrados justo bajo la capa más superficial de su piel y que parecen continuar por la superficie del mono de cuero que lleva y no puedes dejar de mirarlos como si fuesen un mapa de algo —cabos, golfos, pasos de montaña o líneas de frente en alguna guerra olvidada en África— mientras ella habla de su vida, de cómo está huyendo de algo
en el lejano y cyberpunk futuro todos estamos huyendo de algo y empezamos a preguntarnos si no será mejor parar y sólo dejar que ocurra lo que tenga que ocurrir
de cómo no puede volver a su vida tras lo que ocurrió en Osaka, en Freemantle, en Godthaab, de lo liberador que es haber surgido, como ella prefiere pensar, ya adulta y formada y experta en siete artes marciales tanto occidentales como orientales como sólo conocidas por el Mossad y no tener que lidiar con nada anterior a Berlin, o eso prefiere creer, engañarse cada día pensando que Ellos no están tras su pista dispuestos a vengar su traición (no quiere aclarar cuál fue su relación con Ellos, si colaboradora voluntaria o coaccionada o participante, y tú prefieres no preguntar) y vivir aquí como mercenaria, cruzándose a veces con flecos y retazos de Ellos (que acostumbran a encontrarse con una bala, una katana o un tacón en la cabeza antes de poder notificar su presencia) y poco más y luego tú agotas todas las opciones del árbol de conversaciones y sales del bar y vuelves a tu base en las alcantarillas bajo Berlín donde te esperan tus compañeros, pero, mientras, te preparas para la próxima misión te parecen todos gente bastante aburrida para lo que es Berlín en el lejano futuro cyberpunk y te vas a la cama
me limito a guardar el juego y salir porque aún llegaré tarde a la oficina
y sólo
puedes pensar en ver qué habrán preparado los programadores para después de la siguiente misión, ir al bar-carbonera nada más volver de cargarse a un ejecutivo de una corporación o robar los planos de un robot asesino sin pasar como acostumbras a hacer por la clínica a comprar botiquines o por la armería a ver qué nuevos modelos de armas aparecen y efectivamente vas con tus compañeros cuyas propias historias te parecen ahora bastante planas y poco interesantes y te cargas a un mutante experimental en un laboratorio secreto bajo el Tiergarten o rescatas a la hija de un oligarca de los anarquistas que la han secuestrado pero luego descubres que en realidad ella es la líder de la célula y los programadores te presentan uno de Esos Dilemas pero la verdad sólo tienes ganas de volver a Kreuzberg y volver a entrar en la carbonera así que más o menos eliges una opción al azar y quizá ganes menos XP de la que podrías haber ganado pero ya estáis de vuelta y el primer sitio al que vas sin parar en la clínica o la tienda de armas es la carbonera, y ella sigue ahí acodada en la barra en exactamente en la misma posición en que quedó lo que es muy normal porque en un videojuego todo deja de existir mientras no lo miras y empiezas a hablar con ella esperando ver qué clase de misión tiene que hacer y te habrán preparado los programadores, y tal vez
podría salir y mirar en Google, comprobar en una wiki si de alguna forma su historia lleva a algún tipo de romance o al menos a que se una a tu equipo pero ahora mismo eso es lo último que quiero porque no querría fastidiarle esto a mi personaje: empiezo a sospechar, con esa ominosidad hueca con que uno empieza a ser consciente de una decepción normalmente amorosa, que ya lo han hecho los desarrolladores
si al final se une a tu grupo, o aparece interviniendo en la historia (¿Te dolería o decepcionaría que al final resultase ser Uno de Ellos, con los que tú también te has cruzado y llevas un tiempo luchando, o incluso Ella, no esa Ella, sino Ella-Ella? No, probablemente no) o algo pero vuelves a agotar todas las conversaciones, que esta vez son más breves y lacónicas que la primera, y todas llevan al mismo final en el que te dice que está cansada, que en este bar en un sótano de Kreuzberg se relaja entre misión y misión y que no quiere ser maleducada pero y vuelves a tu guarida y las calles son sólo edificios negros sin ventanas y vapor mutante que sale de las alcantarillas y te dices que ya habrá otra cosa después de la siguiente misión seguro y haces la siguiente misión poniendo una bomba en una sede corporativa o robando los secretos atómico-satánicos de la banda de moteros nazis pero todo el rato tienes la sensación mordiente al fondo de que no va a haber más, de que todo lo que has tenido han sido varias
una
conversaciones sinceras y animadas en la barra de un bar en un sótano de Kreuzberg y no puedes, no sabes disfrutar del habitual bucle tan satisfactorio de encontrar un enemigo y despacharlo de alguna forma cada vez más elegante y satisfactoria a medida que uno sube niveles y desbloquea armas y habilidades ahora llevo un dron personal que lanza indistintamente granadas al enemigo y botiquines a mis amigos, mola o no mola, y mola hostia si mola, pero no exactamente, de repente uno siente un hueco en el sitio de la cabeza en que procesa el placer y todo le parece un poco plano y desvaído y profundamente insatisfactorio, como si fuese una premonición de algo tan innombrable como espantoso, sensación que no hace sino aumentar una vez que acabas la misión con un tiro en la cabeza al jefe de los moteros nazis, sin dudarlo, que se joda y vuelves en el metro y recuerdas cómo volviste la última vez, ya temiendo algo, y los anuncios desvaídos en las escaleras de salida de la estación de Kreuzberg —inmobiliarias, tiendas de muebles, concesionarios de coches, todas cosas que llevan ya décadas olvidadas— parecen confirmarte lo que ya te prometían la última vez, y esta vez ya no quieres ir hasta el bar pero sabes que no ir será peor, que para estar en la guarida lamentándote horas o días sobre oportunidades perdidas lo mejor es ir ya y dejar que la decepción pase sobre ti como una ola en la playa
pero en el lejano futuro cyberpunk ya no hay playas
que te
empape en un segundo y te arrastre y retuerza un poco y te deje aliviado de haber pasado ya sólo para descubrir que es sólo el principio así que vuelves al bar y ella está exactamente en la misma posición ante la barra y hago clic y me saluda con exactamente las mismas palabras y rehaces toda la misma conversación de la última vez en exactamente el mismo orden y con exactamente el mismo final porque, ahora lo entiendo, los desarrolladores no han querido hacer más con este personaje, se han molestado en crear este bar alrededor de ella, y esta esquina de Kreuzberg, y le han dado material para un diálogo y medio y luego (se aproximaba la fecha límite, la editorial quería sacar el juego ya mismo, quedan mal los retrasos, hay que pulir otras cosas) no han podido hacer esa misión relacionada con Ellos que se intuye en el primer diálogo con ella, qué se le va a hacer, pasa todo el rato, no hay videojuego sin su habitación ominosamente vacía cuyo objeto se te escapa hasta que recuerdas que o bien el mundo real está lleno de habitaciones sin objeto o esta habitación tenía algún objeto que el presupuesto o el tiempo han dejado en la papelera pero a ti todo esto te da igual, lo único que sabes cuando vuelves a tu guarida es que no va a haber más conversaciones, que ella nunca se va a mover de la barra de ese bar, que nunca sabrás el porqué de toda la circuitería que se transluce justo bajo su piel y que nunca podrás rozar, que nunca podrás saber con seguridad qué lazos la unen a Ellos (ni siquiera puedes tener la satisfacción de saber si tu anterior suposición sería cierta o no) que nunca vendrá a tu guarida a conocer a tus no demasiado interesantes compañeros, que nunca podrás ver cómo usa alguna de las siete artes marciales occidentales/orientales/israelíes que conoce para desgraciar a algún enemigo junto a ti, que vuestro amor es imposible no por nada sino porque las leyes de este particular universo están contra él, no, porque las leyes de este particular universo ni siquiera pueden estar contra él, no pueden ni definir tal cosa, es 0/0, algo contra lo que uno no puede ni siquiera quejarse, sufrir o llorar, ni siquiera es ni puede ser un hecho, es algo que no está definido en un universo que necesita tenerlo todo bien definido para que pueda existir y funcionar y eso no hay invasión napoleónica o esquela enviada a través de tu robovalet o súbito estallido de pasión o lenta y progresiva toma de su corazón a través de tu natural bondad y bonhomía que puedan posiblemente arreglarlo, nunca, nunca, nunca. Punto.
Contactar con el autor: Jose_Santos_30 [at] hotmail.com
⇒ Lee otro relato de este autor: Los que quedamos
Revista Almiar – n.º 90 / enero-febrero de 2017 – MARGEN CERO™
Comentarios recientes