relato por
Jesús Greus
Siempre imaginé que el Paraíso
sería algún tipo de biblioteca.
J. L. Borges
E
ra un libro ilimitado o, mejor dicho, circular. No lo advertí hasta más tarde, cuando llevaba ya días inmerso en su lectura. En su exterior era un libro común, de pasta dura color marrón. Incluso lo tomé a bulto entre otros tantos volúmenes gruesos y macilentos. Algunos detalles, sin embargo, llamaron mi atención nada más desgajarlo. Por ejemplo, el orden ilógico del texto, impreso en tipos de letra diferentes y maquetado de las formas más diversas que nunca haya visto. Carecía, además, de título, y no se hacía referencia alguna en sus primeras páginas, como es usual, al lugar o a la fecha de impresión. Todo ello traslucía una incógnita a primera vista indescifrable. Confieso que mi primer pensamiento, sin duda vulgar, fue haber dado con un ejemplar defectuoso, de probable interés para el bibliófilo. Más tarde descubriría una minuciosa intención tras cada pequeño detalle, cuyo propósito último, empero, me es aún difícil de sospechar.
No hallé alusión alguna acerca del contenido de la obra —otro fingido descuido—, salvo una cita, aparentemente inconexa, dejada caer en una página en blanco como por azar. Estaba impresa en letra menuda, y arrinconada como si careciera de importancia. Era escueta pero turbadora: «En el círculo reside lo infinito». Sólo después comprendería la enorme elocuencia de aquella frase raquítica, y su conexión con el contenido del volumen en cuestión. Porque el libro no tenía, en efecto, ni principio ni fin, al menos de un modo convencional. Así, la primera página de lectura me depararía una nueva sorpresa, ya que la encabezaba una cita. Puesto que ésta hacía referencia a personajes y a asuntos acerca de los cuales nada sabía aún, pensé que debían de faltar páginas. La numeración de éstas, para mi mayor asombro, me demostró lo contrario. Un nuevo fallo o un nuevo ardid: habían olvidado empezar la historia por el principio. Habituado a leer libros comunes, cuyo relato sigue un orden lineal a partir de la primera página hasta la última según la numeración, me desazonaba la obstinada singularidad de este ejemplar.
Perplejo, me apliqué a la tarea de rastrear la procedencia de la cita huérfana, que, por cierto, hacía la número 333. Pero no mencionaba la página de origen, de modo que pronto me perdí, involuntariamente, en las entrañas de aquel libro fantástico. Sólo meses después me toparía, casualmente, con el número 333 que remitía a aquella misteriosa cita de la página primera. De momento, ante la imposibilidad de dar con su origen, resolví comenzar a leer por una página cualquiera.
No aparentaba ser más que un relato de aventuras. El protagonista, viajero en un mundo plagado de simbolismos orientales, anhelaba escalar una montaña secreta cuya cima penetraba el cielo de los inmortales. En el recodo de una línea, un número situado tras la palabra «causal», mencionada de pasada en el texto, remitía al pie de página, donde una extensa cita glosaba acerca del concepto aristotélico de la causalidad. A mitad de lectura, una nueva señal me envió, muchas páginas adelante, a un delicioso pasaje en cursiva donde, comentando el casual —aunque a su vez causal, o sea, vinculado a la relación causa efecto— descubrimiento bíblico de los efectos embriagadores del vino por parte de Noé, se mencionaban de paso los más exquisitos licores y elixires elaborados en el mundo, y sus prodigiosos efectos. Y hablando de alucinaciones provocadas por medios diversos, un asterisco me trasladó, en el espacio y en el tiempo, a un fragmento que me sumió en la fascinante descripción de las visiones tenidas por ciertos contemplativos sufíes. Harto de pasear por una lectura de oníricas alegorías místicas, escapé por la tangente de una referencia que se adentraba en los arcanos milenarios de la mitología védica, la cual me llevó, de nota en nota, a un tema tan opuesto como el del ritual de apareamiento entre los gallos de las praderas americanos.
De salto en salto, continué así viajando, un día tras otro, a lo largo de páginas impresas en cuerpos y estilos diversos, en las más bellas tipografías, en negrita o en cursiva, en egiptienne o en letra de palo. Leí acerca de los orígenes de las razas, de las costumbres de los manchúes, de influencias clásicas en la arquitectura renacentista, de la ceremonia japonesa del té, de la evolución de la vestimenta o del peinado en China, de la teoría del eterno retorno o de la curvatura del espacio… Leí, leí, leí, día tras día, mes tras mes, trafagando de una referencia a otra, de página en página, hasta perder noción del objetivo perseguido, dando vueltas en círculo.
Cada cita suponía, en efecto, el origen de una serie de asociaciones inesperadas, pudiendo relacionarse, a menudo, con cualquier otro tema distante en páginas y en contenido. Se daba la circunstancia de que cada llamada remitía al lector a una cita que en ocasiones distaba hasta dos o tres mil páginas. Pero, puesto que no había en éstas referencia alguna a la página de procedencia, solía suponer un viaje sin retorno. Esto impedía, la mayoría de las veces, que la lectura de la obra siguiese una secuencia lineal, ramificándose con cada nueva cita. Por otra parte, posibilitaba, como de hecho ocurría, que cada pasaje pudiera relacionarse indirectamente con otros muy diversos y lejanos. Y aún más, dado que difícilmente persistía el lector en un tema sin sucumbir a la tentación de ojear la cita más próxima, rara vez lograba concluir aquél. El libro se hacía así interminable, hallando uno siempre algo nuevo que leer sobre un asunto del que se desvió quizá meses atrás. Los fragmentos estaban, por otra parte, hilvanados con tal ingenio, que hacían posible pasar de un tema tan trascendental como el de la inmortalidad del alma a otro tan prosaico como el del comportamiento de la pulga en el pelo de los mamíferos.
Algunos fragmentos correspondían a dos o más llamadas numeradas, lo que los relacionaba con temas muy diversos. Así, y a pesar de la variedad de materias allí condensadas, daba la desconcertante sensación de que ninguna de ellas era ajena al resto, participando todas de un maquiavélico plan. La búsqueda del conocimiento supremo de los gnósticos estaba así encadenada, por remotamente que fuese, a los esfuerzos de una insignificante araña por atrapar a su presa. Nada existía aislado en sí mismo dentro de aquella obra ilógica. Como rezaba una de tantas apostillas incomprensibles: no podemos saber, al dar un puntapié a un simple guijarro, si no hemos acaso alterado el orden cósmico hasta el extremo de ocasionar un desastre en una remota galaxia. Resultaba imposible adivinar si el plan de la obra respondía a un propósito definido, aunque impenetrable, o a un juego carente de todo sentido.
En cuanto a la variedad de estilos literarios, tan pronto recreativos como eruditos, hacía pensar en múltiples autores. El libro sería, así, obra de un colectivo. Pero también podría ser el trabajo de un solo hombre, quien se habría limitado a transcribir fragmentos de obras de autores y ensayistas muy diversos, ordenándolos a su antojo. Parece, no obstante, increíble que una sola mente hubiera sido capaz de coordinar una interrelación tan compleja de notas y párrafos. Sólo un matemático podría haber concebido y diseñado ese laberíntico entramado de cifras y asuntos.
En cualquier caso, el libro era un rompecabezas casi infinito. Aunque, por supuesto, debía de tener un fin, yo no lo agoté jamás. Sus hojas de ala de mariposa se hendían al aire, desvelando nuevas páginas, semejantes a campos arados vistos desde el cielo. No recuerdo el número de páginas. Podían ser tanto siete mil como doce mil. Creo que nunca llegué a entender plenamente el propósito de aquel libro. Tal vez fuera tan sólo el de entretener, o quizás encerrase un simbolismo que yo no acerté a desentrañar. Cierto día leí otra nota —nunca volví a encontrarla— referente a la teoría, hoy desusada, de que todo en la naturaleza revela, a quien sepa mirar, el fin último de ésta. No sé… quizá aludiera al universo como un pez que se muerde la cola.
Lo curioso es que, desde que devolví el libro a su estantería, en el corazón mismo de una biblioteca que contenía millares de volúmenes pulverulentos, nunca he sido capaz de volver a dar con él. La signatura correspondiente se traspapeló en el fichero, cosa incomprensible. El libro circular retornó así al olvido, como pieza de un rompecabezas aún mayor y de más difícil desenlace.
* * * *
Cavilando luego sobre este libro hoy perdido, se me ocurren algunas divagaciones. Por ejemplo, la numeración de las páginas podría hacerse al revés, como en la escritura árabe, o bien no existir numeración alguna, lo que daría al libro una dimensión inmensurable, pero dificultaría en exceso su lectura, de por sí tortuosa. Otro sistema consistiría en numerar doblemente las páginas, de adelante hacia atrás y de atrás hacia adelante, de modo que la primera sería la última, y la última sería a su vez la primera. Las llamadas serían en ese caso también dobles, haciendo referencia cada señal a dos fragmentos diferentes, situados en páginas distintas pero de igual numeración. Esto diversificaría hasta un extremo enloquecedor las trayectorias posibles de la lectura, pero haría el libro irrealizable a la hora de componerlo. No habría mente en el mundo capaz de llevar a cabo por sí sola una tarea semejante.
Jesús Greus. Nacido en Madrid, es escritor, licenciado en lengua inglesa por el Institute of Linguists de Londres. Ha sido colaborador de los diarios ABC, El Día del Mundo, Diario 16 de Baleares, Libération du Maroc y, actualmente, de la revista digital española Narrativas, y de la inglesa LSD Magazine. Ha trabajado como traductor para diversas editoriales españolas. Como conferenciante, ha sido invitado por el Institut du Monde Arabe en París; la Universidad de la Sorbona; la fundación Le Monde autour du Livre, en Burdeos; el Centro de Estudios Luso-Árabes de Silves, Portugal; la Fundación Arte y Cultura de Madrid; la Universidad de Marrakech, etc.
Ha sido gestor cultural del Instituto Cervantes de Marrakech, ciudad donde reside actualmente. Es, asimismo, autor de los guiones cinematográficos Snapshots from Marrakech y The City of Flowers, ambos en proceso de preproducción. Es autor de:
–Ziryab (Editorial Swan 1988). Novela ambientada en Córdoba en el s. IX. Éditions Phébus, Francia 1993. Editorial Entrelibros, 2006.
–Junto al mar amargo, Hakeldama Editor, 1992. Novela.
–Así vivían en al-Andalus, Ediciones Anaya, 1988. 13 reimpresiones. Nueva edición revisada bajo el título Así vivieron en Al-Andalus, Anaya 2009.
–Claro de luna. Obra poética.
–De soledades y desiertos, Ediciones La Avispa, 2001. Teatro.
–Laberinto de aljarafes. Editorial Sirpus, 2008. Relatos.
Contactar con el autor: jessgreus [at] gmail.com · Lee otro relato de este autor: Dieciocho cajas
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