reseña por
Víctor Montoya

 

C

omo en toda obra destinada a ser leída con atención y sentido crítico, El cuarto enigmático y otras narraciones revela a un autor que, a pesar de su juventud y modestia, se perfila como un escritor serio y comprometido con la palabra escrita, ya que sus relatos no son «simples garabatos narrativos» ni el lector malgasta su tiempo una vez que ingresa en el laberinto de los textos escritos con pasión y talento.

En el primer relato, ambientado en el edificio de un Instituto abandonado, nos permite entrar en un cuarto penumbroso y frío, donde tres amigos experimentan hechos inexplicables y enigmáticos, y en el que un libro abierto sobre una mesa, con una sola frase escrita en sus páginas, parece tener todas las explicaciones de un crimen recientemente ejecutado. Se trata de un suceso recreado al más puro estilo de Edgar Allan Poe y, desde un principio, se puede afirmar que la prosa de John Cuéllar, quien sabe tejer hábilmente los elementos de la realidad y la fantasía, nos hace vibrar con situaciones rodeadas por un halo de misterio y nos entrega una poderosa dosis de terror y espanto.

En Jorge Breen en la mira, el protagonista sueña con su propio asesinato, mientras duerme en uno de los bancos del cine, al mismo tiempo que en la película se comete un crimen pasional. Aquí, lejos de toda consideración lógica, el autor deja constancia de que el racionalismo es superado por la ficción del mundo onírico. No en vano Jorge Breen vive con la sensación de que su realidad depende de otra, y ésta de otra, y así sucesivamente hasta el infinito. Los tiempos narrativos se sobreponen y se repiten las escenas como en la función rotativa de una película, con un personaje asediado y asesinado varias veces.

En el tercer relato, Delirio, parece prolongarse la historia de Jorge Breen. Todo comienza cuando el protagonista, al salir de una megadiscoteca, encuentra en su camino a una bella mujer, quien, desilusionada por el repentino abandono de su novio, le pide pasar la noche en su apartamento. Estando allí, él aprovecha para invitarle unas copas de ron y, seducido por la voluptuosidad de sus senos y sus muslos, devorarla a besos mientras escuchan una canción de Laura Pausini. En este relato, cuyo tema recrea una falsa ilusión provocada por los efectos del alcohol, se explaya una prosa desinhibida y contemporánea, salpicada de sensualidad, picardía y erotismo.

En algunas narraciones se rastrea el tema de un amor no correspondido y las cavilaciones propias de los enamorados de mujeres imposibles, como en Destiempo y en Desolación, donde el protagonista adolescente, inconforme e insatisfecho, siente que su vida existencial está proyectadas en las letras de una canción: «Sólo huele a tristeza, huele a soledad; en mis ojos perdidos, sólo hay humedad…», aunque no deja de abrigar las esperanzas de que si se pierde un amor, es posible encontrar otro a la vuelta de la esquina, al menos si se practica el lema: quien busca, encuentra, y quien insiste, consigue.

En una selección de relatos, como en este caso, existen algunas narraciones que destacan más que otras, ya sea por el tratamiento del tema o por la destreza narrativa del autor, quien, en su condición de intelectual de clase media, ensaya una literatura urbana que, de un modo consciente o inconsciente, usa los mismos recursos a los que nos tienen acostumbrados Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique. En tal virtud, no es casual que nos cuente las razones y sinrazones de los «hijitos de papá», de los muchachos que integran las tribus urbanas y se adueñan de la ciudad en medio del mundanal ruido, el incesante ajetreo de la gente, los servicios de las camaleonas y la música estridente de las discotecas a media luz.

No faltan las historias que transcurren entre hermanos celosos y madres preocupadas por buscar un buen partido para sus hijas en un ámbito en el cual la ascendencia social y el poder económico del pretendiente son decisivos a la hora de aceptar un compromiso formal en el seno de una familia con pretensiones de la alta sociedad, con servidumbre y chofer particular incluidos; una realidad que se refleja en Tienes que echarle la negra a un tipo llamada Frank, donde el personaje principal, un «hijito de papá», tiene la vida servida en bandeja de plata y un futuro esplendoroso, al que todos son convocados, pero en el que pocos son los elegidos. Mas no por esto, según el hilo argumental, los ricos están libres de las tragedias familiares, así sea sólo en un sueño premonitorio, como sucede en este relato, en el que los hermanos menores del protagonista mueren ahogados en el mar; algo que se repite, de una manera paradójica y premonitoria, en el caso de su amigo Martín Rosse, muerto con un disparo en la frente.

Como en cualquier ciudad peruana, a altas horas de la noche, en las calles y bares pululan los borrachos propensos a las agresiones verbales y los asesinatos con arma blanca. Esto se describe, con precisión verbal y escenas de videoclip, en El desquite, cuyo protagonista, Claudio Selso, es acosado y asesinado por un hombre de apariencia misteriosa.

Por otro lado, llama la atención el hecho de que el relator/protagonista casi siempre reflexiona sobre los temas que lo aquejan mientras está en la cama, se supone que boca arriba y con la mirada perdida en el cielorraso. Así ocurre, por ejemplo, en Una vez más, tras la llegada de un forastero que despierta su curiosidad y cuyos pasos sigue hasta descubrir que se trata de un hombre decidido a quitarse la vida en el precipicio de la montaña; una acción impactante que, años más tarde, experimenta en carne propia el relator/protagonista, dejándose caer en el mismo abismo como un suicida potencial. Es digno destacar que en este relato se pone a prueba la intención experimental del autor, quien repite cuatro veces un mismo párrafo, con modificaciones claves al final de cada uno.

En Ellos me están esperando, último relato del libro, desfilan una serie de personajes secundarios que parecen no tener otro propósito que el de pasar el fin de semana en un cine o reunidos en un night club entre mujeres de prendas mínimas y bebidas tropicales. Aquí destaca El profe, un individuo resentido con la colectividad y con poca autoestima personal que, en su plan de borrachera y entre las muchachas del cabaré, funge ser el paradigma de quienes sueñan con un estatus social y económico que los dignifique de por vida.

No es menos interesante el caso de Apolonio Meder, más conocido como Apolo entre sus amigos; un muchacho que se unió a la «noble causa» de los guerrilleros, pero que, en realidad, resulto ser un «soplón de los militares». Si bien es cierto que este sujeto, con un pasado como mercenario, logra salvar su pellejo y huir hasta la capital, es cierto también que no logra reintegrarse a la vida social ni laboral, hasta que termina por entrar en contacto con el hampa, y, consiguientemente, con los elementos que, debido a su actitud desalmada y sin escrúpulos, pertenecen a los fondos más bajos de la sociedad, donde campean los parricidas, violadores, atracadores y asesinos a sangre fría.

En Ellos me están esperando, el relator/protagonista nos va describiendo, paso a paso, la crónica de una muerte anunciada en medio de una galería de personajes siniestros que forman parte del texto y el contexto, y mientras él, Ángel Curtis, ya acostado y cubierto por la sábana, reproduce en su mente la frase: «ellos te están esperando, siempre lo han hecho, pero hoy es diferente», debido a que ellos, los malandrines que son sus compinches en los actos delictivos, están dispuestos a despacharle a ese lugar del cual nadie retorna con vida. Y así ocurre, en el desenlace, el asesinato anunciado es consumado, poco antes de que la esposa de Ángel Curtis descubra el cadáver ensangrentado y una nota sobre su pecho: «La sangre cubre lo que el dinero no puede».

Este volumen ágil y ameno, de un modo general, está compuesto por una galería de jóvenes atrapados por la melancolía y la desilusión, que divagan entre las cuatro paredes de un cuarto, siempre meditabundos y contraviniendo toda lógica y razón, como seres enajenados que vagan por un laberinto de preguntas sin respuestas y por calles que más parecen pobladas por fantasmas que por seres con vidas y realidades cotidianas. No obstante, aunque en varias de las narraciones las ilusiones y los ensueños adolescentes se rompen como vasijas de barro antes de ingresar en la antesala de la vida adulta, queda claro que el amor y el desamor son dos de los pilares sobre los cuales están estructuradas las breves prosas de John Cuéllar, quien, con la fuerza de la imaginación y el oficio escritural, no dejará de sorprendernos en un futuro inmediato con obras que dejarán su huella en el marco de la literatura peruana contemporánea. Por ahora, y sin mayores preámbulos, nos quedamos a gusto con los diez relatos de El cuarto enigmático y otras narraciones, un libro que merece ser leído con los cinco sentidos.

 

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John Cuéllar

John Cuéllar (Huánuco, Perú, 1979). Poeta y narrador. Licenciado en Lengua y Literatura, egresado de la Universidad Nacional Hermilio Valdizán. Ha sido encargado de edición de las revistas Kactus & Parnaso (2003-2004) y Parnaso (2005-2006). Obtuvo el segundo premio de poesía en los «II Juegos Florales Valdizanos», en 2000, y el primer premio en el «II Premio de Cuento Ciudad de Huánuco», en 2001. Es autor de Narrativa joven en Huánuco (2005), Lexicón (2007) y Sin antídoto (2008). Tiene textos dispersos en publicaciones nacionales y extranjeras. También ha publicado en medios electrónicos: Revista Voces, Casa de Poesía Isla Negra, Yo escribo, Revista del Pensamiento y la Cultura Diez Dedos, Revista Literaria Katharsis, Revista Intercultural del mundo hispanohablante Ómnibus, Revista Trimestral de Literatura El Hablador y en la Revista de narrativa contemporánea en castellano Narrativas.

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Víctor Montoya

Víctor Montoya nació en La Paz (Bolivia), en 1958. Su infancia y primera juventud discurrieron en el pueblo minero de Siglo XX-Llallagua, al norte de Potosí, donde se descubrió la veta de estaño más grande del mundo. En 1976 fue perseguido, torturado y encarcelado. Permaneció en el campo de concentración de Chonchocoro-Viacha hasta que, en 1977, fue liberado tras una campaña de Amnistía Internacional. Desde entonces reside en Suecia donde se dedica profesionalmente a la escritura. Una biografía más detallada del autor se encuentra publicada en Wikipedia.

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