relato por
Isidoro Aramburú

 

E

s de Junín. Le gusta la película Diario de una pasión y el chocolate blanco. Le gusta Arjona. Que escuche Arjona es casi tierno; me sobra tiempo para mostrarle buena música. Hace dos años que está con el novio. Se la ve feliz en la foto que está con el novio. Le gusta andar en roller. A su novio también le gusta andar en roller. Voy a tener que aprender. ¡Se llama Guillermina! Probablemente el nombre más hermoso que se haya inventado alguna vez. Es de River, pero de fútbol entiende lo que yo de computación.

Esa es toda la información que pude obtener durante estos años, por medio de charlas efímeras con ella o con alguna de sus compañeras. Debido a mi predilección por el consumo de alcohol en grandes cantidades, quedaron en el limbo respuestas esenciales a preguntas concluyentes y datos valiosísimos de conversaciones memorables.

No tenemos casi nada en común. Pocas personas son, a priori, tan opuestas a mí. Pero en sus ojos hay algo más de lo que se ve a simple vista; en su mirada, en realidad. Y su sonrisa es exacta a su mirada; es verdadera, es con todos los dientes. Ella es totalmente sincera, y no porque así lo quiera, sino porque su mirada y su sonrisa no la dejan mentir.

Tiene la cara pálida, casi cristalina. Sus ojos son enormes y tan negros, que la pequeña luz blanca que reflejan enceguece. La nariz parece hecha con un molde de yeso, dan ganas de girar la cabeza hacia un costado y besarle el tabique con toda la boca. Su boca se hace grande cuando se ríe y se le ven todos los dientes blanquísimos. Casi siempre se ríe. Sus orejas son ligeramente puntiagudas hacia arriba, y cuando se deja caer el pelo largo se le escapan dos pequeñas cumbres, una bajo cada cien, como témpanos. Es élfica. Suelo imaginarla con un arco y una flecha, vestida de verde, salvándome de esta existencia tan intrascendente.

Hace cuatro años que voy a ese boliche, porque es el mejor de la ciudad y porque cada tanto ligo algún trago «de arriba». Al menos eso creía, ahora empiezo a sospechar que es para verla a ella. Por suerte mis amigos no suelen discutir mucho sobre a qué boliche ir, porque ya están demasiado ebrios como para dar un argumento razonable.

Cuando llego al antro, voy subiendo las escaleras y la adrenalina me sube como cuando aguantás con hidalguía las ganas de mear durante mucho tiempo, y cuando llegas a tu casa y solo quince pasos te separan del inodoro, las ganas se hacen incontenibles y corres por el pasillo de tu casa, con cara de eyaculación precoz, apretándote las bolas para que no salga el chorrito.

Mientras nuestras almas no se tocan, sigue pasando el tiempo, e imagino que algún día, voy a subir por las escaleras, voy a buscar su sonrisa en la barra, y al no encontrarla se me va a apagar el tele. Voy a pedirle vodka puro y sin hielo al imbécil que la suplante, hasta emborracharme asquerosamente y probablemente me vaya con alguna gordita a mi casa.

Pero subo las escaleras y ni bien piso tierra firme, veo su sonrisa como una luna horizontal iluminando toda la decadencia del lugar. Hago como si no la viera, pero de reojo me doy cuenta de que me está mirando. Sabe que estoy a sus pies. ¿Se reirá de mí por eso?, ¿o será que también espera por mi aparición cada noche, sabiendo que algún día no subiré por las escaleras? O tal vez sigue trabajando en ese boliche horrible sólo para verme, aunque sea por un rato, y en las peores condiciones. La última opción es bastante descartable.

Voy a robar un trago, les digo a mis amigos. Me considero un artista del hurto de tragos en el boliche; lo digo con soberbia y sin vergüenza. Cuando le robo el Campari a un vago distraído por bailar con una piba, le estoy haciendo un favor; no vaya a ser que se pase de líquido y en un ataque de celos la faje; además sé que no se va a enojar y si lo hace, por lo menos tiene quien lo consuele. Si le robo a un borracho inconsciente, también lo hago por su bien, para que no le agarre un coma alcohólico. Encima, los trofeos obtenidos son para beneficio de todos mis amigos, que esperan con ilusión algún botín. Soy el Robin Hood de los borrachos pobres.

Pero ese día no conseguía nada. Entonces jugué mi última carta; fui hasta la barra a pedirle a Guillermina que me regale un trago. Se rió y me dijo que sí, me sirvió un vaso de birra y estaba tan hermosa que tuve que decirle que la amaba. «Tengo novio», me dijo ella, como cada vez que, entre balbuceos, le declaro mi amor.

Si supiera que durante la semana soy un fantasma, que camino por las paredes, que miro el techo, siempre buscándola. Que es habitante de mis pensamientos, así como de este cuento. Ella ignora todo esto, pero no sufre por nuestra lejanía, porque sabe lo que es vivir sin mí. Pero no sabe de mi mano sudorosa y temblorosa en los primeros paseos, de mis mentiras piadosas para convencerla, para robarle un beso. De mis «te amo» sobrios y silenciosos a la mañana. Ella no sabe que tengo arrugas, que ya estoy viejo, y que ella también, aunque su mirada y su sonrisa sigan siendo las mismas; que nuestras manos, ya aquietadas y resecas por la confianza, y por el paso de los años, vuelven a temblar de a poquito, hasta que se detienen entrelazadas. Ella no sabe.

A veces tengo ganas de hacer como con los tragos y robármela. Pero soy paciente, tengo todavía un poema arrugado, manchado con vino y vómito en el bolsillo; esperando por el momento en que sus ojos me miren como diciendo: «ya está, terminó la guerra», pero su voz me diga, «ya está, corté con el gil de mi novio», y por fin, sin tener que robar, mendigar, o estar profundamente enamorado, pueda tomar gratis durante toda la noche.

 

separador relato El Robin Hood de los borrachos pobres


Isidoro AramburúIsidoro Aramburú
. Es un joven autor argentino, Estudia Periodismo y escribe desde hace algunos años. Forma parte del LITIN (Laboratorio de ideas y textos inteligentes) de la Universidad Nacional de La Plata. Hasta ahora no había tenido la necesidad de publicar nada, pero, como él nos dice, guarda «tantas cosas en la computadora, que tienen que irse para algún lado».

📩 Contactar con el autor: chori1993 [at] hotmail[dot]com

 

👁 Leer varios poemas de este autor

Ilustración relato: Fotografía por Quadronet_Webdesign / Pixabay [public domain]

 

biblioteca relato Isidoro Aramburú

Más relatos en Margen Cero


Revista Almiarn.º 87 / julio-agosto de 2016MARGEN CERO™

 

Siguiente publicación
En los hiperbreves Marido infiel y El sospechoso, Roxana Heise…