por
Gabriel Desmar
Unos árboles frondosos con más de cien años,
me regalan su densa y vieja sombra verde,
como lo han hecho desde que fui un niño,
desplegando generosos sus aromas dormidos,
mientras paso a su lado mirando sus viejas ramas.
Se escuchan melodías en el antiguo quiosco,
se reúne la misma juventud en sus pasillos,
que caminan todos en un lugar sin tiempo,
cómo si todo estuviera repitiéndose eternamente,
en un viaje circular de infinitos retornos.
Las visiones no desaparecen en sus jardines,
como un viajero del tiempo camino en varios lugares,
como si lo hiciera en múltiples tiempos presentes,
me interno en los mismos pasillos ya caminados,
con otras personas, que se esfuman mientras avanzo.
Los antiguos árboles y su europea pileta central,
llena de querubines, no dejan de mirarme,
mientras sus copas de blanca presencia lo llenan todo,
por una esquina entro niño conversando con mi padre,
y por la otra salgo sólo, con mi pelo blanco… pensando.
Escucho el mar lejano
Retumba lejano y grave el viejo mar,
su voz furiosa se eleva en la playa,
trayendo ruidos de piedras y arenas,
el mar retumba.
Su blanca espuma envuelve negras rocas,
desarrolla su furia y energía,
con su voz de trueno habla con el viento,
como un lamento.
Se elevan millones de gotas de agua,
como un torrente frío cargado de sal,
envolviendo con aromas marinos,
todas las cosas.
Las aves se alejan desde su orilla,
hilos de blanca espuma trenza el viento,
mientras las grises aguas se revuelven,
el mar reclama.
Una cierta inmortalidad
Ya no están su voz ni su mirada,
y desde su dimensión ausente,
a veces me llegan sus ojos,
envueltos en mis pensamientos.
Es el ser más allá de la muerte,
que aún transita en los recuerdos,
trayendo su luz encendida,
a este nuevo tiempo presente.
Es un halo de inmortalidad,
que queda grabado en la mente,
y que desaparece lento,
cuando a su vez nos apagamos.
El misterio de nuestros pasos,
que siguen caminando solos,
cuando se cierran los lugares,
y el ser se diluye en el éter.
La tan ansiada inmortalidad,
buscada por los alquimistas,
sólo es un sueño pasajero,
que vive en remansos de la mente.
La puerta
Transito en un mundo esfumándose,
cientos de calles ya se retraen,
el bullicio de la ciudad decae,
y la mirada se va al horizonte.
Algunas manos quieren alcanzarme,
ya es tarde, sólo sigo caminando,
y se divisa lejos la salida,
es el final de la travesía.
Antes sólo me la imaginaba,
ahora ya la puedo ver completa,
es una gran puerta de madera,
alta como llegando al cielo.
Sus maderas con cientos de años,
están gastadas y con surcos,
que hacen resbalar sus resinas,
los goznes rechinan en su herrumbre.
Siento una paz que circula en mí,
viene de esas maderas gastadas,
que marcan mi paso a otra dimensión,
después de gastar mis caminos.
Gabriel Desmar nace en Chile, cultiva las letras desde su juventud. De profesión Ingeniero, desarrolla su quehacer profesional en las telecomunicaciones por 26 años y ligado a la educación en áreas de gestión y también como docente universitario. En el ámbito de la literatura publica su primer libro de poesías, titulado Cavilaciones y Sendas, el año 2011; el año 2014 publica dos libros de poesías titulados Destellos en el Camino, y Dimensiones Perdidas y en el año 2015 publica su cuarto libro de poesía Ciertos Tiempos Distantes. Sus colaboraciones han sido publicadas, en español o inglés, en Revista Destiempos (n.º 49, n.º 51, n.º 52 y n.º 55, México), Miracle ezine (Issue 9, India), Miracle-mini (India), Revista Pluma y Tintero (núms. 36, 37, 38, 39 y 40) España), The Australia Times (Vol. 4, n.º 12; Vol. 4 n.º. 13 y Vol. 4, n.º 17, Australia) y Revista Almiar, de España.
Contactar con el autor: gdesmar [at] vtr.net
🔗 Web del autor:
http://gdesmar.wix.com/gabrieldesmar
http://gdesmar.blogspot.com/
Ilustración poemas: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar – n.º 93 | julio-agosto de 2017 – MARGEN CERO™
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