artículo por
Claudio Rizo

V

álgame Dios. Un reciente estudio de la Universidad de Princenton ha colgado fecha de caducidad a Facebook, la red social más potente del momento y una de las que más tráfico virtual concita. Algo que parecía impensable hace pocos años, que decayera el atractivo de la intercomunicación entre los usuarios, se torna en inquietante vaticinio para los millones de personas que cada día desde sus ordenadores, tabletas o móviles, pulsan su icono para mostrar al mundo su originalidad, su cultura y, en no pocas ocasiones, sus vergüenzas. Pues sí, hasta en un 80% sitúa este estudio el desplome en el número de participantes que acontecerá durante los próximos tres años, con su subsiguiente extinción. Cabe intuir.

Más allá de que el vaticinio provenga del ingenio de un par de lumbreras americanas que se han conducido por pasadizos tan extraños como toma en consideración de determinadas epidemias, verbigracia la gripe, la conclusión que arroja el estudio no es más que la exaltación de un rasgo irremediablemente humano: el cansancio (o hartazgo) que conlleva lo cotidiano, el hacer cada día lo mismo, ver las mismas caras, escuchar los mismos sermones y, por ende, la mudanza a otros lugares que rejuvenezcan aquellos estímulos que hoy languidecen. En el campo de la ropa, por ejemplo, ocurre otro tanto. A cada temporada son renovados los escaparates de las tiendas del país, del mundo entero; matiz aquí, retoque allá, es todo lo mismo pero con otro decorado que activa el clic a la neurona del consumo. La gente se cansa pronto de lo que compra y migra fugaz, como si la satisfacción por lo adquirido fuera autofagocitaria de sus propios deseos, efímera cual llama de mechero. Es quizá el carácter más propiamente nuestro, una seña de identidad viviente en nuestro ADN, y Facebook, apuesto, no va a ser inmune a ese devastador movimiento de masas cuando alguien muestre algo distinto.

Dicho lo cual, pierda cuidado, afanoso correteador de redes sociales, pues esto no implica en modo alguno que los contactos intangibles vayan a quedar reducidos al «más allá», a ciertos momentos de introspección o acaso al campo de lo onírico. Para nada. Que esa red social se diluya y con suavidad de agua discreta desaparezca, si finalmente se cumplen las malas nuevas, no significa que no haya otra esperándole, cual carrera de relevos, con un arsenal remozado de potencialidades y brillos bastantes para hacernos olvidar aquel amor que ya cansa y que hemos resuelto relegar al marco de un portarretratos nostálgico. Hinca esto sus razones en lo que a la moda se presta. Recuerdo de joven (me viene que ni pintado) aquella tasca atestada y rociada de humo y ligues cada fin de semana. Ni siquiera era necesario indicar al colega el sitio en el que vernos. No quedábamos. Allí nos veíamos como un acto de pura inercia, sin poner en solfa ni el trato del local, ni los precios, ni el perfil de cuantos allí acudían. Hasta que un día ocurre la mutación: notas, qué se yo, que la pintura del local ya no te gusta. Suficiente. Sobra ese detalle para el cambio. Y a tu colega tampoco. Ni al colega de tu colega. La masa ya está entonces dándole al cigarro en una celebridad nocturna que a pocos metros han abierto. El líder ha quedado destruido, deviniendo para siempre en mito. Invariabilidad de la conducta humana.

Por eso digo que nadie coja depresión, que los habrá (no es baladí el vaticinio para según quién). Ni inquietud de ánimo. A las afueras algo se está gestando, a hurtadillas como quien entra con recato en una biblioteca anegada de lectores… en las azoteas de ese mundo vaporoso que extiende su influjo como la araña su red sobre nuestros impulsos. Nadie sentirá pues «orfandad de red». Nadie quedará al albur de un destino mediocre si el ostracismo que de Facebook vaticinan aquellos eruditos, acaba por manifestarse. Y en cualquier caso, recuerde la admonición del anuncio televisivo más preclaro de la historia de la Televisión: la mejor red social es un bar. Da igual que cierre. Que se travistan los gustos. Siempre, en un bar. Este o aquel, es lo de menos. Se lo aseguro.

 

Claudio Rizo AldeguerClaudio Rizo Aldeguer es un autor alicantino.

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🖼️ Ilustración del artículo: RIAN archive 988824 Facebook social, RIA Novosti archive, image #988824 / Alexey Malgavko / [CC-BY-SA-3.0], via Wikimedia Commons.

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