relato por
Guillermo Osvaldo García
M
ás allá de las últimas hileras de casas están los andurriales y, a su costado, la calle curvada del prostíbulo. Hay poca luz ahí; por eso, para no ser vistos, nos escabullíamos de nuestras casas al anochecer e íbamos a espiar por las ventanas. Había, recuerdo, una pared descascarada, alta, a cuyos pies crecían malezas ralas. Tratábamos de pasar desapercibidos porque temíamos, quizá, que al vernos curiosear nos recriminaran. Ahora, sin embargo, me doy cuenta de que a nadie le importábamos. Al contrario: las miradas furtivas buscaban nuestra complacencia, reclamaban hacernos partícipes, junto al muro, de las sigilosas maniobras. Nosotros, de todas maneras, no estábamos interesados en esos fantasmas. Nuestras dudas, nuestras ansias de saber, se orientaban a las ventanitas mal iluminadas. Arrastrábamos el miedo hasta los visillos sucios e intentábamos otear el interior. Entonces la boca del estómago se contraía y la respiración se iba tornando entrecortada. Sin embargo era difícil ver algo directamente, por más que lo deseáramos. Una vez, no se me olvida, alcancé a divisar partes de un cuerpo lustroso. Estaba acostado sobre una manta de raso rojo, aunque desteñido, y apenas se contoneaba. Sobre él, alguien gesticulaba sin apuro, casi maquinalmente. Vi una boca abierta, como a punto de exclamar algo, pero muda, tras los vidrios sucios. Una mano cerrada parecía emerger del medio de muchas telas de colores apagados, arrugadas, superpuestas. La pared, torvamente empapelada, salpicaba flores azuladas en todas direcciones. Abajo, la boca no dejaba de permanecer abierta y tácita, mientras el puño cerrado se contoneaba sinuoso. Sofocada, se oyó algo así como una carcajada entrecortada, jadeante, seguida de un susurro que, tal vez, fingiera algo parecido a la sorpresa. Enseguida, una cara pintada y llena de rulos apareció súbita en la ventana. Los visillos la cortaban en franjas horizontales y la mugre de los vidrios le confería un aspecto ominoso y grotesco. Fijó unos ojos cargados en mis ojos. Caí hacia atrás, en los verdines del piso de ladrillo. Quise correr pero mis pies resbalaron una vez tras otra y no avanzaban de tan pesados y rígidos que estaban. Traté de no demostrar mi aprensión y me oculté tras la pared del fondo, entre los hombres vestidos con sobretodos largos. Alguno fumaba, dos o tres creo que orinaban, juntos, contra el paredón. Había un olor rancio en el aire. No podía borrar de mi cabeza la imagen de la máscara tras el vidrio. Me sentí, primero, sin voluntad, igual que un autómata fallido. Luego me supe uno más, un semejante a los que allí esperaban no sé bien qué cosa. Hasta que los temblores amenguaron y las rodillas volvieron a sostenerme, permanecí inmóvil en la oscuridad, simulando una indiferencia que, por cierto, no sentía e intentando (quizá sin éxito) no mirar a los costados. Desde entonces, he vuelto una que otra vez, ya entrada la noche, a ese lugar tras el muro. Una vez ahí, fingimos no reconocernos, no nos hablamos y, seguramente, nos prometemos que esa ocasión será la última y que no vamos a volver, aún sabiendo que tal promesa siempre será falsa, sin consistencia, porque algo misterioso nos atrae y, antes o después, indefectiblemente habremos de reincidir. Aunque nos cueste aceptarlo, nos hemos convertido, de a poco, en sombras. Sombras expulsadas de las habitaciones mal iluminadas donde, entre lienzos, yacen, arrumbados y difusos, pedazos de cuerpos, bocas abiertas y máscaras horrendas. Sombras que, inexplicables, se mimetizan con las manchas húmedas del paredón acre, los pastos hirsutos y los arbustos ennegrecidos, anómalos. Sombras condenadas a ir a desaguar, antes del alba, en el fondo sinuoso de la calle. Ahí donde los residuos de la noche se agazapan y persisten, infructuosos, en resistirse a un cielo gradualmente enrojecido y al gorjeo de los primeros pájaros.
Guillermo Osvaldo García nació en Banfield, Provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1966. Estudió Licenciatura en Letras en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, donde actualmente se desempeña como profesor en las cátedras de Literatura Latinoamericana I y II. Ha publicado cuentos, poesías y ensayos en diversos medios.
@ Contactar con el autor: ggarciart [at] yahoo.com.ar
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Ilustración relato: fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar – n.º 62 / enero-febrero de 2012 – MARGEN CERO™
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