artículo por
Mario Rodríguez Guerras
E
l momento presente constituye para la nueva era lo que para los griegos fue el periodo homérico, el periodo de gestación de mitos. Un período de plena libertad porque se guiaba únicamente por el instinto. No había estructuras culturales a las que someterse ni principios en los que creer. En la nueva época social, los valores no serán universales sino colectivos. El instinto no será el de un hombre salido de la naturaleza sino el de un hombre que desde pequeño conoce el valor de los derechos y las reclamaciones ¿Quienes serán los mitos de esta nueva era? Posiblemente, uno de ellos sea Obama —aunque, en realidad, Obama no es un héroe sino un símbolo— pues, aunque Obama no sea el origen de ésta era sino más bien su consecuencia, representa, por la influencia de la cultura americana, el cambio de la vieja mentalidad a la nueva, la certificación de que los nuevos caminos que proponía la vieja Europa han sido aceptados para buscar un nuevo destino.
La elección de este presidente demuestra que los ciudadanos han logrado ocupar todos los centros de poder. El pueblo americano ha destronado la idea de un líder blanco, poderoso y con determinación por la idea del valor de las minorías —pues todos somos iguales—, por los que carecen de poder. ¿Esta decisión carece de sentido? El pueblo quiere demostrar que puede hacer lo que quiera y que aceptar lo contrario sería mantener el pasado.
Los hombres han comprendido las bases sobre las que se fundó la era anterior: la postura perspectivista del valor divino y regio. Pero estos ciudadanos no pretenden corregir el error. Los hombres no desean modificar el estatus, desean aprovecharlo en su beneficio. Quitarán a los dioses y a los reyes y se pondrán ellos en su lugar. El principio del perspectivismo no se superará, el perspectivismo es el sustrato de nuestra cultura. El pasado establecía valores en torno a la idea de un espíritu supremo y de hombres que le encarnaban, pero eso se utilizaba para el provecho personal. Entonces, los nuevos poderosos, los hombres corrientes como demostración del error de la interpretación de Darwin de la evolución, desean obtener las mismas ventajas personales que se reservaban los antiguos dueños. La expresión nietzscheana: «Más allá del bien y del mal», significaba por encima del perspectivismo moral, pero es preciso estar por encima del perspectivismo político. Hemos quitado a los dioses, pero los ciudadanos se han nombrado reyes. El estado no busca el orden, el estado es el medio para establecer valores sociales; las empresas no tienen por objeto la producción y el beneficio empresarial, las empresas son focos de creación de derechos laborales. El derecho no busca la justicia, busca justificar legalmente la posición perspectivista dominante, el derecho es el encargado de disimular las inconsistencias.
Este conocimiento intuitivo que han alcanzado los hombres, y que la razón no había sido capaz de demostrar —pues la razón está al servicio de las perspectivas—, dice mucho en contra de la razón y a favor de otras formas de conocimiento que no son ni racionales ni conscientes. Es decir, este hecho constituye evidencia suficiente en contra la pretensión de la razón de su exclusividad o supremacía como forma de conocimiento. Podríamos decir que la humanidad hace lo necesario porque obra inconscientemente. Como se puede ver, no nos atrevemos a asegurar que se haga nunca lo correcto pero lo que se hace por necesidad se hace inconscientemente. La naturaleza, hasta la vegetal, posee una inteligencia superior a la del mayor de los sabios. La naturaleza no ha precisado nunca de la razón para su evolución.
Estamos acostumbrados a aceptar la versión oficial que dice que la justicia y el bien acaban por triunfar, pero esa es la interpretación que realiza quien se impone. En caso de haber triunfado la postura contraria, seguiríamos oyendo la misma versión oficial para las ideas contrarias. Deberíamos entender que la verdad es algo ideal y que el idealismo se distancia de los fenómenos. Lo que triunfa en la vida real, ya por las buenas, ya por las malas, suele ser lo menos próximo a la verdad y lo más cercano al interés de algún grupo de poder.
Como decimos, el pensamiento de la nueva era ya existía y poseía fuerza, pero podemos afirmar que hemos asistido a su coronación, aunque la cultura anterior todavía posee, sino fuerza, sí presencia, pues una era no termina de repente por la aparición de otra, y ambas mantendrán una coexistencia durante un tiempo del que nosotros no veremos su cumplimiento. Los orígenes de las formas artísticas de esta cultura debemos verlos en las numerosas manifestaciones que, tanto en Europa como en toda América, se producen a partir de los movimientos de finales del siglo pasado —pues no nace por generación espontánea— como consecuencia de la aceptación de la nueva mentalidad, las cuales, en principio, parecían una simple subversión de las formas y estructuras «conservadoras» (como si en el arte del siglo XX hubiera habido algo conservador) que se advertían en el mundo occidental y que ahora, con esta nueva consideración, no se observa en ellas tanto la oposición entre la izquierda y la derecha como la oposición entre la cultura ática y las consideraciones de una nueva forma cultural, defendidas, respectiva y precisamente, por la derecha y la izquierda. El hombre «natural», del que se burlaba Nietzsche porque reclamaba derechos, es el que ha triunfado.
Su aspecto
El cambio cultural puede entenderse como el triunfo de la revolución. Efectivamente, la forma externa ha sido la acción revolucionaria. Pero el sentido interno que posee es el de la necesidad de sustituir una cultura que ya estaba prácticamente completada y que no podía ofrecer ningún desarrollo de nuevas propuestas. Pero la era griega ha trasmitido el esquema cultural y la era social podría aplicarle en su desarrollo. La era anterior apareció sobre unas necesidades reales, la nueva era sobre unas condiciones sociales. La forma del cambio es lo que ha aportado la revolución y esa aportación ha sido beneficiosa para el hombre. Mientras la revolución era una parte de la sociedad humana constituía un ideal por el que luchar y ofrecía una fe para quienes habían perdido la fe en los valores antiguos, de tal forma que las ideas revolucionarias eran la forma en la que se manifestaba el contrapeso de la verdad oficial. Y ese contrapeso se volvió muy voluminoso como consecuencia del tamaño que tenían las estructuras conservadoras.
Pero, al triunfar la revolución, se mostrará, al igual que le ocurrió a la religión en la era anterior, como insuficiente para satisfacer las necesidades humanas y producirá la misma evolución histórica, con las mismas oposiciones que existieron en la era griega en la que se nos imponían los dioses y los reyes. Nótese que el origen de la religión fue el valor que se asignó a la idea de los grandes hombres. La pérdida de valor de la religión se produce cuando se pierde el sentido original que queda sustituido por el valor concreto de su forma de expresión, por las creencias, que resultan ser expresiones formales pero vacías de contenido. De tal forma que lo concreto y perceptible acaba por establecer el sentido de la estructura en lugar de mantener el orden natural que es el inverso y el fundamental, a saber, que el sentido guíe los actos. Pero el sentido no se puede trasmitir, solo los fundadores le poseen. Los sucesores reciben la idea en forma de concepto, carente ya de sentido. La fuerza que ha adquirido el concepto en la sociedad obliga a mantenerle, son muchos los intereses personales que hay en juego, no se puede modificar una sociedad porque se haya perdido la fe en su estructura. Solo la fuerza de sus opositores podrá modificar esa situación. Este momento de cambio nos da ocasión para analizar ambas posturas, la antigua, cuyo sentido se ha perdido pero que ha mantenido su fuerza, y el sentido que se aprecia en la nueva propuesta que se extiende por la sociedad y es capaz de apropiarse de la fuerza contraria para establecerse pero que todavía carece de forma.
El tiempo del cambio
Se da por supuesto que toda evolución es un progreso, es decir, una superación de lo alcanzado en la etapa anterior. Pero la evolución se consigue sacrificando los valores que se poseen. Por eso, esta nueva cultura debe prescindir de algo, y prescinde de la parte natural del individuo. Entonces no se produce una evolución a partir de lo anterior superando los defectos percibidos. La nueva era se ha fundado sobre la base de las formas externas de la vieja era, de la cual únicamente percibe la fuerza de sus instituciones, los dioses y los reyes, y desconoce todo lo referente a su constitución interna. El interés que origina el cambio es el poder, por lo que se sustituirá a los sacerdotes y a los monarcas por formas y personas que satisfagan las nuevas demandas sociales. Nadie va a perder la fe y los monarcas seguirán todos con sus cabezas sobre los hombros. Las formas no cambiarán en absoluto, todo será igual, y lo podemos garantizar por una razón poderosa, porque no hay otro modelo de convivencia. En lugar de dioses y sacerdotes ya nos han propuesto a la ciencia y presentado a los científicos, especialmente los psicólogos; en lugar de tronos y reyes, tendremos cargos y títulos o derechos y políticos reformadores. En lugar de ídolos o mitos, estrellas del cine o del deporte.
Detrás de todo acontecer, siempre observamos un interés, que es la fuerza que mueve a la acción. Entonces, podríamos ver el cambio como una lucha de fuerzas. Pero la nueva fuerza ha entrado en escena en el momento en que se agotaba la anterior. Tal parece que es la evolución la que determina los cambios. Aún cuando la revolución deseaba imponerse, la trasformación se ha visto obligada a mantener un desarrollo determinado como si el nuevo principio precisase que el anterior completara su camino para que se produjera el avance hasta la posición en la que se podía producir el relevo. De tal forma que una implantación antes de tiempo equivaldría a un parto prematuro y la criatura tendría que esperar igualmente a completar su desarrollo fuera del útero materno antes de tener alguna fuerza. Este plazo y su desarrollo necesario se corresponderían precisamente con el tiempo de satisfacer el desarrollo del criterio anterior.
De qué forma se ha realizado este cambio precisamente al principio de un nuevo milenio es difícil de justificar mediante la causalidad. Pero tampoco podría ser consecuencia de la casualidad. Es posible que los cambios que se sentían necesarios se produjeran precisamente en un momento que de por sí se entiende como de cambio. No hay que entender que el triunfo revolucionario se haya adelantado, ni tampoco postergado desde una fecha antes prevista. Recordemos que también las vanguardias se produjeron a principios del siglo XX. Los cambios esperan los momentos más favorables que son aquellos en los que se producen otros cambios. La fuerza para realizar un movimiento se aprovecha para otro.
(Leer 1.ª y 3.ª parte de este artículo)
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📸 Ilustración del artículo: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar – n.º 60 / septiembre-octubre 2011 – MARGEN CERO™
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