Un reencuentro necesario con Bolivia

por  Emilie Beaudet (*)

 

El escritor boliviano confiesa que el Tío de la mina, personaje central de la mitología andina y dios tutelar del vientre de la Pachamama, lo mantuvo siempre vinculado a su tierra, su gente y su cultura. 

 

V

íctor Montoya nació en La Paz en 1958, pero pasó su infancia en Llallagua y Siglo XX. En 1976, como consecuencia de sus actividades políticas, la dictadura de Hugo Banzer lo persigue, tortura y encarcela. Estando en una celda húmeda del Panóptico Nacional de San Pedro, escribe clandestinamente su obra Huelga y Represión. En 1977, tras una campaña de Amnistía Internacional, logra su libertad y sale exiliado a Suecia, donde vive por más de tres décadas.

En Estocolmo, cursa estudios de pedagogía en la Escuela Superior de Profesores. Dicta lecciones de quechua, coordina proyectos culturales en una biblioteca y dirige Talleres de Literatura Infantil, cuyo proyecto culmina con la publicación del libro Cuentos de jóvenes y niños latinoamericanos en Suecia, en 1985. Se dedica actualmente al periodismo cultural y a la literatura.

No hace mucho que estuvo en Bolivia, en el marco del V Encuentro de Escritores Bolivianos, al que fue invitado por el Centro Cultural Simón Patiño de Cochabamba. En la presente entrevista, donde aborda diversos aspectos de la realidad sociopolítica del país, nos comenta también las impresiones de su viaje de retorno a Bolivia después de más de treinta años de ausencia.

 

* * * *

 

—Acabas de regresar de tu viaje a Bolivia. ¿Encontraste el mismo país de hace 30 años?

—En mis 30 años de ausencia mucha agua corrió por debajo del puente. Es decir, la Bolivia que dejé no es la misma que encontré. Se nota un cambio en varios sentidos. Por ejemplo, los campamentos mineros de Siglo XX y Catavi, que hasta hace treinta años atrás estaban en pleno florecimiento, los encontré desmantelados como si con ellos se hubiese ensañado el decreto 21060, que relocalizó a los trabajadores y la COMIBOL asoló los campamentos que hoy lucen como ruinas en las faldas de los cerros. Asimismo, constaté que las capas sociales que antes se mantenían rezagadas, durante la época colonial y los gobiernos minero-feudales de la república, hoy forman parte del proceso de «cambio», que está impulsando el nuevo gobierno, con todas sus metidas de pata, dentro su proyecto denominado «revolución cultural». Lo interesante es que se nota un interés por la actividad política y una participación más activa de los indígenas y los sectores que antes estuvieron excluídos de los aparatos decisivos del Estado boliviano. Sin embargo, la pobreza sigue siendo un mal endémico y la corrupción parece estar institucionalizada, porque está al orden del día y a todos les parece que forma parte de la idiosincrasia del hombre boliviano y de las estructuras de una sociedad jerárquica, donde las autoridades que ejercen el poder sobornan a los más necesitados. Por supuesto que se han dado varios cambios, pero pienso que se deben intensificar de manera más radical las reformas si de veras se quiere forjar un país donde todos tengan los mismos derechos, las mismas posibilidades y responsabilidades; partiendo del principio de que todos los individuos, indistintamente de su sexo, cultura y raza, tienen derecho a una escolaridad gratuita, derecho a la salubridad, el trabajo, la vivienda y la alimentación.

—¿Cuáles fueron los motivos y las circunstancias de tu partida?

—Mi viaje a Bolivia se debía a una invitación que me cursó el Centro Pedagógico y Cultural Simón I. Patiño, de la ciudad de Cochabamba, donde participé en el V Encuentro de Escritores Bolivianos; invitación que aproveché para desarrollar otras actividades relacionadas con mi quehacer literario, como ingresar como miembro honorario a la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil, en La Paz, y para promocionar en varias ciudades y centros mineros mis libros Cuentos de la mina y El laberinto del pecado, que se reeditaron en Bolivia a través de la Editorial Kipus.

—Dijiste que este viaje de retorno se realizó en un momento oportuno. ¿Puedes explicarnos?

—Así es, retorné en mi condición de escritor y en un momento en que me sentía maduro para hacerlo, tanto desde el punto de vista emocional como profesional. Cuando me refiero al «momento oportuno», no me refiero a la actual situación política por la cual atraviesa el país, sino más bien a un factor de carácter personal. No hubiera sido lo mismo retornar con mis propios medios y por mi propia iniciativa, que invitado por una institución interesada por promover mi obra en el contexto de la literatura nacional. Es este caso, me siento un «repatriado» por una institución cultural y no por el gobierno. Pienso que el momento fue oportuno, porque tenía ya muchas ganas de compartir mis experiencias y conocimientos con los lectores bolivianos, pues formo parte de esa pléyade de escritores latinoamericanos que sufrieron la persecución de las dictaduras militares y fueron lanzados a la diáspora del exilio, luego de haber pasado por los suplicios ejecutados por las fuerzas represivas de la ya tristemente famosa «Operación Cóndor». 

—¿Por qué esperar tanto tiempo?

—No esperé tanto tiempo. Simplemente, al menos en mi caso, se dio así. Si no retorné antes fue por varias razones; por una parte, porque no se dio la mejor oportunidad para hacerlo y, por otra, porque me acostumbre tanto a Suecia que incluso, como a las plantas, empezó a crecerme raíces. Ahora que he vuelto a Bolivia, que es la tierra que me vio nacer y la que formó tanto mi personalidad como mi identidad nacional, sigo cantando la canción de Matilde Cazasola, que dice: «Desde lejos yo regreso/ ya te tengo en mi mirada/ ya contemplo en tu infinito/ mis montañas recordadas/… Yo no logro explicarme/ con qué cadenas me atas/ con qué hierbas me cautivas/ dulce tierra Boliviana…». De manera que ahora que ya tengo cadenas que me atan a la Pachamama, no tengo más remedio que retornar a sus montañas una y otra vez.

—¿Qué cosas de Bolivia extrañas más en tu país de adopción? ¿Qué reencuentros provocaron más alegría en ti?

—En Suecia, donde la geografía y la demografía es diferente a la boliviana, he vivido siempre añorando a mi gente y mi cultura, debido a que nunca he dejado de sentirme un boliviano allí donde he estado. Es más, siempre dije que yo tenía una Bolivia portátil, que me acompañaba allí donde iban mis pasos. Y allí donde hacía un alto, abría la maleta, donde estaba metida mi Bolivia portátil, y de su interior se escapaban los mil rostros de mi tierra, la sinfonía de voces multilingües, los sonidos musicales y, junto a todos los colores, olores y sabores, mis chuños, mis charques, mis hojas de coca, mis botellas de Singani y hasta un Tío de la mina que me acompaña noche y día.

 

Víctor Montoya en Bolivia

 

—¿Qué mirada le echas a la situación actual de Bolivia? Para ti, ¿cuáles son las evoluciones más importantes?

—Como ya te dije: el cambio más notable es la inclusión de los sectores más marginales de la sociedad a la vida del Estado boliviano. Creo que, por primera vez después de más de quinientos años de coloniaje, se ha procurado que las naciones originarias, mediante sus representantes, hagan escuchar su voz en todos los niveles de la vida política, económica y cultural de la nación. Ésta me parece que es una de las evoluciones o avances más significativos del actual gobierno. Haber concedido uno de sus derechos más elementales a quienes desde hace siglos estaban esperando su turno en la cola de la historia. La lucha abierta contra la discriminación social y el racismo me parece que es otro de los aciertos. No obstante, para acabar de una vez y para siempre con este mal de todos los tiempos, será necesario estructurar una sociedad más equitativa y menos competitiva. Es decir, una sociedad donde se acabe con la gran propiedad privada y donde los medios de producción, como la administración de los recursos naturales, estén en manos de los mismos trabajadores.

—Acaba de publicarse allá una reedición de tu libro Cuentos de la mina.  ¿Tienes otros proyectos en Bolivia?

—Efectivamente, se reeditó Cuentos de la mina, pero también mi novela El laberinto del pecado. Ahora existe la posibilidad de que la Editorial Kipus edite el resto de mis libros para su distribución a nivel nacional, pues tengo la sensación de que mi obra es todavía desconocida para la mayoría de los lectores, debido a que las instituciones culturales del Estado no estimulan la labor de los escritores bolivianos ni las editoriales hacen lo suficiente para dar a conocer la obra de los autores nacionales. Espero, sinceramente, que las autoridades pertinentes del Ministerio de Educación y Cultura le dediquen más atención y presupuesto al desarrollo de la educación y la cultura, en vista de que son los dos pilares sobre los cuales está cimentado el porvenir de una nación, ya que una nación sin educación ni cultura corre el riesgo de perder su memoria histórica y corre el riesgo de acabar en el olvido.

—En tu casa, en Suecia, convives con un personaje un poco especial, el Tío. ¿Fue tu relación con él la que te mantuvo en contacto permanente con tu tierra y su cultura?

—El Tío de la mina, sin lugar a dudas, me mantuvo en contacto permanente con la realidad boliviana. Este personaje de la mitología andina, que tiene la propiedad de ser dios y demonio al mismo tiempo, está muy vinculado a lo más hondo y telúrico de las minas, donde los trabajadores del subsuelo le rinden pleitesía ofrendándole hojas de coca, cigarrillos y aguardiente. En mi casa tengo la estatuilla del Tío y con él mantengo conversaciones y discusiones concernientes a la realidad de Bolivia y los bolivianos. Él me permite respirar la tradición más auténtica de las culturas originarias y me permite comprender que estoy hecho de barro nacional. Y, así como forma parte del sincretismo religioso entre el catolicismo occidental y el paganismo ancestral, es un personaje que posee una enorme sabiduría y explaya un gran sentido del humor. Con él me divierto mucho y, como si fuera poco, él es el personaje central de una de las vertientes más significativas de mi creación literaria.  El Tío de la mina, que según la cosmovisión andina es el dueño absoluto de las riquezas minerales y el amo de los mineros, es el mejor nexo que tengo con mi tierra y mi cultura.

 

* Profesora de idiomas y artista musical francesa, escribió una tesis sobre Domitila Barrios de Chungara.

👀 Leer textos de Víctor Montoya publicados en Revista Almiar

🖥️ Web del escritor: La cueva del Tío de la mina

 


Vídeo: El Tío de la mina

(Textos de Víctor Montoya; guion y realización por Pedro M. Martínez)

 

 

Artículo entrevista por Emilie Beaudet

Más artículos en Margen Cero

Revista Almiar n.º 60 / septiembre-octubre de 2011 MARGEN CERO™

 

Siguiente publicación
Tres poemas: «Huir», «Conjuro» y «El final», poemas por el…