poemas por
Enrique F. Arauz Flores
Entre mares teñidos de recuerdos se agitan lunas,
plateado alfiler perdido en albas arenas, playa
breve hecha de suspiros rodeando a los mares ciegos
del tiempo, denso muro, rompeolas de blandas dudas
desmoronando sueños que cabalgan en el silencio.
Entre mares respiro amaneceres, para soñarte
como ayer, hoy y siempre acariciando las alamedas
donde crecen amores como el nuestro, ajeno al temor
que el oscuro oleaje de tu ausencia me deja, alma
en pena braceando en el desierto cielo, paraje
fundado en las orillas de tus besos, ausente sol
sombra de mi memoria, desangrando al vital aliento
que me dejó tu cuerpo.
Entre mares menguantes lunas flotan, óseo misterio
perforando los ecos de la noche que alguna vez
palabras de amor fueron, luz del alma, puerta de voces
espuma desprendida de marinos volcanes, sed
infinita del cosmos, maxilares donde se bebe
mi tristeza, mordiendo a la solar placenta, dejando
gajos de mi agonía en este otoño de medias lunas
blanco manto del cielo, invierno pálido de los años
que en mí albergó el latir de tu lluvioso nido mojando
el álamo abrazado por la tibia red de tu luna.
Ahí sueñan maderos sueños cómplices, luz hundiéndose
en el fondo del llanto, cruel naufragio que abandonó
en mi piel las promesas fugitivas de aquel silencio,
quebrado grito, inmenso mar tan solo como la triste
luz resbalando incierta al infinito fondo de un negro
agujero.
Entre mares habito el palpitar de tu tierna sombra
ausencia que me ciñe con ardientes cordeles, horca
de soledad, cristal de agua, gaviota de amaneceres
cabalgando en espejos de corales que a veces crecen
cuando tus huellas miran nuestros recuerdos… ¡Esos qué sólo
a mi horizonte pertenecen!
Mi carne tembló…
Un mediodía removiendo cielos
tembló mi tibia carne
al salir de los sótanos del vientre
en llamas de mi madre,
despidiéndome de mí mismo
dejé el tibio hogar salino
y lloré cantando al vacío nido…
Un violáceo cordón me unía
a la escalera del edén,
isla sedosa y púrpura,
oreja vibrante del paisaje,
mar azafranado albergando
míticas historias en oscuros
pasadizos entre anémonas
corales, sirenas y nueve
mejillas de luna,
botones de amorosa memoria
intuida en la savia que se expande.
Entre dos arterias, miel del alma
y una vena dintel de sal,
el vino de tu cuerpo
fluyó humedeciendo la voz
del universo.
Raíz de ríos oteando silencios
útero desierto… La Atlántida.
Barca tornasol tu fuente,
placenta de irisados tonos
demoliendo la ira del tiempo,
uniéndonos por siempre en aladas
retinas de viento.
En los estuarios del presente
que hoy navego,
trazo en las puertas añejas
de nuestro atlas Madre mía,
el lento descenso de nuestra mirada
y el primer llanto al sorber
los ecos de tu grito
confundido con el mío,
dolor de rosas perfumado,
dolor sembrado de colores
risa adolorida
¡Dolor tibio y rosado!
Arcoíris de aire
entrando a tropel en mis alvéolos
dejando atrás misteriosas branquias,
aletargadas alas hechas de escamas.
En medio de quejidos
las sombras caminaron
haciéndose luminosos latidos,
abriendo con un suspiro
obliterados vasos
inundándome un palpitar de sangre.
Ese húmedo día fuimos uno
lento fuego hecho milagro,
sabor de siglos condensado
sueño de marinas caracolas
emergiendo del grávido relámpago;
milagro de la gracia de tu carne
incendiando de luz a mis pupilas,
barro hecho paloma…
¡Algún día tembló mi carne!
Picante paloma
Picante paloma es, compañera traviesa y humilde de los sentidos, atravesando etéreas fronteras, con sus alas acaricia mis labios haciendo temblar a mis mejillas, molino que vuela, géiser de olvidadas glándulas; cascada tempestuosa arrastrando calores que entre lluvia de sabores arrastra.
Dentro de su solar cáscara anidan embrionarios relámpagos, triturados entre acrisolados colores de mi patria: perejiles, cebollas y jitomates, testimonio de la hoguera en el ombligo de la luna, nido de pájaros que en sus venas llevan los sabores ancestrales de indígenas culturas, mestizo azogue de visiones que en cada bocado degusta una erupción de pasado.
Volcanes grandes y suaves, otros pequeños y duros que en las gustativas papilas minas explosivas parecen, haciendo estallar fuegos artificiales, mares policromos acariciando las orillas de cóncavos placeres, oscuras piedras, útero primigenio con su tejolote emergiendo de su hueco, machacando en sus laderas prehispánicos silencios, naves negras de volcánica piedra: Cálidos molcajetes, aves de corazón risueño, irisada paloma extrayendo el poroso lenguaje de la tierra, en su centro hay un mar de recuerdos esperando respuesta.
Semillas salvajes que un pájaro sembró sobre la firme tarde, esencia de almas que se alzan devorando mi lengua que como una serpiente se enrosca al sentir el hermoso llamado de su celeste canto.
Intenso y breve es su picor que en su vaina reside, aunque esa eterna brevedad pareciera un extenso tornado y dentro de nuestro cráneo bailaran sin recato los anillos de Saturno, exquisito es su ardor que en mi boca explota, picante lagrimeo que al corazón lava con un clamor de brillantes colores en parvadas de incandescente lava, palpitante su olor a las nasales grutas dilata para mojar los suaves campos de los besos, sintiendo que estallan timpánicas membranas en un mar donde duermen las voces de su oleaje, barriendo con su intensa marea las táctiles arenas del sueño, detonando implacables en cada trinchera de nuestros huesos.
Sabroso dulzor que engalana la colorida mesa, ardiente picazón que potente avanza, tal cual fuera un enjambre de abejas, enrojeciendo los suspiros que de la piel manan, latidos que traen de mi Mesoamérica querida, la criolla fusión de la comida.
Memoria colectiva que en su gusto de cascabel la milenaria tierra condimenta, quemando mi cuerpo, evocando a veces suavemente un sol de primavera como un aletear de muchachas en la plaza de mi pueblo, otras destapando en sudorosas lágrimas los minutos, tomando por asalto hasta el equilibrio del sentido, como divinas púas de maguey cayendo en vertical vuelo sobre adolescentes cuerpos, recordando que el chile es el amado alimento, fiesta eterna dentro de una tortilla, generosa herencia del corazón de mis ancestros…
Enrique Fernando Arauz Flores. Nació en Guadalajara, Jalisco, México en 1957. Egresado de la carrera de Medicina por la Universidad Autónoma de Guadalajara, escribe desde los 18 años; ha cursado varios talleres de poesía, hasta el momento tiene cinco poemarios inéditos, de ellos Mi Carne Tembló pertenece al poemario Botellas De Papel (©) y Picante Paloma y Entre Mares pertenecen al Poemario Hacedor de Puentes (©). Actualmente radica en Puerto Vallarta, Jalisco.
Contactar con el autor: enriquearauz57 [at] hotmail [dot] com
Ilustración poemas: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
TRES POEMAS SORPRESA (traídos aquí desde nuestra biblioteca)
Feroz eucaristía, por Rafaela Pinto. En Mar de poesías (N.º 8 / 2ª Época; 2008) | |
Requiem de un monstruo redentor, por Juan David Ochoa. En Mar de poesías (N.º 14 / 2.ª Época; 2010) | |
Islas, por Inmaculada Camacho. En Mar de poesías (N.º 9 / 2.ª Época; 2008) |
Revista Almiar – n.º 69 | mayo-junio de 2013 – MARGEN CERO™
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