relato por
Silvia Peraza

 

E

n medio de la cocina, justo delante de la ventana, me encuentro sentada. Mientras espero veo cómo ha crecido el pasto y la mala hierba desde mi visita anterior. La silla es alta para facilitar el corte de pelo. Los sonidos de la madera del piso crujiendo anuncian su llegada, mas esta no ocurre. Sigo esperando. Aprovecho para jugar con mis dientes. Paso la lengua por cada uno y los cuento. Uno de ellos no está firme; empujo mi lengua con fuerza contra él y ahora un pedazo de encía lo sostiene mientras se balancea. «¡Otra vez!», pienso. En esta ocasión el miedo no me domina. Hago un esfuerzo por desprenderlo. Ya suelto en mi boca lo escondo; no quiero que todos se enteren. Sólo queda una cosa: comprobar si en su lugar viene otro.

«Voy al baño», les digo tratando de no abrir mucho los labios. Enfrente del espejo recuerdo las últimas veces que sucedió. En todas aquellas ocasiones su cimiento se conservaba y con el tiempo otro marfil blanco crecía. Siempre ha sido así. Sin embargo, hoy es distinto, en la palma de mi mano descubro su raíz. Sé su significado, ahora lo entiendo. Mi lengua explora para ver si algo quedó. Sí, una astilla se ha negado a salir. No me importa y con mis dedos la extraigo. No me asquea la sangre, ni el recorrido de baba espesa desde donde estaba el diente hace unos segundos hasta mis dedos ensangrentados. Estoy feliz porque sé lo que hago.

Antes de regresar a la cocina compruebo cómo me veo sin mi canino. No me incomoda. Mi caminar es el caminar de un triunfador, ha ido a la batalla esperando un altercado y la vida lo sorprende con otro, pero lo supera también.

Sentada, esperando otra vez para que le den forma a mis mechones, los miro. Ellos siguen hablando como si yo no estuviera ahí. Ya se darán cuenta, o terminarán lo que es tan interesante para distraerlos de mi presencia. Aprovecho para seguir disfrutando de mi sensación de éxito.

Grito para llamar su atención. Nadie me escucha, siguen en lo suyo. Es ridículo, pero se me ocurre llamar a Chris por teléfono para ver si se da cuenta de que estoy ahí. Lo miro al lado mío contestar. Dice que no puede verme. En ese momento todos los objetos del lugar son visibles para mí al mismo tiempo, es como si mi ojos estuvieran encima de cada uno de ellos. El poder de la adrenalina logra estos efectos.

No tiene sentido que siga ahí. Pego un salto para alcanzar el suelo y correr hacia la puerta. Afuera me inmoviliza el aire helado. No recuerdo esa temperatura cuando entré. Mis ojos no se acostumbran a la falta de luz. Con la linterna del celular alumbro mis pasos. Mis pies se hunden en la nieve, no reconozco haberla visto al entrar. Necesito encontrar la ventana para ver si desde ahí consigo que Chris me mire. Avanzo de espaldas a la pared procurándome un soporte para evitar caerme. Con una mano en el celular y con otra a tientas voy tocando la madera hasta poder identificar los vidrios. He alcanzado el lugar que busco y poco a poco muevo mis piernas en círculos para cambiar la dirección de mi vista hacia el interior de la casa. Lo que miro en el interior, lo que mis incrédulos ojos observan, lo que mi mente hasta el día de hoy no puede entender, lo voy a tratar de explicar de la forma más simple. Adentro, en esa misma habitación, en la silla en que hace unos minutos estuviera sentada, rodeada por las mismas personas, me encuentro yo. Sí, yo misma. Chris sostiene sus tijeras y corta mis cabellos mientras entre risas vuelve su mirada hacia los otros. Toda la escena es igual, excepto por un detalle: esa Yo sonríe con todos sus dientes, no falta ninguno.

 

Silvia Peraza Sánchez. Es una autora novel. Hace algo más de un año
inició algunos talleres de escritura creativa y como producto de ellos
ha escrito varios relatos. (Lee otro relato, en Almiar, de esta autora).

📩 Contactar con la autora: speraza [at] gmail.com

 

📷 Ilustración relato: Fotografía por kshelton / Pixabay [CCO dominio público]

 

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Revista Almiarn.º 85 / marzo-abril de 2016MARGEN CERO™

 

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