relato por

Jesús Greus

 

L

levaba tanto tiempo con barba, que había olvidado mi propio rostro, el mío, el verdadero. Decidido a redescubrirlo, me aproximé aquella mañana al espejo. Estaba solo, pero sentía una timidez impropia del momento. Tenía la sensación de estar a punto de repetir un ritual milenario, que ya habían practicado hombres civilizados del pasado. ¿Sintieron ellos entonces la misma aprensión que yo ahora? Lo juzgué un pensamiento ridículo.

Dispuesto a llevar a cabo mi resolución de afeitarme, extraje de un estuche rojo unas pequeñas tijeras de hojas curvas. Con cierto escrúpulo, las empuñé y aproximé a la barba entrecana. El primer tijeretazo, más bien suave y discreto, fue seguido de un mechón de pelo que se esparció sobre el lavabo. Esta imagen me pareció sobrecogedora, no sé por qué. El segundo corte fue un tanto más profundo, y el tercero, aún más. Al cabo, perdí hasta tal punto mi primitivo recelo, que me enfrasqué ahondando una y otra vez las tijeras hasta la misma carne. La silueta redondeada de la barba fue desdibujándose entre calvas hondas y entreclaras, como un edificio en demolición. Ahora sentía una satisfacción injustificada, acaso un poco malsana, que se avivaba cada vez que hundía las tijeras, poseído por un placer destructivo que no he experimentado a menudo.

Según se deshacía el entramado de la barba, reaparecían los contornos naturales de mi rostro. Absorbido en la meticulosa tarea de podar aquel bosque ya maltrecho de pelo, no había tenido aún tiempo de lanzar una ojeada a mi nuevo aspecto. En consecuencia, fui ajeno al drama que se avecinaba casi hasta el último momento. Cuando no quedaba de la barba sino una fina alfombra pegada a la quijada, apliqué sobre ella abundante espuma y me dispuse a finalizar mi obra. Tras las cuchillas fue abriéndose un pasillo de piel limpia, pálida, tersa. Una vez que el lado izquierdo quedó exento, un hecho inesperado llamó mi atención. ¡Aquéllas no parecían ser mis facciones de antaño! Me sugerí, para sosegarme, que se trataba de un efecto momentáneo. Acabé con presteza de afeitar el lado opuesto, y permanecí estupefacto ante la efigie del espejo. ¡Aquél no era mi rostro!

De algún modo inaudito, mis rasgos se habían trasformado bajo la barba a lo largo de tantos años. Mi rostro se había transmutado en otro diferente. Esta espantosa revelación me llevó a pensar que, por absurdo que pudiera parecer, había olvidado mi propia cara. Para cerciorarme de ello, recorrí uno a uno los rasgos que el espejo insistía en reflejar. Tuve que reconocer con horror que nunca había tenido los pómulos tan pronunciados, ni los labios tan gruesos, ni la mandíbula afilada. A estos se sumaban multitud de detalles que más tarde percibí mediante un análisis minucioso y morboso. El conjunto de aquellas facciones era aterradoramente distinto de mí, o de lo que yo recordaba de mí mismo.

Desvanecido el estupor de los primeros instantes, le siguió una serie de pensamientos irracionales. Me sentía aturdido ante lo inexplicable de la situación. Una y otra vez escudriñaba, con reiterada repugnancia, aquel rostro aborrecible. ¡No era yo!, me repetía. ¿Qué pensaría la gente cuando me viera? ¡No me reconocerían! No podrían saber que era yo mismo. Solo mis ojos, mi mirada ávida ante sus reacciones, mis ademanes o mi voz, podrían acaso proporcionarles la clave de mi identidad. Pero yo sabía que seguía siendo el mismo. Me identificaba con mi nombre, con mi personalidad, con mis circunstancias. Si ya nadie me reconocería jamás por culpa de mi cara transformada, ¿quién pasaría a ser? Tal vez, consideré resignado, debiera adoptar otro nombre, otra vida, otras ocupaciones.

Pero, aún en ese caso, me identificaba con algo más abstruso y perenne. Algo que no podía cambiar. ¿O quizá sí? Si mi aspecto se había transfigurado de aquel modo terrible, ¿cómo lograría comunicar a mis semejantes esa identidad que yo reconocía como mi propio ser? Peor aún, nada me aseguraba que esa entidad interior pudiera ser reconocida por nadie extraño a ella. Tal vez, concluí con desesperación abisal, no haya nada ni nadie ajeno a ella. Es una misma identidad en todos, que nos proporciona una falsa sensación de individuos estancos. Un centro vacío en torno al cual montamos nuestro tenderete de vanidades.

«Yo soy yo», me dije mientras escrutaba aquellos rasgos insólitos que componían mi nuevo rostro. Y repetí obsesivo: «Yo soy yo… Yo soy yo». Mi propia mirada cobró una intensidad tal, que me abrasaba. No sé cuánto tiempo permanecí así, remachando ensimismado aquella frase desprovista de significado. Solo sé que, recobrado el sentido, no me siento capaz de asegurar, a ciencia cierta, si quien se aproximó al espejo dispuesto a afeitarse era la misma persona que escribe ahora estas líneas. Ni siquiera me atrevería a afirmar que quien comenzó a escribirlas sea el mismo que estampa su firma al concluirlas.

 

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Jesús Greus

Jesús Greus. Nacido en Madrid, es escritor, licenciado en lengua inglesa por el Institute of Linguists de Londres. Ha sido colaborador de los diarios ABC, El Día del Mundo, Diario 16 de Baleares, Libération du Maroc y, actualmente, de la revista digital española Narrativas, y de la inglesa LSD Magazine. Ha trabajado como traductor para diversas editoriales españolas. Como conferenciante, ha sido invitado por el Institut du Monde Arabe en París; la Universidad de la Sorbona; la fundación Le Monde autour du Livre, en Burdeos; el Centro de Estudios Luso-Árabes de Silves, Portugal; la Fundación Arte y Cultura de Madrid; la Universidad de Marrakech, etc.
Ha sido gestor cultural del Instituto Cervantes de Marrakech, ciudad donde reside actualmente. Es, asimismo, autor de los guiones cinematográficos Snapshots from Marrakech y The City of Flowers, ambos en proceso de preproducción. Es autor de:
Ziryab (Editorial Swan 1988). Novela ambientada en Córdoba en el s. IX. Éditions Phébus, Francia 1993. Editorial Entrelibros, 2006.
Junto al mar amargo, Hakeldama Editor, 1992. Novela.
Así vivían en al-Andalus, Ediciones Anaya, 1988. 13 reimpresiones. Nueva edición revisada bajo el título Así vivieron en Al-Andalus, Anaya 2009.
Claro de luna. Obra poética.
De soledades y desiertos, Ediciones La Avispa, 2001. Teatro.
Laberinto de aljarafes. Editorial Sirpus, 2008. Relatos.


Contactar con el autor: jessgreus [at] gmail [dot] com

 Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

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