relato por
Enrique Adamuz Ruiz

 

E

l chico se levantó de aquel sofá. Algo triste, melancólico y con el pelo alocado. La situación era difícil de explicar. Se levantó en la casa de aquella muchacha que le estaba ayudando a buscar casa. Las cosas, quizás estaban muy frías, no sólo por el país donde estaban sino porque la relación entre ellos estaba empezando a serlo. Para él, aquello suponía el regreso, turbio pero regreso, la segunda parte de su huida y para ella no era nada más que su día a día. Una vida normal mezclada con alguien que quiere huir.

—¿Qué tal te has levantado?

—Bien, gracias.

—Estoy muy orgullosa de tu actitud, alguien en tu misma situación hubiese vuelto y hubiese dejado todo a medio hacer. Estás ahí, con tus pequeñas manos frías, sin casa. Consiguiendo y perdiendo a la misma vez todo. Éxito y fracasos. Estoy al tanto de tu vida.

—Lo sé, gracias.

La chica llevó al muchacho a su habitación, lo arropó y le pronunció palabras que lo tranquilizaron. La situación era muy difícil: se estaba buscando la vida fuera de su país y como toda búsqueda supone a veces estar perdido. Ella tuvo piedad de él a sabiendas que estaba solo.

Tras una hora, pareció que de repente todo volvió a cambiar. Se volvió a levantar el muchacho y esta vez fue él quien cogió las manos de ella.

—Tienes las manos calientes, se nota mucho que eres de aquí. En mi país existe una expresión para estas ocasiones, la gente que tiene las manos calientes…

—Tiene el corazón frío… Aquí también la tenemos, sólo que no es normal, somos fríos por naturaleza al igual que muy disciplinados. Lo debes saber, es tu segundo año ya.

El muchacho sujetó sus manos y las besó, tan calientes estaban que le ayudaron a recuperar la temperatura en las suyas y en la de sus labios, que por el frío, andaban agrietados.

La muchacha quizás algo fría, aunque no lo reconociese, a veces era de corazón caliente.

Aprovechó ese momento para besarlo. Siempre aprovechaba cualquier momento a pesar de la negativa. No fue la primera vez que ella lo intentaba.

—Estarás bien, ¿vale?, te voy a ayudar hasta que encuentres casa, tienes la mía pero… ¿hay qué pensar en mí no?… No te quiero hacer daño, no quiero que me hagas daño, esto lo he vivido antes.

—Lo sé, yo opino igual, en serio. No me tienes que ayudar, quiero demostrarme que puedo, que aunque no sepa polaco puedo aprender en tiempo récord, mírame a veces hablamos en polaco que aunque sea a base de señas nos entendemos en tu idioma. Estoy harto de que la gente se meta conmigo porque soy malo en matemáticas. Entiendo tu situación, la mía y de verdad, gracias por todo, pero no te preocupes, estaré bien y te lo haré saber. Sólo dame unas semanas más para pensar y organizarme, organizar lo que siento, lo que pienso. Esta situación me está volviendo loco. No te puedo decir que esté enamorado de ti todavía, he perdido alguien importante en mi ciudad y ando bastante confuso, no te puedo besar, no me puedo arriesgar.

La chica por unos momentos comprendió pero al segundo desistió con un  «no puedo».

Ese «no puedo» fue bajar de una nube a la que ella seguramente se estaba subiendo por él pero que él no estaba con ella. Aunque también esa frase supuso ver cómo el miedo invadía la relación, cómo la valentía de todo un verano se estaba esfumando en un segundo. El amor entre culturas diferentes es más difícil de lo que parece.

—Lo siento, no puedo más.

—¿Qué ocurre?

—No lo sé, sólo mírate, no te has mudado del todo de tu país y no llevas aquí ni una semana y estás hecho polvo. No paras de replicarme que quieres ver a tu madre, que necesitas de tu amigo, que te maldices cuando piensas que elegiste este camino ¿de verdad te crees que me gusta verte así?, no me quiero imaginar si lo nuestro sigue adelante. Ni yo te veo en Polonia ni yo me veo en España, es distinto. ¿Te acuerdas de la escena del tren? Lo pasé realmente mal. No quiero volver a repetirla, por favor.

—Entiendo, aunque no me creas, opino igual que tú, espero que entiendas ahora porqué no te besé el otro día. Tengo miedo y a la misma vez me siento a gusto contigo.

La muchacha comenzó a llorar y empezó a explicar sus historias pasadas con: que le habían herido, que le habían hecho mucho daño y que esta vez no quería dar el paso.

Él simplemente pudo respirar hondo, pedir perdón por los besos no dados, tranquilizarla en su abrazo dándole esta vez las palabras que te tranquilizan. Ella, sin embargo, no pidió perdón, simplemente empezó a desatar la llama de la frustración. Golpeó el pecho del muchacho, lo cogió de la cara y dejó que la fuerza que quema cualquier corazón inocente quemase al del muchacho y al de ella misma.

«Todas las cartas que te envié no significaron nada, olvídalas».

«Déjame, desaparece».

«Explícame porqué éramos felices».

«Me da igual, concéntrate en tu vida, en escribir, en vivir en tu amado país pero por favor, no me tengas para sólo sexo».

La gran frase que le hizo daño al muchacho. «No me tengas para sólo sexo» cambió todo.

Nunca hubo noches de sexo sino de pasión, de la unión de dos personas y de la ilusión que surge cuando comienza alguien a romperte el corazón.

El muchacho se acercó a la ventana y miró el paisaje de la bella Cracovia. Comprendió que estaba perdiéndola, era una pérdida más en la batalla por huir. Era la segunda pérdida que podía contar desde que llegó. La estaba perdiendo porque el sentimiento, cuando se le añaden las pizcas de frustración, se enturbia de un color áspero que mezcla una situación de querer besar pero que a la misma vez es de ser mayor —pararte a pensar y saber que no estás en la mejor situación para dar un beso —. Quizás había madurado más de lo que creyó él en ese mes. Mientras salía la lágrima soltó un:

—Ojalá entendieses todo lo que escribo.

—Lo sé, me encantaría saber cómo escribes, aprender español para comprender y leerte, ni te imaginas cuánto. Comprende que la verdad de tu verano me ha hecho daño, me ha devuelto el pensamiento de «no vuelvas a caer en el mismo error». No dudes que te ayudaré hasta que encuentres casa pero después de eso… tengo que cuidar de mí misma.

—Vale, significa que te irás. Lo aprendí hace mucho. Sólo decirte que me encantaría cuidar de ti, enseñarte mi país, enseñarte mis costumbres y ¿por qué no? Más de una vez soñé con enseñarte español, incluso de hacerte la proposición de que vinieses para siempre, que yo iba a cuidar de ti, ayudarte, rescatarte y estar media vida pendiente contigo. Eran y siguen siendo los sueños que tuve un día. Ahora sólo pido perdón por todo lo que ha ocurrido este verano. No te voy a pedir que me esperes a que se normalice todo, no te voy a obligar, es tu decisión.

La chica no pudo esperar. El chico necesitaba esperar y los caminos se bifurcaron.

Y saliendo de aquella casa, el chico sabía que iba a ser una de las últimas veces que iba a verla. El amor es así, salir por una puerta para irte corriendo a tu cama a llorar.

Cogió el tranvía con dirección al centro. Él seguía pasando frío y quizás fue por las casualidades que trae el mundo con nosotros, sintió sus manos frías de nuevo y recibió un mensaje de ella:

«El día en que tenga las manos frías, te lo haré saber, tq».

 

arabesco relato miedo frio

enrique adamuz ruiz


Enrique Adamuz Ruiz
. Es natural de Córdoba, pero actualmente se encuentra acabando su carrera y trabajando en el extranjero, concretamente en Cracovia. Su tiempo libre lo dedica a escribir. Ha publicado el poema Libertad en el libro Poetas del 15M.

🔗 Web del autor: See you in memories (http://readinglost.wordpress.com/)

Ilustración relato: fotografía por Pedro M. Martínez ©

 

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