poemas por
Axel Ulises Vite
Se me ocurren al menos treinta maneras distintas
para enloquecer tus nervios;
por ejemplo, tocar la guitarra somnolienta de tus muslos,
desde el alba hasta el anochecer y sin seguir las prescripciones
de la estética;
navegar por tu espalda en la búsqueda de nuevos territorios
donde pueda alzar mi propia bandera (fundar capitales
y puertos para que arriben la Luna y sus insectos fosforescentes);
sembrar en tu cuello distintas variedades de besos:
besos girasol, besos alcachofa,
besos colibríes, besos felinos, besos con un periodo de traslación de
4.5 segundos;
recolectar una a una tus sonrisas,
exprimir su jugo y dejarlo añejar al lado de una tarjeta postal
hasta obtener el licor más dulce,
aquél con un aroma semejante al de la madera de Valparaíso
en que aún reverbera el primer idilio del Invierno.
Y, sin embargo, ninguna funciona tan bien como decirte al oído:
«Sólo yo conozco la razón por la que se abren tus ojos».
Ahora voy a decirte algunas verdades del mundo:
en Central Park los pájaros son auténticos poetas;
hay ojos que poseen la fuerza gravitatoria de la Luna;
el atardecer en abril, más que rojo, es rojo fragmentado;
los niños aprenden a hablar cuando escuchan la voz de los astros;
y la última:
el primero de junio, que es el día de los insectos veloces,
mis besos te cubrirán
como un manto de rosas taciturnas cuyo
oficio es recitar, por las calles, los más hermosos poemas
que se han escrito (quizá en honor de la Belleza)
para calmar las ansias locas de los aduaneros y los vendedores de seguros,
de los curadores de arte y de los diputados.
Tú lo sabes,
son frescos como los tatuajes que he puesto en tus piernas:
testimonio de un amor que nos corona;
precisos como la aurora que recorre tu zona cero, otorgándole
otras corrientes marinas.
Y bajo ese hechizo que ni los astros
ni los locos columpiándose en los semáforos conocerán,
será suficiente el roce de tu cuello
con mi vista de halcón meditabundo
para encandilar el cielo y colmarlo de fuertes conceptos:
«Dios», «tierra de palpitación continua», «oropéndolas marinas».
Entonces florecerá, dos o tres minutos, y estallará
como cualquier aleteo en altitud,
como los telescopios recibiendo la luz de las Pléyades,
como la carótida añorando recibir una sangre con más eco;
su bendición caerá sobre nosotros
en forma de amapolas que nos perforarán los ojos
y no habrá mejor manera
de conocer la luz que no sea esa.
II
Luego del impacto no será posible arrancarnos la música
que hace recordar la ascensión de Orión
(ese alto suspiro nos envolverá y nos pondrá al tanto del mundo).
No será posible apagarnos bajo la lluvia de Estambul:
nuestros brazos restallarán como el carbón que sigue alojando
en su pensamiento la altilocuencia del fuego.
Cada cual alimentará una pulsación distinta
y un ritmo de cuerdas anunciando la apertura magistral.
Mi cuerpo contra tu cuerpo
será la colisión de la gaviota contra el océano;
tus venas y mis venas conducirán al mismo sitio;
tu sexo será mi boca y yo hablaré con la elocuencia de los caracoles
subiendo por los correos.
III
Mañana seré el astro errático que te invadirá entre sueños.
Mis labios navegarán cuatrocientas noches en tu espalda,
treinta y cuatro en tus manos,
sesenta y dos en tus muslos (donde hay corrientes más impredecibles);
anclaré al atardecer debajo de tu ombligo
y mis banderas sobre ti
serán estos ojos sembrándote ilusiones quijotescas.
No habrá forma alguna en que me aparte de ti,
porque entonces, sentado en un rincón, podré decir:
«Soy el rojo en tus mejillas impidiendo que los mirlos circulen
por los espacios de tu cuello;
el susurro que se adentra en tu oído para convertirse en grito;
el calor que alza tu falda;
el alcohol que humedece tus pechos
y los vuelve más frescos que la pasta dental;
el concepto, hermoso como una brújula,
que recorre tu océano interior».
Y entonces, ya no sabrás olvidarme.
Cuando una mujer «Y» besa, en la mañana o a medianoche,
ya sea en París o en Porto Fino,
deja caer sus labios a una velocidad de 4 km/s,
libera sus abejas blancas para que muerdan cada centímetro,
y luego repara los daños untando algo de ella
que es todavía más dulce que una hoja con rocío.
Y sin embargo, tú no besas así, ni en la mañana ni a medianoche,
ya sea en París, Porto Fino o Mendoza.
De hecho, me atrevería a suponer,
con la determinación de un loco derribando
viejos conceptos del diccionario,
que tus besos no son los de una mujer «Y».
¿Cómo podrían serlo?
Ah, besas como la aurora cuando recién ha bebido de la última estrella
y por sus labios se escurre, eróticamente, un chorro de luz
que es un analgésico infalible para el dolor de rodilla.
Tus labios son la prueba inexpugnable
del infinito amor que se enciende y asciende entre la noche
y sus aves magnéticas
que, poblando maravillosamente el clima,
van dejando sobre la tierra un rastro de su propia inteligencia:
ninguno de ellos cesa al tiempo y su paso de verdugo idiota
el más mínimo de los cantos, ni el más pequeño.
II
He tratado, después de tantas horas de profunda meditación
(he meditado debajo de la cama, sentado en un felino,
envuelto en la mirada de un dios crepuscular),
explicarme la naturaleza de tus labios, su composición mineral:
pétalos de rosa-noche que navegan por mis hombros
o se adentran hasta mis riñones buscando dónde madurar;
reminiscencias de una Tierra que eleva su temperatura
según la proximidad de la Luna.
Tus labios también pueden manifestarse en lluvia:
cada gota se precipita zumbando como una flecha.
En abril tienen un quehacer de manto para los náufragos:
caen sobre mi frente
y nutren el vocablo estridente
que se levanta en mí.
Sí, en el tiempo que no es tiempo, tus besos son mi cura:
alcohol para hacerme soñar.
Sin embargo, a veces también son mi enfermedad.
III
Si es otoño, en cuanto oscurece, tus labios rompen el sello
de Europa: empiezan a brillar y parecen diamantes
a punto de adornar el cuello de una ninfa que sale a pasear
presumiendo sus tacones.
Un beso tuyo es un puntapié para despertar
y abrir los ojos después de años de extravío;
una batalla aérea,
un ejercicio matemático donde se requiere la mayor
precisión posible.
IV
En verdad, hoy te digo
que tu boca es donde mejor florece el canto de las sirenas
protagonistas de los cuentos que me invento al dormir.
Definitivamente estás lejos de ser mujer «Y»:
eres una diosa encubierta
gozando el mundo y sus alrededores
por medio de tu boca.
Pd.- Es tu boca y el sexo de tu boca,
su oficio desconcertante y misterioso,
aquello que descontrola mis nervios.
«Mi nombre es Axel Ulises Vite Navarrete. Nací el 4 de octubre de 1990 en la Ciudad de México. Actualmente estoy en vías de obtener el título como licenciado en Pedagogía por parte de la UNAM. He colaborado con las revistas digitales Letralia Tierra de Letras, Palabras Diversas, Revista Astrolabium, Cofibuk, Revista Almiar, Portal de Poesía Contemporánea y Revista Revarena. Soy ganador del concurso «Me gusta leer 2014», evento organizado por el grupo editorial Penguin Random House. Desde el año 2013 formo parte de la Red Mundial de Escritores en Español (REMES) y en mayo de 2014 publiqué El escarabajo y el jilguero (poesía) bajo el sello de Litera Editorial.
Gestiono mi propio blog donde publico poesía, cuento, fotografía y dibujo: vidaderubensolsticio.blogspot.com».
Contactar con el autor: hephaestus_ap1310[at]hotmail.com
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🖼️ Ilustración relato: Fotografía en Pxhere [dominio público]
Revista Almiar – n.º 84 | enero-febrero de 2016 – MARGEN CERO™
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