relato por
M.ª Jesús Escobedo Barrera
E
ntre cubos de basura, un ángel lloraba. Era una mujer, con el cabello largo y rubio casi transparente de tan claro, con los rasgos de su rostro delicados y suaves. Un muchacho entraba corriendo en el callejón, huyendo de los compañeros de clase que querían darle una paliza. Para esconderse se metió entre los cubos casi encima de ella. Fue entonces cuando la oyó llorar. Olvidando a sus perseguidores le puso una mano en el hombro y le preguntó:
—¿Por qué lloras?
Ella alzó la cara y lo miró directamente a los ojos. Fue entonces cuando vio sus alas, caídas a los lados como si quisiera que se le desprendieran.
—¿Eres un ángel?
Durante unos segundos no hablaron, hasta que repararon en que no era posible que se estuvieran viendo.
—¿Cómo puede ser? —preguntaron ambos a la vez.
Pareció que el tiempo y el mundo se detenían, hasta que ella volvió a llorar con la cara sobre las rodillas.
Él volvió a ponerle una mano en el hombro, deseando consolarla.
—Aún no me has dicho por qué lloras.
El ángel suspiró.
—Porque pensaba que ser un ángel sería distinto.
—¿En qué sentido?
—En poder hacer más. Poder ayudar, poder luchar contra el mal.
—¿Te refieres a matar demonios y esas cosas?
Ella rio suavemente.
—No, el mal no es sólo eso, aunque me he cruzado con algunos —volvió a mirarlo, con un asomo de sonrisa en los labios. ¿Cómo sería la sonrisa de un ángel?—. El mal son las personas que se desentienden de los problemas ajenos aún pudiendo hacer algo, las que matan o hacen daño por placer, y muchas cosas más.
El muchacho podía imaginárselo, y no solo por sus compañeros que lo maltrataban. Todos los días se veían muchas, demasiadas cosas. Ella siguió hablando.
—Estoy cansada de ver miseria y sufrimiento por todas partes sin poder evitarlo. Nadie ve, nadie oye. Entiendo que a veces uno tiene demasiados problemas para poder ayudar, pero hay gente que no, que simplemente no lo quiere hacer. Que solo viven para sus propios intereses.
—¿Dinero?
—Eso y mucho más. Poder, ambición. Gente que lo que quiere es que otros le obedezcan, tengan razón o no, hagan daño o no. Sea justo o no. La justicia está desapareciendo.
—Sí —contestó él mirando al suelo—. Resulta tan casi tan raro como ver salir una flor del asfalto.
—Asfalto… —susurró el ángel—. Es como si los endureciera… —miró al chico, que aún estaba mirando al suelo. Volvió a mirarse las rodillas y continuó—. El ser humano ha perdido todo contacto con la naturaleza, con sus raíces. Ya no recuerda cuáles son sus orígenes. Y ha perdido mucho a causa de ello.
El muchacho asintió en silencio. Realmente a veces se sentía perdido, como si le faltara algo. Sonrió tristemente al recordar lo mucho que protestaba para ir al pueblo de sus padres y lo bien que se lo pasaba una vez allí. Ahora su padre ya no estaba y ya no iban al pueblo porque a su madre le resultaba muy doloroso.
—La muerte produce mucho dolor —musitó, siguiendo sus pensamientos—. Y eso le recordó la rabia y las dudas que tuvo cuando murió su padre. Miró al ángel muy serio y preguntó: —¿Por qué nos morimos?
—Pensaba que era por un propósito —contestó ella mirando la basura que tenía a su alrededor—. Creía que algunas personas morían para ayudar al mundo desde el otro lado —el chico hizo un gesto señalando que no lo entendía que ella captó de soslayo—. Por eso lo hice, pensando que así podría ayudar al mundo.
El muchacho la miró más detenidamente, tratando de comprender. Un recuerdo acudió a su mente al ver mejor los rasgos de ella, parecidos a los de alguien a quien a veces echaba de menos. Recordó a sus amigos diciéndole aquella fría mañana que una compañera había aparecido muerta en un callejón cercano. Se había suicidado. Esa compañera. Ese callejón.
—Eres tú… —murmuró, sin saber qué sentir al respecto—. Sigo sin entender.
Ella alzó la cabeza y lo miró a los ojos.
—No solo lo hice por eso. Había demasiado dolor en mi vida. No quería sufrir más.
—¿Te dijeron los ángeles que lo hicieras?
Ella lo miró algo ofendida.
—¡No! Jamás harían eso. Ellos aprecian la vida, y sufren mucho cuando alguien se suicida o cuando no pueden aliviar su sufrimiento. Me encontré a uno llorando cuando llegué a este mundo.
Los ojos del muchacho se nublaron. El imaginarse a un ángel llorando lo entristecía.
—¿Por ti?
Ella asintió.
—Era mi ángel de la guarda, que se sentía muy mal por no haber podido ayudarme, por no haber podido evitar mi muerte. Se sentía culpable.
—¿Y por qué no hizo algo?
Ella sacudió la cabeza negativamente.
—No podía, ninguno puede. Han perdido poder, porque la gente ha dejado de creer en ellos. Se han roto las conexiones, por eso no pueden hacer más. Y nosotros tampoco hacemos mucho por nosotros mismos —volvió a mirarlo—. Si una persona no se pone el cinturón para conducir, o bebe demasiado, por ejemplo, ¿cómo puede su ángel protegerlo?
El muchacho calló. Eso era verdad. Su padre no había muerto así, pero sí había oído muchas noticias de gente que se mataba con el coche o que provocaba accidentes por ir demasiado bebida.
—No puedo creer que lo hicieras para convertirte en ángel.
Casi pudo ver cómo el nudo se cerraba en torno a la garganta de ella. Sus ojos se oscurecieron y los cerró.
—No podía soportar aquello. Me dolía y me daba asco. Me amenazaba y yo no tenía a nadie que me ayudara. No quería que me tocara más.
Otro recuerdo, de los rumores que corrían acerca de cierto profesor que abusaba de chicas. Se decía que lo habían procesado una vez por una denuncia, pero además era director del colegio y era amigo de algunos altos cargos del ayuntamiento. La chica aquella había sido expulsada y no se volvió a saber de ella. Así que esta compañera había huido del horror de los abusos.
—Era verdad…
Ella asintió en silencio.
—No era la única. De otros cursos también había, cuatro más. Todas tenían miedo. Yo ya no podía más, y creía que esta era la forma de escapar y de ayudar.
Él sintió rabia. ¿Por qué sucedían esas cosas?
—¡No creo en vosotros! —le gritó—. ¡No hacéis nada! ¡Estamos indefensos!
Ella asintió otra vez y volvió a llorar. Él se arrepintió un poco de haberle gritado.
—Una de las chicas ha podido escapar. Estuve en sus sueños y le mostré una playa. Allí tiene familia. Ahora está con sus abuelos y estudiará en el instituto de allí.
No se había sentido demasiado bien por aquello. Ella estaba a salvo, pero había más y él seguía impune.
—Tan sólo una… —sollozó sintiéndose tan impotente como cuando había intentado ayudar a las demás o que lo castigaran a él.
Él volvió a ponerle una mano en el hombro. No es que no quisieran ayudar. La abrazó y durante un rato estuvieron así, hasta que ella se dio cuenta de que la abrazaba y rechazó el abrazo suavemente.
—No, no me lo merezco.
El muchacho creyó que era por lo que le había gritado.
—Es que, la verdadera razón por la que lloraba… era que no pude salvarte.
La miró a los ojos sorprendido, sus ojos se acercaron hasta que le pareció que entraba en ellos y el azul se convertía un blanco que lo llenaba todo. El llanto de ella se transformó en voces y el blanco en rostros. Estaba tumbado en una camilla. Su madre y sus hermanas estaban junto a él. También había dos personas a las que no conocía, vestidos con batas blancas.
—Está despertando. Démosle tiempo.
—¡Mi hijo! ¿Estás bien, mi vida?
Había lágrimas en los ojos de su madre y surcos en su cara. Le temblaban los labios. Oyó a sus hermanas llorar y le pareció ver que se abrazaban.
Quiso hablar pero le pesaba la lengua y tenía la boca seca. Probó a mover una mano y se sorprendió al verla aparecer ante él, su madre la cogió cariñosamente y con la otra le acarició el pelo.
—Ya pasó todo.
Le explicaron que sus compañeros de clase le habían dado una paliza. Lo habían encontrado tirado en el callejón donde la habían encontrado a ella. Llevaba en coma algo más de un mes y creían que se iba a morir.
—Ella dijo… que no había podido salvarme…
—¿Ella? —preguntó su madre. Sus hermanas lo miraban con los rostros surcados de lágrimas, sin poder creerse que estaba vivo. El muchacho miró a su madre.
—La compañera que se suicidó. Era un ángel.
Su madre sonrió cuando el médico le susurró «efectos de la medicación y del coma». Le dio un beso en la frente.
—Solo ha sido un sueño.
Los médicos hicieron a su madre aparatarse a un lado y empezaron a hacerle preguntas y pruebas. Le pareció ver un destello blanco en la ventana. Miró y vio a la chica ángel sonriéndole sentada en el alfeizar.
María Jesús Escobedo Barrera. Nació en Sevilla hace 35 años. Actualmente reside en Dos Hermanas (Sevilla) y le gusta mucho escribir, aunque no ha publicado hasta el momento. Recientemente ha terminado una novela de fantasía épica.
Contactar con la autora: whiralaisanddanmat [at] hotmail[dot]com
Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar – n.º 67 / enero-febrero de 2013 – MARGEN CERO™
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