artículo por
Mario Rodríguez Guerras
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a simplicidad de la obra de Hopper es lo que ha dificultado su comprensión. El hombre vulgar entiende mejor las cosas complicadas cuando se presentan con abundantes razones que una escena carente de argumentos que se ofrece al conocimiento sensible inmediato.
Su obra suele describirse como un continuo contraste entre el interior y el exterior, razón que avala que sus escenas nada tienen que ver con el vouyerismo. El exterior, representado por la naturaleza y que hace referencia al mundo de los fenómenos que es el responsable de la aparición de la maldad y los conflictos, se opone al interior, que significa el mundo de la sensibilidad y del conocimiento, el mundo de la voluntad individual que sufre los acontecimientos acaecidos en el mundo exterior y que reflexiona acerca de ellos.
Las figuras reflexivas aparecen siempre ejecutadas con pintura pastosa. Con el tiempo, Hopper define su arte y va a plasmar lo social y por lo tanto vano pero evidente, con mayor definición. Como se puede entender, la figura reflexiva es borrosa porque su apariencia no es lo esencial, lo que importa en sus cuadros es la actitud concentrada, un acto interno que parece prescindir de la materia en que se manifiesta esa voluntad que conoce y que no se puede definir con claridad, solo puede ser comprendida por quien siente de la misma forma.
La luz que entra en las estancias, como el viento y el contenido de los libros o escritos que ocupan la atención de sus figuras, hacen referencia al mundo de la voluntad, al mundo real, que se manifiesta en fenómenos y éste se tergiversa en la comunidad, gracias a la razón, de tal forma que la voluntad, la esencia del hombre, acaba por quedar olvidada al ocupar el mundo social toda la atención de los hombres. Solo algunos sujetos son capaces de recuperar el sentido de la vida pero deben hacerlo apartados del mundo social en el que los sucesos impiden atender lo trascendente; sentido que el hombre vulgar (ese objeto que la naturaleza produce a miles, como dice Schopenhauer) no podría comprender y, por esa vulgaridad que le caracteriza, y que resalta como reafirmación de su ser, es preferible no verle cerca de ese mundo ya que procedería a burlarse de lo elevado. El aislamiento del sujeto del mundo social no es realmente físico, es simbólico, la reflexión es un acto interno que puede efectuarse rodeado por una multitud.
Es sorprendente cómo actúa el instinto del artista cuando es un genio, pues ha elegido como manifestación de la voluntad un elemento sensible, la luz; para los fenómenos, un elemento intuitivo, el viento; y, finalmente, para la lógica, un elemento racional, un libro.
En el arte pictórico se distinguen tres tipos, el pintor que ejecuta representaciones; el artista, que ofrece un contenido; y el genio que presenta una creación original y sensible. Hopper es un genio por el contenido que nos ofrece, pero el arte posee otros aspectos y la forma de su obra, aunque sea novedosa, no pertenece a ninguno de los estilos originados en las vanguardias.
Últimas obras
De 1951 es el cuadro titulado Habitación al mar, en la que vemos la habitación de una casa con una puerta que se abre al mar. También resalta en el cuadro la iluminación ya que la luz es el tercer elemento de esta composición en la que parece querer un equilibrio entre las formas de conocimiento para alcanzar una feliz existencia.
Con referencias a esta obra ejecuta Sol en una habitación vacía, de 1963, en la que la naturaleza apenas está representada por una escasa vegetación; la voluntad, mediante la luz; y la razón, se refleja con la casa. De nuevo, las formas del conocimiento del mundo representadas simbólicamente. Hopper, en 1963, con ochenta años, busca una esperanza, que no será la convivencia. En esta ocasión, no hay una puerta al exterior, en su lugar ha puesto una ventana y nos la encontramos cerrada. Hopper parece haber buscado refugio en la razón renunciando al contacto con el mundo —pues el mundo de los fenómenos aparece casi sin representación y aislado mediante la ventana, aunque a través de ella se reconoce su existencia, al cual culpa de los males del mundo— y, si todavía confía en la razón, mediante las sombras en las paredes, nos advierte que todavía quedan muchas cuestiones que afectan al hombre pendientes de resolver.
Como puede verse, el aspecto pastoso de esta obra indica que solo habla para sí y la claridad de Habitación al mar indica que habla del mundo de los hombres. Hopper ya no busca explicar al mundo cómo resolver los problemas de la existencia. Hopper prescinde de todo lo superficial, ya se había deshecho de los hombres, y también se deshace de la fantasía —cosa que otros llamarían esperanza— y, en esa posición que ha alcanzado su pensamiento, solo quedan él y la aspiración a la verdad por medio del conocimiento lógico. Hopper no habla para el mundo, Hopper se encierra en sí mismo, reflexiona y se conforma con saber qué cosa es la existencia.
En 1965 nos ofrece Dos comediantes. En un escenario artificial, con un fondo negro que se va comiendo los restos escasos de vegetación, mostrando de esas dos formas (con la falta de color y la ausencia de naturaleza) la pérdida de esperanza, aparecen dos cómicos que nos dicen que, ante el sinsentido del mundo, contra lo que no existe ningún remedio, solo cabe, para vivir consecuentemente con unos principios en un inevitable mundo colectivizado, la ironía que pone de manifiesto la contradicción entre los fines elevados que se persiguen y los efectos perjudiciales que se logran. ¿Qué es lo que caracteriza a esta obra? La ausencia de la luz —Hopper había comprendido.
En el mundo social no tiene cabida la voluntad. Se habla de ella pero solo porque ha sido introducido el concepto de voluntad en la sociedad, lógicamente por quienes conocían su existencia y fueron capaces de expresar racionalmente sus conocimientos. Pero el hombre vulgar, mejor dicho vulgarizado por la reducción a que ha sido sometido a lo largo de la historia y por entregarse a sus necesidades inmediatas, no puede conocer aquello que no comprende aunque utilice los conceptos con una lógica aprendida que proporciona la sensación a sus iguales de que domina la cuestión.
Entonces, Hopper se percata de que ha estado hablando para sordos y de que todo lo que los sordos pueden hacer es percibir las formas. El mundo es un teatro, concluye el artista, en el que no es posible tratar de la verdad, a la sociedad le basta y le sobra con la apariencia.
Hopper habla del conocimiento y los espectadores solo perciben los acontecimientos. De la tragedia de la vida solo se conocen los actos, y nada proporciona tanta satisfacción al hombre vulgar como el fracaso de los grandes hombres, dando a entender que ellos no se han ocupado nunca del mundo de los ideales porque era una fantasía. En la interpretación del hombre vulgar, la tragedia se muestra como comedia, luego Hopper concluye que la representación podía haberse reducido a una tragicomedia, por eso, los rostros de los actores están tristes aun cuando son unos payasos que debieran trasmitir, sino felicidad, sí alguna alegría.
Hopper entiende que los esfuerzos que ha realizado para trasmitir un mensaje han sido vacuos pues nadie ha captado el mensaje, solo la apariencia. Los actores se despiden de su público, pues ese cuadro es su despedida del teatro del mundo y de la vida social, lamentando haber sido incomprendido, pero saluda al respetable ¿Realmente debe respeto a un público tal? Ni mucho menos, su gesto es una ironía —para honrar a los necios. […/…]
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🖼️ Imágenes:
(Inicio) Girl at Sewing Machine, Edward Hopper [Public domain], via Wikimedia Commons | (En el cuerpo del artículo) Nighthawks (1942), Edward Hopper [Public domain], via Wikimedia Commons.
Contactar con el autor: direccionroja [at] gmail [dot] com
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Revista Almiar – n.º 69 | mayo-junio de 2013 – MARGEN CERO™
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