por
Ruth Ana López Calderón
Aquí estoy con la máscara cubriendo el rostro
para no espantarte, para que no salgas corriendo
¡cuán débiles son las carnes desgarradas,
como seda atrapada en espinos blancos!
Y sus hilos trémulos,
y la humedad de los ojos, buscan con ansias tu imagen,
y me aferro para no caer en el vacío, en el lóbrego agujero
que succiona mi esqueleto
y siento frío
y desespero
y la soledad corroe los pensamientos,
y la tristeza, ¡sí!, la tristeza adherida al aliento
empaña el espejo donde veo al espectro
las pesadillas asoman, el temblor acaricia los dedos
el viento viene a jugar
con el fantasma de los cabellos, jirones del alma
vuelan esquizofrénicos, vuelan y se retuercen: culebras
intoxicadas con su propio veneno
¿dónde están los cabos sueltos?
agitado el pecho convulsiona
y lágrimas bañan el rostro
inundan los ojos que te buscan en el firmamento ficticio
una voz sofocada grita desde el interior
y las manos aladas tapan la boca
—es la conciencia que emerge de su grieta—
y exasperada clama:
¿sabes lo que es ser mujer y no poder serlo?
y la lucha infernal comienza
y la lucha terrenal no acaba
no reconozco lo que muestra el espejo
esos ojos hundidos, mustio el semblante,
la palidez de la muerte
y su alarido
y de pronto el corazón salta, en el cuerpo de otro,
y te leo de nuevo, te siento cercano,
eres el único que despavorido no huye,
el único que conoce la locura palmo a palmo
la luz apagada de los ojos te mira
y del corazón brotan pétalos negros
como la noche cubre con su manto la vida
la sombra luminosa del abrazo sale a tu encuentro
y quedo ahí fundida con el eco silencioso de tus palabras
con el arrullo mudo de un no se qué
que espero.
ALGO EXTRAÑO
Algo extraño
tú, yo, jeans por el suelo
y la dulzura
y el desenfreno de tus manos
y tu aliento, encallados
en cada surco de mi cuerpo
algo extraño
tú, yo, el vórtice de la vida
que absorbe dos esqueletos
y tu risa circunda la pena
y tu alegría doblega la nostalgia
el placer, la dicha, palpando las manos
algo extraño
tú, yo
y este amor que es reliquia
quemando la sinrazón, ahuyentando el ego de la agonía
y ahí, ahí está, lo veo, lo siento,
es el instante perfecto
y algo extraño
tú, yo
y el despertador pone fin al sueño exquisito,
y salgo
y tú permaneces dentro.
y el despertador:
son las 5:30 a.m
son las 5:30 a.m
son las 5:30 a.m
son las 5:30 a.m
SÁBANAS
Mudos testigos, las sábanas blancas,
de clandestinos encuentros,
consumidas en pasiones
se hacen perpetuas en entregas:
lobas insaciables devorando cuerpos
aúllan a la luna cuando colgadas.
Aroman vino y sangre, glorian sin culpas,
jadean empapadas de lujuria, y de hiel y de miel,
trenzados hilos vivientes,
ignoran
temblores, gemidos, rasguños, o desvelos.
Estampadas en manchas insepultas
de oscuros y divinos secretos, rezan destempladas
al unísono
los misterios gozosos del rosario de la vida;
van a la deriva en
silencios / remordidos,
paraísos / calcinados
y polvo sacrosanto:
y sus adictivas pasiones,
sus pasiones enfermizas, dan rienda suelta
a tormentos buscados, a perfumes y licores
y sus delicias, ¡Oh!, ¡sí!, sus delicias.
Nada es suficiente:
la eternidad es un mísero fragmento del tiempo,
mientras ondulan,
y deslizadas, fundidas y confundidas absorben
el elixir de la vida
en húmedas fosas y el placer
y la dicha y el dolor
crispan sus fibras.
Sábanas blancas, musas quietas,
esperan la noche para volver a la dicha:
cómplices en madrugadas,
intercambian alientos, susurros y delirios,
y el desgaste llega llorando desengaños
y sus harapos tirados en un rincón
donde no escuchan de amor nuevas promesas
ni el alcohol las embriaga con dulzura:
donde mueren bajo el peso de sus historias
y no vuelven a enamorar, sus ya gastadas pieles, la lujuria.
MIGAJAS
Adentrado en los extramuros
alejado de los intocables y sus festines,
escarba los desperdicios, busca migajas,
unas migajas para mitigar el hambre.
Y sus sueños…
¿dónde están?
Tal vez en las astillas
del pupitre que endulzó su infancia, en las escasas hojas de un cuaderno,
y el pedazo de lápiz sin goma de borrar.
El aire lo envuelve en desprecio y abandono
y la soledad desquicia sus harapos:
No hay futuro en sus noches sobre el pavimento sucio.
Ruth Ana López Calderón. Nació en Sucre, Bolivia, el 10 de febrero de 1968, es secretaria ejecutiva y enamorada de las letras. Desde pequeña sintió el llamado del arte en varias de sus facetas, el ballet, el dibujo y la escritura, pero no siguió ninguna de dichas inclinaciones artísticas; apenas escribe poemas desde agosto de 2010.
@ Contactar con la autora: anilopez20032000 [at] yahoo.es
Revista Almiar – n.º 61 / noviembre-diciembre de 2011 – MARGEN CERO™
Comentarios recientes