poemas por
Gonzalo Maire
Llevé mis pies a andar descalzo, a pisar sin memoria
el susurro que dejan las ramas caídas, a oír
por primera vez el seco latido que los árboles hacen al amanecer,
pero en cambio, allí tú
como una provincia nueva,
te hallé en la claridad buscándote, oscura en el fondo súbito,
propagando sin límite las ovejas mansas remotamente de su hora,
y tejida eras como un viento de maíz, la infinidad silvestre,
como los ojos del bosque y el peine del otoño;
y es que eso me pareces, en eso estallas,
e interminable y dicho,
te conocí y ahora vuelvo
desnudo sobre la hierba,
a respirar el aire que tiene labor de costurera;
y trabajadora entre el origen y el sueño,
desde la distancia crepita el nombre en que te bautizaron,
y que es extensión de guitarra,
y es luz de eucalipto
y es fruto oscurecido
y es la voluntad de las manos en la greda.
Parecido a un crucifijo sobre la tierra, echado, desnudo, puedo sentirte a lo lejos
cómo subes en el cielo volantines con enredaderas de julio,
y con trigo de día,
y con trigo de noche,
muchos son los puños que los sostienen en lo alto, y desde luego,
y entonces,
en tu alma se definen como de rosas dormidas
para que las habites tú,
y seas tú quien colme desde ellas la gran pizarra de agua,
que es la Argentina de piedra, la patria del Locro, de las coníferas,
de la uva,
de la Pampa sonora.
A mi lado
la hierba se curva parpadeando, y me parece que en tu iris estuviera contenida,
dirigida por entre raíces circulares,
mientras que la tierra continúa con su propósito ya sin mí,
y no da tiempo para cambiarme las estaciones, sino tan sólo para describir
el pájaro de agua
que vive esperando
su corazón cortado,
hallado inmenso, y como si sangrara entre las estrellas, con un tranquilo silencio
verde.
Cierro mis ojos
como si me acompañaras en los sueños de la mano,
y allí me quedo, olvidado, extraviado, empapado en el más profundo infinito
y separados recorremos
la forma de los brotes colgando de los árboles, las nubes con sus cerezos crueles,
cayendo
en los edificios blancos, la fruta nocturna
del cemento en que florece la lluvia,
porque en sueños o verdad,
la hierba pura
tiene la dirección doblada, la determinación del Sur en sus hijos,
donde las manecillas del reloj son misericordiosas,
y vienen a buscarnos, de pronto, para que no olvidemos que solamente juntos,
Ser
es construir y devorarnos como de una elegante metáfora, pero no por siempre.
Todo es tan diáfano,
y es que en toda tu alma las cosas tienen una quemadura y un golpe de cisne
que me dejan un rastro, un mensaje a los que vienen,
a los que me leerán al nacer,
y no dice más que tiempo,
más que sombras frías, y sueños, y espesuras, y minerales y agua y flores azules
consumiéndose lentamente
adentro de mi boca.
Un perro mueve su cola a los pies del universo,
las libélulas pintaron las alas con clarividentes, y porque el mundo
hoy
está muy claro.
(De Caleidoscopio hacia el Sur, 2014)
Tosca elegía
Como gastadas ruedas de un conductor loco,
el horizonte herido se llena en todas las botellas, y el andante bebe su desestimado camino./
El humo denso viola un cigarro de la boca, y luego lo escupe en un corazón hosco.
Canta un grito oscuro en la retina,
y una fotografía se desvanece entre la basura.
Maniquíes estrujados por la noche, neumáticos con rastros de semen;
larga poesía entre mujeres con sus canastos de tumba fresca,
bocas reventadas por órganos extraños,
servilletas forradas de nombres inconclusos, y demasiados sentimientos…
Los sueños me parecen una constante cavilación de girasoles negros
y una soledad que mide su cáscara en resonancias suicidas.
Oh, distante fuga, anchura desconocida del mundo,
éste es un viaje arrebolado de mí, y mariposas de carbón.
Soy tan quebradizo y eterno como la madera, como el otoño.
Miro al cielo con un hollín en mi alma, y mi pecho abierto desde donde nacen larvas
que se ahogan con un pozo entre la inmensa noche.
Un graznido a lo lejos se muere, y una estrella se pudre.
No hay culpa, ninguna culpa,
sino un canto de desesperanza, la luz marchita.
Sólo queda perderse en uno mismo, y lamentarse en una rosa de contradicciones.
La sombra de una cama estremecida espera, deshojada de su ser,
contrayendo una orilla peluda, crecida de alas y secretos,
orinando un manto de oscura niebla y rojo atardecer.
De una habitación sin mundo,
un par tetas redondas tientan el aire, la blanca entrepierna atravesada por ampolletas azules/
y la piel restante se expande sin un sentido, fluyendo, sin un mayor preámbulo.
Yo no reconozco ningún rostro, ningún amor.
Tan sólo advierto un funeral de muñecas, embudos y lágrimas que gimen mi nombre
en las posiciones de una primavera seca, y sin embargo, de muchos frutos.
Risas agudas se confunden con la infinita tristeza.
Las vejaciones tienen un espacio entre las aves, y el lugar más sucio de una mujer
abre su catarata para un fuego brusco, sin sonido, ilógico, grotesco, maravilloso
como es estar perdido entre un campo de algodones usados y tibias soledades.
Hoy, el violín rojo eyacula sus campanadas
en la iglesia más alta de la tierra.
(De El hombre horadado, 2013)
Silbido de tren
Amanece,
y todo es vasto, infinito, como la luz de una copa quebrándose,
como el amor que aplasta con dolor su extensión metálica,
tembloroso cortejo de la vida que termina en las maestranzas,
interminablemente roncas y espesas para mí.
Y desde el sol que sale de las semillas,
la tierra se excede igual que un trigo con palabras, su tiempo perdido,
pero yo, que amando y amando sus brillos indomables
en la triste lejanía de cada estación, de a poco,
en el intertanto de ir escribiendo y viajando por tu cuerpo solitario,
me voy quedando solo.
Solo y simple como un riel que fue pobremente abandonado.
Oh, si tal vez, si tal vez, si otros fuéramos los que somos,
si otra fuese nuestra vida, las circunstancias de nacer y de tocarnos,
otro el color de las mariposas dormidas por el otoño en su dorado día,
y otro el agua que ahoga los océanos en la soledad de los faros,
yo hubiese dejado a la poesía germinar y vivir sobre un tren muerto,
y mi amor caería tumbado desde una vieja rueda de carguero,
que prescrito de todo rostro y de todo beso feroz, de toda culpa,
viaja entre la noche vasta izando y rodando con sus tristes pañuelos,
igual a una lámpara enterrada, igual que un agua estancada,
y un silbido que a lo lejos me evoca a ti, sobre la hora dolida
que llora su estrella más oscura.
(De Así fue como vivimos, 2012)
Gonzalo Maire (N. Santiago de Chile en el año 1987) es poeta, Licenciado en Artes con Mención en Historia y Teoría del Arte (UCh, 2011), y en la actualidad está finalizando sus estudios del Doctorado en Filosofía Mención Estética y Teoría del Arte (Uch). Su perfil está en la investigación y la docencia sobre el Arte Universal, con un énfasis en Arte Asiático (japonés), además de la exploración poética. Dentro de su experiencia profesional, se ha desempeñado en el área museal y la ejecución de proyectos culturales con fondos públicos.
Conjuntamente, ha realizado ciclos de charlas y ponencias en el marco de exposiciones, encuentros académicos y congresos sobre cultura y arte asiático. Como poeta posee publicaciones en Chile y Argentina. Entre sus obras se encuentran Bajo cerezos en flor (MAGO Editores, Santiago de Chile, 2011), Caballos planetarios (Editorial Rove, Buenos Aires, Argentina, 2012), Así fue como vivimos (Editorial Rove, Buenos Aires, Argentina, 2012), El Hombre horadado (Editorial Rove, Buenos Aires, Argentina, 2013) y Caleidoscopio hacia el Sur (Editorial Rove, Buenos Aires, Argentina, 2014).
🖥️ Web: La casa de té (http://gonzalomaire.blogspot.com.es/)
@GonzaloMaire
📔 Poemario: Caleidoscopio hacia el sur (Ed. Rove: www.editorialrove.com/index.php/ biblioteca-menu/ficcion-menu/poesia-menu/ 977-caleidoscopio-hacia-el-sur)
Ilustración poemas: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar – n.º 80 | mayo-junio de 2015 – MARGEN CERO™