relato por
Carmen Pita

E

l día se enciende con la fuerza de la vida nueva: la primavera ha llegado. Blanca pasea entre el ir y venir de la gente que sabe dónde va y le pone sentido a cada paso. Huele a aromas recién brotados. Sin embargo, ella parece disociada de la maravilla que la rodea. Absorta en lo suyo, no lleva rumbo y cree que tampoco destino. Está agotada y busca un lugar donde descansar. Mira en derredor y localiza las escaleras de piedra que bajan al mar. Decide sentarse y permanece, inmóvil, con la mirada perdida. Nada le interesa, ni siquiera es capaz de pensar. Bueno, pensar sí, pero solo en lo que la tiene en vilo últimamente. No se cree lo que le han dicho. No, a ella no; esto siempre les sucede a los demás. «¿Por qué a mí? Seguro que es un error, y quedará en nada. ¿Y si no fuera así?, y se cumplieran los peores pronósticos. Ay, tendré que contárselo a Alberto y tomar una decisión, o quizás no. No quiero preocuparlo y tampoco dar pena. ¿Qué hago…? ¿Qué debo decidir si…?». Contempla el mar repleto de luces insultantes, inmenso y azul. Hay gente, quizás cerca, oye reír; ¿cómo pueden…?, ¿cómo pueden ser ajenos a su desgracia? ¿Cómo puede el día lucir así? Casi es una provocación. Recibe un golpe bajo y la vida gallardea su belleza. ¿Cómo puede…?

Anochece, debe volver a casa, organizar sus ideas y decidir. Suena el teléfono, es su madre para preguntarle cómo está; le propone que vuelva con ellos una temporada, hasta que se solucione todo. Esto a Blanca la hunde, siempre ha luchado por ser independiente: su trabajo, su casa, su chico, su vida… Pero, ahora, todo se trastoca. Sus amigas le aconsejan lo mismo, es lo más sensato; además, temporal. Luego la vida volverá a su cauce. Siempre que ocurre un revés, una desgracia, pensamos que será transitorio, un paréntesis. Pero, ¿y si no lo fuera y se instalara el mal para siempre en nuestras vidas? ¿Estamos preparados para ello? Blanca sigue martirizándose con estos pensamientos. «¡Aún no he cumplido 30 años y este mazazo!».

A su madre le contesta que prefiere seguir viviendo sola. Únicamente, en el peor de los casos volvería al domicilio familiar. Y sucede. La Anatomía patológica dice lo que nunca nadie quiere oír. El médico le habla con tacto y sensibilidad; pero no puede evitar que a Blanca le caiga el mundo a los pies, ¿o es ella quién cae del mundo? Sin saber cómo ni por dónde llega al puerto, a su mar, a sus gaviotas, a sus palmeras, a contarles su drama. Que sepan que tiene en su interior algo que, si no lo sacan a tiempo, se extenderá como una bomba de racimo y lo destruirá todo a su paso. ¡¿Algo dentro de ella contra ella?! «¿Lo entendéis? ¿Me echaréis de menos cuando no esté, cuando veáis mi escalón vacío? ¿O vendrá alguien a sustituirme?, y no tendré ni el consuelo de ser irremplazable. ¿O, quizás, cuando yo me muera, se acabará el mundo?…». Nadie le contesta, pero recupera la mirada primera que sabe reconocer la inefable belleza de la vida. Ya nada le pasará inadvertido, ya nada lo dará por supuesto, porque sabe que puede no estar.

En una semana se hizo todas las pruebas preoperatorios y se programa su intervención.

Alberto, su novio, con el que lleva saliendo (y a temporadas compartiendo casa) tres años, está a su lado en todo y para todo; quiere acompañarla en este amargo trance. No obstante, a Blanca le duele pensar que ella pueda limitar su futuro, incluso condicionar sus aspiraciones. «Él es tan joven, y aunque ahora diga que me quiere, que lo único que le hace feliz es estar conmigo y cuidarme, sé que se cansará, que la realidad se impondrá: ¡soy una carga! Y yo lo percibiré, a pesar de su silencio. Si permanece junto a mí, será por lástima, por no sentirse mal él y por no hacerme daño a mí. Y yo no puedo consentirlo. No quiero dar pena a nadie. Mirará a otras mujeres, otras vidas. Mirará…».

En poco más de una semana será operada. El tiempo, en lugar de volar, parece que lleva colgado un plomo en cada día, y Blanca tiene la sensación de que no corren las hojas del calendario. Su cabeza no para, los pensamientos se agolpan con una fuerza y rapidez inusual. No los controla ni se controla: anda desbocada en el camino de la incertidumbre, de la desazón, del desasosiego. De la desesperación. Su médico le ha asegurado que el pronóstico es inmejorable dentro de la gravedad. El tumor está iniciándose y lo han detectado en el momento adecuado. A Blanca no la calma ya nada y se pregunta: «¿Y si al abrir se encuentran con una sorpresa inesperada? ¿Y si la operación es un éxito, pero hay una célula emboscada y traicionera que ni siquiera la radio o la quimioterapia pueden destruir?».

Blanca ingresa esa misma tarde en el hospital. Acompañada por su familia y dos de sus mejores amigas. Cuando se queda sola, se dirige al pequeño espejo del cuarto de baño: se desnuda, se mira los senos reflejados, los acaricia, quiere sentirlos, sabe que mañana… ¿Qué verá mañana? Es su despedida. Sigue observándose, se gusta, se reconoce mujer. Rompe a llorar, cada vez con más fuerza, tanto que lo único que la cubre es un manto de lágrimas. Blanca, en un gesto de extraña coquetería, recoge con sus dedos las que resbalan por sus pechos, y se las lleva a la boca, las saborea, mientras sigue contemplando su imagen. Y ríe y llora y grita y se derrumba y cae. Devastada. Fuera, oyen quejidos y un golpe seco. Entran a ver qué pasa unas enfermeras que intentan serenarla. Poco después le suministran un calmante para que duerma bien y esté tranquila para el día siguiente. Ya en la cama, se tapa y antes de cerrar los ojos mira a su alrededor y observa una habitación fría e impersonal, que le muestra su fragilidad, su levedad.

Blanca superó la operación, y una quimio muy dura que la tuvo durante meses con las fuerzas menguadas. Es una mujer fuerte que ha sabido enfrentarse con energía a su enfermedad. Ha pasado un año. Se siente con fuerza para recuperar su vida anterior y reincorporarse al trabajo. Vuelve poco a poco a hacer todo lo que le gusta, desde las cosas más sencillas y cotidianas hasta comenzar a escribir o desear lo imposible. Retoma sus paseos por la Explanada, que da al mar. El día se enciende con la fuerza de la vida que comienza: es primavera de nuevo. Blanca está abducida por el impulso de vivir y arrobada por los aromas recién brotados. Va caminando y poco a poco, y con delicia, la brisa le va atravesando con sus dedos de aire que le recuerdan que tiene piel. Necesita sentarse, no por cansancio, sino para ser consciente del momento, para abrazar el instante, para soñarse eterna. Y vuelve, cómo no, a la escalera de piedra que baja al mar.

Alberto no ha dejado de pensar en ella, ni de extrañarla; a pesar de los continuos desplantes de Blanca: ni contestar un mensaje, ni ponerse al teléfono. La conoce tan bien que puede perdonarla sin temor: sabe de su dolor, de su tragedia y sabe de su orgullo y de sus miedos. Sabe, también, que todo ello ha sido más poderoso que cualquier otro sentimiento. Decide dar un paseo por el puerto, sigue distraído en sus pensamientos cuando le parece vislumbrar la silueta de una mujer menuda, de pelo oscuro, muy cortito, apenas empieza a despuntar, y deja al descubierto su esbelto cuello; permanece sentada en la escalera, frente al mar, y un sol cegador bañándola que hace difícil su identificación. «¿Es o no es?, se pregunta, sí, creo que sí, es ella. Qué hago, me acerco, y qué le digo. No sé, y si meto la pata otra vez».

 

Blanca, inmóvil, continúa sentada; reconoce la belleza del día y agradece que le muestre el latido en todo lo que la rodea: en el mar, en el cielo, en la vegetación, en la tierra, en la gente. ¡En ella! La vida podía escatimarle el futuro, pero no la intensidad con que vivir el presente. Está adormilada, ¡ah!, el sol, cómo relaja. Se siente observada, se vuelve; la luz le ciega, le cuesta distinguir; sin embargo, juraría que es él quien se sienta a su lado y le dice: «A mí también me gusta mirar el mar».

Después se oyen risas…

 

Carmen Pita. Nació en Alicante. Es licenciada en Filología Hispánica y profesora de lengua y literatura de Enseñanza Secundaria. Ha participado con sus relatos en tres libros de varios autores y también en varias revistas digitales.

🔗 Página web: Como la luz entre las hojas
(http://comolaluzentrelashojas.com/)

 

 Ilustración: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

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