artículo por
Manuel Tirado Guevara
S
e ha hablado mucho de la imagen de la mujer en la literatura. Ríos de tinta han corrido sobre el asunto y miles de ejemplos de personajes que merodean por cientos de páginas nos muestran a una mujer con tintes malvados y en eterna disputa por convertir el mundo en un caos o, como la perspectiva cristiana nos apunta, en un valle de lágrimas.
Desde Circe, personaje de la Odisea que convertía en cerdos a todos los marineros que viajaban con Ulises. O Lilit, antecesora de Eva en las Sagradas Escrituras y madre de una caterva de monstruos y gigantes. Tampoco podemos olvidarnos de Pandora, llevada por su curiosidad a destapar la caja que fatídicamente lleva su nombre y que más tarde traería toda clase de desgracias al género humano, de las amazonas, creando una sociedad guerrera donde no tenía cabida el hombre, han sido las representaciones habituales de la maldad reencarnada en el género femenino.
Por otro lado la imagen femenina para la literatura del cristianismo fue sencilla: o bien tenemos el retrato de la pecadora María Magdalena o el de la amantísima madre de Jesucristo, la Virgen María. Esta última imagen de la madre virginal fue usada también por el neoplatonismo del Renacimiento en la imagen de la mujer petrarquista casi virginal a la que llamaban Donna angelicatta o Donna gentile, que más que una mujer completa era más un compendio de virtudes físicas y morales, como se puede ver en el famoso soneto XXIII, de Garcilaso, En tanto que de rosa y azucena.
Estas eran las imágenes de la mujer más conocidas por mí en el universo de las letras. Representaciones que las presentaban como sempiternas portadoras de desgracias para el género humano o como luchadoras o brujas que atentaban constantemente contra el hombre.
Pero estas imágenes cambiaron por completo después de la lectura del diario de Catalina de Erauso, o de la más popularmente conocida como monja alférez. Porque pude comprobar que una de las formas más inteligentes que la mujer ha utilizado para luchar contra lo que se conoce como sociedad falocéntrica ha sido el travestismo.
El travestismo femenino fue algo bastante común entre los siglos XV y XVII, o al menos es de esta época, de la que se conocen más casos fundamentados. La fuente principal de los estudiosos sobre el tema proviene de las biografías y de las confesiones que las mujeres hacían ante los tribunales de justicia cuando eran sorprendidas en atuendo masculino, e incluso de los numerosos casos de travestismo femenino que podemos encontrar en multitud de obras literarias. Está claro que si el travestismo femenino fue un tema bastante utilizado por los escritores de la Edad Media y el Renacimiento es porque casos similares ocurrían en la realidad. Así tenemos constancia de ello por personajes como Ana Félix en El Quijote, Viola en Noche de Reyes de Shakespeare o la propia Catalina de Erauso, entre otros ejemplos.
Pero centrémonos en Catalina de Erauso, una señora de Guipúzcoa, que allá por el año 1589, decidió fugarse del convento en el que sus padres la habían recluido para que se hiciese monja y, tomando atuendo masculino, embarcó rumbo a América para luchar contra los enemigos de España. El cargo militar de Alférez se lo impuso el mismo Rey, siendo el Papa Urbano VIII, como premio a su gran valor, el que le diera licencia para andar por el mundo con hábito varonil.
Pero aparte de los motivos patrióticos de doña Catalina, también encontramos otras razones por las que una mujer decidía cambiar su aspecto por el de un hombre. Eran razones románticas, económicas e incluso sexuales las que hacían que alguna que otra mujer se rebelara contra la sociedad falocéntrica en la que vivía, sumergiéndose de lleno en ella, es decir, tomando atuendo de varón.
Domingo Yndurain, decía que existen varios modos de criticar o rebelarse contra algo. El primero de ellos, y el que nos interesa, es introducirse o comportarse de igual forma que aquello mismo que deseas criticar (el ejemplo más claro de esta postura lo podemos comprobar con la lectura de El Quijote, ya que Cervantes arremete contra los libros de caballería escribiendo un libro de caballeros andantes). La segunda postura, nos propone criticar algo separándonos por completo de lo que queremos indicar.
Con el travestismo femenino las mujeres de antaño, rebelándose contra la premisa del Deuteronomio —Non induetur femina veste virile—, buscaban realizar como hombres las cosas que no se les permitía hacer como mujeres. Estas mujeres se rebelaron contra una sociedad donde el hombre era el señor y dueño, convirtiéndose en falsos hombres y llevando a cabo sus deseos.
Afortunadamente los tiempos han cambiado… o no.
Manuel Tirado Guevara es profesor de Lengua Castellana y Literatura.
📨 Contactar con el autor: mtguevara75 [at] gmail [dot] com | Tw: @manologandi
🖼️ Ilustración artículo: Retrato de doña Catalina de Erauso, Juan van der Hamen, Jl FilpoC, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons.
Revista Almiar – n.º 85 / marzo-abril de 2016 – MARGEN CERO™
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