relato por
Gricel Ávila Ortega

 

Mérida, 12 de junio de 19…

M

i muy querida Flavia:

Te escribo en una noche infortunada donde me domina un estado de excesiva ansiedad; el calor ansioso del verano me sofoca y exprime de languidez. Siento una agitación intensa, sin hacer ningún esfuerzo, mi corazón palpita acelerado, mientras que la mente se llena de punzantes recuerdos. Recuerdos que no quiero recordar porque son errores que retuercen de vergüenza, me enfrentan a mi inadmisible idiotez y a la desnudez de inteligencia para alejarme de las piedras. Durante el día, la cabeza duele de impotencia al pensar en las alternativas por las que pude optar para ahuyentar a los fracasos. Este dolor no deserta hasta entrada la madrugada, cuando logro conciliar el sueño. Después, continúan los pensamientos de temor e inseguridad ante la posibilidad de repetir mi secuencia de faltas, como la credulidad extrema y la haraganería hacia la audacia. Te preguntarás, de dónde viene esta locura, cuál es su raíz; no responderé de forma directa, mejor te narraré el encuentro que tuve hace unos días con una mujer que conocí en el entreacto de tomar café y observar a la gente del lugar. Estaba a mi lado con una media sonrisa, deslumbrante con su mata de cabello negrísimo, unos ojos no sé si verdes o marrones que me miraban de frente y casi sin pestañear; mantenía una postura forzada, con los brazos extendidos hacia mis hombros, abierta e inmóvil, totalmente dispuesta al tête-àtête. Me comunicó esta inquietud un poco avergonzada mas sus movimientos rectos me hicieron sospechar su plena seguridad de que la escucharía. No debió confiarse tanto, pues tuve que excusar su oferta. Estaba en lo mejor del final de El carnaval del arlequín y quería despedirla rápido. Sin embargo, de manera inesperada, las circunstancias tomaron otro cariz, porque ella lanzó una feroz carcajada la cual me obligó prácticamente a fijar mi concentración a lo que tuviera que contarme. «No podrá escribir ese desenlace hasta que no acabe conmigo». Dijo. Le añadí que no podía escucharla pues debía entregar un texto dentro de dos días, pero la próxima semana estaría más desahogada para todo lo que quisiera. «Imposible, debe ser ahora. Aunque me vaya, le repito, usted no podrá escribir ni una línea, debe escucharme». Su voz imperativa, casi de gendarme, me hizo temer que El Carnaval del arlequín quedara inconcluso y no estuviera listo en el tiempo asignado por el agente, entonces me resigné a escucharla.

—Ande, dígame lo que tiene.

—Siento amenazarla pero yo soy más importante que ese papelito.

—Así sea; espero.

—Estoy casada. Por favor no haga cara de que es pueril lo que a continuación le diré. Casada y he sido feliz, mi marido siempre ha sido demasiado atento. Pero en los excesivos cuidados está el problema. Ya no se los creo. Me hacen sentir estúpida. Ha tomado la manía de explicármelo todo Karolina.

—Un momento, aún no le he dicho mi nombre.

—¡Qué importa! he estado contigo desde hace tanto. Hasta cómo tomar café: «Bébelo despacio y sin azúcar. La calma es el goce verdadero mi amor». «Si preparas huevos estrellados, recuerda que el aceite debe estar a una temperatura media; no, no, ni se te ocurra meter el dedo en la olla para probarlo, imagínate el daño que te harías». «Nunca camines con los brazos hacia atrás, si llegas a tropezar y caer, no tendrás tiempo para poner las manos y evitar el golpe en la cara». «¿Entendiste la película? Se maneja una estructura de tiempo no lineal, pues del presente, los personajes recuerdan hechos pasados, ¿ya?, ¿captas?». «¡Por Dios mi vida, al manejar debes estar pendiente de los tres espejos!, me dices que lo haces nada más para justificarte. Mejor ten cuidado». Luego para tratar de recompensar sus engorrosos consejos, trata de asegurarse que esté contenta de manera exacerbada: «¿Estás bien?, ¿necesitas algo?, ¿cómoda?, ¿relajada?, ¿no te pasa nada?, ¿todo bien?». Todo ello es a cada instante, como si fuera tan deficiente. Él se ha tornado en algo viscoso que se adhiere al cerebro y me impide pensar. Pero lo amo, pero me sofoca, ¿cuándo el amor se volvió tan aturdente? Al principio veía tiernos y protectores sus cuidados, ahora están fuera de control. Incluso hasta en hacer el amor: «No te muevas tan rápido, evita los suspiros querida, desconcentran; cuando llegues, inhala y exhala, tendrás más conciencia de tu orgasmo y ya sabes, no hables. Necesitamos mutismo para crear una sinfonía con nuestros cuerpos». Él trasmutó, creía que lo satisfacía; Karolina, por favor reconfórteme.

—Sin llorar, se lo suplico; debe hablar con su marido, plantearle la situación tal y como ha hecho conmigo, mire que ha tenido confidencia con una extraña.

—No es una extraña, si reflexionara, me conocería mejor que yo. Es suficiente, ya veo que está muy cerrada, nos veremos otro día. Me voy.

No ha aparecido en esta semana. Me invade la desesperación y la impotencia. Empiezo a creer, que al igual que ella, no me haría nada mal entrar a un sanatorio mental. Juan Ramón Jiménez lo hizo y escribió versos tan puros. Por cierto, aunque la haya escuchado, su designio se cumplió, no he podido terminar mi Carnaval del…; mi agente me atosiga, ya no sé que decirle. Por cierto, ¿cuándo vienes a visitar a tu amiga que te piensa? Te abrazo con el corazón.

K.V.

Ciudad Juárez, 27 de junio de 19…

 

Karolin:

Hoy es un delicioso fin de semana para escribir, miro al jardín y el rocío luce bello, fresco con sus flores malva. Estoy agradecida de esta mañana dulce de rayos tenues. La contemplación me llena toda.

He pensado tu pregunta, ¿cuándo iré a verte? Depende de la compañía, si esta acepta mi propuesta de vacaciones. Tengo ganas del nostálgico viaje a mi amado terruño. Por mí, tendría mi pasaje listo desde mañana. Lo primero que quisiera hacer, una vez ahí, sería bañarme en las playas de San Crisanto, en esas tiernas aguas frescas, verdes y claras. Tal vez me resulte inevitable derramar unas cuantas lágrimas por la emoción de estar en casa, en aquel mar que conozco desde mi infancia. Pronto será. Karo, al imaginar el triángulo peninsular, que tanto quiero, puedo ver tu sonrisa, te pienso mucho.

Como te darás cuenta, la saudade por Yucatán y por ti intenta apresarme con bastante frecuencia, pero no dejo que este sentimiento me agoste, lo siento y lo dejo ir. Algunas veces me reconforta leer la carta que Darío, el maestro, le envió desde Buenos Aires a una desesperada Delmira; en ella le recomendaba tranquilidad y le citaba el principio de Marco Aurelio: no permitas que ninguna circunstancia perturbe tu ser. Estas frases tienen un efecto curativo porque me sacuden y hacen que se desvanezca la elegía por mi tierra. En mi caso, trato de no identificarme con la tristeza porque sé que esa emoción no es mi identidad, no me define porque es impermanente, en algún momento tendrá que irse al igual que nosotros.

Mi Karolina Vela, sinceramente creo que estás demasiado enfrascada, necesitas saltar, correr, gritar, leer a Pessoa o a Khayyam y sacarte la fijación del encuentro con la mujer X. Sinceramente, nada tiene que ver su designio con que no hayas podido escribir ese desenlace, has sido tú y tu aprehensión a los eventos. Calma. Recuerda que algo similar te ocurrió con Laivé, André, Tatiana, etcétera. Bueno, desde ese punto es comprensible tu profunda fijación, te doy la razón, X ha sido mucho más fuerte, tajante y tempestuosa que todas tus otras experiencias. Ella te ha tomado desprevenida. De cualquier manera, en vez de colapsarte, debes aprovecharla; el Carnaval del arlequín puede muy bien aguantarse un tiempo, suspéndelo, te hará bien.

No me acuerdo dónde haber leído cierta anécdota sobre Curie. Es así: estaba tan abstraída en lograr un experimento, día y noche trataba de encontrar la ecuación faltante para que su proyecto fuera victorioso, incluso no comía; la sirvienta le dejaba el desayuno en la mesa de laboratorio, después llegaba su esposo, y como veía que habían pasado muchas horas, y la comida estaba intacta, él la degustaba. ¿Crees que ella se daba cuenta? No, se había ensimismado a tal grado que pensaba que en algún momento inadvertido se había comido el platillo. Mas, al cabo de unos meses, se enervó (como tú), se sintió frustrada, maldijo la ecuación y abandonó el proyecto. Pero en una madrugada (cuatro semanas después), tuvo la respuesta… soñó la bienhadada ecuación, sí la soñó; cuando la ejecutó pensó que era tan sencilla, no comprendió cómo fue que le causó tantas lágrimas.

En resumen, más cotidianidad no te vendría mal. Sal a caminar, cocina, limpia tu casa, tal vez hasta podrías ayudar a un campesino a sembrar… con la última actividad estoy segura que bendecirás la comida del atardecer. ¿Recuerdas a Levin? Él disfrutó cuando fue a segar la cosecha con sus obreros. ¿Por qué no vas a la playa? Una vez ahí, siente lo mismo que este personaje: percibe que el deleite aumenta cuando te acaricie la brisa húmeda, el calor picante y salado de los manglares; contempla a las palmeras con sus troncos abrigados de musgo y sus cocos maduros y tiernos, los helechos silvestres; contempla la inteligencia de los pelícanos que flotan entre las olas antes de que se abatan, ya verás que una felicidad serena te inunda. Contigo,

                                                      Flavia San Filippo

P.S. Desde que recuerdo jamás has entregado a destiempo a tu agente, cumples con las fechas, o incluso, entregas antes; por lo tanto él te debe la paciencia. Ponle un hasta aquí al tedio de sus insistencias, no se las aguantes, tú eres su mejor cuenta, gracias a ti, su familia come.

Mérida, 11 de julio de 19…

 

Flavia:

He tratado de guardar la tranquilidad como me aconsejaste. Fui a la playa y la brisa del aire cubrió mi pecho, lo cual logró reconfortarlo un poco. Todavía no he tenido la oportunidad de compartir el trabajo con un campesino, en su debido momento deberé intentarlo; me alegraría sentir mortalmente, la humildad de merecer un plato de comida caliente al fin de un duro esfuerzo.

Antes de leer tu carta, tuve la delicadeza de mandar al diablo a mi agente. En un día me llamó seis veces, y a la última, ya no pude soportarlo, le dije que se olvidará de su treinta por ciento, que el texto iba a estar listo cuando se me diera la gana: «Si quiere firmamos el receso de contrato. Para eso es un agente, un agente hace arreglos; demuestre inteligencia, o, tal vez, tendré que conseguirme alguien más que sepa hacer algo tan simple como negociar una prórroga». Tuvo miedo, se disculpó, dijo que no había razón para medidas tan drásticas, y que haría todo lo posible para llegar a un nuevo acuerdo con la editorial.

Respecto a la mujer que tanta confusión me ha causado: he vuelto a verla. Con ella regresó la exaltación, pero ahora, acompañada de sudores fríos. No es para menos. Al encontrarla en el café, me ha sembrado el temor; es una desconocida y no me explico mi preocupación hacia lo que pueda ocurrirle. Te repito la conversación tal y como mi memoria me lo permite.

—Me ha engañado.

—¿Cuándo llegó? Debe avisar de su presencia, parece un demonio que entra y desaparece. Es tan poco cordial su conducta.

—Al diablo. Debe ayudarme y dar una solución; es la indicada para hacerlo.

—No entiendo la forma en que mi persona pueda resolver su problema. Estoy segura de que tendrá a algún amigo o familiar muy dispuesto a ayudarla.

—¿Acaso es cínica? Todo podría quedar arreglado en el instante que decida.

—¿A qué se refiere con todo?

—Está bien, prefiero la calma. Me resulta estúpido contarle lo que ya sabe. Soy Verónica. En la entrevista pasada me quejé de mi esposo Fabián y sus cuidados para idiotas; resulta que eran una farsa, un telón para cubrir el fondo. Por las apariencias me dejé llevar, concentrada en las pelotitas que él tiraba al aire, no me daba cuenta del truco que escondía en su bolsillo. Un prestigiador es lo que ha sido; lo he aplaudido. Si usted no hace algo, entonces yo me veré…

—¡Verónica! Por favor guarde ese arma, me pone muy nerviosa.

—¿Se refiere a esto? Tan simple y rápido como jalar del gatillo, ya está cargada.

—¿Está demente? ¿Qué piensa hacer conmigo?

—¡Oh! Pierda cuidado, no es para usted.

—¿Para Fabián? Mire, cualquier engaño, sea el peor de todos, no merece la pena de muerte, y menos, que usted, se arruine al convertirse en asesina. Ana se arrepintió de suicidarse en el último segundo, se dio cuenta de lo absurdo de su acto, pero ya era demasiado tarde, el tren ya estaba sobre ella; que no le pase lo mismo.

—Por su respuesta, me parece, podría estar dispuesta a ayudarme.

—¿Qué puedo hacer?

—Usarla por mí. No en Fabián, si no en… tranquila, está a salvo, lo sabe, tiene el poder que desee. Es la única que puede jalar del gatillo con diversas combinaciones de circunstancias, no debe usar el arma necesariamente debido a que un gran número de fenómenos naturales están a su disposición. Lo que usted diga se hace y nadie puede luchar contra sus designios.

—¿Indica que soy Dios? Me parece que requiere ayuda; presenta serios problemas mentales.

—Muy bien, no la llenaré de súplicas, ya veo que no quiere aceptar su posición. Su inseguridad me facilita las cosas.

—Espere, si hay otra manera pacífica, estoy dispuesta hacer lo que pueda.

—No la hay. Y como se niega a reconocer quién es, entonces soy libre y Dios no tiene poder sobre mí. Me despido, quizá hasta… bueno usted ya sabe, adiós.

Así, el final de la conversación, pero a los tres días, Fabián apareció en el café. Como siempre, mi conciencia no estaba allí, estaba absorta tratando de asimilar el encuentro con Verónica.

—Buenas tardes. Por cómo abrió los ojos me temo que la he asustado. Tranquila. Quisiera empezar un breve tête-à–tête. No la amenazaré como mi mujer, en el instante que quiera despedirme, lo haré. Bien, su silencio me da la aceptación. Desearía, desearía fuera mi confesora unos instantes. Escucharme, tal vez sea la panacea que calme la turbación, que visiblemente arrastra. Usted decida el efecto. Para empezar, he venido porque mi esposa le ha dejado un par de cartas, en cada una hizo hincapié para que llegaran a sus manos. Aquí las tiene. ¿Su contenido? En ellas comunica sus planes, quiso redactar a detalle cada uno de ellos y, así, evitar un posible olvido del más pequeño acto que le impidiera la consecución de sus maquinaciones. Mi Verónica temía que una fuerza exterior, la empujara a decisiones ajensa; empezó a temer ser arcilla en manos de un escultor. Sus cartas son una manera de comprobar su independencia. ¿Cuándo inició esta obstinación?, ¿o quizá la considere blasfemia?; ¿cuándo comenzó a cuestionar la libertad de sus actos? Míreme, he sido yo, han sido mis acciones el fulgor que la encendió y explotó. Ha sido mi engaño la que la ha llevado… ¡Oh!, sí, la engañé. Amé tanto a la otra mujer, igual que a ella. Comprenderá la caótica dicotomía, mi hondo deseo de que existiera una posibilidad de tenerlas a mi lado; no renunciar a ninguna. Mi amante estaba dispuesta, pero sabía que Verónica jamás aceptaría, por ello puse todo mi esfuerzo en distraerla con todas aquellos cuidados excesivos que le contó. Temía que se cansaría, pero no imaginé que sería tan pronto. Buscó su ayuda y no sólo eso, investigó, y claro, descubrió la infidelidad. Sin reclamos, actuó igual a todos los días: paciente, solícita y cariñosa. Fue una actriz sublime porque me fue insospechable que hervía en su interior la ¿blasfemia? o ¿lo decidió usted? No me responda por favor. Antes de efectuarla (su blasfemia o no) recurrió a su persona, para asegurarse, a sí misma, de la inexistencia de alguna fuerza superior que pudiera impedir su determinación. Ignoro si hubiera podido hacerse algo. ¿Qué me dice?, mejor calle. Estaba tan empeñada. Para ella usted fungía como un comprobante a sus certezas, pero que estaba dispuesta a desechar si llegaba a atentar en su contra. Al parecer, cumplió con lo que anticipó. Karolina… estimada… Karolina, algo dentro de mí se desgarra y lucha con el sentimiento de escapar a la circunstancia, que voy a contarle; al mismo tiempo, me inunda una fachada de cinismo, porque ésta podría ayudarme a sentirme liberado… sí, así es. Estoy en la punta de la grieta, sin saber si hundirme en ella, para juzgarme irremediablemente culpable de que decidiera tomar esa arma, y dirigirse al apartamento de mi amante. De tirarme al precipicio o huir de él, de la culpa de que mi amante me esperara desnuda en la cama, y en vez de mí, fuera mi mujer quien apareciera al pie de la puerta; de que la otra para salvar la vida peleara y forcejeara con el arma. Quiero huir con una risa insolente de este evento, en el cual resultó mortalmente herida; o quizá abandonarme en el llanto porque mis dos mujeres se perdieron. Verónica en sus postreros instantes, tuvo la fuerza suficiente para empuñar la pistola y dispararle dos tiros certeros a la cabeza de su enemiga (según informes periciales). Quisiera tomar con indiferencia los sentimientos que me ahogaron al llegar al apartamento, pocos instantes después del enfrentamiento. La codicia, la mezquindad de que al fin las tenía a las dos juntas, sin ninguna diatriba, dispuestas y tendidas como ofrendas en la cama; esperándome, esperándome enmarcadas en tan dulce arco iris rojo… bellísimas… quién como usted para lograr ese efecto. Perdone mi risa, mis lágrimas, no quiero avergonzarla frente a los comensales. Perdone, ayer las enterré, sí, juntas.

Fabián se fue con paso vacilante y la vista al techo, se perdió entre los libros del vestíbulo inferior; me dejó en vilo, muda. Aún no estoy lista para ninguna reacción. Lo único que puedo preguntarme es: ¿por qué no esperó? Hubiera ayudado a que las circunstancias no marcharan hacia tan fatídicos extremos. Soy tan ignorante del rumbo que debo tomar, nada más se me ocurre que llamar a mi agente, para acordar un nuevo trato.

Al igual que Delmira, Verónica miró la locura cara a cara.

K.V.

Ciudad Juárez, 28 de julio de 19…

 

Querida:

Me parece que una escritora debe mantener una breve distancia con su obra. Debe jugar, en lugar de permitir que ésta la quebrante. Sabías muy bien que ella no tenía otro camino que la muerte. Las circunstancias fueron demasiado fuertes, sólo tenía un amarre a la vida, el marido; al perderlo con la infidelidad, prefiere arriesgarlo todo. La muerte es una gran posibilidad. Es comprensible la acción y el fin de este personaje, y tú no te debes sentir culpable sobre el destino que le escribiste, eso hubiera significado cercenar el texto de forma terrible.

Tal como pensé, Fabián es el personaje más mezquino que he conocido en tus escritos. La muerte para él hubiera representado castigo, porque no tendría la oportunidad de limpiarse por medio de la vida ardua y espinosa de contrariedades.

Otra cosa, tú no tienes porqué mirar la locura de tus personajes cara a cara; si lo evitaras, haría de ti una persona más estable de los nervios, desaparecería tu ansiedad, confusión y tus sudores fríos. No te aproximes tanto al barranco, porque el vértigo puede hacernos caer. Por ello considero peligroso el ejercicio que practicas diariamente en la cafetería, a la que vas para escribir. Debo confesar que al principio me pareció excelente, pero al cabo de varios personajes, me di cuenta que no era apropiado para ti; pude observar que te convertías en su instrumento más que ellos en el tuyo. Eso de imaginar que en el momento menos pensado un personaje apareciera para contarte cuerpo a cuerpo la situación que le ocurría, te absorbió sin que te dieras cuenta. Regresa a casa, vuelve a ti, vuelca tu mirada hacia el campo que florece a tu espalda y se disipará la idea de estar en vilo, estoy segura. En mi caso, saldré a sembrar y a regar el jardín para despejarme, pues tus cartas me han contagiado cierta ansiedad que no estoy dispuesta a permitir. Como dijo el maestro, debemos disfrutar la alegría inefable de gozar todo lo bueno. Te abrazo con felicidad.

F.S.F.

 

Cuento en cuatro cartas

 

Gricel Ávila Ortega. (Mérida Yucatán, México, 1983). Licenciada en Literatura Latinoamericana y Maestra en Literatura Hispanoamericana (New Mexico State University). Ha publicado cuentos y ensayos literarios en antologías y revistas electrónicas.

Contactar con la autora: grissssmx [at] yahoo.com.mx

 Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

 

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