relato por
Samuel Román Ros
U
ff, llevo en el mismo bosque ciento cincuenta y seis inviernos. Aquí en pie, observándolo todo.
Cientos de pájaros han anidado en mí, y otros tantos o quizás cientos de animales han decidido orinar sobre mí.
Hace poco comenzó el invierno, se me cayeron las hojas de nuevo. Parezco muerto, fallecido. Pero sigo tan vivo como siempre. La verdad es que yo no soy como esos árboles a los que nunca se les caen las hojas y siempre parecen impolutos con una sobriedad que roza la prepotencia. Hijos de puta. Bueno, da igual. De todas formas al final seremos muebles acumulando polvo o serviremos para que un chalado escriba textos o poemas estúpidos sobre nosotros. Bueno, tampoco nos desviemos del tema. Tampoco es que haya tema, soy un árbol.
Hace poco unos seres humanos con cuchillos de sierra que hacían un ruido espantoso decidieron cortarme algunos de mis brazos, decían algo así como que me estaban pobando o podando, no sé. ¡Mi impresión era la de que me estaban torturando! Me echaron un polvo azul por encima, desde entonces ya no hay vida sobre mí, ni hormigas, ni nada de nada. Y para colmo, sólo me han dejado un pequeño trozo de tierra seca, ¡lo demás es gris!
Algunos niños me pegan patadas, ¡y los adolescentes tallan cosas en mi cuerpo!
Esto es muy duro, yo creo que jamás me he movido de este lugar. Pero da la sensación de que no estoy en el mismo sitio. Jamás me he movido y… este ya no es mi bosque, aquí no hay ningún bosque. Para vivir así mejor ser la hoja de algún chalado y convertirme en arte.
Contactar con el autor: samuelromanros18[at]gmail [dot] com
Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar – n.º 83 | noviembre-diciembre de 2015 – MARGEN CERO™
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