La problemática indígena en Aves sin nido
por
Francisco Martínez Hoyos

 

S

i hablamos de Grimanesa Martina Mato Usandivaras, seguramente muy poca gente nos entenderá. Sin embargo, este era el verdadero nombre de Clorinda Matto de Turner. De origen social acomodado, su padre, subprefecto de Cuzco, poseía una hacienda en Paullo-Chico, donde ella aprendería el quechua. En 1868 abandonó la escuela y tuvo que ocuparse de cuidar a su progenitor y a sus dos hermanos. Contrajo matrimonio con un ciudadano inglés, Joseph Turner, representante de la firma británica Stafford, dedicada al comercio de lana de alpaca. Durante sus primeros años de casada se entrega a las tareas del hogar, sin publicar nada, hasta que la imposibilidad de tener hijos la empuja a regresar a las letras. La infertilidad es un factor a tener muy en cuenta, ya que impide que en su caso se reproduzca el modelo de madre burguesa, proporcionándole un margen de actuación más amplio [1]. En cuanto a su esposo, éste no parece haber obstaculizado su vocación literaria, más bien lo contrario. En 1876, por ejemplo, la apoya en la fundación de El Recreo, periódico cuzqueño.

Tras diez años de convivencia, la muerte prematura de su marido la deja en situación económica apurada, con tantas deudas que le es imposible evitar el embargo de su casa. A partir de la experiencia de la viudedad, tanto ella como otras escritoras de su tiempo saldrán de la esfera privada. No hay que olvidar, sin embargo, que su entrada en la esfera pública se debe a una situación de necesidad económica, no un proyecto propio que cuestione la compartimentación de género. Al menos, inicialmente [2].

En 1884, Tradiciones cuzqueñas la convierte en autora de repercusión nacional. Como es sabido, esta obra imita las Tradiciones peruanas de su amigo y maestro Ricardo Palma, el escritor peruano más sobresaliente de la época y figura de proyección internacional. La mayoría de los críticos admiten que carecen de la frescura del original. No todos, sin embargo, están acuerdo en una desvalorización de conjunto. Para Caballero Wangüemert, más de la mitad de los relatos de Clorinda posee un nivel aceptable [3]. En cualquier caso, tanto en el modelo como la copia encontramos un propósito común, a decir de Cecilia Moreano. El de contribuir a la configuración nacional del Perú a través de la literatura. Si se desea promover el conocimiento de la historia patria, nada mejor que presentarla en un formato atractivo, que capte la atención de un público lo más amplio posible [4].

En Lima, forma parte de una importante generación de escritoras, junto a Juana Manuela Gorriti, Teresa González de Fanning o Mercedes Cabello de Carbonera. En una sociedad masculina, este grupo de literatas se presta apoyo mutuo, bien sea en privado, a través de la correspondencia, o en público, a través de veladas, conferencias, o dedicándose su producción narrativa o poética. Para todas, la relación que las une como amigas, mujeres e intelectuales se convierte en una prioridad de sus vidas [5].

Siguiendo el modelo de las de Juana Manuela Gorriti, aunque sin alcanzar el mismo impacto, Clorinda organiza sus propias veladas literarias en su domicilio de la calle Calonge. Con su talento innato para las relaciones públicas, lo que ahora denominaríamos «networking», se ocupa de invitar a personalidades relevantes que puedan realzar estos encuentros. Por ejemplo, pide a Ricardo Palma que asista a la velada prevista para el 12 de noviembre de 1887. En la carta, con su tono más seductor, le recuerda que tendrá preparada la taza de chocolate cuzqueño que le había ofrecido. Naturalmente, también le ruega que no olvide alguno de sus textos, para leer en el acto. Y que invite a Goicoechea, presidente del Ateneo de Lima, una institución que defendía la modernización de la República a través del progreso económico y la emigración europea. Por supuesto, si así lo deseaba, Palma podía llevar a cualquier otro amigo: «Ya sabe don Ricardo que es suya, y muy propia, la pobre casa de su discípula y amiga» [6].

En estas reuniones se leían composiciones poéticas que a veces terminaban publicándose, como un simpático pronóstico para el año nuevo de 1888, con revelaciones humorísticas de este tenor: «Jamás ocioso estará quien trabaje el año entero; quien tenga siempre dinero nunca de él carecerá» [7]. Tampoco podían faltar las interpretaciones musicales, con señoritas que tocaban el piano o cantaban.

Este tipo de encuentros es el único espacio de relación del que disponen unas mujeres que, si en un principio habían accedido a los círculos literarios, tras la guerra del Pacífico, volverán a encontrarse ninguneadas en cuanto el país recupere un mínimo de estabilidad. Desde un punto de vista socieconómico, al igual que otras escritoras latinoamericanas de la época, comparten unos rasgos comunes: blancas, de clase media alta y con buena educación. «Son buenos ejemplos de la creciente alfabetización de la mujer hispanoamericana decimonónica, algo que caracteriza este siglo y que facilita el paso de ésta del discurso privado al público» [8].

Figura consagrada, Clorinda tiene la satisfacción de ver su retrato en la primera página de El Perú Ilustrado, dentro de la sección dedicada a los personajes ilustres. Acompaña al grabado un artículo elogioso, donde se informa de que ésta no es la primera vez que un periódico literario tributa a la distinguida escritora semejante homenaje [9]. Poco después, en 1889, será precisamente ella la que acceda a la dirección del semanario. Por primera vez, una mujer se encuentra al frente de una publicación importante, con una amplia tirada, que no se centra únicamente en el público femenino. En ese momento ya acumula una amplia experiencia periodística: ha trabajado en El Heraldo, El Ferrocarril, El Eco de los Andes, El Recreo de Cuzco y La Bolsa. Varios autores apuntan, creemos que con razón, que el periodismo es una clave de toda su obra. No en vano, la propia Clorinda lo vive como una especie de ministerio sacerdotal, un «sacerdocio de la enseñanza», según sus propias palabras, al que dedicará toda su vida. En algunas etapas con tanta intensidad que publica un editorial diario sobre los aspectos políticos y culturales del país. Ursula Arning ha llamado la atención sobre esta faceta, poco estudiada, que en su opinión nos proporciona el vínculo necesario entre la vida de la escritora y su obra literaria [10].

El Perú Ilustrado acogerá, durante la dirección de la cuzqueña, a una amplia nómina de colaboradores de gran nivel, pertenecientes a diversos países, desde el nicaragüense Rubén Darío al español Juan Rubén DaríoValera. Este es, sin duda, un mérito innegable. Pero también es cierto que Clorinda, al encontrarse al frente de un medio de gran repercusión, no duda en utilizarlo en beneficio propio, en ocasiones con exceso. Así, proporciona una gran cobertura a Aves sin nido, reproduciendo el prólogo que le dedica Emilio Gutiérrez de Quintanilla y, en general, cualquier noticia favorable. Con Himac-Sumac repite la operación: el drama aparece publicado en diez entregas. Mientras tanto, también da a la imprenta «poesías suyas, artículos, tradiciones, leyendas, relatos, biografías, reseñas de libros, cartas recibidas y enviadas» [11].

¿El 98 peruano?

El país, mientras tanto, sufre las consecuencias del tremendo desastre militar ante Chile. La humillación había sido muy fuerte, al tratarse de una derrota dentro de su propio territorio, ocupación de Lima incluida, saldada con la pérdida de dos ricas provincias, Tarapacá y Arica. Perú tomó conciencia de que ya no era el gran virreinato que dominaba el Pacífico Sur, como en los tiempos de la colonia, sino una potencia de segundo orden. Tanta postración genera un sentimiento de malestar en ciertos medios intelectuales, conscientes de la necesidad de regeneración. El pensador y ensayista González Prada, uno de los máximos adalides de las políticas modernizadoras, expresa esta inquietud a través de imágenes contundentes: El Perú es una montaña coronada por un cementerio, un organismo enfermo. «Donde se aplica el dedo brota la pus» [12]. Influida por este tipo de planteamientos, Clorinda Matto utilizará una metáfora similar cuando compare a la patria con un cuerpo anémico que languidece, pobre de fuerzas.

Para salir del atolladero solo hay un camino, romper con el pasado y su podredumbre. No debe permitirse nada que implique una marcha atrás, sea en ciencia, arte o literatura.

En medio de este clima de pesimismo e incertidumbre, marcado por una profunda crisis de valores, González Prada hace un llamamiento a olvidar el romanticismo: no es el momento de cantar las penas del amor, sino de producir literatura de «propaganda y ataque». El escritor, como el periodista, no debe ser complaciente con los poderosos sino denunciar los abusos de los políticos. Todo en nombre de un compromiso que repare las vejaciones sufridas por la patria, desde un nacionalismo abiertamente antichileno: «ninguna generación recibió herencia más triste, porque ninguna tuvo deberes más sagrados que cumplir, errores más graves que remediar ni venganzas más justas que satisfacer» [13].

En el marco de esta batalla regeneracionista, la problemática de los indios constituye una de las prioridades más urgentes. Si se quiere modernizar el Perú, resulta inaplazable la integración de mestizos e indígenas, hasta ese momento sistemáticamente marginados, condenados a una desigualdad legitimada por la ideología racista imperante. Se afirma, por ejemplo, que la mezcla racial que dio origen a la nacionalidad ha provocado su actual decadencia. No en vano, tanto indígenas como españoles carecen de espíritu de iniciativa y no están habituados al esfuerzo individual. Es decir, en ellos brillan por su ausencia las virtudes más necesarias para la modernización capitalista que patrocinan determinadas elites. Por lo demás, si en la raza de los incas no destacan las dotes de mando, la de los conquistadores, demasiado soberbia, no está preparada para obedecer. Así las cosas, resultaba forzoso que una República joven se viera sumida en la anarquía y el despotismo al andar sus primeros pasos. Pero esta situación mejoraría, según Joaquín Capelo, cuando Perú entrara en contacto con la sangre nueva proporcionada por la inmigración [14], opinión que comparte Javier Prado: puesto que las razas inferiores, al mezclarse con la española, han ejercido una influencia nefasta, los peruanos tienen que renovar su sangre «por el cruzamiento con otras razas que proporcionen nuevos elementos y substancias benéficas». Razas que deben aportar un nuevo espíritu que fomente la libertad, el trabajo y la industria [15].

En una sociedad cada vez más secularizada, se necesita una ideología que sustituya a la de la Iglesia como legitimadora del orden social. El racismo, con sus ínfulas «científicas», viene a cumplir esa función. Por tanto, los situados en lo más bajo de la pirámide social, se merecen estar donde están por su propia inferioridad. Los indios son pobres porque su raza, degenerada y decrépita, se revela inepta para la civilización. De nada sirve educarles ya que les falta carácter, aspiraciones, inteligencia. «De una vida mental casi nula, apática», sentencia Clemente Palma [16].

Sin embargo, ya en la década de los 1860, un grupo de intelectuales, vinculados a la oligarquía exportadora y agrupados a través de La Revista de Lima, reflexionan sobre esta problemática y denuncia la opresión a la que latifundistas y caudillos militares someten a los indios, obligados a trabajar sin remuneración. Se trata, por tanto, de incorporarlos a un mercado laboral libre. ¿Cómo? Gracias a una elite protectora. La postura peca de paternalista, cierto, pero significa un relativo avance si la comparamos con el racismo de los ultramontanos representados en El Progreso Católico [17].

Tras la guerra con Chile, la cuestión se vuelve más acuciante. Los indios, sometidos a servidumbre, no tenían razones para involucrarse en la defensa de una patria que sentían como ajena. Por tanto, se les debe incorporar a la nacionalidad a través de una educación que les saque de la barbarie. Son ellos, en realidad, los que forman el auténtico Perú, no los blancos de la costa: «No forman el verdadero Perú las agrupaciones de criollos y extranjeros que habitan la faja de tierra situada entre el Pacífico y los Andes; la nación está formada por las muchedumbres de indios diseminadas en la banda oriental de la cordillera. Trescientos años ha que el indio rastrea en las capas inferiores de la civilización, siendo un híbrido con los vicios del bárbaro y sin las virtudes del europeo: enseñadle siquiera a leer y escribir, y veréis si en un cuarto de siglo se levanta o no la dignidad del hombre» [18].

Las palabras de González Prada, escandalosas para la época, no son gratuitas. En esos momentos estaba muy reciente una insurrección india, en la Sierra Norte del Perú, con un impacto considerable sobre la opinión pública. El levantamiento inauguró una serie de alzamientos campesinos contra el dominio latifundista, que se prolongarán con intermitencias hasta la década de 1930 [19].

Clorinda no tarda en hacer oír su voz, por más que en un discurso en el Ateneo de Lima, a principios de 1889, afirmara que la mujer, esencialmente madre, no debe mezclarse en el corrompido mundo de la política y «hacerse varón» [20]. La influencia de González Prada se deja sentir en Aves sin nido, donde arremete contra la explotación del indio por parte de la oligarquía [21]. Como señala Efraín Kristal, la novela refleja la tipología de la población peruana establecida por Prada, en la que se divide a los peruanos en tres grupos: 1) Los indios, ignorantes y siervos. 2) Los explotadores, libres e ignorantes. 3). La minoría ilustrada, educada y libre [22].

Aves sin nido disfruta de un éxito fulminante. Dos ediciones, en Lima y Buenos Aires, se agotan de inmediato. Pocos años después, su impacto se ve ratificado por una rápida traducción al inglés, en 1904, honor insólito para una novela latinoamericana decimonónica.

La obra destaca por un inequívoco afán didáctico. La literatura, en este caso, sirve de vehículo para denunciar la explotación que viven los indios, sumidos en la noche de la ignorancia. Ante el sufrimiento de unos compatriotas, la autora no puede permanecer en silencio. Si González Prada no quería atacar el error con «espada metida en la funda» [23], ella, igualmente alejada de la ambigüedad, también se propone hablar alto y claro para disipar las tinieblas y arrojar luz. Aunque, todo hay que decirlo, no muestra el mismo nivel de combatividad y coherencia ideológica de su maestro.

«Esas tinieblas que piden luz» [24]. La cita refleja cómo la raíz del problema, para Clorinda, radica en el analfabetismo. Es la cultura la que redimirá a los indios, hasta convertirlos en ciudadanos integrados en la nacionalidad. Se trata, según Cornejo Polar, de poner en marcha un proceso de aculturación que transforme en criollo al indio. Éste, por tanto, debe renunciar a su especificidad para transformarse en otro, desde la supuesta necesidad de guía y civilización. «Son personajes aislados los que pueden escapar a su destino de miseria y si pueden hacerlo es en la medida en que —en más de un sentido— dejan de ser indios» [25].

Guiada por su ideología paternalista, la autora sobrevalora lo educativo pero no llega a captar la importancia de la dimensión socieconómica. Los cimientos del sistema social, de hecho, quedan intocados, ya que todo se reduce a la inmoralidad de un puñado de caciques, corregible a fuerza de honradez e instrucción. Se trata, en suma, de apostar por la burguesía modernizadora costeña en oposición al autoritarismo feudal de los sectores más tradicionales de las elites. Detrás de este posicionamiento se esconde, quizá, un interés económico, puesto que los costeños necesitan una mano de obra indígena que el feudalismo les niega.

Si Clorinda defiende a los indígenas, también critica —¡y con qué virulencia!— uno de los elementos clave la tiranía que padecen: el papel del estamento clerical. El personaje del sacerdote compendia casi todos los vicios imaginables: lujuria, ignorancia… Sin embargo, la novela se cuida de matizar que no se dirige contra los eclesiásticos en su conjunto. La protagonista sabe que en la ciudad hay curas preocupados por socorrer la pobreza y la orfandad. Los que se ganan su desprecio no son esos, sino los que en pequeños pueblos ejercen un poder caciquil sin cortapisas: «La influencia ejercida por los curas es tal en estos lugares, que su palabra toda los límites del mandato sagrado; y es tanta la docilidad de carácter del indio, que no obstante de que en el fondo de las cabañas, en la intimidad, se critica ciertos actos de los párrocos con palabras veladas, el poder de la superstición conservada por éstos avasalla todo razonamiento y hace de su voz la ley de los feligreses» [26].

El cura, junto al gobernador y al recaudador de impuestos, forma la «trinidad aterradora» que simboliza una misma injusticia [27]. Para estos privilegiados, los indios no son seres humanos sino animales de carga, esclavos a los que el orden natural de las cosas destina a la servidumbre.

La crítica ha discutido si Aves sin nido es una novela indianista o indigenista, a partir de la distinción propuesta por Aída Cometta Mazoni y retomada después por otros estudiosos. Indianistas serían los que utilizan al indio simplemente como un tema más o menos exótico y pintoresco. El término indigenista, en cambio, define a los que se acercan con veracidad a lo indígena. Fernando Arribas considera que no se puede enmarcar sin más a Aves sin nido en la primera corriente, dado que trata la situación de los indios como un problema acuciante que exige soluciones rápidas. La calificación de indigenista, sin embargo, se presta a la controversia. Todo depende de si se da prioridad a la actitud combativa de la autora o a su marcada tendencia hacia el folletín romántico. Nosotros, en la línea de Tomás G.Escajadillo, preferimos hablar de «indianismo romanticista», vista la falta de autenticidad de los personajes indígenas de Clorinda, más similares al buen salvaje de Rousseau que a criaturas de carne y hueso. Aves Sin Nido sería, por tanto, «no la primera novela indigenista, sino la última y más acabada de las indianistas» [28].

Caza de brujas

Entre los apoyos a Aves sin Nido, destaca el de Andrés Avelino Cáceres. En una carta a El Perú Ilustrado, el presidente de la República elogiaba el libro por reflejar fidedignamente la vida en la sierra. La autora, en su opinión, había cumplido con su deber al denunciar delitos graves, en especial los cometidos por eclesiásticos. Para acabar con la explotación del indio, Cáceres solo veía un camino, la extensión de la educación. Por eso se comprometía a crear escuelas-taller en los territorios andinos del país [29].

Clorinda era una decidida partidaria de Cáceres desde 1882, cuando éste comenzó a ser una figura política relevante. Desde entonces, confesó a Palma once años después, ni ella ni su familia, también cacerista, cambió de opinión. Tanto el general como la escritora tenían en común la pertenencia a «una elite andina que se diferenciaba de la oligarquía criolla y que incorporaba por su carácter fronterizo elementos quechuas y europeos a su visión de la identidad nacional» [30].

Pero no son las adhesiones lo que más salta a la vista, sino los enconados ataques que desde el comienzo se dirigen contra la novela. Algunos soeces, como el firmado desde El Chispazo por Juan de Arona: «Déjate de nidos y aves pues ni ortografía sabes» [31].

Pero la oposición más temible es la del clero, aún muy poderoso en un país donde la Iglesia mantiene su poder económico y su control sobre la conciencia del individuo. A los curas les duele, sobre todo, el ataque contra el celibato. Para un sacerdote cuzqueño, Aves sin nido ha escarnecido «a los ministros del Señor, en lo que tienen de más benéfico: el celibato y el ministerio parroquial». La novela colocaría, ni más ni menos, los fundamentos para el combate contra Cristo y su Iglesia [32]. En Cuzco se producen, mientras tanto, otras muestras de hostilidad. Dos asociaciones religiosas, la Unión Católica y el Círculo de la Juventud Católica, escriben a Clorinda para pedirle que no regrese jamás a su ciudad. En Arequipa, a su vez, el obispo prohíbe la «infernal obra» y respalda la quema pública de la efigie de la autora [33].

La campaña contra Clorinda se recrudeció a raíz de la publicación en El Perú Ilustrado de Magdala, un cuento de Henrique Maximiano Coelho Netto, donde se abordaba la atracción entre Jesús y María Magdalena. El relato publicó inmediatamente reacciones furibundas ya que muchos lo tomaron como un insulto a las convicciones de los católicos.

Manuel Antonio Bandini, arzobispo de Lima, condena la lectura y la difusión del semanario. Si alguien contraviene su prohibición, incurre en pecado mortal. El Perú Ilustrado se ve inmediatamente afectado, ya que algunas oficinas de correos se niegan a tramitar envíos a los suscriptores. Dentro de un clima de caza de brujas, algún exaltado llega a proponer que se quemen los ejemplares, en el más puro estilo inquisitorial.

El propietario del periódico, Bacigalupi, hizo pública una carta donde informaba que la directora estaba enferma cuando apareció el polémico cuento. No era, por tanto, responsable de su publicación. La propia Corinda intentó exculparse con una carta al arzobispo de Lima, en la que reconocía que el texto de Coelho Netto no resultaba adecuado para un semanario como el suyo, «que goza de estimación entre las familias». Inconveniente también para ella, que se confiesa cristiana y califica la doctrina de Jesús de enseñanza sublime. En la misma línea que Bacigalupi insiste en que lo ocurrido se debió a una fatalidad [34].

¿Hasta que punto fue sincera? No lo sabemos, pero no sería inverosímil que infravalorará la oposición que iba a suscitar el cuento. Tal vez no imaginó que la polémica pudiera escapársele tanto de las manos, hasta el punto de obligarla a dejar la redacción. Con su marcha, y tras las suplicas del propietario, la Iglesia ya pudo retirar la condena. A partir de ese momento, Clorinda no volvió a publicar en El Perú Ilustrado. Es más, sus páginas ignoraron sus obras y ni siquiera citaron su nombre. Se imponía la ley del silencio sin que nadie, ni siquiera los liberales, alzara públicamente su voz contra un atentado a la libertad de prensa como el asunto Magdala [35].

Masón y volteriano, Ricardo Palma no podía ver sino con aprensión estas manifestaciones de clericalismo. En un comentario a Páginas del Ecuador, de Marieta de Veintemilla, afirmaba que la autora no exhibía la fe del carbonero sino un atrevido racionalismo. Le preguntaba, por esa misma razón, si pretendía que la excomulgaran. Naturalmente, tenía en la cabeza el caso de Clorinda: «En las postrimerías del siglo XX las excomuniones andan bobas, como acaba de hacerse aquí con Clorinda Matto que, sin ser librepensadora como U., ha sido víctima escogida para intimidar a los seres del sexo bello que se sintieran tentados a huir del confesionario» [36].

Ambas, la peruana y la ecuatoriana, se habían alejado de las preocupaciones supuestamente propias de las mujeres, para adentrarse en el peligroso terreno de la política, un ámbito reservado a los hombres. Se exponían así a que el mundo las viera menos femeninas, como una suerte de engendros masculinizados. El propio Palma expresa muy bien los prejuicios que tenía que vencer cualquier escritora que, en lugar de contentarse con temas inocuos, se atreviera a plantear cuestiones candentes. En su opinión, cualquiera que hubiera leído el libro de Marietta, hubiera imaginado a una mujer vieja y hombruna, «hasta con pelos en la barba», y no a la joven de aire risueño y palidez romántica. Solo le ponía un pero a su obra, que fuera un libro de combate, algo contradictorio con la idea de feminidad: «Yo la querría a U. más mujer y menos batalladora». La contraposición, salta a la vista, no puede ser más lapidaria.

Escritora combativa

A Clorinda no le convencía lo de olvidarse de los libros batalladores. En Índole, publicada en 1891, la problemática india queda más diluida mientras la temática anticlerical pasa a primer plano. Isidoro Peñas, con su tiránica dirección espiritual, siembra cizaña en el matrimonio de Antonio y Eulalia. Curiosamente, se critica que el sacerdote se aproveche de su ministerio para imponer su voluntad a la mujer, pero no parece cuestionarse la autoridad del marido. Éste tiene derecho a limitar las prácticas religiosas de su cónyuge, en cierto sentido en defensa propia porque, a sus ojos, el sacerdote es más un competidor que un padre espiritual. González Prada, en su discurso del teatro Olimpo, ya había expresado esta idea. «La mujer, la parte sensible de la Humanidad, no pertenece a la parte pensadora; está en nuestros brazos, pero no en nuestro cerebro; siente, pero no piensa como nosotros, porque vive en místico desposorio con el sacerdote católico, porque ha celebrado bodas negras con los hombres del error, de la oscuridad y de la muerte» [37].

Clorinda, afirma con razón Denegri, abrió un espacio de disidencia femenina. En 1884 escribió que la mujer no estaba llamada a la tribuna, sino a la enseñanza de la familia, la paz del hogar y el embellecimiento de la sociedad. Paradójicamente, ella misma se encarga de desmentir estos planteamientos moderados con su resonante trayectoria como figura pública. Si bien no acepta que la mujer se mezcle en política, en la práctica, con su decidido apoyo al presidente Cáceres, invalida esta idea.

En cuanto a escritora, su calidad literaria resulta discutible, como han destacado diversos críticos. Con excesos melodramáticos y cursis que saltan a la vista. No obstante, pese a sus torpezas narrativas, sería injusto no reconocerle el mérito de poner el dedo en la llaga respecto a temas candentes como el desgobierno del país, la explotación indígena o la problemática de la mujer.

Su enfrentamiento con la jerarquía eclesiástica no supone solo una batalla por la libertad de expresión. Clorinda apuesta por un cristianismo renovado, compatible con el liberalismo y la igualdad de género, tal como ella la entiende. Ya en su época ganó fama de anticlerical, por lo que no se ha puesto la debida atención en su defensa de las ideas religiosas, nunca equiparadas con la corrupción eclesiástica.

El alcance de sus denuncias puede parecer incompleto, lastrado por un paternalismo irritante, pero no debe olvidarse que, aún así, sus acusaciones eran «demasiado graves para el Perú de 1890, en parte por provenir de una mujer, que por ello y por ser además provinciana, se hallaba más indefensa que otros frente a los enemigos que le hacían naturalmente sus novelas» [38].

 


[1] ARNING, Ursula. Clorinda Matto de Turner: las contradicciones de una identidad en un universo acotado, septiembre de 2000, pp. 70, 142. (Consulté una copia del manuscrito de este trabajo universitario en la Biblioteca Nacional del Perú, Lima).

[2] PELUFFO, Ana. Lágrimas andinas: sentimentalismo, género y virtud republicana en Clorinda Matto de Turner. University of Pittsburg, 2006, pp. 17-18.

[3] CABALLERO WANGÜEMERT, María M. El papel de la mujer entre tradición e innovación. Letras 92/93, 1993. Universidad mayor de San Marcos, pp. 72-81.

[4] MOREANO, Cecilia. El pesado casco de Minerva: influencia de Palma y González Prada en la obra de Clorinda Matto de Turner, dentro de TAUZIN, I. (Ed.). Manuel González Prada: escritor de dos mundos. Lima. Instituto Francés de Estudios Andinos, 2006, pp. 262.

[5] DENEGRI, Francesca. El Abanico y la Cigarrera. La primera generación de mujeres ilustradas en el Perú. IEP. Lima, 2004, pág. 16.

[6] Clorinda Matto a Ricardo Palma. Lima, 10 de noviembre de 1887. Archivo Ricardo Palma (ARP), depositado en la Biblioteca Nacional del Perú. ARP, XRP/02.09.070.

[7] Lo que habrá de suceder en el 888. Impromptu para la velada literaria del 31 de diciembre, en casa de la señora Clorinda Matto de Turner. El Perú Ilustrado nº 38, 28 de enero de 1888.

[8] SCOTT, Nina M. Escritoras hispanoamericanas del siglo XIX, dentro de MORANT, I. (Dir.). Historia de las mujeres en España y América Latina, vol. 3. Madrid. Cátedra, 2006, p. 696.

[9] El Perú Ilustrado nº 22, 8 de octubre de 1887.

[10] CABALLERO WANGÜEMERT, op.cit., pág. 73. ARNING, op.cit., pág. 4.

[11] PINTO VARGAS, Ismael. Sin perdón y sin olvido. Mercedes Cabello de Carbonera y su mundo. Universidad de San Martín de Porres. Lima, 2003, pp. 580, 603.

[12] GONZÁLEZ PRADA, Manuel. Pensamiento y librepensamiento. Biblioteca Ayacucho. Caracas, 2004, p. 68. Prada se dedicó a la poesía hasta que la derrota militar ante Chile le convenció de la necesidad de entrar en política, para modernizar el país. Fustigó la incompetencia de la oligarquía y criticó con dureza a la Iglesia. Evolucionó hacia posiciones libertarias.

[13] Ibídem, p. 21-22.

[14] CAPELO, Joaquín. Sociología de Lima. Impr. Masias. Lima, 1895, p. 22.

[15] PRADO, Javier. Estado social del Perú, dentro AA.VV. Pensamiento positivista latinoamericano, vol I. Caracas. Biblioteca Ayacucho, pp. 330, 334.

[16] Citado en FLORES GALINDO, Alberto. La tradición autoritaria: violencia y democracia en el Perú, pág 13, dentro de www.cholonautas.edu.pe.

[17] Un análisis del «indigenismo civilista» en KRISTAL, Efraín. Del indigenismo a la narrativa urbana en el Perú. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, nº 27, 1988, pp. 60-63.

[18] GONZÁLEZ PRADA, op. cit, pág. 24.

[19] Prólogo de Aníbal Quijano a MARIÁTEGUI, José Carlos. 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Biblioteca Ayacucho. Caracas, 2007, p. XXVI. .

[20] El Perú Ilustrado nº 88, 12 de enero de 1889.

[21] MOREANO, op.cit., pp. 269-270.

[22] KIRSTAL, op.cit., pág. 64.

[23] MOREANO, op.cit., p. 271.

[24] MATTO DE TURNER, Clorinda. Aves sin nido. Biblioteca Ayacucho. Caracas, 1994, pág. 4.

[25] CORNEJO POLAR, Antonio. La novela indigenista/Clorinda Matto de Turner, novelista. Latinoamericana Editores. Lima, 2005, p. 42.

[26] MATTO DE TURNER, Clorinda. Aves sin nido, op.cit., pág. 35.

[27] En 1885, José T.Itolarrares publica La trinidad del indio o costumbres del interior, donde carga contra el cura, el juez y el costeño, la trinidad confabulada para oprimir a los indígenas.

[28] El debate indianismo/indigenismo en ARRIBAS GARCÍA, Fernando. Aves sin nido: ¿novela indigenista? Revista de Crítica Literaria Latinoamericana nº 34, 1991, pp. 63-79. Según este autor, el libro de Clorinda Matto «tiene más de prédica moralista y ética general que de indigenismo».

[29] El Perú Ilustrado nº 156, 3 de mayo de 1890.

[30] PELUFFO, op.cit., pág. 19.

[31] Citado en DENEGRI, op.cit., pág. 219.

[32] Su carta transcrita en DENEGRI, op.cit., pág. 218, nota 39.

[33] El catolicismo de Arequipa parece especialmente conservador y militante. En este departamento, según Ricardo Palma, las masas eran «altamente fanáticas». Dentro del movimiento católico, las mujeres desempeñaban un papel de primera fila: «Las señoras son las más exaltadas, así en Arequipa como en Lima, y ofrecen desprenderse de sus joyas para mantener la guerra santa». La expresión «guerra santa» alude al enfrentamiento de los católicos con el gobierno, que amenazaba, según Palma, con provocar una revolución. Véase la carta del escritor peruano al general Vicente Riva Palacio, fechada en Lima a 4 de noviembre de 1886. PALMA, Ricardo. Epistolario General (1846-1891). Universidad Ricardo Palma/Editorial Universitaria. Lima, 2005, p. 313.

[34] La Opinión Nacional, 6 de septiembre de 1890. Citado en ARNING, op.cit, pág. 127.

[35] PINTO VARGAS, op.cit, pág. 605.

[36] Carta literaria a Marieta de Veintemilla. Lima, 4 de octubre de 1890. PALMA, Epistolario General, op.cit., pp. 424-25.

[37] GONZÁLEZ PRADA, op.cit., pág. 15.

[38] RODRÍGUEZ-LUIS, Julio. Hermenéutica y praxis del indigenismo. La novela indigenista de Clorinda Matto a José María Arguedas. México. Fondo de Cultura Económica, 1980, p. 43.

 

Francisco Martínez Hoyos es un autor que reside en Barcelona.

Contactar con el autor: fmhoyos [at] yahoo[dot]es

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