relato por
Celia Seguí

L

a mamá de Jorgito estaba segura de que los problemas de la vida se resolvían de una manera u otra se buscara o no la solución activamente. No quiere decir esto que nunca hiciera nada para solucionar sus problemas, pero si el problema era morrocotudo, ella echaba mano de su frase favorita —un dicho típico en su país, Argentina— y seguía adelante con su vida sin preocuparse por la solución: «de algún culo saldrá sangre», repetía.

Jorgito creció escuchando esta frase a diario desde que nació. Hasta que un buen día, durante su tercer año de vida, el niñito entendió de repente el significado total de la frase; abrió los ojos como bordes de cántaros, apretó el culo fuertemente, y así se quedó para los restos.

La madre al principio no se percató de lo ocurrido, sólo notó que el niño ponía el cuerpo raro y andaba con los ojos como un  búho  todo  el  día.  Primero  pensó  que  eran  cosas de niño: —Jorgito, basta lindo, dejá ya de hacer el tonto y caminá bien. Y dejá de poner esos ojos de espanto, a ver si Dios te castiga y te quedás así hasta el fin de los tiempos —pero el niño hacía caso omiso.

—Lucila,  ¿qué  le  pasó  al  niño?  ¿Recién  vio  una  película  de miedo? —preguntó un día Graciela, la vecina de enfrente, que era ya casi como de la familia.

—No, que yo sepa, pero vos ya sabés cómo son estas criaturas. Ya se cansará, ya —pero el niño no se cansaba.

Aquella noche, como todas las noches, Lucila entró en la habitación de Jorgito mientras éste dormía, a apagar la lamparita de noche: «¡¡¡Ahhhhh!!!», gritó horrorizada. Jorgito dormía con los ojos abiertos y espantados, como si se hallara a las puertas del infierno. Fue entonces cuando se dio cuenta de que tenía que hacer algo inmediatamente.

El chiquillo se levantó a la mañana siguiente, y a la otra, con el culo comprimido y los ojos clavaditos a los del jovencito Frankenstein:

—Mamá, me duele la panza —comenzó a quejarse el niñito.

—¡Querés dejar de mirarme así, que me das miedo! —le riñó la madre—. ¡Y cómo no querés que te duela! ¡¿No ves que si no soltás el culo no podés hacer caquita?! —gritó enfadada—. Se acabó, hay que ir al médico de inmediato.

Al día siguiente acudieron Lucila y su hijo a la consulta del doctor Balbiani, su médico de cabecera:

—Buenos  días,  Jorgito.  ¿Qué  te  pasa?  ¿Viste  una  película  de miedo? —bromeó el doctor.

—Ese es el problema doctor Balbiani. Lleva cuatro días con los ojos como si hubiera visto a Drácula y no hay manera de hacérselos cerrar. Ayer entré a verle mientras dormía y me llevé un susto de muerte. No los cierra ni dormido.

—A ver Jorgito, sentate aquí. —dijo el doctor. Y sacó una lamparita para examinarle los ojos—. Pues no veo nada raro. ¿Y usted dice que duerme así?

—Exactamente.

—Preocupante, muy preocupante —prosiguió—. A ver Jorgito, hijo, relajá los ojos —le ordenó pellizcándole los párpados—. Pues nada, ni los mueve. Esto si que es curioso. No sé qué decir, Lucila. No se me ocurre la solución, la verdad. —añadió preocupado—. Me temo que esto va a ser cosa del psicólogo

—Bueno, de algún culo saldrá sangre —se resignó Lucila—. Pero es que el problema no acaba ahí. Es que además le ha dado por andar todo el día con el culo apretado como pedo de visita, y se queja de dolor de estómago porque lleva días sin hacer caquita, y claro, ya me dirá usted cómo va a hacer caquita con el ano sellado como una lápida. Lo he retado, pero no hay manera de que me haga caso.

—A  ver  Jorgito,  parate,  que  yo  te  vea  —demandó  el  doctor Balbiani—.   Relajá   el   culo   Jorgito,   que   eso   es   malo  para   la salud —pero Jorgito seguía con el culo atrancado como las puertas del metro en hora punta—. Es que encima es tan chiquito que cualquiera lo hace entrar en razón.

—Bueno, de algún culo saldrá sangre —respondió la madre negándose a perder la esperanza de encontrar una solución—. Pero a ver, mientras encontramos la solución para que se relaje, ¿cómo hago yo para que el niño pueda ir a baño?

—Hombre, pues, se me ocurre que para hacerle relajar el trasero habría que conseguir ponerle en posición fetal. ¿Es que cuando se sienta tampoco relaja el culo?

—Mírelo doctor, ¿no ve que tiene la pelvis tirada hacia delante?

—Pues sí que es verdad —contestó el doctor extrañado—. Pero si andar así todo el día tiene que ser de lo más incómodo. No me lo explico. Es la primera vez que veo un caso así. No sé cómo podemos solucionar esto, la verdad.

—Bueno; de algún culo saldrá sangre —dijo Lucila—, pero mientras tanto, ¿cómo consigo que evacue doctor? Si sigue así me revienta como petardo en fiestas.

El doctor se quedó pensativo un rato:

—¿Tiene usted un arnés?

—¿Cómo? ¿Y para qué voy a tener yo un arnés? —preguntó la madre asombrada.

—Pues tiene que comprar usted un arnés y una vara. Le explico: cuelgue usted el arnés con un gancho del techo del baño, justo a la altura de la taza, y la vara enfrente, ligeramente más alta que el arnés. Meta a Jorgito dentro del arnés, cuélguele las piernas de la vara como si fuera un trapecista y así tendrá que relajar el culo por cojones, con perdón —se disculpó el médico un tanto avergonzado—. Ahora, le digo una cosa Lucila, esto es cosa de psicólogo. Lleve al niño al psicólogo sin más dilaciones.

—Haré todo lo que me dice doctor. Este niño no se me queda así. Andá Jorgito, vamos a comprar un arnés y verás que pronto se te va el dolor de tripa. En cuanto vea que hace caca ya verá usted como se le va la tontería esta de andar con el culo en un puño todo el jodido día —dijo dándole un cachete a Jorgito—. Gracias por todo doctor.

Lucila compró el arnés y la vara, y efectivamente, esa misma noche Jorgito evacuó de lo lindo. Sin embargo, en contra de sus expectativas, no dejó de apretar el culo el resto del tiempo.

—Al psicólogo, no hay otra. Si no te da la gana soltar el culo tendremos que ir al psicólogo. ¡Mirá que hacerme gastar un dineral porque te dé a vos la gana, pelotudo! ¡La concha de la lora! —le riñó la madre mientras Jorgito la observaba con la mirada desorbitada de un lunático que ha aterrizado en Marte.

Tras escuchar atentamente y con estupefacción las explicaciones de Lucila, su desesperada visita al médico de cabecera, y las recomendaciones del doctor, la doctora Cuesta se dirigió a Jorgito:

—¿Pero vos no te das cuenta de que apretando el culete no vas a conseguir  lo  que  querés?  ¿Qué  es  exactamente  lo  que  querés? Decímelo —el niño la miraba pasmado sin decir una palabra.

—No le va a sacar nada, doctora. Ya llevo yo días intentándolo.

—Creo que está traumatizado, el niño. ¿Le pasó algo?

—No, que yo sepa. Y no me separo apenas de él, porque ni siquiera va al colegio todavía.

—Pobre criatura. Entonces debe de ser un trauma durante la gestación, o quizá de otra vida. Y esa mirada ofuscada, me da como que no es de este mundo. Si no es algo traumático ni físico está claro que el problema viene de más atrás. Desgraciadamente a esa fase los psicólogos no podemos llegar, lo siento, pero me temo que no puedo hacer nada. Tendría usted que buscar un regresionista.

—¿Me está usted diciendo que este niño está reencarnado y que este problema ya lo tenía antes? ¿Y quién era? ¿El jovencito Frankenstein? ¿El asesino de Psicosis? —profirió la madre obviamente enfadada.

—Lo mismo. Llévese usted al niño que me da malas vibraciones. Sólo mirarlo es para cagarse de miedo —contestó la doctora Cuesta con ese poso típico de terapeuta argentina.

—Andate con cuidado boluda, que te denuncio al colegio de psicólogos. ¡Pero qué mal educada la piba! Vámonos niño, que de algún culo saldrá sangre —dicho lo cual, cogió a Jorgito del cogote y salieron de la consulta dando un fuerte portazo.

Lucila y Jorgito se recorrieron medio Buenos Aires de consulta en consulta sin que ningún especialista diera con la solución a su problema. Un día sonó el timbre de la puerta y apareció Graciela, la vecina de enfrente, que siempre estaba ahí para ayudarles en lo que fuera.

—Lucila, vos y yo tenemos que hablar seriamente —anunció pasando directamente al salón.

—¿Qué ocurre, Graciela? —preguntó Lucila tomando asiento a su lado en el sofá.

—Lucila… ¡Tu hijo es un sabio! —exclamó mirándola admirada.

—Vos me estás tomando el pelo, ¿no? —inquirió Lucila frunciendo el ceño.

—Mirá esto —Graciela metió las manos en su bolso y sacó un libro de tapas grises con un gran título en colores llamativos. HOW TO GOOD-BYE DEPRESSION, o cómo decir adiós a la depresión, si el libro hubiera estado traducido al español.

—¿Pero esto qué es? —preguntó Lucila entre perpleja y molesta.

—¿Que esto qué es? —continuó la vecina—. ¡El libro del momento, Lucila! ¡El libro del momento! ¡Y este libro afirma que la depresión se cura apretando el culo, Lucila! ¡Mirá! —añadió, ante la mirada incrédula de su amiga. Acto seguido abrió la primera página del libro y señaló una frase en mayúsculas: «CONTRA LA DEPRESIÓN APRETAR EL CULO 100 VECES»—. ¡Tu hijo es un gurú, Lucila! —Lucila tenía ahora los ojos más espantados que los de Jorgito—. Este libro dice que apretar el culo  viene  muy  de  dentro,  de  lo  más  profundo  del  ser humano —parloteaba entusiasmada Graciela gesticulando intensamente  con  las  manos—. Y  mirá,  ya  lo  dice  el  refrán —añadió—: «A mal dar, apretar el culo contra el sitial».

—«Tirado   el   pedo,   buena   gana   es   apretar   el culo» —respondió Lucila con socarronería—. El problema es que para que mi hijo se tire pedos tengo que colgarlo de un arnés. Por lo demás, el boludo cumple a rajatabla con el refrán.

—«Hay que joderse y apretar el culo para no peerse», dice otro. Los refranes  son  la  sabiduría  popular,  Lucila  y  tu  hijo  la  tiene  innata, amiga —sentenció Graciela, orgullosa.

—¡«Con  el  culo  se  aprieta  y  con  lo  que  cuelga  se  tapa  la grieta»! —gritó Lucila ahora entusiasmada—. La que enganche a mi hijo va a ser la más feliz del mundo, jajajaja —reían las dos mujeres—. Por dios, bajemos la voz no sea que se despierte el chico. Mirá, que después de tanto médico y psicólogo averiguar que mi hijo es un sabio…

—Más  vale  tarde  que  nunca,  Lucila,  más  vale  tarde  que  nunca —contestó Graciela.

—Pero ¿Y la mirada, Graciela? ¿Cómo le quito esa mirada de criminal desaforado? Ni yo me puedo acostumbrar. Hay veces que me acojona de verdad, y eso que es mi hijo.

—Es lo que tiene ser un gurú. Tienen que andar con los ojos muy abiertos, Lucila ¿No ves que no se les puede escapar nada? —la tranquilizó.

Si bien Lucila nunca llegó a creerse que su hijo fuera un verdadero gurú, tal como Graciela predicaba por el barrio, tras leerse How To Good-Bye Depression se quedó tranquila y empezó a ver la situación con otros ojos.

Como era mujer muy imaginativa acabó encontrando una solución para el problema de la mirada de Jorgito: un día, mientras arreglaba unos papeles en el despacho colocó a Jorgito delante del espejo, le agarró el pliegue lateral del párpado superior, lo juntó con el del inferior y los pinzó con un clip de presión dejando la mirada del niño como la de un chino miope.

—Parezco un chino, mamá —se quejó Jorgito.

—Mejor chino que criminal. Te los voy a comprar de colores; los negros te hacen muy serio; parecés un gótico de esos —resolvió Lucila.

Los clips de colores causaron furor. Al poco tiempo el barrio parecía una colonia de chinos miopes, tal fue la cantidad de niños y jóvenes que imitaron a Jorgito.

—Te lo dije, Lucila —se enorgullecía la vecina—. Tu hijo es un gurú.

—Pues vas a tener razón, Graciela. La verdad es que tiene planta de líder —presumía la madre mirando el culete apretado de su hijo.

Los años pasaron viendo a Jorgito defecar colgado de un arnés cada vez más grande, y pasearse con sus pinzas de colores y andares de chulo del lejano Oeste por toda la ciudad. Lucila y Graciela se habían convencido a sí mismas y al chico de que era un sabio, un elegido, un ser venido al mundo para liderar a las masas; y entre los tres estaban dispuestos a hacer lo que fuera para que el mundo diera la bienvenida al nuevo gurú, que naturalmente, ante tales expectativas, había acabado convertido en un joven chulesco, creído y maleducado

 

Lo primero que aparecía en la grabación era el título: COMO SER FELIZ APRETANDO EL CULO. A continuación, la cámara enfocaba a un Jorgito ya adolescente durmiendo en su cama con los ojos como la niña del exorcista. Inmediatamente después, aparecía Lucila por detrás con un cartel que decía:

«DUERME CON LOS OJOS ABIERTOS

Y VIVIRÁS UNA VIDA DE ACIERTOS».

 

La siguiente secuencia mostraba a un Jorgito de mirada homicida pinzándose los ojos con los clips de colores ante el espejo del baño. Una piba espectacular, también con los párpados sacrificados, aparecía de repente tras Jorgito en el espejo y le daba un bocado en la yugular. Fundido en blanco. Lucila aparece con otro cartel:

«LA PROPIA MODA HABRÁS DE CREAR,

SI A LAS CHICAS GUAPAS QUERÉS LEVANTAR».

 

La cámara, llevada por Graciela, pasaba después a grabar a Jorgito y su aparatosa novia paseando por la calle, él con sus andares de pistolero. Barrido. La imagen se centra directamente en el culo apretujado de Jorgito. Fundido y cartel:

«APRIETA EL CULO Y SERÁS EL REY,

UN TÍO TAN CHULO COMO JOHN WAYNE».

 

Como Graciela se quejaba de no salir en la película, Lucila la dejó sacar el cartel consecutivo:

«CON EL CULO BIEN APRETADO,

CUALQUIER PROBLEMA ESTÁ SOLUCIONADO».

 

Costó convencer a Jorgito de que saliera haciendo mayores colgado de un arnés y una vara, pero finalmente, convencido de su superioridad sobre el resto de los mortales, cedió. Así pues, el siguiente plano mostraba a Jorgito cagando, colgado del arnés, y sin necesidad de banda sonora. Detrás aparecía Lucila con el final del poema:

«A LA HORA DE CAGAR,

EL CULO HABRÁS DE AFLOJAR.

LAS PIERNAS EN UNA ARISTA,

COLGADO, CUAL TRAPECISTA,

EMBUTIDO EN UN ARNÉS,

Y A DESCARGAR COMO UN MARQUÉS».

 

El video se convirtió rápidamente en número uno en youtube. Jorgito, transformado en ídolo de adolescentes, recorrió todos los platós de televisión del país contando su historia. Lucila y Graciela, en su nuevo papel de representantes, recitaban orgullosas el famoso poema por los múltiples programas de radio y televisión a lo largo y ancho del país. El grupo pop de moda pidió permiso para utilizar el poema como letra para su próxima canción que se convirtió en el Hit del año. En definitiva: se montaron en el dólar.

Un día recibieron una llamada de España: «El chico tiene que venir pa España inmediatamente. Tiene planta de torero», les dijo el apoderado de Francisco Rivera Ordóñez, al otro lado del teléfono. En realidad, Jorgito era un cagao, pero su chulería no le permitiría admitirlo. Después de calibrar los pros y los contras, la ambición le pudo al miedo y Jorgito se embarcó para España.

El día que tomó la alternativa no cabía ni un alfiler en la plaza, abarrotada como estaba de «chinos» miopes con pincetas de colores gritando a su ídolo. Allí se plantó Jorgito, con ojos de psicópata en crisis recién escapado del sanatorio —había decidido prescindir de las pinzas para poder ver bien al toro—; acojonao como la abuela de caperucita en la tripa del lobo; con el culo apretao como dientes de mono rabioso. Allí se plantó, solo, en medio de la plaza. Gradualmente se hizo el silencio; se podía cortar el aire. De repente, salió el toro escopetado a la arena. Paró. Jorgito y el toro se miraron en silencio, midiéndose. Una ristra de petardos resonó súbitamente en la plaza ennegreciendo el pantalón amarillo pálido del torero. Por primera vez en su vida Jorgito se había cagao por las patas abajo.

En Buenos Aires, frente al televisor, Lucila y Graciela dieron un grito de horror:

—¡Ay  Lucila!  ¡Qué  horror!  ¿Qué  va  a  ser  de  él ahora? —gritaba Graciela espantada. Hubo un momento de silencio. Lucila movía la cabeza confusa, como si no se creyera lo que estaba sucediendo; entonces se volvió hacia Graciela y dijo:

—Y tener que esperar dieciocho años a que venga un toro para poder cagar sin arnés… ¡Qué huevos tiene el boludo! Si ya lo digo yo siempre: «de algún culo saldrá sangre», pues mira, ya salió.

 

 

 

Celia SeguíCelia Seguí. Es licenciada en Arte Dramático (exactriz profesional en teatro y TV (1986-1997)), exdirectora gerente de una academia de idiomas y profesora de inglés y español para extranjeros (2001-2009), actualmente empresaria en Viena, ciudad en la que reside desde 2009 y se dedica a distribuir productos españoles. Desde hace unos años escribe relatos de humor y dramáticos, ha acabado su primera novela y va por la segunda.
📩 Contactar con la autora: celiaseguiblogliterario [at] gmail [dot] com

 

🖼️ Ilustración relato: Moon Clouds Treetops Abstract, By CopyrightFreePhotos
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biblioteca relato Celia Seguí

TRES RELATOS SORPRESA (traídos aquí desde nuestra biblioteca)

missuenos Sala de espera, por Gustavo Martínez. En Margen Cero (Relatos 3 – 2002)
fpoza El hombre que se cagó a sí mismo, por Fernando L. Pérez Poza. En Margen Cero (2001)
motel Encuentro en un motel, por Antonio Gualda Jiménez. En Margen Cero (Relatos 3 – 2002)


Revista Almiar – n.º 83 / noviembre-diciembre de 2015 MARGEN CERO™

 

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