Aquí, donde ya no estás
Cuando un poeta muere,
está más vivo que nunca.
Delia Rengifo
Hoy ha llovido en la esperanza de volver a verte,
y estas nubes imprevistas rompen el azul y el horizonte
compartido de tu vuelo.
El recuerdo de tus juegos infantiles
no dejará vestir el patio con tu duelo,
ni alzarán un obelisco por tu ausencia,
los callados jazmines del olvido.
Aquí donde ya no estás,
tu recuerdo se ha sentado entre nosotros,
a esperar el regreso de tu último viaje
a la entrada del pueblo.
Y las campanas de la iglesia,
sólo logran repetir,
con el precario y disonante adiós de sus metales,
la inoportuna melodía de tus versos
a medio terminar.
Sobre esta pared blanca
que sostiene el humo incierto
de la tristeza,
se arrodillan las trajinadas sombras
para convocar en la penumbra de tu despedida,
la oración desesperada de la tarde.
Ahora eres hijo y gorrión que se fue al Sur,
y eres el riachuelo fresco
que supo saciar
la sed de los caminos
a la orilla del retoño breve
de tus horas buenas.
Aquí donde ya no estás,
el frío de tu nombre
prolonga la nieve perpetua de las horas,
y eres la blanca soledad de quien se marcha
cobijando suavemente,
las ancladas cimas grises
del adusto silencio que se queda.
Aquí donde ya no estás,
parece llover de tiempo,
y se moja en tu recuerdo
la mejor siembra de los días,
porque en realidad
te quedas.
Tú, el único refugio de estas lágrimas
que se clavan en la ausencia
a la intemperie de tu nombre;
y entiendo nuevamente,
que hay certeza en el brillo
infinito de tus versos,
sobre el pozo inmóvil
de la noche.
Cuando te busca un Valle
Hoy me sorprendió tu Valle
en la callada geografía de mi tristeza.
Tú, privilegio de la luz sobre mis huellas,
certeza de los versos mas sencillos,
encendido pensamiento sobre el río,
fecundando el frío surco de tu ausencia,
con raíces que me abrazan a la tierra
mientras se elevan hacia el cielo,
tus retoños de azules y de sendas.
Ese Valle colgado entre montañas
de humo blanco, casi nube,
de primaveras suspendidas en sus ramas,
ha hecho florecer tu nombre en el silencio,
y trashuma pasos-ríos de inventarte mares,
alza vuelos, despedidas y añoranza,
y dibuja en tu mirada el Universo
con el pincel etéreo de un instante.
Ha venido hasta mi puerta esta mañana,
todo un Valle acercándote entre versos
y nostalgia…
– De La Palabra Más Dulce Del Silencio
(Prólogo de Pepe Sánchez)
¿Qué dejaré?
(Al sin sentido de la guerra)
¿Qué dejaré?
Después de haber callado tu adiós
sorprendido en la herida de tu angustia,
derribado ante el muro de la ausencia,
vencido en los abismos de la espera,
sangrando a media luz sobre la tierra.
¿Qué dejaré?
En la oración que olvida tu tragedia
ante el Dios que perdona mi violencia,
desangrando tu Dios sobre el altar,
tratando de borrar , inútilmente,
los pecados que piensa que le quedan.
¿Qué dejaré?
Si hoy han puesto dos rosas en mi tumba.
Ahora sé que me fui sin darme cuenta,
que he muerto entre colores desteñidos
intentando cobijar, ingenuamente,
el frío de mi cuerpo y mi conciencia.
¿Qué dejaré?
Sólo soy el fantasma de tu olvido
y ya no puedo sorprender tu angustia,
ni derribarte al fondo de la ausencia,
ni vencerte en abismos mal heridos.
¿Qué dejaré?
Todavía pregunto, sin respuesta,
si viví sobre las horas de tu entrega
o morí en vida, a media luz, apenas,
como viven las dos rosas que me quedan.
Flor Dormida
Oh Tierra de rostros idos,
arrullada entre sonrisas
de silencio, sorprendida,
con miradas sin destino.
Oh madre de ignota huella
en mi día interminable
en mi sombra, sin hallarte
eres luz de las ausencias.
Soy el breve jardinero
De tu adiós y de tu historia,
de la sagrada derrota
que arrancaron de tu pecho.
La niña de tu jardín,
en Darfur o Palestina,
en tu América descalza
que persigue su alegría,
te riega de soledad
las ausencias compartidas,
y hasta en lágrimas le escribe
las espinas al rosal.
Hay una fosa común
que reclama tu tristeza
busca un nombre y una flor,
trashumantes de tus penas.
Todos venimos llorando
hasta esa herida en la tierra
que desangra nuestro duelo
bajo una sola tormenta.
Nuestro único reclamo
es quedarnos junto a ellas,
junto a la flor y a la herida
aunque aún no se despiertan.
Hoy te llamo en claroscuro
en susurros clandestinos,
mutilando tus segundos
con relojes malheridos.
Yo se que tan solo duerme
esa flor, de paz sedienta,
la recuerdo claramente
corriendo tras sus colores
amanecida en retoños
a orillas del horizonte.
Son colores, para el mundo
pequeñas flores de paz,
para el humilde jardín
que aún no logra despertar.
Ilustración poemas: Fotografía por Pedro M. Martínez
Revista Almiar – n.º 60 / septiembre-octubre 2011 – MARGEN CERO™
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