poemas por
Erick Ramos
1
Como volcán lleno de sueño, tormenta que es carne o
cuchillo, arma que besa, así es el ferrocarril en Keaton.
Piense el color del cielo en One Week, el tremor
del suelo y la casa que gira, y hallará la gama
negra del ferrocarril que viene, anunciándose, bestia,
amor o hueso, babeando humo
por la testa, arrastrando la pieza sideral del universo.
Anunciándose, maligna
escritura, tiempo desde el tiempo en que rueda el muerto
de la tierra; porque el hombre en Keaton ama
el agua regulada del cariño, y construye por ello
la absurda tapia del amor eterno y
la sagrada cama.
El primer tren traza, pasa, trenza un grito inaudible.
El segundo —el real—, troca y destruye, desarma
y bulle del cenit, alfombra de roca, y oculta
la mano lenta de la tormenta que le dio a luz.
Pero el ferrocarril solitario, solo salto, brillo
soldado, avestruz ensamblándose, máquina
imantada, es el de Sherlock Jr.
El hombre en Keaton sueña que vive la vida real, la del
amor imposible, y busca asible su flora
rural, su huella en el robo de la noche.
Así persigue, como nosotros, la esquiva ranura del sol
por donde cae el día.
Y pasa frente a él, espantado por
el ruido, colocada
la cabeza en el alma, para no
sentir el corte final de su ira, el diámetro
de sombra caliente y voraz, callada espada en
el tímpano del tiempo.
Y es como fiebre polar, calentura blanda, rojo
gris de recámara el instante eterno de la
huida, y lejos, muy lejos, sigue el ferrocarril su loca ruta.
¿Por qué en One Week lo destruye todo?
¿Por qué el amor duele lo mismo que el ave
en el costado del cielo, si de la mano
la mujer es vida eterna y el hombre en Keaton
solo muerte?
Amor torrente y terrente el que los amantes se profesan.
Amor de tristeza cómica, de parodia despidiéndose, de
imitación del viento.
Y es que, como dijo el poeta, no hay nada más triste en el mundo que
un tren inmóvil en la lluvia.
La habitación equivocada del casado, el piano
lúgubre, la fecha
exacta del momento aquel de la mañana negra.
La puerta que da al viento y no al hombre.
Piense la tosca forma del solar, la
caótica arquitectura de lo bello, el bruto remache
del sitio nupcial y entenderá por qué el ferrocarril
existe, empuja y abre la pobreza del amor
humano.
Perfecta, violenta, suprema, no
permite que lo horrendo
siga en pie.
De ahí su dirección opuesta, su sorpresa, la locomoción
idiota que nadie escucha.
Como puño que ahoga el sol, toro
que venga al toro humano.
Y el hombre en Keaton y la mujer celeste
preparan la cama para la muerte.
2
Volviendo a Sherlock Jr., es posible
imaginar al ferrocarril venir del hemisferio
ruin de lo blanco, si aceptamos que la noche
es la luz misma del universo.
Y el hombre en Keaton monta el lomo de la bestia, camina
obre su tablatura y hace caer agua de la boca
de la sierpe.
Vuelve el ferrocarril entonces —tal y como vuelve la noche,
el muerto a la cuenca del ojo.
No es un tren detenido sobre el llanto, como advirtió el poeta, sino uno
de ramas arremolinándose, de follaje negro y diamante, de luz
cromada de muerte.
El aprendiz de detective —hombre en Keaton
que sueña un mundo aeroplano—, halla en el
libro la huella gris de un dolor.
Y cree que con él comprenderá su tiempo o
la partida; la flor imposible de enero.
Se aproxima ahí un tren hecho de lunas.
3
¿Qué amor es el del amor secreto?
Como en Neighbors, los amantes trenzan el
beso y lanzan la estrofa de un silencio voraz, y se
aman extramuros, infantes en guerra o aluminio, curando
en el aire la pirueta común.
Pero el amor del hombre en Keaton, en Sherlock Jr., es
del que se imagina solitario la dicha.
La foto cuelga cercana y es como la imagen viva de un vacío.
Nube detenida de la que llueve una delgada impaciencia gris.
El retrato de la amada, poblando siempre el tenue
espacio de la voz, repite el ovalado reclamo
de la muerte, su marco ruin, su postura.
La mujer presiente antes del alba, como árbol
agitándose dentro del ave, un fuego que viaja como río por la carne horadada.
Bella, incandescente, recostada.
Y no sonríe su hábito, y no comulga con el lobo, y no espera que caiga dios
de la palabra.
4
Extraordinario ferrocarril el de The General.
Humano, tragador de huesos, volador, temerario, extensión
del arma y, por lo tanto, extensión del hombre —si el hombre
en Keaton es también una extensión del alma, como lo es el universo
del sueño, el mar del alba, la piedra del viento.
Este hombre, maquinista enamorado, quiere
pelear, defender el pedazo de territorio, y no
lo dejan.
Y, sin embargo —porque solo es una pieza del destino—, la guerra llega
a él, antes que al lobo, como si su sola queja empapara
la mejilla, anudara la conciencia y él fuera solo máquina,
hambre, silencio, desgracia.
Negra como la blanca dicha del valiente, o del idiota.
¡Guerra, guerra! ¡Anunciándose como fogata rodando
bajo la noche!
¡Guerra como hermana, brazo, sombra!
¡Guerra silabeada, amontonada, cacareada,
gonorreada, papeleada, animal!
¡Guerra desamorada, diablo, ángel, trompeta!
Ese ferrocarril es imagen y semejanza, trapecio, equinoccio,
vómito lunar.
Y el hombre lo lleva a volar, carro encendido arrastrado por muertos.
Ya lo había dicho el poeta: en ese tren lejano iba sentada la nostalgia.
Y así va, en busca del amor perdido, queriendo pelear la guerra solo, como si fuera
limpia eternamente la camisa del difunto y los vientos del sur
barrieran el dolor de los vencidos, y los hijos de los vencidos y la madre
que los perdió.
El ferrocarril es una bestia desmembrada.
Reunida, cortada en piezas; cercenada en pedazos, conglomerada.
Y sin embargo, persigue viva la forma fija de una
idea, bala que acaricia
un corazón detenido.
Dijo el poeta: And for that minute a blackbird sang.
Pero en la noche parte el rayo su poema.
Su lluvia abrigada, su vasta alborada sepia, y es como
un beso quebrándose, un trazo de tigre
que traga.
Huyen los amantes, o duermen, y el sueño es
eterno, un segundo quieto de día gris, un mar de orillas
llenas de nada.
El ferrocarril llega con la luz del sol, nave
a la espera del ascenso, vuelo terrario.
Tren que madura en férreas contracciones de serpiente.
Vuelven los perseguidos a ser perseguidores, y vea
cómo la locomotora se vuelve espada, pan al hombro, bestia nueva.
Se entiende ahí, se siente por qué el hombre en Keaton
vence el miedo de un augurio, y busca la estrella del
nacimiento, y lleva a
la mujer de nuevo a la frontera de la muerte.
Allá donde habitan los muertos que no son.
Piense el tren enemigo, la trampa, el horno del
odio común, y será revelado el momento en que la locomotora
caerá al río, envuelta en cobija de fuego.
Vagones pintados de pronto todos de color amarillo canario.
¡Qué puente es este de los hombres, que cede a la
primera risa del niño!
Cae el ferrocarril, el alba, la bala, el río.
Cae el águila, el tiempo, la máquina.
Cae Estados Unidos, el cobarde, el asesino.
Cae la dicha, la gloria, la muerte de los caídos, el precipicio.
Cae el fuego, la luz, el mundo, la flor.
Cae el hombre, su lobo; cae matar, su cuchillo.
Cae la nieve, la luna, el dormido.
Cae el imperio de los desposeídos.
Y habría dicho, como el poeta, desde este tren de ensueño, ferrocarril, humo
negro, vía, mirad a las gallinas picoteando en la tierra.
El hombre en Keaton pelea, por fin, la guerra fraterna.
Pero no pelea en verdad, sino que lanza la espada mutilada al viento y atraviesa
con ella la pendiente del hombre.
El río es una fuente de olvido, y luchan
a sus bordes la noche y el día.
Se encuentran ahí el sueño y la vigilia, y
el cañón herido de la nube.
¿Qué ferrocarril, locomoción loca, no cabría en el ojo?
Piense el largo tren de One Week, que es en realidad uno duplicado.
El que se va es el que vuelve.
Como hambrienta serpiente que regresa por la presa a prisa; reptil
que insiste en el Edén.
Distinga la posición del reflejo muerto de su pieza, y
conservará su brazo en la taza de la tarde, en el espejo con que
se mira dentro las tristezas serenas, pozo donde
el agua trepa u hoyo que contiene un planeta real.
La locomotora en The General es una invención de la guerra.
Cruza pueblos como breves espasmos.
Habitaciones de cuyo color ha quedado
solo la espera.
Ranchos donde sueña la bestia matar algún día al granjero con la misma vara
con que midió la carne del padre.
Bosques donde se arquean corales y fantasmas.
5
Volver al ferrocarril es volver al hombre, porque
de soldaduras y piezas está hecha su alma.
Súmese a ello el hecho cruel de la distancia.
La muerte es la lejana vecina de los sueños.
Vivir es alejarse de la muerte corriendo hacia ella.
Al otro lado del mundo duerme intranquilo
el ignoto enemigo que nos dará muerte.
Lejana es la noche cayendo, mas dentro su mano la razón oscurece.
El sol lejano irradia su radio y sombras cortantes echan raíces en la muchacha.
Se sabe que la tierra gira, pero se ignora el amor
que la enloquece.
Contemple en Seven Chances cómo se arrebata
el amante; cómo la mujer —pieza de inmenso tren nupcial—, es furia
y persigue, por toda la tierra, la voluntad del amor.
Y eran like troops in battle.
Hombre en Keaton, huyendo otra vez, y los rieles de la máquina
son fronteras del alma.
La grúa monstruosa, hermana ruin del ferrocarril, levita
graciosamente
sobre el espíritu del dios de los canallas.
Y rojos trenes viajan bajo tierra.
Keatonografía
Neighbors (1920)
One Week (1920)
Sherlock Jr. (1924)
Seven Chance (1925)
The General (1927)
Versografía
1, v.43: “Dime, la rosa está desnuda…”. Pablo Neruda.
2, v.10: “Horas”. Vicente Huidobro.
4, v.23: “Campo”. Carlos Oquendo de Amat.
4, v.33: “Adlestrop”. Edward Thomas.
4, v.43: “Por tierras de sol y sangre”. Francisco Villaespesa.
4, v.54: “El viaje”. Álvaro Mutis.
4, v.65: “El viaje”. Líber Falco.
5, v.15: “From Railway Carriage”. Robert Louis Stevenson.
Erick Ramos (Lima 1982). Licenciado en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y Doktor der Philosophie por la de Hamburgo. Ha publicado reseñas y artículos en revistas nacionales e internacionales como Casa de Citas y Revista Iberoamericana. Ha sido investigador, docente y ponente sobre literatura y violencia en Perú, Brasil y Alemania. Actualmente, trabaja como profesor de Español para diversas instituciones universitarias de Hamburgo. Fue antologado en Tránsito de fuego. Antología de poesía joven latinoamericana (Caracas: 2009), y ha publicado dos colecciones de poemas, Lengua de ciego (Lima: 2013) y Elogio del pájaro lira (Lima: 2017), y una novela: Informe bajo tierra (La Habana: 2016). Ha sido Becario del DAAD (2012-2016); con ella, llevó a cabo una investigación doctoral sobre el testimonio de violencia política en Perú, Guatemala y El Salvador. Es miembro hoy del Consejo Editorial de Crisis&Crítica.
🖼️ Ilustraciones poemas: (portada) Imagen por Darkmoon_Art / Pixabay [CCO] ▪ (fotogramas en el texto) File:One Week (1920).webm y The General, front, Buster Keaton, Public domain, ambas en Wikimedia Commons
Revista Almiar – n.º 119 | noviembre-diciembre de 2021 – MARGEN CERO™ ✔