artículo por
Claudio Rizo
E
n el camposanto medito y orquesto mis pensamientos. Su silencio, brutal, me habla a cada piedra que mis pies distraídamente empuja, de chascarrillos y diantres del día. De azares. De anécdotas. Ociosidades, sin más. Miro por encima, efigies, mausoleos, imágenes y recuerdos, duelos no vencidos… y alguna que otra disimulada sonrisa ante el viaje de un cabrón emprendido, que los hay, por más que a su postrero hálito se le colme a todo cristo de dones y gracias que jamás serán registradas en la notaría de la verdad de cada uno de nosotros. El silencio allí es un calambre emotivo y regio. Profundamente respetado. Purificador. Nada que ver con nuestro día a día. Ni con el ruido de la calle, ni con el grito del vecino, ni con la estridencia de la tele… ni por supuesto con la «Scooter» del pavo adolescente, que amortaja tus oídos a la salida de un semáforo en rojo sangre.
No camino. Son mis pies, huidos, vagabundos, los que empujan el resto de mi cuerpo y lo llevan por las calles enrevesadas y estrechas de esa ciudad que parece dormida, pero que sin embargo susurra, casi suplica ser escuchada, asida al aire, acerca de todas aquellas historias que quedaron un día inconclusas, cojas, huérfanas… rajando la tierra. Soy un muñeco que deambula y lee leyendas gravadas en rocas, apenas. Callado, como el Barrio. Doy con un antiguo conocido, de esos de futbolín, bares adolescentes y poco más. Pero de gran aprecio. Le perdí la pista hace diez o quince años. Suele pasar. ¿Tú vives aquí? Le pregunto en mi interior, con voz contraída, quebrada, queda, superada… Tiene mi edad. Bueno, la tendría de hallarse coleando como yo y dando patadas a las piedrecitas de este cementerio al modo que Tim Robbins hacía durante su alambicada huída en Cadena Perpetua. Me he quedado frío, creo que más que la piedra que sobre su cuerpo hace de manta y protege esa voz, antigua: «Claudio, he vuelto a ganarte», decía tras la partida del sábado. Ni el zarpazo invernal, que lacera la tierra, cerca de las seis de un enero muy frío, parece suavizar mi congoja entrecortada…
Hoy anduve, de nuevo, por los alambres del más allá, espaciando pasos y pensamientos, seducido por su quietud, por sus nostalgias, sabiendo que antes o después será mi foto la vista por otro, y deseando que al menos entonces me recuerde, con una media sonrisa, como yo hoy a mi viejo rival de muñecos futboleros, o con un medio enfado, tanto da… Pero que me recuerde.
La vida y la muerte. El ruido y el silencio. Apenas una calle, las separa. Un paso de cebra. Un diagnóstico. Una miga de pan mal circulada. Una edad, que ya no aguanta. Una voluntad, también. A veces.
Claudio Rizo Aldeguer es un autor alicantino.
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claudiorizo [at] hotmail.com
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Ilustración del artículo: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar – n.º 67 / enero-febrero de 2013 – MARGEN CERO™
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