relato por
Elisa Mancuso

 

A

maneció lloviendo. El ruido del agua gorgoteando en el espacio entre la persiana y los vidrios de la ventana me sacaron del sueño. Medio adormilada todavía, me enderecé no sin dejar de recordar cómo ese ruido había sido muchas veces el de una esperanza… («Si se larga a llover pasamos la noche juntos»…) y de inmediato, como siempre, asociado, el recuerdo de aquella noche en que la manguera de riego de un jardín, salpicándonos, nos  hizo volver corriendo y riéndonos hacia el hotel que apenas habíamos dejado atrás unos minutos antes…

Tampoco dejé de registrar, mientras decidía si entrar a la ducha o ir a desayunar, que esos recuerdos generados hace… digamos más de cuarenta años atrás, y que durante treinta, veinte, diez y hasta hace por lo menos cinco años me arrancaban siempre una sonrisa, ahora sólo me producen una mueca…

 

Mientras el agua caliente de la ducha caía golpeándome en la espalda, me quedé a oscuras en el baño, con los ojos cerrados, frotándome la cabeza, y entonces se apareció una imagen tan clara, acompañada de olores y sonidos que lo único que ahora llama mi atención es que fue toda «en blanco y negro», casi como una imagen salida del televisor de la época.

La escena: el local de la casa de la infancia ya convertido en «comedor de diario-living-cuarto de estar» como decíamos entonces, años… 65, 66 diría, ya concluido ese fallido intento comercial de nuestros padres que nunca estuvieron demasiado dotados para el comercio.

La «Vieja» sentada a la mesa, atándose prolijamente, como todo lo que hacía, uno por uno, los «bigudíes» para hacerse su permanente casera, diría que entonces… ¡sábado a la tarde! sí, sí, porque del televisor salía la imagen del estudio de los Sábados Circulares, con…. imaginate ahora si podés: Alain Delon ¡¡¡en vivo!!! Allí, sí, entrando maravillosamente en su etapa de «galán maduro» cuando todavía no sabíamos que era un tipo violento capaz de decir con total desparpajo: «¿quién no le pegó a su mujer alguna vez?»; tan asquerosamente machista él. Pero no todavía seguramente capaz de permitirse decirlo.

Entonces oí, sí, oí ¡nuestros suspiros!, los de mi hermana y los míos… aunque no nos veía; estábamos diría que por ahí detrás, seguramente acurrucadas en el sofá, solamente la veía a ella que, uno por uno, iba separando los mechones de pelo y peinándolos con ese peinecito alargado con mango que usaba a los efectos. Pero no suspiraba ni miraba demasiado la tele, solamente oteaba cada tanto el espejito parado frente a ella…

La escena duró bastante, tan vívida, tan cargada de olores y sonidos, duró diría que casi toda mi lavada de cabeza que, porque me encantaba estar viendo todo eso, prolongué, hay que decirlo, un poco más de lo necesario; pero se interrumpió en algún punto que no puedo precisar, simplemente porque hizo su aparición el «Viejo» con la consabida bandeja del mate y sus sanguchitos de salame de Milán y queso bien aplastaditos y chatitos, y eso me hizo acordar que todavía no había desayunado…

Bueno, ¿qué provocó esta imagen?… Supongo que fue efecto del Nuevo Shampu No Frost Rizos Cuidados que, al mezclarse con el agua caliente, trajo un vaho… un poco más suave, es cierto, pero muuuy parecido al de la emulsión para permanentes caseras del pasado… y eso disparó todo lo demás…

Debe de haber existido, seguramente, un día así… una tarde así… y todo quedó guardado en algún recóndito rincón de la memoria y volvió y vino y estuvo ahí, en mi baño, por un rato…

Mientras me secaba, ya verdaderamente hambrienta, es decir, apurada por salir y preparar mi desayuno, hice una última reflexión: esa mujer, «la Vieja», que, suspiros o no, siempre daba la impresión de haber dejado atrás hacía rato todos sus sueños de juventud, debía de tener no más de ¡45  ó 46 años! La hemos dejado atrás hace casi veinte años…

 

Desde la cocina el ruido de la lluvia llegaba ya como torrencial y pensé que se parecía a eso que de chicas llamábamos lluvias de primavera, con mucha tormenta eléctrica acompañando y unas dos o tres horas de lluvia intensa, apretada, como una cortina de agua y que hace años, a despecho de los calendarios, se aparecen así, como hoy, cuando apenas está por empezar el otoño…

Preparé unas tostadas, saqué de la heladera la manteca y el queso y por más que rebusqué tratando de encontrar algo que se pareciera el sabor del recuerdo, no encontré más que eso así que resignadamente me preparé el café con leche más dulce que de costumbre y me senté a desayunar.

 

El sonido de la lluvia se volvió monótono. Dos palomas se refugiaron en el balcón donde igual las salpicaba el rebote contra la baranda. Algo lejano, el ruido del ascensor vaticinaba que las rutinas diarias empezaban. Afuera estaba oscuro todavía. Desde la avenida llegó el chirrido de una frenada casi accidentada.

 

A todo esto, te dirás, ¿cómo quedó mi pelo? Muuuy No Frost, con ricitos cuidados, como si los hubieran hecho los mismos bigudíes de mamita (lo que es un poco mejor que «la Vieja», ¿no? Digo…, considerando las edades…).

 

 

relato Elisa Mancuso

 

Elisa Mancuso. Autora argentina. Escribe desde la adolescencia, cuentos, poesía. Fué colaboradora desde 1968 a 1971 de la Revista femenina Vosotras y también publicó, en esos años, en diversas revistas literarias under. Dejó de escribir durante muchos años y desde 1984 volvió a hacerlo animándose también a la nouvelle. En los 90 hizo periodismo independiente. En 1996 publicó por su cuenta I Ching y Biorritmo – secuencia y sentido de la vida (libro sobre la correlación existente entre ambos que recibió una crítica favorable de la comunidad jungiana).

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 Ilustración relato: Fotografía por Harman Abiwardani / Pexels [public domain]

 

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