relato por
Aldo Accinelli
S
ubimos. Al fondo hay sitio. El auditorio está casi lleno. Cuatro individuos. No. Cinco. En terno. En sastre. Nos sentamos. Le digo a mi mejor amigo que no tan arriba. Bajamos. Nos sentamos en la última fila de las que están ocupadas. Pegados a la ventana. Él me dice que siempre tiene la impresión de que este auditorio se mantiene igual y que nosotros nos hacemos viejos. Lo miro. Le pregunto que qué mierda habla. Los de terno y sastre hablan entre ellos. Un poco compungido me responde que no sabe, que todo está igual en este sitio desde que entramos al colegio. Los pedagogos se acercan a los de terno y sastre. Hay un proyector ahora. Llegan los últimos. Llegan tarde. Pensando un poco en lo que acaba de decir, le digo que puede ser. Se sienta a nuestro lado. Otro amigo nos pregunta a los dos si hemos visto a la señora de pelo negro. Reparo en ella. El que preguntó recalca que tiene un culo gigante. Confirmo lo que dice. Agrega que si las de esa universidad tienen el culo tan grande, se va a meter ahí de hecho. Me río. Le respondo que habla como si una flaca fuera a hacerle caso. Se golpea el pecho. Afirma que él consigue lo que quiere. Me río. Un pedagogo dice que los tres tenemos que hacer silencio.
Comienza uno de los que tiene terno a hablar. Lo empuja. El pedagogo le dice que despierte. Se sobresalta. Propaganda. Mi amigo me pregunta que qué le pasa a ese huevón. Lo miro. Le respondo que está ido. Un poco preocupado me pregunta si está mal. Propaganda. Hay que llamar al camión de la basura. Tratan de maquillar los defectos de su educación. Le respondo que está con una de esas cosas que le dan cuando se pone a pensar en algo y que se conflictúa por eso. Se ríe. Hace un gesto con las manos y me dice que está mal de la cabeza. Un pedagogo sube. Se sienta cerca de nosotros. Termina el primer terno. Aplausos.
Comienza otro. Mi mejor amigo, con una expresión sorprendida, me dice que se acaba de dar cuenta de que llevamos once años en este sucio lugar y sigue igual. Mi otro amigo y yo lo miramos. Pienso un poco y le digo que el proyector no estaba antes. Mi mejor amigo responde que eso no cuenta. El pedagogo se levanta de su asiento. Viene por nosotros. Acerca su rostro a los nuestros como si creyera que tiene algún poder de intimidación, aunque tal vez una mujer sí se intimide por la cara de pervertido que tiene. Dice que hagamos silencio. Voltea. Ve algo abajo que llama su atención. Se aleja. Proyección. Le digo a mi amigo que yo sé que escribo mal, y le pregunto si es que esa palabra no está mal redactada. Me pregunta cuál. La señalo. Se ríe. Suavemente. Me dice que es cierto, que está mal. Nos reímos. Despacio. Ese es el futuro que nos espera. El camión de la basura tiene que volver a pasar. Termina. La proyección. Aplausos.
Mujer. Habla. Dinero. Fácil. Globalización. Exigencias. Beneficios. Convenios. Futuro. Facilidades. Extranjero. Maestría. Inglés. Chino. Alemán. Francés. Bielorruso. Progreso. Actualidad. Todos callados. Todos absortos. Observan fijamente sus ademanes. Observan fijamente cada paso que da para enfatizar algún punto. Algunos estiran el cuello. Para ver mejor. Otros levantan la cabeza. Para ver mejor. Cada uno tratando de conseguir un buen ángulo. Una buena perspectiva. Todo por tener nalgas grandes. Especialidades. Trabajo. Importante. Gerencias. Porcentajes. Egresados. Empleo. Culo. Fin. Aplausos.
Mi amigo me pregunta si me di cuenta de que varias cosas estaban mal escritas. Dejo de aplaudir. Le pregunto si sí. Deja de aplaudir. Me dice las palabras. Examino lo que dice. Confirmo que tiene razón. Ese es el futuro que nos espera. Mal redactado. Con sorna me pregunta que cuánta gente creo que se la corra hoy pensando en ella.
Otro sastre. Se levanta. Tercio. Ingreso. Rápido. Le respondo que fácil la mitad termina haciéndolo. Derecho. Medicina. Administración. Ingeniería. Metalurgia psicosocial. Pedagogía mecatrónica. Pregunta si es que yo lo voy a hacer. No me cuesta decirle que no. El pedagogo vuelve a sentarse cerca. Le pregunto si el sí. Me responde que hoy y toda la semana. Me río. Despacio. Silencio. Turismo. Exportación. Oportunidades. Se terminan. Sus palabras. Aplausos.
El quinto. Ideas. Sobre lo que la vida nos puede dar. Sobre lo que debemos hacer. Sobre lo que podemos hacer. Ideas. Acerca de todo lo que tenemos a nuestra disposición. Acerca de las herramientas que tenemos a nuestros pies. Acerca de lo afortunados que somos por todo lo que nos espera. Ideas. Proyectadas. Plan. Planear lo que deseamos. Planear lo que queremos llegar a ser. Planear nuestra felicidad. Suena tan profundo como una cháchara de peluquería. Mi amigo me pregunta si me he dado cuenta de que el señor usa peluca. Asiento. Propuestas. Para desarrollar nuestras capacidades. Para ser líderes. Para alcanzar plenitud. Para ser profesionales de éxito. Para perdernos en un mar de gente como una gota de agua en un océano. Siendo uno más. Nos empujan. Nos guían. Hacia lo que debe ser lo mejor para nosotros. Hacia lo que debemos apuntar. El tren no puede descarrilarse. Mi mejor amigo me pregunta qué hora es. Veo en mi celular. Le digo que falta poco. Éxito. Éxito. Éxito. Éxito. Éxito. Éxito. Cada tres o cuatro palabras dice eso. Éxito. Éxito. Éxito. Nos están prometiendo cosas que ellos no tienen. Miro la peluca. Se ha ladeado un poco. ¿Acaso nos están prometiendo pelo? Éxito. Un poco más y nos dice que su universidad es capaz de resucitar a su abuela. Intenta acomodarse la peluca con un gesto que pretende pasar desapercibido. Mi mejor amigo dice al aire que le gustaría que una escuela de circo viniera a hablarnos. Tengo que contener la risa. Suelto una. Suave. Silencio. Le digo a mi otro amigo que el huevón ya quemó cerebro, que ahora quiere ser payaso y que es tan divertido como un partido de ajedrez por la radio. El otro se está mordiendo las uñas. La peluca explica sus proyecciones. Mi amigo me responde que haga lo que le venga en gana, que es su problema y que si él quisiera ser actor no lo dejarían. Actúa bien. ¿Habrá alguien que se dedique a hacer lo que quiere? La peluca sigue hablando. Mi mejor amigo me susurra que si no siento que se cierran las puertas. Le pregunto que a qué se refiere. Me responde tapándose la boca que se refiere a que nos dan sólo unas pocas cosas de entre las cuales tenemos que escoger algún para bien o para mal, para el resto de nuestra existencia, pero que nunca se incluyen en estas charlas las carreras menos conocidas como sociología, historia, filosofía o arte, que es como si no existieran. Aplausos. El terno con su peluca recoge sus cosas. Aplaudo.
Le respondo que hay que ser bien idiota para sólo elegir entre tan poca cosa, que es lo que siempre nos presentan.
Nos levantamos. Silencio. Casi todos hablan a nuestro alrededor. Nos dirigimos hacia el aula. Mi mejor amigo me pregunta qué voy a elegir, que qué tengo pensado hacer. Pienso en todas las últimas conversaciones que he tenido con la gente que me importa desde que les dije a mis progenitores lo que deseo hacer con mi vida. Los miro a los dos y les doy la única respuesta posible.
Le digo que vivir.
Aldo Accinelli. Arqueólogo peruano. El estilo que suele usar es bastante introspectivo, sin nombres, sin diálogos convencionales y procurando jugar mucho con los puntos. Según nos dice, hace todo eso porque si va a escribir como todo el mundo, mejor no escribe. El texto aquí publicado, fragmento de su novela La inevitabilidad del arte, funciona como un relato independiente.
🌐 Web del autor: www.wattpad.com/user/aljao_
📷 Ilustración relato: Fotografía por evanst10000 / Pixabay [CCO dominio público]
Revista Almiar – n.º 88 / septiembre-octubre de 2016 – MARGEN CERO™
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