artículo por
Víctor Corcoba Herrero
U
na iniciativa promovida por el Foro Rural Mundial y respaldada por casi cuatro centenares de organizaciones civiles y campesinas de todos los continentes, ha hecho posible que Naciones Unidas respaldase este año 2014 como el Año Internacional de la Agricultura Familiar. Su celebración a nivel mundial me parece una excelente noticia, sobre todo a la hora de promocionar políticas activas y sostenibles, a través de la unidad familiar aldeana, y con vistas a una eficaz lucha contra la pobreza y el hambre. El que mujeres y hombres del campo, y también del mar, puedan reflexionar juntos, sobre la manera de cuidar el planeta y de alimentar el mundo, debatir y extraer conclusiones, lo veo como un gran avance social. Téngase en cuenta que el setenta por ciento de los alimentos consumidos en el mundo son producidos por esta cercana agricultura familiar, en toda su diversidad, y alrededor de un cuarenta por ciento de familias del mundo viven de esta actividad. Pero también es indudable que el éxodo del campo está ahí, en parte porque ha sido un sector abandonado, al que se le ha prestado muy poca atención en el desarrollo de los servicios públicos fundamentales, necesarios para alcanzar un nivel de vida digno acorde con los progresos de la época.
A mi juicio, considero, además, prioritario rescatar alimentos tradicionales que produce el campo, y solo el campo, contribuyendo a una dieta mucho más natural y equilibrada. Sin duda, es esta agricultura familiar la que realmente representa una oportunidad para dinamizar la vida de los pueblos, las economías locales, para afianzar la seguridad alimentaria en definitiva. Por otra parte, hay que advertir asimismo que el sector agrícola, aunque sea familiar, es un sector de producción más, y como tal es conveniente el asociacionismo, de todo punto necesario, porque facilita al agricultor la posibilidad de luchar en conjunto y de manera solidaria, contribuyendo de este modo a quedar situados en un plano de igualdad junto con otros sectores productivos, como la industria o los servicios. Por eso, entiendo, que es el momento de centrar la atención del mundo sobre su importante papel en el logro del bienestar humano. Con estos agricultores tenemos que hacer justicia. Sabemos que existen más de quinientos millones de explotaciones agrícolas familiares en el mundo, que sus actividades dependen principalmente de la mano de obra familiar, y que ellos son realmente los principales productores de alimentos que consumimos a diario.
Naturalmente, no sólo tenemos que rememorar que son una parte importante de la solución para lograr un mundo libre de la hambruna, los gobiernos deben avivar su compromiso político con el sector estableciendo plataformas para el diálogo, puesto que es preciso el acceso protegido a la tierra, al agua, el mar y demás recursos naturales. Qué menos que reconocer el derecho de los pueblos a producir sus propios alimentos. Qué menos que producir alimentos cerca de las personas que los necesitan. Qué menos que ayudar a un sector que se siente «el último» de una cadena productiva. Desde luego, los poderes públicos han de prestar, no solo la estima a su labor, también el apoyo necesario para relanzar una actividad que las comunidades rurales vienen desarrollando desde sus albores. Los ciudadanos tienen el derecho y también el deber, de gestionar su propio medio ambiente, su biodiversidad, ya que el ser humano y su cultura, como producto y parte de esta diversidad, debe velar por protegerla y respetarla. Por eso, es fundamental abrir nuevos horizontes a la pobreza rural, a esta realidad presente en todos los continentes como es la agricultura familiar, sometida hoy por hoy a fuertes incertidumbres e incomprensiones.
La principal incomprensión, considerarla con un planteamiento de producción marginal, de ahí la importancia de la creación de cooperativas que proporcionen no solo gestión, también asesoramiento y formación. Nos consta precisamente todo lo contrario, esta agricultura familiar además de ser el sustento de mucha gente, es también la mayor fuente de empleo en muchos países en desarrollo. En este sentido, se están produciendo algunas noticias positivas, que esperamos sean el inicio de otros avances. Varios países de América Latina y el Caribe han colocado a la agricultura familiar como prioridad en sus políticas públicas, algunos como Bolivia la han declarado como actividad de interés nacional. En la misma sintonía, aunque con historias distintas, se encuentran otras experiencias de Europa, Asia o África, donde el peso del modelo de familia camina hacia una causa común, el buen uso de las tierras agrícolas. El elemento sustancial es la familia a través de un sistema de gestión de explotación familiar, que unido a otras familias, se orientan a los más diversos mercados. Además, las mujeres suponen cerca de la mitad de la mano de obra agrícola en los países en desarrollo.
A mi manera de ver, la piedra angular de la agricultura europeísta es precisamente esta agricultura familiar, y con ella también nos referimos a los pescadores artesanales, pastores, recolectores, jornaleros sin tierra y comunidades indígenas, que tanto aportan al desarrollo económico del mundo; no en vano, la familia y la explotación están vinculadas, coevolucionan y coexisten. Por consiguiente, estamos ante un momento trascendental para buscar soluciones globales a problemas comunes, que enfrentan a los agricultores entre sí, entre continentes y países, especialmente donde este sector es sinónimo de pobreza y marginación.
Sea como fuere, a finales del 2014, deberíamos tener un mejor conocimiento de estas gentes de hondura, que saben labrarse la vida con el tesón de la paciencia y la labranza, con la fuerza de la mano de obra familiar, incluyendo tanto a mujeres como hombres, con la acción humana persistente de transformar el medio ambiente natural como base fundamental para el desarrollo autosuficiente y una innata riqueza compartida. Son los grandes gestores de nuestro hábitat. Lo mismo sucede con el pastoreo. La producción ganadera extensiva ocupa alrededor del veinticinco por ciento de la superficie terrestre del planeta y produce en torno del diez por ciento de la carne para el consumo humano, de la que dependen unos veinte millones de hogares de pastores. Igualmente ocurre con la pesca artesanal, los medios de vida de unos casi cuatrocientos millones de personas dependen directamente de la pesca en pequeña escala, que da empleo a más del noventa por ciento de los pescadores de captura del mundo. Por tanto, tanto a unos como a otros, hemos de escucharlos más. Indudablemente, conforme siga creciendo la especie humana irán aumentando las necesidades de esta tierra a cultivar. Los datos hablan por sí mismos. Habría que incrementar un setenta por ciento la producción de alimentos antes de 2050, momento en que se prevé que la población mundial alcance los nueve mil millones.
Por tanto, considero esencial que esta agricultura familiar mantenga su espíritu de familia y, como tal, active en toda la familia humana prácticas sostenibles y modalidades de consumo racionales y razonables. En mi opinión, lo que ha de prevalecer, en todo caso, es una dirección del sector unido al desarrollo rural, centrado prioritariamente en sus propias vidas y entornos. No olvidemos que el concepto integrador de agricultor, igual que el de pastor o pescador, vive en su espacio para mejorarlo y poder subsistir junto a él.
VÍCTOR CORCOBA es un escritor que vive en Granada; licenciado en Derecho y Diplomado en Profesorado de E.G.B, tiene varios libros publicados.
Desde hace años, la Revista Almiar viene publicando los artículos de este autor bajo el título genérico de Algo más que palabras (ver publicaciones).
Contactar con el autor: corcoba[at]telefonica [dot] net
Ilustraciones: Fotografías por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar – n.º 72 / enero-febrero de 2014 – MARGEN CERO™
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