La Noticia

 

Era la noche. Todo estaba listo: las redes, los remos, las velas.

Amanecía. Los hombres empujaban los botes al agua, las mujeres y niños les llevaban de beber, la comida y el amargo adiós.  

Hacia el mediodía, las redes se halaban con fuerza y se iban llenando los botes con un olor muy particular.  

En la tarde las mujeres preparaban las mesas de estripaje, donde limpiarían y salarían  los pescados capturados por sus esposos.

Mientras tanto los niños jugaban en la playa con maderos flotantes, imitando con maniobras, la pesca de sus padres.  

Una gran tormenta amenazaba los botecillos, cuando al filo del crepúsculo, buscaban los hombres, la ruta del regreso.

Las mujeres lo presentían y se juntaron en la playa como si estuvieran todas de acuerdo, mirando el horizonte.

En la Playa: La lluvia, el viento, los truenos... La noche.

Nadie hablaba, el silencio lo decía todo. La angustia no se sentía... Se podía ver.

Anaiz, a la medianoche atizaba el fogón del rancho para calentar a los niños. Nadie hablaba, nadie dormía, nadie aparecía.

Por fin, una hora después, dejó de llover. Y como si estuvieran de acuerdo, todas las mujeres volvieron a la playa con sus hijos.

Ahora todas hablaban y se daban ánimos entre sí. De pronto el rancho de Anaiz, ardía en llamas, todos corrían todos gritaban, todos lloraban.

Los niños dormían en los regazos de sus madres, cuando en la playa, amaneció.

Pronto se empezaron a divisar los pequeños botes y entonces todos lloraban de alegría. Los abrazos, los besos, los hombres.

Anaiz, abrazó a su esposo, lo llenó de besos y lágrimas, lo persignó y le dio gracias a Dios, y entonces le contó todo. Lo perdimos Manuel, lo perdimos todo anoche mientras le enseñaba con su mirada, lo que había quedado del incendio. Todos lloraban y esperaban con angustia la reacción de Manuel, su gesto, voz.

Manuel, abrazado a su mujer, lloraba desconsoladamente, cuando de pronto, levantó su rostro, miró las cenizas del rancho, y dijo:

Gracias a Dios...  Si no es por el fuego que vimos, en medio de la tormenta, no encontramos la costa.  Todos volvieron a respirar,  todos se volvieron a ver, y empezaron a reír, por la alegre noticia triste.

 

 

Javier Montenegro P.

Ciudad Quesada, 5-5-2000

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