Corazón Blanco
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José Ángel Fraguas
Aquí y ahora comienza mi reto;
expresar con palabras lo que tú me haces sentir.
Los años pasan y las
experiencias se acumulan. Muchas vidas contadas, son guardadas en
algún departamento cerrado con doble llave por mi cerebro, para evitar
la llegada de las termitas del tiempo que con todo arrasan. También
conservo vivencias propias y como todavía dispongo de la llave, llamémosla,
memoria; me propongo sin más dilación a evocar momentos, o situaciones
que te hagan ver lo que trato de mostrarte.
Te hablo a ti, para que
me conozcas y a la vez yo pueda hacer lo propio contigo.
Comenzaré contándote
la historia que escuché en boca de la que hoy es mi novia y espero
que algún día algo más, aunque yo no crea en esas cosas: —Eso no tengo
que decírtelo ¿no?, porque tú
ya lo sabes
—me relató ésta anécdota,
y si me lo permites… allá va.
Ella se encontraba trabajando
de aupair cuidando a un par de niños de dos y cuatro años respectivamente.
La mamá, se encontraba en estado de buena esperanza y acababa de regresar
de su visita periódica al ginecólogo, bajo su brazo un sobre y en
su rostro la alegría de la buena nueva. Con un ligero grito, llamó
a los niños y ellos un tanto preocupados, acudieron pensando que su
mamá había descubierto los dibujos que habían hecho en la pared de
la terraza con los rotuladores. Así pues, acudieron un tanto temerosos
esperando la consiguiente reprimenda. Se colocaron a su vera y decidieron
no levantar la cabeza, como símbolo de arrepentimiento. Pero enseguida
se dieron cuenta de que algo fallaba. Ella no se encontraba furiosa
sino rebosante de amor; se sentó lentamente llevándose la mano instintivamente
a su incipiente barriga, acarició los cabellos de ambos y mirándoles
a los ojos dijo en tono dulce y pausado: —Aquí os traigo la foto de
vuestro hermanito —abrió el sobre que contenía la ecografía y se la
mostró a los niños. Ellos, levantaron sus cabezas y miraron un tanto
incrédulos lo que su madre les enseñaba. —Es vuestro hermanito —insistió
ella al ver las caras de asombro de ambos—, es el niño que llevo aquí
dentro —dijo, mientras se tocaba con su mano el estómago. —Son muy
pequeños para comprenderlo —respondió el padre, mientras se alejaba
rumbo a la habitación a cambiarse de ropa desde la escalera. Ella,
no se dio por vencida y volvió a insistir, enseñándoles nuevamente
la ecografía del feto. Al no ver cambio alguno en los niños, decidió
desistir, les dio un fuerte abrazo a cada uno y tras darles un beso
en la frente, se levantó pausadamente del sofá con el gesto fungido
en sus labios y ya se encontraba subiendo los primeros peldaños de
la escalera, cuando ambos niños cogidos de la mano se acercaron a
ella corriendo y se pararon súbitamente a su lado. —¿Qué os pasa a
vosotros dos? —preguntó un tanto acalorada— Acaso sentís recelo, por
la llegada de un miembro a la familia —comentó, se giró y continuó
con su particular escalada; subió un par de peldaños más y se giró
al escuchar. —¡MAMI! —Sí, qué quieres ahora David. —¿Por qué nuestro
hermanito va a ser negro, si nosotros somos blancos? —la leve mueca
de sonrisa, dio paso inmediatamente a una cascada de carcajadas, a
un marido en calzoncillos saliendo apresuradamente de la habitación
a ver lo que sucedía, y a una aupair, con cara sonrojada evitando
mirar hacia arriba, llevándose a los niños a la cocina.
Esa inocencia de los
niños; yo, la quiero conservar en ti. No será fácil, ¿y qué lo es
en estos tiempos? Algunos nos tomarán por tontos en más de una ocasión,
otros tratarán de aprovecharse de la situación y sacar tajada a su
favor. Allá ellos, nosotros seguiremos por el mismo camino que un
día trazamos.
La contaminación del
poder, dinero, fama, manda en estos momentos. Me viene a la cabeza
una noticia que dieron todos los telediarios el día veintisiete de
marzo del dos mil cuatro. Ian Thorpe, descalificado de la prueba de
natación clasificatoria para las Olimpiadas de Atenas en la modalidad
de cuatrocientos metros libres, su especialidad, debido a una inoportuna
salida nula.
¡Tragedia nacional, en
Australia! —decía el presentador. Yo, no es que sea un erudito en
natación pero algo me decía que por mucho que les doliese a esos jueces,
que ardían en deseos de cambiar su decisión y darle a su héroe, una
nueva oportunidad, como todo el país clamaba, decidieron aplicar el
reglamento y descalificarlo. Sin saber muy bien a cuenta de qué, me
asombré al ver que las normas eran igual para todos. Lo había escuchado
cientos de veces, pero éste era un gran ejemplo. Ni el más grande
de todos los tiempos había podido escapar a ella.
¡Ja, ja, ja! ¡Abajo el
telón! La comedia terminó.
Don dinero apareció,
en forma de contrato firmado por Ian con uno de los más importantes
canales de televisión australianos, y como diría quien ya todos conocemos
—no es lo mismo—, sobornaron al «intruso» que no iba a conseguir las
cuotas de pantalla deseadas y le ofrecieron el puesto de comentarista
en el susodicho canal para las Olimpiadas. Viva el espíritu olímpico
y la m…
Por eso te digo, corazón
mío, que no es fácil pertenecer a la minoría. Hazte fuerte desde tu
interior y filtra todas esas impurezas en energía renovada para esos
que todavía creen que un contrato se cierra con un apretón de manos,
aquellos que van con la verdad por delante hasta las últimas consecuencias,
y no te olvides, de los que consideran la palabra «honor» algo más
que cinco letras.
Ya sé
que es muy difícil sobrevivir con tales pretensiones en ésta, nuestra
sociedad; pero al menos actuaremos tal y como nos dicte nuestra conciencia
en cada preciso momento, sin seguir las pautas no escritas, pero si
acatadas y seguidas por la mayoría.
Como hizo mi compañera de trabajo, Irina, hoy en día, hospitalizada
tras una operación un tanto complicada teniendo en cuenta los casi
treinta puntos que «adornan» su estómago. Un ovario enquistado fue
la causa y espero que todo salga bien y la luz vuelva a esa cara blanca
hospital que he visto hace unos días. La historia que voy a narrarte,
también sucede en un hospital. El protagonista es su padre; y lo que
sucedió, me lo contó una noche cenando, en un arranque de sinceridad.
Toda la familia se encontraba destrozada, una vez escucharon atentamente
el parte del doctor y aunque todos tenían la certeza de lo inevitable,
también se aferraban a la esperanza de lo imposible. A su padre le
quedaban, tan sólo unos pocos días de vida. La diabetes había ganado
pero no iba a evitar la fiesta que le tenían preparada para celebrar
su despedida.
Era mitad tarde y la hora de visitas acababa de comenzar, la madre
puso como excusa ir a comprar un café, para ausentarse por unos segundos
de la habitación. En el pasillo se había montado un pequeño revuelo
por la llegada de una celadora que acababa de descubrir la trama.
Una vez aclarado todo y no muy convencida, decidió hacer la vista
gorda y abandonar la planta rumbo a la cafetería. Las hijas sacaron
de sus bolsos globos de colores, confetis y regalos. Decidieron entrar
una a una en el cuarto, portando un globo con algo escrito en rotulador
negro atado con un trozo de hilo a la mano. Conforme iban entrando
iban dando un beso en la mejilla a su padre, colocando los regalos
en sus manos y ataban los globos de colores a la cama. El padre asentía
con la cabeza y sus ojos comenzaron a segregar alegría. Transcurridos
unos segundos y con la habitación en completa penumbra apareció una
madre emocionada, portando un último globo rojo atado en su corazón
y con la tarta de chocolate preferida de su esposo repleta de velas
danzantes al son, de unos pasos dubitativos. Las hijas ayudaron a
un padre emocionado a sentarse en la cama, mientras su esposa depositaba
la tarta en sus piernas. Tras contemplar la ternura en forma de beso
de una pareja enamorada, comenzaron las canciones, bromas, serpentinas
volando por encima de la cama y las palmas. Muchas palmas. Le dijeron
a su padre que pensase en un deseo y que después soplase las velas;
él, movió la cabeza de lado a lado y les respondió que no necesitaba
nada más…, y sopló las velas con la ayuda de sus cinco hijas y de
su mujer. Devoraron la tarta en familia; se rieron los unos de los
otros al verse la facha de sus caras completamente manchadas de chocolate
por doquier. Tras la pausa obligada, llegó el momento de rememorar
anécdotas de niñez, vacaciones en familia, las grandes celebraciones
navideñas…, y poco a poco, y sin darse cuenta de ello, llegó la hora
maldita, y con ella, la fiesta a su fin.
En el suelo quedaron restos de migajas amargas de chocolate con sabor
a amor, serpentinas retorciéndose en silencio, por el dolor contenido,
tristeza disimulada en forma de vistosos papeles de regalos rotos
en mil pedazos, y mucha pena de lágrimas no derramadas.
El padre pidió sus gafas para leer el contenido de los globos; «Te
queremos papá»
—pudo leer a duras penas—
y haciendo un gesto con ambas manos consiguió que todos se unieran
en uno y dedicarles unas palabras de agradecimiento, que sonaron a
despedida. Aquella misma noche pereció. Aquella misma noche, murió
un hombre feliz.
¡Ay corazón!, cuántas historias anónimas de gentes corrientes que
merecen la pena ser conocidas nos perdemos cada día. Cuantos gestos,
detalles, acciones pasan desapercibidas para esa mayoría que no tiene
tiempo para vivir la vida.
Si todos pusiésemos de nuestra parte algo, sin pensar si el otro pone
más o menos, podríamos mejorar. Quizás, nos falte voluntad, y nos
sobre orgullo. Quizás necesitemos un poco de calor humano, mimo y
cariño. Estamos en la era de las comunicaciones, chatear por Internet,
adoptando personalidades ficticias es lo que lleva, ¿acaso no nos
gusta la nuestra?, los móviles con sus mensajes «sms» nos asaltan
a todas horas y en contrapunto a todo eso, la gente se siente cada
día más sola, las conversaciones interesantes escasean, la depresión
campa triunfadora por muchos hogares, el «amor» mata a palos y los
que pueden permitirse el lujo de vivir solos, dicen sentirse satisfechos.
No sé hacia donde vamos; pero a mí no me gustan nada las nuevas directrices.
Después de contarte todo esto, no sé si debo hablarte de… ¡Qué diablos!
¿Porqué no?
Hace unos cinco años, conocí a una chica colombiana llamada Mazda,
que trabajaba conmigo en Londres en un restaurante español en Bond
street llamado «Don Juan», y con ese nombre te imaginaras que la siguiente
historia tiene que ser de amor, pero no en el sentido que te estás
imaginando…
Durante el mes y medio que trabajamos juntos conseguimos congeniar
desde el primer momento. Disfrutábamos trabajando y siempre encontrábamos
un pretexto para ir a tomar algo y charlar durante horas sentados
en alguna terraza disfrutando del corto verano londinense, tomándonos
unas pintas. Recuerdo que tú, latías con fuerza en su presencia, también
recuerdo, como tus punzadas se hacían más agudas y no puedo olvidar
el tremendo duelo corazón–cabeza que tuve que librar contigo.
Su
espontaneidad, sinceridad, armónica voz interrumpida por constantes
risas y gestos afables, unida a esa cara limpia, libre de maquillaje
eran algunas de las razones que me hacían sentirme cada vez más cómodo
en su presencia. Nuestra amistad se multiplicaba con el paso de los
días, y llegué a echarla mucho de menos cuando se fue durante una
semana a Alemania, para visitar a su novio, y de paso a conocer a
la familia en cuestión.
Yo pasaba las tardes tirado en un parque cualquiera, leyendo prensa
española y cuando levantaba la vista, me distraía observando a la
gente pasear en bici, tomando el sol, viendo a un perro perdido que
ignoraba mi llamada, tratando de eludir a la pareja de enamorados
que se estaban dando el lote sin importarles el resto de los mortales,
contemplando como el anciano del gastado traje gris, era abordado
por numerosas ardillas que sacaban los frutos secos de sus bolsillos
y luego se los comían tranquilamente apoyadas en su hombro, brazo,
o cabeza. ¿Te cambio dos almendras por un rato de compañía y afecto?,
parecían decir aquellas temblorosas manos, al acariciar a tan pequeño
animal. «Mamá pato» ejercía de sargenta y en fila de a uno, era seguida
por sus polluelos; detrás de los setos se congregaban una pandilla
de adolescentes que volaban al son del costo y también pude ver a
un vagabundo borracho que ya había aterrizado junto a su cartón de
tinto, muy cerca de los jardines reales…
En la última tarde de espera, una pareja de cisnes me sobrevoló y
fueron a posarse a escasos metros, en el lago. Después de coquetear
un poco y viendo sus cuellos convertidos en serpientes desinhibidas
en medio de una danza amatoria. Inevitablemente, la cosa fue a mayores
y parecieron sentir pudor, o quizás vieron la tristeza alojada en
mi rostro, y optaron por refugiarse en la angosta sombra de unos juncos.
Los juncos no tardaron en derretirse a su fuego…, y yo, ya sólo pienso
en ti.
Estoy triste, y ya no quiero estar en el parque. Me levanto, recojo
mis colillas de Café Créme y me voy a casa, esperando no encontrar
allí a una novia a la que no quiero y que por circunstancias que no
vienen a colación en éste momento no puedo abandonar. Espero tener
suerte. Durante mi regreso a casa en el metro he decidido arriesgarme
y decirle a Mazda lo que siento por ella, mañana cuando la vea.
No hay nadie. ¡Qué alegría!
Me ha costado dormir esta noche. La ansiedad me puede y he decidido
salir antes de lo normal para tratar de engañar al tiempo y no alargar
por más tiempo la espera. Un café latte, «The Sun» y un par
de puritos me han acompañado.
Hoy,
en el trabajo hemos tenido que guardar las formas un poco, ya que
la gente comienza a rumorear sobre si ella y yo estamos juntos y eso
en la mayoría de los casos significa que uno de los dos se va a la
calle.
Ya es la hora y hoy como planeamos hace una semana, vamos a tomar
una copa. Me siento muy inseguro, me sudan las manos y mi mente se
encuentra bloqueada. Tengo miedo.
Un intenso abrazo y dos besos. Un té y una pinta. Ella lía dos cigarrillos
y me ofrece uno. Sus ojos brillan de alegría, su rostro parece ser
el centro del local, de la calle, de la ciudad, de mi corazón. Allá
voy… Soy interrumpido antes de empezar por la narración de sus vacaciones.
Con el paso de los minutos mi rostro permaneció con cara de póquer,
mientras mi corazón se desangraba lentamente. Aunque me escoció escuchar
palabras de amor, que no iban dirigidas a mi persona, sino a alguien
a quien odiaba sin conocer. Callé y escuché estoicamente su narración
sin interrumpirla apenas con algún que otro monosílabo.
¿Te encuentras bien?
—me preguntó.
—Estoy impresionado por
lo que me acabas de contar —le respondí honestamente. ¿Sobre qué?
—repuso ella. —Pues sobre qué va a ser; sobre lo que has hecho ésta
noche —vuelves de tu viaje con un objetivo claro y te pasas casi treinta
horas, sin apenas pegar ojo en toda la noche, escribiendo una carta
de agradecimiento a tu futura suegra, con la única ayuda de tu diccionario
de español–alemán, y sin tener ni la más remota idea de la lengua
germana. Me parece encomiable y el gesto de amor más grande que jamás
haya escuchado. No es para tanto, simplemente quería poner palabras
a los largos silencios de los paseos que realizamos en bici, de los
momentos en que nos quedamos solas con una infinidad de cosas que
contarnos y no pudimos expresarlas; en definitiva, quería mostrarle
mi afecto y darle las gracias por la manera en que me trató.
Aquella tarde nada sucedió.
Días después me contó, que la señora había llorado mucho al recibir
la carta, y que la había enmarcado y colocado en el pasillo, donde
todo el mundo que entrase en la casa pudiera verla. Pasaron un par
de semanas y ella tuvo problemas con la visa y dejó de trabajar en
«Don Juan» y yo, perdí los estribos una noche y me echaron por primera
vez en mi vida. No me importó, mi corazón estaba convaleciente y tardaría
mucho tiempo en recuperarse. Una única vez volví a llamar a Mazda
y afortunadamente, nadie contestó. Desde aquel día, hasta hoy.
Ojalá, llegue un día
en el cual, la más hermosa de las mariposas se pose en la palma de
mi mano, y despliegue sus bellas alas para ser contempladas por mis
humildes ojos marrones. Porque yo… sueño, con el día en que el preso
de La Modelo de Barcelona visite la Estatua de la Libertad, sueño
con poder tener la misma determinación que tuvo Nora el día que erradicó
el tabaco de su vida al negarse sus hijos a darle un beso debido a
su mal aliento, sueño, con perros sin collares, puertas abiertas,
niños comiendo helado, con personas que te reciben con un ¡hola qué
tal!, con un lugar donde ¡adiós!, signifique ¡hasta luego!, sueño
con ver muchos rostros como los de una abuela contemplando los primeros
pasos de su nieto, sueño con tomates que saben a tomate, con huevos
de dos yemas, con el pan de antaño, el chocolate de mi abuela, sueño,
con que aquel hijo que se encontraba todos los días al llegar a casa
fuese la hora que fuese, su cama caliente, devuelva algún día una
milésima parte del amor que su madre le profesa, sueño con el día
en que Shalim gane la lotería y cumpla su máxima, construir un colegio
para los niños de su pueblo, en su Marruecos natal. Sueño, con el
sueño de Lula, que llegue un día en Brasil (en el mundo) en que todos
sus habitantes puedan llegar a desayunar, comer y cenar cada día.
Sueño, con el poder del pueblo y del voto en blanco de Saramago. Sueño
que no es un sueño. Sueño que tú, mi corazón blanco seas capaz de
guiarme por la senda que trato de indicarte, sin saber muy bien cómo.
Sueño blanco sobre negro. Sueño, con los sueños que se hacen realidad.
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