32212
__________
Daniel Hernández
—Treinta
y dos mil doscientos uno, treinta y dos mil doscientos dos,
treinta y dos mil doscientos tres.
Treinta y dos mil doscientos
cuatro, treinta y dos mil doscientos cinco.
—Sigue contando.
—¿Para qué? Estoy cansado
de contar, me asfixio cuando cuento, y además no nos sirve de nada.
—Sí que nos sirve, hazme
caso.
—Cuenta tú.
Treinta y dos mil doscientos
seis.
—Si no cuentas no sabremos
cuánto hemos subido cuando lleguemos.
—Yo no quiero saber cuánto
he subido, me da igual, yo sólo quiero llegar, estoy cansado, me duelen
las piernas, tengo hambre.
—Yo también tengo hambre,
también estoy cansado, pero tienes que seguir contando, es muy importante
saberlo, si no de nada sirve llegar.
—¿Y por qué no cuentas
tú?
—Porque yo tengo que
llevar la antorcha.
—Si quieres yo llevo
la antorcha y tú cuentas.
—No. También tengo que
guiarte, si no te perderías.
—¿Cómo me voy a perder?
Sólo tengo que subir la escalera. Un escalón detrás de otro, no es
tan difícil.
—La mayoría de las veces
no, pero esta escalera es muy tramposa y, en ocasiones, esconde los
escalones, el siguiente paso te suena a falso y parece que ya no hay
más, entonces piensas que te tienes que volver atrás, otra vez al
principio que está casi tan lejos como la salida, pero es todo mentira,
no hay que hacerle caso a sus engaños, no tienes que dejarte seducir
por su treta pues no hay más que poner el pie para notar otra vez
el suelo bajo de ti, para ver cómo la escalera crece en giro. No te
reprocho que quieras portar tú la antorcha, pero llevas poco tiempo
subiendo, todavía no, la escalera te engañaría a la primera de cambio
y tú pensarías que mejor sería bajar, que no hay salida, ¿y por qué
no? Es más fácil, los pies se cansan menos, la gravedad ayuda y además
sabes justo cuánto queda para llegar, no necesitar contar, los tuyos
te esperarán abajo. Y yo tendría que seguirte porque tú llevarías
la antorcha y si me dijeses que no queda más camino, yo tendría que
creerte y pensar que no queda más camino, que todo ha acabado y tendríamos
que volver, abajo. No, mejor sigue contando.
—Va, yo seguiré contando,
pero hagamos un descanso, pequeño, no mucho, sólo para coger un poco
de aire.
—De acuerdo, sentémonos.
Los dos se sentaron en
silencio, respiraron el aire seco y viciado de la escalera, en silencio.
Miró la antorcha. Si la tuviese podría volver abajo y olvidarse de
seguir subiendo. ¿A dónde le llevaba todo aquello? Se asomó al hueco
de la escalera para observar un punto de luz débil al fondo, treinta
y dos mil doscientos seis escalones por debajo. Cerró los ojos y aguzó
el oído, intentando escuchar alguna voz, algún ruido familiar, algo
que rompiese el silencio, una ráfaga de aire que lo refrescase. A
lo mejor alguien intentaba llamarlo desde abajo o lo impulsaba con
gritos de ánimo a seguir, pero no escuchaba nada, cualquier ruido
se perdía en la densa atmósfera de la escalera. Ya no tenía ganas
de seguir subiendo, se había olvidado de porqué empezó a hacerlo y
ya no esperaba encontrar la salida en la próxima curva.
—¿Cuánto queda para llegar?
—No lo sé, puede que
la salida esté en la próxima curva o a lo mejor nos quedan otros treinta
y dos mil escalones o más. No lo sé.
—¿Y cómo sabes que hay
una salida? A lo mejor no existe y la escalera lo único que hace es
crecer y crecer sin llevar a ninguna parte.
—¿Qué sentido tendría
eso? Claro que hay una salida.
—No tendría ningún sentido,
pero nadie ha dicho que tenga que tenerlo.
—Si la escalera está
aquí, bajo nuestros pies, es porque lleva a algún sitio.
—O no. Puede que esté
aquí por estar, porque le apetece, pero no lleva a ninguna parte sino
que sube y sube.
—Nadie construye una
escalera para que no lleve a ninguna parte.
—Es que no ha tenido
porqué construirla nadie. Es que a lo mejor ni siquiera es una escalera
sino un montón de escalones en forma de caracol, puestos uno después
de otro, pero sin formar una escalera.
—Pero, ¿qué estupidez
es esa? Es una escalera, de eso estoy seguro, y dejemos las tonterías
de lado y sigamos subiendo, no quiero quedarme eternamente descansando
y tú cuenta, por favor.
—Treinta y dos mil doscientos
siete, treinta y dos mil doscientos ocho, treinta y dos mil doscientos
nueve, treinta y dos mil doscientos diez, treinta y dos mil doscientos
once…
Reaccionó rápido y agarró
a su compañero antes de que cayese como la antorcha por el hueco de
la escalera.
—¿Qué ha ocurrido?
—Creí que había otro
escalón, creí que sólo se trataba de un engaño más, pero no, no hay
más, este es el último escalón.
—¿Cómo que es el último?
¿Y ahora qué vamos a hacer?
—No lo sé. He perdido
la antorcha.
—Pues entonces regresemos.
Si no podemos seguir mejor será volver con los nuestros, tampoco es
una derrota regresar aunque no hayamos encontrado la salida.
—Tampoco sé si podremos
regresar, sin la antorcha… La escalera cambia, se transfigura cuando
le parece, los escalones que hemos subido a lo mejor ya no están en
el mismo sitio.
—Pero no nos podemos
quedar. Aquí no hacemos nada. Es mejor regresar.
Pero su compañero no
quería, no después de haber subido tanto.
—Quizás el principio
es éste y la salida está abajo, no aquí, ni más arriba, sino abajo,
de donde venimos y lo único que hemos hecho ha sido deshacer el camino
que otros hicieron. O a lo mejor no hay salida, esta también es otra
verdad. Yo cada vez lo creo más. ¿Por qué tie…
—Saltemos.
—¿¡Qué!?
—Saltemos.
—No.
—Estoy seguro de que
hay una salida. Créeme. Abajo no es una salida, venimos de allí, no
puede serlo, no para nosotros. Tienes que confiar en mí. Si saltamos,
si saltamos con fuerza llegaremos, es el último esfuerzo. No abandones
después de todo lo que hemos subido.
—Yo quiero volver.
—Confía en mí.
—Yo ya no creo que haya
una salida.
—Confía en mí, por favor.
Llevo más tiempo que tú buscándola. Recuerda que viniste conmigo porque
tú también querías encontrarla. No abandones, no me abandones.
Era cierto, él también
quería encontrar la salida, pero no estaba seguro de que bastase sólo
con un salto. Pero abandonar a su compañero…
—Tendremos que coger
impulso.
—Tres o cuatro escalones
nos bastarán.
—Mejor cuatro.
—A la de tres. Una, dos,
tres.
_________
CONTACTAR CON EL AUTOR:
basico20[at]hotmail.com
ILUSTRACIÓN RELATO: Escalera de caracol, By Pguerin (Own work)
[GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html) or CC-BY-SA-3.0-2.5-2.0-1.0
(http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)], via Wikimedia Commons.
|