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Daniel Hernández


Treinta y dos mil doscientos uno, treinta y dos mil doscientos dos, treinta y dos mil doscientos tres.

Treinta y dos mil doscientos cuatro, treinta y dos mil doscientos cinco.

—Sigue contando.

—¿Para qué? Estoy cansado de contar, me asfixio cuando cuento, y además no nos sirve de nada.

—Sí que nos sirve, hazme caso.

—Cuenta tú.

Treinta y dos mil doscientos seis.

—Si no cuentas no sabremos cuánto hemos subido cuando lleguemos.

—Yo no quiero saber cuánto he subido, me da igual, yo sólo quiero llegar, estoy cansado, me duelen las piernas, tengo hambre.

—Yo también tengo hambre, también estoy cansado, pero tienes que seguir contando, es muy importante saberlo, si no de nada sirve llegar.

—¿Y por qué no cuentas tú?

—Porque yo tengo que llevar la antorcha.

—Si quieres yo llevo la antorcha y tú cuentas.

—No. También tengo que guiarte, si no te perderías.

—¿Cómo me voy a perder? Sólo tengo que subir la escalera. Un escalón detrás de otro, no es tan difícil.

—La mayoría de las veces no, pero esta escalera es muy tramposa y, en ocasiones, esconde los escalones, el siguiente paso te suena a falso y parece que ya no hay más, entonces piensas que te tienes que volver atrás, otra vez al principio que está casi tan lejos como la salida, pero es todo mentira, no hay que hacerle caso a sus engaños, no tienes que dejarte seducir por su treta pues no hay más que poner el pie para notar otra vez el suelo bajo de ti, para ver cómo la escalera crece en giro. No te reprocho que quieras portar tú la antorcha, pero llevas poco tiempo subiendo, todavía no, la escalera te engañaría a la primera de cambio y tú pensarías que mejor sería bajar, que no hay salida, ¿y por qué no? Es más fácil, los pies se cansan menos, la gravedad ayuda y además sabes justo cuánto queda para llegar, no necesitar contar, los tuyos te esperarán abajo. Y yo tendría que seguirte porque tú llevarías la antorcha y si me dijeses que no queda más camino, yo tendría que creerte y pensar que no queda más camino, que todo ha acabado y tendríamos que volver, abajo. No, mejor sigue contando.

—Va, yo seguiré contando, pero hagamos un descanso, pequeño, no mucho, sólo para coger un poco de aire.

—De acuerdo, sentémonos.


Los dos se sentaron en silencio, respiraron el aire seco y viciado de la escalera, en silencio. Miró la antorcha. Si la tuviese podría volver abajo y olvidarse de seguir subiendo. ¿A dónde le llevaba todo aquello? Se asomó al hueco de la escalera para observar un punto de luz débil al fondo, treinta y dos mil doscientos seis escalones por debajo. Cerró los ojos y aguzó el oído, intentando escuchar alguna voz, algún ruido familiar, algo que rompiese el silencio, una ráfaga de aire que lo refrescase. A lo mejor alguien intentaba llamarlo desde abajo o lo impulsaba con gritos de ánimo a seguir, pero no escuchaba nada, cualquier ruido se perdía en la densa atmósfera de la escalera. Ya no tenía ganas de seguir subiendo, se había olvidado de porqué empezó a hacerlo y ya no esperaba encontrar la salida en la próxima curva.


—¿Cuánto queda para llegar?

—No lo sé, puede que la salida esté en la próxima curva o a lo mejor nos quedan otros treinta y dos mil escalones o más. No lo sé.

—¿Y cómo sabes que hay una salida? A lo mejor no existe y la escalera lo único que hace es crecer y crecer sin llevar a ninguna parte.

—¿Qué sentido tendría eso? Claro que hay una salida.

—No tendría ningún sentido, pero nadie ha dicho que tenga que tenerlo.

—Si la escalera está aquí, bajo nuestros pies, es porque lleva a algún sitio.

—O no. Puede que esté aquí por estar, porque le apetece, pero no lleva a ninguna parte sino que sube y sube.

—Nadie construye una escalera para que no lleve a ninguna parte.

—Es que no ha tenido porqué construirla nadie. Es que a lo mejor ni siquiera es una escalera sino un montón de escalones en forma de caracol, puestos uno después de otro, pero sin formar una escalera.

—Pero, ¿qué estupidez es esa? Es una escalera, de eso estoy seguro, y dejemos las tonterías de lado y sigamos subiendo, no quiero quedarme eternamente descansando y tú cuenta, por favor.

—Treinta y dos mil doscientos siete, treinta y dos mil doscientos ocho, treinta y dos mil doscientos nueve, treinta y dos mil doscientos diez, treinta y dos mil doscientos once…

Reaccionó rápido y agarró a su compañero antes de que cayese como la antorcha por el hueco de la escalera.

—¿Qué ha ocurrido?

—Creí que había otro escalón, creí que sólo se trataba de un engaño más, pero no, no hay más, este es el último escalón.

—¿Cómo que es el último? ¿Y ahora qué vamos a hacer?

—No lo sé. He perdido la antorcha.

—Pues entonces regresemos. Si no podemos seguir mejor será volver con los nuestros, tampoco es una derrota regresar aunque no hayamos encontrado la salida.

—Tampoco sé si podremos regresar, sin la antorcha… La escalera cambia, se transfigura cuando le parece, los escalones que hemos subido a lo mejor ya no están en el mismo sitio.

—Pero no nos podemos quedar. Aquí no hacemos nada. Es mejor regresar.

Pero su compañero no quería, no después de haber subido tanto.

—Quizás el principio es éste y la salida está abajo, no aquí, ni más arriba, sino abajo, de donde venimos y lo único que hemos hecho ha sido deshacer el camino que otros hicieron. O a lo mejor no hay salida, esta también es otra verdad. Yo cada vez lo creo más. ¿Por qué tie…

—Saltemos.

—¿¡Qué!?

—Saltemos.

—No.

—Estoy seguro de que hay una salida. Créeme. Abajo no es una salida, venimos de allí, no puede serlo, no para nosotros. Tienes que confiar en mí. Si saltamos, si saltamos con fuerza llegaremos, es el último esfuerzo. No abandones después de todo lo que hemos subido.

—Yo quiero volver.

—Confía en mí.

—Yo ya no creo que haya una salida.

—Confía en mí, por favor. Llevo más tiempo que tú buscándola. Recuerda que viniste conmigo porque tú también querías encontrarla. No abandones, no me abandones.

Era cierto, él también quería encontrar la salida, pero no estaba seguro de que bastase sólo con un salto. Pero abandonar a su compañero…

—Tendremos que coger impulso.

—Tres o cuatro escalones nos bastarán.

—Mejor cuatro.

—A la de tres. Una, dos, tres.

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basico20[at]hotmail.com


ILUSTRACIÓN RELATO: Escalera de caracol, By Pguerin (Own work) [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html) or CC-BY-SA-3.0-2.5-2.0-1.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)], via Wikimedia Commons.