Septiembre. En agosto
llamé para ponerme de acuerdo contigo pero no estabas. Fue una
lástima. Quería contarte todo lo que me sucedió durante el mes
de julio e informarte de los buenos propósitos que me estimulan
para afrontar con alegría una nueva temporada de otoño e invierno.
Me imagino que habrás iniciado las vacaciones y que estás en
pleno agobio de sol, la playa, los mariscos gallegos... ¡Ojalá
yo también me encontrara ahí, contigo! Pero no me queda más
remedio que esperar a tu regreso. ¡Tengo tantas cosas que decirte!
Octubre. Nada. Sin
noticias tuyas, a pesar de que inundo tu correo de e-mails...
Es como si te hubiera tragado una nécora mientras practicabas
submarinismo en la playa de Cabío. ¡Ya sé!... Lo más probable
es que hayas cogido esos días que te debían de vacaciones y
aprovechado la veta de buen tiempo que han dicho en las noticias
de la tele que se está produciendo y es tan poco habitual por
esos pagos. La playa es genial y probablemente hayan afluido
a tu memoria montañas de recuerdos, de cuando eras niño e íbamos
a bañarnos en sus aguas con tus primas y tus tíos en aquellas
jornadas maratonianas de sol a sol. Fue allí donde comenzó tu
afición a la pesca submarina que con tan suculentos manjares
y durante bastante tiempo nos ha obsequiado el estómago.
Noviembre. Sigo
sin saber de ti... y aunque te envío misivas a través de todos
los medios y sistemas habidos y por haber, nunca me respondes.
Es posible que el trabajo no te deje un minuto libre. ¡Estoy
seguro!... Pero, vamos, una llamadita la podrías hacer. O será
que te has ido al extranjero a dar clases en comisión de servicios
del Ministerio de Educación. Si el destino te ha llevado a Brasil
ya me contarás a qué sabe la caipiriña y si ha sido a Cuba ¿te
acordarás de traerme la receta del mojito? Por si acaso, ayer
pasé por delante de tu casa, pero tenías las persianas cerradas
y no me atreví a llamar a la puerta. Sé, por propia experiencia,
que es muy molesto que te despierten si estás echado, durmiendo
una siesta. Yo cada día me encuentro un poco más solo. Ahora
ya ni la vecina me dirige la palabra. Se ha vuelto muda y cuando
la encuentro en el descansillo de la escalera me tuerce la cara.
Sí, estoy solo, y no tengo a nadie a quien contarle el terrible
problema que estoy padeciendo.
Diciembre. Te llamé
y me respondió Burt Simpson diciéndome que no estabas. Por cierto,
ya es casualidad que los dos hayamos escogido el mismo personaje
para el buzón de voz. Como no estabas, dejé un mensaje. Ojalá
no se borre. En ese momento me sentí como un náufrago lanzando
una botella al mar. Hace frío y yo sigo con los problemas a
cuestas. Apenas salgo de casa. Espero que estés donde estés
lo estés pasando bien, valga la redundancia. Mi cabeza es un
lío. Las ideas se me enredan como si fueran hilos de un ovillo
con los que está jugando el gato y aunque tiro de la madeja
nunca encuentro el principio. Ya verás cuando te lo pueda contar,
te vas a quedar alucinado. ¡Es todo tan extraño! Aunque quizá
cuando te enteres el asunto te parecerá pecata minuta. Yo siempre
hago de una gota una inundación y a lo mejor a ti te está cayendo
el diluvio por encima.
Enero. Nada. Las
persianas siguen cerradas y empiezo a pensar que sólo eres un
producto de mi imaginación. Sí, las neuronas me patinan a veces
y ya casi no distingo entre la ficción y la realidad. Un trozo
de oscuridad invade mi cerebro y me arroja a un pozo cada vez
más hondo. Tal vez nunca naciste. Tal vez tú nunca fuiste tú.
Tal vez solamente eres el producto de un sueño. Pero yo juraría
que en este mes es tu cumpleaños. Esto cada vez me resulta más
extraño. He preguntado a algunas personas y me han dicho que
no te conocen, que no saben de quién les estoy hablando, que
no te han visto en toda su vida. He pasado por tu casa y entrado
en el portal y en el buzón no hay ni una señal de tu paso por
ese edificio, tu nombre ha desaparecido, en su lugar alguien
ha puesto el mío.
Febrero. En la pescadería
tampoco te recuerdan. Y me han mirado como si yo estuviera un
poco chiflado. Dicen que yo nunca tuve una hija, que nunca estuve
casado, y si me descuido hasta que nunca fui humano. Pero yo
sé que tu mundo es la realidad y no la ficción. Tú sabes que
siempre te he deseado lo mejor y que me habría gustado formar
parte de tu vida como un si fuera un brazo, un ojo, un pie tuyo.
Tú sabes que habría querido celebrar todos tus cumpleaños, como
el mes pasado, en que a pesar de que no estabas compré una tarta,
encendí las cuarenta y tres velas de turno y las apagué con
el fuelle del colchón de playa, porque mis pulmones ya no dan
para más.
Marzo. La soledad
se va acentuando. Cada día te echo más de menos. Quiero seguir
a tu lado. A fin de cuentas, ¿cuánto tiempo ha pasado desde
que nos hicimos amigos, desde que te encontré en la calle un
poco despistado, desde que me enviaste aquellos largos e-mails
donde me relatabas todos los pormenores de tu atribulada existencia?
Lo que no termino de entender es por qué los e-mails llegan
de regreso a mi ordenador, por qué las cartas son como boomerang
que retornan siempre al buzón de mi portal, y por qué las llamadas
telefónicas suenan en mi teléfono móvil cuando marco tu número.
Abril. Ya no lo
soporto más. Tengo que contártelo. Necesito decírselo a alguien
y no puedo esperar. Es algo que me come por dentro, como un
gusano interior que se alimenta de la soledad. En el mes de
julio pasado fui al médico, al psiquiatra. Sí, ya sé que te
estarás preguntando por qué. Y te diré que ni yo mismo lo sé.
Quizá era que me encontraba mal, que nuestra relación me estaba
saturando un poco, que estaba cansado de escuchar tu voz como
si de un altavoz instalado en mi cerebro se tratase. Lo cierto
es que fui y que tras numerosas pruebas y preguntas me diagnosticó
esquizofrenia. Sí, me ha dicho que tú solamente eres otra personalidad
que en ocasiones vive en mí y que gracias a la medicación que
él me ha recetado me has abandonado. Quizá por eso te echo de
menos. ¿Sabes? Añoro aquellos tiempos en los que nos turnábamos
en este cuerpo para salir a dar una vuelta o simplemente para
ver la televisión.