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La Dama-Ángel
Gustavo Cruz Chávez


Siempre he sido bastante lento para reaccionar ante lo insólito, quizás esto explique mi flemática actitud, cuando me topé con un ángel; una dama bastante mayor que conocí durante un aburrido viaje por las arideces melancólicas de los valles altos de mi insólito país.

Un horizonte de luz casi dorada entregaba sus últimos rayos de sol a la oscuridad de una noche fría que empañaba los vidrios de las ventanas del destartalado vehículo en el que viajaba y sólo fue cuando el espectáculo del ocaso cesó, que percibí su presencia; sentada a mi lado, se ocupaba de tejer a crochet, un macramé de imposibles filigranas, tan intrincadas y bellas que sólo un ángel habría sido capaz de hacerlas.

Sin embargo, sólo muchos años después tuve la certeza de que ella realmente era un ángel, al reflexionar sobre la extraña conversación que mantuvimos aquella noche y luego de verificar que todos los eventos que había predicho en esa oportunidad, se fueron cumpliendo inexorablemente..., uno a uno.

Se había referido por ejemplo a mi genealogía y para mi asombro, había mencionado a algunos ancestros desconocidos por parte de mi ascendencia indígena. Me había comunicado también noticias de una fraternidad mundial, que en estricto secreto y desde tiempos antiquísimos, tenía por costumbre realizar una especie de «migraciones místicas» o «viajes de instrucción espiritual» en periplos que duraban, a veces tres años, ora siete, u once, o veintiún años y aún más, por las más insólitas geografías del planeta y en los ciclos más largos que la vida normal de un humano; saltando por algunas estrellas que por la ventana me fue mostrando con su fino dedo, en el frío cielo austral de invierno, entre tumbos y sacudidas del colectivo rural. El ángel también había predicho que yo, en virtud de alguna trasnochada pertenencia a una casta de primitivos sacerdotes nativos, tendría también que realizar fatalmente estas extrañas migraciones, pero que previamente estaba obligado a visitar algunos templos antiquísimos, en América y allende los mares, y que evidentemente averigüe después in situ, eran lugares de secretos cultos o simples ruinas arqueológicas olvidadas, que a veces ni figuraban en los mapas oficiales de los cartógrafos modernos, ni en los libros de crónicas o historia. Finalmente me advirtió que en el último viaje de esta mística instrucción, tendría que «despojarme de mi cuerpo» porque este sería un elemento que no podría portar conmigo en el viaje por algunas constelaciones del cosmos de los pueblos antiguos.

Henos pues en ese entonces allá; ella dándome extrañas e imperativas instrucciones para una absurda serie de migraciones en el futuro, y yo, considerándola como una adorable anciana inofensiva y ¡loca de remate!

Pero... ¿Cuántos años han pasado desde entonces? ¡No atino a calcular! La ansiedad que me produce el torvo cuchillo de sacrificio pendiendo sobre mi pecho, en manos del feroz sacerdote nativo me impide pensar claro, en un instante más, liberado de mi cuerpo, estaré viajando hacia las primeras estrellas de la «Constelación de la Tortuga» del cielo de los antiguos pueblos Americanos, en el postrero periplo predicho por la «Dama-Ángel».



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CONTACTAR CON EL AUTOR: runaamazonico[at]yahoo.com

ILUSTRACIÓN RELATO: Nebulosa-ojo-de-gato1, By Zappa152 (Own work) [CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)], via Wikimedia Commons.




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