En tu océano
__________
Pablo G.
Fernández
Tu palabra llega hasta mí tierna,
cálida y accesible. Llega hasta mí y acierta como la flecha acierta
en la diana. Tú, que eres para mí mi Diana encontrada en mi bosque
interior donde anidan todos mis claroscuros que ahora, por una vez,
se manifiestan con una nitidez insospechada.
Llegas hasta mí con tu
palabra, tu sensibilidad y tu emotividad. ¿Qué soy para ti? ¿El ser
a quien amas o un motivo para escribir? No, no me lo digas ahora.
Piénsalo primero y un
buen día de éstos me lo dices al oído. No tengo prisa.
Sí, tengo también sensibilidad.
¿Creías que no la tenía? ¿A qué sexo pertenece, en gran manera, esa
cualidad de ser sensible? ¿O es que la sensibilidad del varón manifiesta
su lado femenino y por eso al hombre no le gusta manifestarla abiertamente?
¿Y Dios? ¿Es varón o mujer? ¿Es un Ente sensible masculino o femenino?
Bueno, si Dios es todas las cosas y las cosas pueden ser tanto masculinas
como femeninas, habrá que convenir entonces que Dios puede ser tanto
masculino como femenino.
Y yo, ¿qué soy para ti,
exactamente? ¿Quieres que te quiera? ¿Te dejas querer por mí? ¿Te
quieres a ti misma? ¿O simplemente te adoras cada día un poco más,
a medida que avanzas en tu escritura?
Ven. Ven hasta mí. Hasta
el alcance de mi mano. Para que pueda palparte como un ciego palpa
la fruta fresca y la lleva camino de su boca. Busco tu amor. Busco
tu mar. Porque eres la parte de mar que falta a mi océano, que tiene
una profundidad enorme insospechada pero que para ti tan sólo tiene
un dedo de profundidad. Y que para ti es verde, como un mar tropical.
De esos mares que tanto
te gustan. Me sumerjo en ti y veo que has echado el ancla al fondo
de tu océano, lleno de navíos que navegan hacia alta mar.
Salada. Estás salada,
como el mar. Y tu agua es templada. Salgo del agua y me reflejo en
tus pupilas ardientes. Veo tus ojos y me veo a mí mismo. Y tu rostro
se debe de reflejar en mis pupilas, también de fuego. Voy hasta el
fondo. Hasta el fondo de ti. Te quitas toda tu ropa, desnudándote
lentamente y te lanzas. Te me lanzas extendiendo tus brazos hacia
mí, que te observo alborozado. Y en unos segundos entras en mí, contagiándome
toda tu energía vital que hoy por hoy me es tan imprescindible.
Ya estás aquí, muy dentro
de mí. Duerme ahora por todos los siglos de amor.
Busca en mí, en ti, todo
el tiempo de amor perdido. ¿Eres mi realidad soñada? ¿O adivinada?
¿Me quieres? Entonces, suéñame, adivíname. Adivíname en ti, que te
adoro toda. Toda en mí, como estás ahora. Y quédate conmigo para siempre.
Quédate aquí, dentro de mí donde estás ahora, por todos los instantes
de este ya eterno porque pasa y pasa eternamente sin que nos demos
cuenta.
CONTACTAR CON EL AUTOR:
pablomadri[at]wanadoo.es
* ILUSTRACIÓN RELATO:
Fotografía por
Pedro M. Martínez ©
|