
Ensimismada
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Lucilene
Machado
Hoy me dieron unas ganas enormes
de recorrer los rincones de mi alma. De
preguntar por mí, de saber de mí..., ¿en
qué mares estarían navegando mis
sueños? ¿Qué promesas estarían hibernando en la
pauta de mi ilusión?
Hoy
me dio una inmensa gana de entregarme a mí misma, así sin reservas...,
pero ¿será que tengo esa confianza en mí?
Miro al espejo y veo que
estoy aprisionada por dentro, presa de alguna condición
cruel que rehúso
descubrir. En el fondo, hago competencia conmigo y me hablo en una
lengua desconocida
ya con el propósito de no entenderme. ¡Son tan difíciles
esos encuentros conmigo misma! Es una guerra
invisible donde siempre pierdo. ¿Cobardía?
Probablemente. Entretanto, no tengo coraje de asumir,
públicamente, que soy cobarde. Digo que
es el destino, que ya estaba trazado y de eso no se puede
huir.
Es
verdad, tengo miedo del superlativo. Cuando todo empieza a quedar muy bien yo desconfío, creo que no es para mí, que no lo merezco,
que voy a sufrir
después..., y doy un paso para atrás. El problema es pensar
demasiado. Y cuando pienso, estropeo todo.
Mientras, la otra parte de mí dice: cuando pienso,
salvo todo. ¡Qué incongruencia! Nuestro corazón es engañoso. ¿No es la Biblia la que dice eso?
Ganando
o perdiendo sigo pensando. Ni voy a pensar mucho ahora, para no desistir de esa crónica o para no pensar una cosa demasiado nueva,
algo que no sepa manipular. Porque en el
fondo somos todos manipuladores.
Aprisionamos las formas libres con nuestro punto
de vista limitado
y hacemos de eso verdad absoluta. Lo peor es que
llevamos a otras
personas a creer, también, en nuestras tesis. Ahí viene aquella sensación
finita de culpa: ¿será que me estoy traicionando? ¡Ah, escribir es
tan
peligroso! Tengo miedo de las palabras nuevas. Tengo miedo de las
palabras
cargadas de significados. Quería escribir de forma desnuda. Quería
estar
vacía de mí misma y de todo el conocimiento que supongo tener. Quería
aprender a librarme de ellos. Pero la escritura enseña lo contrario.
Es
necesario leer, viajar, conocer, acumular... Elementos, ésos, esenciales
para
un escritor. Probablemente esa teoría es la más coherente. Escribir
partiendo del punto más profundo, sería escribir con la propia sangre.
¡Eh!
¿Qué charla más grave es esa? Quería recorrer las cavernas de dentro
de mí, pero no quería ir tan lejos. Solamente
quería conocer las manifestaciones del corazón. El tiempo pasa tan deprisa y va engullendo todo, los amores,
las sensaciones..., el tiempo ordena y continúa. Entonces
permanece ese silencio, esos fríos hostiles,
esa sensación de pérdida. Y
por más que intentamos agarrarnos con uñas y dientes
a lo que pensamos
tener y a lo que pensamos sentir, todo lo que no
fue sustentado se va y
la gente, a veces, ni se da cuenta. Ahí me acuerdo de una frase de
Pablo Neruda:
«...el miserable ser humano defendiendo
su miserable tesoro».
Tal
vez por eso quise abrir las cortinas de mis aposentos más íntimos, quise tocar con el dedo el polvo y saber ¿de qué viento se constituyeron
esas sustancias?, ¿qué tristeza me hizo
usar aquel luto —triste
traje—
colgado detrás de la puerta? Y aquellas
lágrimas secas, ¿de qué pesar brotaron?
Descubrí
que dentro de mí hay una estatua esculpida por el olvido. Se
percibe en ella el gastado sentimiento que
fue dejado atrás, el uso y desuso de los deseos, las cogidas de los pies, el toque de los dedos...,
las cosas de lo interno y de lo externo.
Una estatua con manchas, arrugas, marcas de dientes..., roída en alguna parte por las lágrimas y sudores
y en otra parte,
una superficie suave de quien fue tocada por el recurso del tacto o por un acto de arrebatado amor. Hay una estatua dentro
de mí, un cuerpo muerto, por donde corre el dulce y vivísimo río del
recuerdo.
LUCILENE
MACHADO es
una autora brasileña
lucilenemachado[at]terra.com.br
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* ILUSTRACIÓN
RELATO:
Fotografía por Juan J.
Barinaga
y
Pedro M. Martínez ©

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