El mejor
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Fernando
Olszanski
A Walter
La competencia siempre fue
atroz. La lucha por la hegemonía dentro de la casa tomaba rumbos
insospechados.
Rubén era menor que yo,
pero no era importante la diferencia de la edad, sino la de las contexturas
físicas. La gesta consistía en esclarecer la superioridad dentro de
la familia. Quién era el más fuerte, el mejor, física y espiritualmente.
Elegíamos las pruebas de manera premeditada y de acuerdo a nuestras
condiciones. No sólo lo superaba en edad, también en altura, envergadura
y peso, esta última habilidad siempre era concluyente. Rubén era un
alfeñique, en casa le decíamos radiografía por que se le notaban todos
los huesos. Dos años menor, flaco y de naturaleza raquítica. A pesar
de sus escasas dotes físicas se las rebuscaba bien a la hora de las
definiciones. Cada uno escogía cinco deportes para resolver la justa
del mejor. Así la llamábamos.
Yo siempre optaba por
mis clásicos. Lucha libre, porque bastaba con que me tirara encima
para que se rindiera debido a la falta de respiración. Boxeo, donde
la longitud de mis brazos y altura me daban la ventaja definitoria.
Artes Marciales, ninguno de los dos sabía nada. La cuestión era darle
unos golpes y agarrarlo al final débil y bastante averiado. Lanzamiento
de la Bala, para lo cual utilizábamos un fierro viejo y oxidado que
en nada se parecía a una bala de cañón, pero era lo bastante pesado
como para que él no pudiera levantarlo. Y mi última elección era el
ajedrez. No porque fuera más inteligente, sino porque Rubén no tenía
idea de como jugar. Yo le decía como mover las piezas, lógicamente
en forma magistral lo guiaba a la derrota. Cinco pruebas inobjetablemente
mías.
En las de él se explotaban
la velocidad, la agilidad y la destreza. Especialidades que a nadie
le interesa. Los cien metros llanos, trepar el pino del fondo, la
payana, la bolita, y por quinta prueba solía elegir el fútbol porque
podía desarrollar sus mejores condiciones de jugador. Pero la experiencia
le demostró que un foul artero, ladino y traicionero (pero necesario),
podía terminar con sus más hondas aspiraciones. Entonces, ante la
evidencia decidía por la bicicleta. Última y definitoria prueba. Rubén
se sentía seguro de ganar porque era más rápido. Pero yo tenía un
as en la manga. La elección de la distancia corría por mi cuenta.
Tan sólo cincuenta metros. Al ser yo más fuerte podía embalar con
mas potencia, lograba una ventaja mínima que pronto se desplomaría
por lo paupérrimo de mi estado físico. Pero nunca antes de los cincuenta
metros. Así ganaba yo, con fuerza y con inteligencia para poner las
pautas. No había dudas, era el líder espiritual, político y administrativo
de la relación con mi hermano. Era el mejor.
Hubo revuelo en el barrio.
Los del otro lado de la avenida habían hecho un desafío. El Rata,
el capitán del equipo y el más grande con sus catorce años, convocó
a una selección. Elegiría el equipo representativo después de realizar
una práctica en el campito de la calle Rivadavia. Los matices de los
partidos con los del otro lado siempre eran anormales, terminaban
en pelea. Había que ganar en la cancha y había que ganar en la pelea.
El Rata quería a los mejores. Era obvio que debía presentarme.
Éramos como veinte en
el potrero, incluyendo a Rubén. Le advertí que volviera a casa, que
la prueba iba a ser dura; no se intimidó.
La práctica empezó con
nerviosismo, nadie quería cometer errores, nadie arriesgaba nada.
Los ojos del Rata, fuera del campo, parecían más severos que de costumbre.
Alguien despejó una pelota
y cayó en la media cancha, justo a los pies de Rubén. Su cuerpo no
garantizaba nada, pero a la hora de gambetear era difícil pararlo.
La pisó e hizo correrla por la derecha, con un par de amagues, el
Polaco y Drito, dos de nuestros mejores defensas quedaron desparramados.
Llegó hasta el fondo y tiró centro atrás. Justo entraba el Negro,
no tuvo más que empujarla. 1 a 0. Golazo. Todos miraron al Rata, la
mueca de satisfacción era clara.
Sentí una ligera sensación de orgullo. Pero aún era el mejor.
El
capitán gesticulaba a medida que aprobaba jugadores. Yo todavía no
integraba la lista. Necesitaba demostrar que podía estar en el equipo.
No tenía talento con la pelota, pero era fuerte a la hora de defender.
Otra vez Rubén tenía la pelota, ahora se la daban más seguido, se
habían dado cuenta de la facilidad con que resolvía los problemas.
Eludió a uno y otro quedó parado después de un túnel, era mi oportunidad
de mostrarme. La pelota o él. Siempre el bulto grande es el más fácil.
Literalmente lo barrí. La pelota siguió sola hasta que el arquero
conjuró el peligro. Rubén fue cayendo sobre mí. En uno de los manotazos
buscando apoyo, encontró mi nariz. Caímos juntos, enmarañados. Nos
levantamos y el dolor en el centro de mi cara era insoportable. Un
hilo de sangre fluía desde adentro. Vi a mi hermano intacto.
Sangrante, dolorido y asustado me puse a llorar. Corrí hasta casa.
Seguro que lo había hecho a propósito, quería humillarme delante de
todos, me dije. Intensifiqué el llanto al llegar, magnificando la
situación con las manchas rojas. Fui muy explícito al narrar lo sucedido.
¡Fue Rubén! Mi padre mostró una expresión grave. Mientras Mamá me
curaba, Papá salió a la calle y ejecutó el silbido con que siempre
nos llamaba, un sonido corto y aflautado. Rubén entendió. Tímidamente
se acercó a la casa. Desde el patio, ya repuesto y emparchado, observaría
como las cosas volvían a la normalidad. Se impondrían el orden y la
justicia.
No sé qué sucedía con mi padre. Esa tarde estaba diferente. Descargó
todo el mal humor en el cuerpo de Rubén. Lo golpeó por todos lados.
Quise gritarle: Papá fue un accidente, solamente chocamos, me equivoqué.
Papá por favor. Papá no. Papá. Pero era tarde.
Rubén lloraba tirado en un rincón. Papá se fue adentro cuando se cansó
de pegarle. Me acerqué, quise decirle algo pero mi lengua parecía
de piedra. Me acerqué más y le puse la mano en el hombro. Me abrazó.
Lo abracé. Lloramos juntos.
La competencia se me había ido de las manos.
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fernandoolszanski[at]ciudad.com.ar
* ILUSTRACIÓN RELATO:
Fotografía por João P. Lopes Correia Santiago © (esta fotografía,
titulada Sinfonía 1, fue distinguida con el
Primer Premio de la
1.ª Muestra de Fotografía de Almiar 2002).
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