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retrato ilustracion relato no me digas

No me digas que
me quieres

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Paula Goberna

 

Él comenzó a besarla. No había nadie en la habitación salvo ellos dos. Los ojos de él ardían. Brillaban de una manera que no había presenciado nunca antes en sus veinte años de existencia. Tampoco en las escasas semanas que habían pasado juntos. Iluminaban la oscuridad a través de la cual él la guiaba. Sus brazos la abrazaban. Creaban un lugar seguro en el que estar.

—Te quiero... —le susurró al oído. Era la primera vez que lo oía de unos labios diferentes a los que solían decírselo. Era la primera vez que parecía verdad y no una mera ilusión. Aún así su mente jugó con ella. Un escalofrío recorrió su espalda tan pronto esas palabras parpadearon en su interior. La desconfianza se adueñó de ella. Durante unos segundos se sintió aturdida. Él no lo apreció. El deseo lo cegaba.

Comenzó a desvestirla. La ropa caía en el suelo silenciosamente. Trataba de no pensar en nada más. Absolutamente en nada. Moverse al compás de la melodía y seguir sus instintos, pero en su interior volvía a convertirse en la niña asustada que una vez había sido. Aquella que rezaba con todas sus fuerzas cada noche antes de conseguir quedarse dormida, con la esperanza de que alguien oyera sus plegarias. Se ponía de rodillas y esperaba pacientemente una respuesta. No sabía qué más hacer. Lloraba como signo de desesperación. Escondía la cabeza entre sus manos cuando no podía soportar más los gritos que resonaban en cada habitación. No aguantaba más el enorme peso que cargaban sus aún débiles hombros. ¿Era ella el problema de todo aquello? Se preguntaba una y otra vez hasta que por fin conseguía quedarse dormida. Todo había vuelto de repente con cada caricia. Él dibujaba su cuerpo sobre el colchón y a la vez desenterraba sin saberlo, unos recuerdos que ella creía enterrados.

Notó como su mano se deslizaba delicadamente por su muslo. Cerró los ojos y respiró profundamente. Necesitaba relajarse, pero todo volvía a empezar de nuevo. Su cuerpo se estremeció. Volvía a escuchar los pasos de su padre, pesados y torpes, subiendo las escaleras. Se dirigían a su habitación. Rápidamente se escondía bajo la cama, esperando que esta vez no la encontrara y poder dormir tranquila. Lo deseaba con todas sus fuerzas, al menos por una noche. Abría la puerta y encendía la luz. Su corazón comenzaba a palpitar aceleradamente. Parecía que se le iba a salir del pecho. Nunca conseguía vislumbraba más que los pies desde su escondite, pero aún así sabía que su aliento apestaría a alcohol y que un pedazo más de su infancia se desvanecería. Una solitaria lágrima se deslizaría por su mejilla en señal de tristeza por la pérdida. Era lo mismo una y otra vez. Trataba de ser fuerte, pero era difícil. Aún así perdonaba cada error que su padre cometía. La esperanza de que aprendiera a quererla sin hacerle daño aún se mantenía intacta y presente, aún tardaría años en marchitarse. Ahora temía que todo se repitiese. Estaba asustada. No podía hacerlo. No tenía fuerzas para soportarlo. Cerró las piernas bruscamente. Sabía que si lo dejaba entrar en ella no habría forma de salir. Amor, dolor y frustración. Su mano se retiró cediendo sin queja la posición ganada. Él se quedó esperando en su lado del colchón unas palabras que nunca llegaron. Ella se cubrió con las sábanas y le dio la espalda. No era capaz de mirarlo a los ojos. Sabía que no ocultaban nada malo, pero una parte de ella, cautelosa, temía que lo hicieran y que su piel no fuera más que un disfraz para ocultar su verdadera naturaleza.

Cerró los ojos e intentó conciliar el sueño. Quería esconderse bajo la cama, como tantas veces había hecho años atrás. Se agarraba a uno de sus peluches cuando necesitaba sentir a alguien cerca, y aunque no notaba el latir de su corazón, era más de lo que había conseguido en mucho tiempo. Hoy lo tenía a él, a escasos centímetros de ella. Aunque no pudiera verle su cara sabía que no dormía aún.

—Tengo miedo... —sus palabras iluminaron la oscuridad en la que él se encontraba.

—¿De qué?

—De que me vuelvan a hacer daño...

—Te prometo que...

—No prometas nada, nadie cumple sus promesas.

—Entonces, ¿qué quieres que haga?

—No me digas que me quieres... demuéstramelo...


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Paula Goberna Prieto
nació el 29 de octubre de 1988 en Vigo, aunque actualmente reside en Santiago de Compostela donde cursa la carrera de Derecho. Sus relatos han sido publicados en numerosas revistas digitales.
@ itsrainninagain[at]hotmail.com

Ξ Web de la autora: http://paulagoberna.blogspot.com/

Ilustración relato: Reflected sadness, By Victor Bezrukov (reflected sadness) [CC-BY-2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/2.0)], via Wikimedia Commons.