No me digas que
me quieres
___________________
Paula Goberna
Él comenzó a besarla.
No había nadie en la habitación salvo ellos dos. Los ojos de él ardían.
Brillaban de una manera que no había presenciado nunca antes en sus
veinte años de existencia. Tampoco en las escasas semanas que habían
pasado juntos. Iluminaban la oscuridad a través de la cual él la guiaba.
Sus brazos la abrazaban. Creaban un lugar seguro en el que estar.
—Te quiero... —le susurró
al oído. Era la primera vez que lo oía de unos labios diferentes a
los que solían decírselo. Era la primera vez que parecía verdad y
no una mera ilusión. Aún así su mente jugó con ella. Un escalofrío
recorrió su espalda tan pronto esas palabras parpadearon en su interior.
La desconfianza se adueñó de ella. Durante unos segundos se sintió
aturdida. Él no lo apreció. El deseo lo cegaba.
Comenzó a desvestirla. La
ropa caía en el suelo silenciosamente. Trataba de no pensar en nada
más. Absolutamente en nada. Moverse al compás de la melodía y seguir
sus instintos, pero en su interior volvía a convertirse en la niña
asustada que una vez había sido. Aquella que rezaba con todas sus
fuerzas cada noche antes de conseguir quedarse dormida, con la esperanza
de que alguien oyera sus plegarias. Se ponía de rodillas y esperaba
pacientemente una respuesta. No sabía qué más hacer. Lloraba como
signo de desesperación. Escondía la cabeza entre sus manos cuando
no podía soportar más los gritos que resonaban en cada habitación.
No aguantaba más el enorme peso que cargaban sus aún débiles hombros.
¿Era ella el problema de todo aquello? Se preguntaba una y otra vez
hasta que por fin conseguía quedarse dormida. Todo había vuelto de
repente con cada caricia. Él dibujaba su cuerpo sobre el colchón y
a la vez desenterraba sin saberlo, unos recuerdos que ella creía enterrados.
Notó como su mano se deslizaba
delicadamente por su muslo. Cerró los ojos y respiró profundamente.
Necesitaba relajarse, pero todo volvía a empezar de nuevo. Su cuerpo
se estremeció. Volvía a escuchar los pasos de su padre, pesados y
torpes, subiendo las escaleras. Se dirigían a su habitación. Rápidamente
se escondía bajo la cama, esperando que esta vez no la encontrara
y poder dormir tranquila. Lo deseaba con todas sus fuerzas, al menos
por una noche. Abría la puerta y encendía la luz. Su corazón comenzaba
a palpitar aceleradamente. Parecía que se le iba a salir del pecho.
Nunca conseguía vislumbraba más que los pies desde su escondite, pero
aún así sabía que su aliento apestaría a alcohol y que un pedazo más
de su infancia se desvanecería. Una solitaria lágrima se deslizaría
por su mejilla en señal de tristeza por la pérdida. Era lo mismo una
y otra vez. Trataba de ser fuerte, pero era difícil. Aún así perdonaba
cada error que su padre cometía. La esperanza de que aprendiera a
quererla sin hacerle daño aún se mantenía intacta y presente, aún
tardaría años en marchitarse. Ahora temía que todo se repitiese. Estaba
asustada. No podía hacerlo. No tenía fuerzas para soportarlo. Cerró
las piernas bruscamente. Sabía que si lo dejaba entrar en ella no
habría forma de salir. Amor, dolor y frustración. Su mano se retiró
cediendo sin queja la posición ganada. Él se quedó esperando en su
lado del colchón unas palabras que nunca llegaron. Ella se cubrió
con las sábanas y le dio la espalda. No era capaz de mirarlo a los
ojos. Sabía que no ocultaban nada malo, pero una parte de ella, cautelosa,
temía que lo hicieran y que su piel no fuera más que un disfraz para
ocultar su verdadera naturaleza.
Cerró los ojos e intentó
conciliar el sueño. Quería esconderse bajo la cama, como tantas veces
había hecho años atrás. Se agarraba a uno de sus peluches cuando necesitaba
sentir a alguien cerca, y aunque no notaba el latir de su corazón,
era más de lo que había conseguido en mucho tiempo. Hoy lo tenía a
él, a escasos centímetros de ella. Aunque no pudiera verle su cara
sabía que no dormía aún.
—Tengo miedo... —sus palabras
iluminaron la oscuridad en la que él se encontraba.
—¿De qué?
—De que me vuelvan a hacer
daño...
—Te prometo que...
—No prometas nada, nadie
cumple sus promesas.
—Entonces, ¿qué quieres
que haga?
—No me digas que me quieres...
demuéstramelo...
____________________
Paula
Goberna Prieto
nació el 29 de octubre de 1988 en Vigo, aunque actualmente reside
en Santiago de Compostela donde cursa la carrera de Derecho. Sus relatos
han sido publicados en numerosas revistas digitales.
@
itsrainninagain[at]hotmail.com
Ξ
Web de la autora: http://paulagoberna.blogspot.com/
ⓘ
Ilustración relato:
Reflected sadness, By Victor Bezrukov (reflected sadness) [CC-BY-2.0
(http://creativecommons.org/licenses/by/2.0)], via Wikimedia Commons.
|