Composición
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Sergio
Borao
El pintor supo que se
estaba muriendo y de inmediato comprendió que aún había una última
cosa por hacer.
Para evitar
inútiles lamentaciones y odiosas pérdidas de tiempo, ocultó celosamente
su enfermedad y dijo a todos sus allegados que se disponía a comenzar
una nueva pintura. Todos sabían que eso significaba su completa desaparición
de la vida pública por un tiempo indeterminado.
Definitivamente
aislado, juntó todos sus cuadros en la nave que le servía de estudio
y almacén (nadie había sospechado que los que vendía, aquellos que
se exponían en las mejores galerías del continente, eran meras copias
edulcoradas de los originales, que nadie salvo él había visto). Poco
a poco, los fue ordenando en el muro del fondo. Noventa cuadros. Podría
formar con ellos un rectángulo. Nueve filas de diez (o seis de quince,
o cualquier otra cábala imaginable).
Hizo instalar
unos estantes de lado a lado de la nave. Después, tuvo que contratar
a un obrero para que se ocupase de las filas más altas. El tiempo
se agotaba. Cada vez más ansioso, fue dirigiendo la composición del
improvisado puzzle, guiado por su poderosa inspiración, de la que
tanto se había escrito en las revistas especializadas. Algunas veces
gritaba, ante la indignada sorpresa del peón; otras, paseaba nervioso
por toda la nave, murmurando para sí. Su mirada delataba la fiebre;
aquella inquietud era el símbolo de un presagio. Su salud se consumió
en pocos días.
Al fin,
tembloroso y débil, sentado en una butaca junto a la puerta de la
nave, lugar desde el que se podía apreciar mejor el conjunto, hizo
una imperceptible indicación a su empleado, que cambió un cuadro por
otro, lo mismo que había estado haciendo una y otra vez durante las
últimas horas o los últimos días. Pero esta vez, el resultado satisfizo
al pintor: Sonrió levemente, hizo un gesto vago con la cabeza, se
recostó en la butaca y pareció extasiarse en la contemplación de la
obra terminada.
Si otra persona hubiese estado allí, junto a
él, tal vez su corazón se hubiese sobrecogido ante el magnífico espectáculo,
quizá hubiese podido comprender que aquel gigantesco mural, poblado
de horribles criaturas danzantes, de imposibles árboles que no podrían
crecer en otro lugar que no fuese el innombrable averno, de casas
formadas por cuarzo y estiércol, de ciudades llameantes y mares negros,
no era otra cosa que el retrato fiel e inconfundible del pintor que
ahora yace en la butaca contemplando con sus ojos muertos el poso
que los años fueron dejando en su alma.
* * * *
SERGIO
BORAO LLOP
nació en Mallén (Zaragoza,
España) en 1960 y reside en la capital zaragozana. Es encuadernador,
periodista, poeta y cuentista.
Ha publicado los siguientes cuentos: Las carreteras (Revista
Nitecuento, n.º 23, también en Margen Cero);
Antología Relatos, Zaragoza, 1990; Feria (Revista Nitecuento,
n.º 13); Paisaje sin batalla (Revista Nitecuento n.º
16); Espíritu de la Plaza (Antología Callejón de palabras
- Mizar) y en cuanto a poesía publicada: La estrecha senda inexcusable
(poemas) (Poemas Zaragoza, 1990) y Poemas (Antología
Poemas quietos - Mizar).
Ξ
Web del autor:
http://www.aragonesasi.com/sergio/index.htm
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Ilustración relato: Fotografía
por
Pedro M. Martínez ©
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