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Per sécula seculorum

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Roxana Heise


Juro por lo más sagrado; por Jesucristo en la cruz y por todos los santos, juro por el descanso eterno de mi fallecida madre, que aquello de la muerta fue sólo un accidente, un chiste de pacotilla de algún trasnochado diablo en busca de pecadores. ¿Y quién está libre de pecado, quién?, si sólo basta vivir para echarse la soga al cuello per sécula seculorum.

Desde aquel acontecimiento nada volvió a ser lo mismo, camino la noche entera galopando sobre mi sombra o lo que resta de ella. La luna tenebrosa se pierde entre nubarrones que besan las viejas techumbres y un hedor a sueños rancios impregna las callejuelas, tierra oscura, perros vagos, putas viscosas ofreciendo sus cuerpos, ladrón que roba a otro ladrón por maltratar a un pordiosero y así sucesivamente. Siempre termino igual, temblando en un abrigo que ya no me protege; es el frío musgoso de las tapias huérfanas de sol, el beso escurridizo de las lagartijas, las miradas lóbregas esquivando las briznas de luz y algo más, algo más, impalpable, difícil de definir. Respiro, agobiado en la realidad de mis desvaríos, aspiro el aire a bocanadas intentando relajarme. Luego froto mis manos lánguidas y exhalo sobre ellas mi aliento de ron. Beber me hace olvidar la imagen de la muerta: su aspecto cadavérico de contornos filosos, los ojos excavados, la sonrisa dientuda ofreciéndome su boca y esa manera grotesca de resistirse a la muerte.

Fue un asunto de hombres, una noche de parranda, el recuerdo de esas cartas con olor a chocolate. Porque la muerta me amaba hasta el confín de sus huesos y todos en el colegio estábamos al tanto, reíamos al punto que gastábamos la tarde burlándonos de ella. Aquel día por fin terminábamos la secundaria.

Si pudiera abandonarla en alguna pesadilla, pero está aquí, la siento, sus ojos de lechuza me tienen en la mira, y si me esfuerzo un poco escucho su aullido de loba al final de la bocacalle.

Ayer comenzó a bailar en medio de la calzada, con aquel traje de novia convertido en harapos, y ya no existen milagros que puedan regresarla.

Le he dicho hasta el cansancio que era sólo una broma. Esa noche con los chicos bebimos más de la cuenta y acordamos entre todos darle un sustito a la muerta: en la espesura del bosque con la guadaña aquella, manos, manitas, manotas, pulpo gigante intentando profanar esos huesitos. Virgencita dame tu rosario costal. ¿Quieres un beso?, un beso de tu amado en su capucha negra. Qué linda es la muertita cuando tiene miedo (...) y aparece de pronto buscando una respuesta, la sangre escurre por sus mejillas rasgadas de recuerdos, sus uñas no parecen tener fin. ¿No quieres un besito, un besito de la muerta, contornos de cuchilla, ojos de zombi? He esperado por ti las mil y una noches, barrabás, sabía que llegarías para ver mi traje blanco, pues ya le dije al cura nos bendiga ahora mismo en aquel mausoleo con olor a cipreses, donde haremos el amor, miel y vinagre, y viviremos juntos per sécula seculorum...


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ROXANA HEISE VENTHUR,
(Chile, 1964). Escribe poesía, cuento y novela. Sus textos han sido incluidos en las revistas Escribir y Publicar, de Editorial Salvat, Repertorio Latinoamericano y Los Noveles, entre otras. Su novela Frenético sosiego fue publicada en Internet por Cyberletras.com. En 2001, obtuvo mención de honor en el Concurso de Cuentos Breves Alfred Hitchcock y también forma parte de la antología de nuevos cuentistas hispanos Los magos del cuento. En 2002, su libro Imágenes prosaicas fue editado por Ediciones El Salvaje Refinado.
roxanaheise(at)vtr.net


Lee otros relatos de esta autora (en Margen Cero): Temor (incluido en el número especial del 5.º aniversario de Almiar) | Conquista | Por mera casualidad | Virgen manchada | Recordando a NN | Destino | Selección de hiperbreves | Textos en el reportaje fotográfico 11M.

* ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por Pedro M. Martínez ©