Mentiras
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Yasmina
Tabares Fragiel
La penúltima
mentira, sutil y certera. Apenas un susurro al teléfono, amortiguado
por el habitual sonido de tu sonrisa. Una despedida murmurada y de
nuevo el silencio, que retengo un instante, antes de volver a la mesa,
segura y altiva, notando el calor de su deseo deslizarse por mis medias,
como el sudor que empaña su frente. Alzo los ojos y sostengo su mirada
hasta que se levanta para retirar mi silla y se sienta también, presintiendo
en la cercanía de sus manos, la confianza de quien se cree dueño de
la situación. Y me envuelve en palabras a la búsqueda de la nota que
abra mi cama. Banalidades dichas con altanería se enredan sobre el
mantel, intentando enredarme en ellas. Frases a las que no presto
atención saltan a mi espalda para cruzar el confín de mi escote, y
no sabe que ya he decidido el final de la velada.
Pasa el tiempo y las copas por mis labios. Pasan
sus caricias por mi rodilla y mi ironía por su impaciencia. Juego
con sus pausas y mi pelo, antes de cerrar la partida. Alargo el momento,
acortando las distancias, derribando los pliegues de humo para asomarme
a los de su piel. Paseo al borde de este abismo, mi punto sin retorno,
a la espera del impulso final, que llega arropado por la brisa de
su aliento en mi cuello:
—¿Nos vamos…? —y sus dedos surcan mi cintura
como preludio de una intimidad por compartir.
Conduce, concentrado en los metros que nos separan
de su hotel, y en la excitación que crece según avanzamos. Mientras
yo vislumbro el tenue temblor de su barbilla y el eco de su orgullo
inflamado de victoria.
Nos deslizamos por la autopista a ciegas, intuyendo
el parpadeo de los semáforos. Perdidos en el aturdimiento del deseo
y la lástima atrincherada bajo el rimel de mis pestañas. Dos egos
oxidados a la caza de un delirio prestado, deleitándose con la emoción
previa que, vibra entre ambos como una nota sostenida, casi perfecta,
casi auténtica.
Llegamos, por fin, a nuestro destino y el brillo
de los neones me devuelve la frialdad perdida en el trayecto.
Me guía hasta el ascensor, asomado discretamente
a mis hombros, y yo le vigilo desde la indiferencia, presintiendo
en sus poses la vulnerabilidad de un adolescente tardío con ínfulas
de don Juan.
Compartimos un suspiro antes de salvar el quicio
de la puerta, que se cierra tras el fantasma de mis dudas.
Y va cayendo la ropa envuelta en nuestro pudor.
Amoldo mis caricias a sus cicatrices y de repente se mezcla el crujir
de nuestros cuerpos en un choque rítmico que no deja de recordarme
al sonido de unos pies sobre hojas secas. Gemidos nacidos en su boca
al compás de mis caderas llenan el colchón y las grietas de nuestras
soledades. La energía de su cuerpo abrazado al mío desvirtúa el peso
del tiempo y los engaños diarios, logrando con un brevísimo instante
darme la vitalidad de su inocencia, irrepetible como esta madrugada.
Ajena y traslúcida como sus complejos y mi fragilidad. Hasta que,
extenuados, caemos en una somnolencia sin nombres ni reproches...
saciados del otro y de nuestra existencia y con la llegada del amanecer
le regalo la sinceridad de mi abandono.
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yasmina_tabares(at)yahoo.es
ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía
por
Pedro M. Martínez ©
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