Mi hermano, el
infeliz
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Juan J. Sandoval
Zapata
Ta que mi hermano es un huevón.
Un so-huevón. No tiene ni doce años y ya se le nota lo baboso. De
seguro que va terminar mal, ya parece un fracasado. El estúpido lee
historietas todo el día. Mi ma se las para botando a la basura, pero
el idiotón consigue más. El tío Felipe ayuda en eso. Otro so-huevón,
profesor tenía que ser. Par de idiotas. Por culpa de él es que el
tarado no le gusta ir a la oficina de mi papá, para trabajar.
Una vez, mi pa me
pidió que lo llevara en bus al colegio. Llegamos al paradero y como
el tráfico estaba pesado el micro llegó embalado. Apenas subí, no
pude avanzar más, estaba repleto. Entonces el sonsonazo se quedó parado
en la pista. Nunca subió el imbécil. Tuve que gritar «¡Bajan, bajan!»,
pero había tanta gente, y como yo también era chiquito —pero pendejo—
no me escuchó el chofer y siguió avanzando. Me desesperé y salí por
la ventana. Mientras sacaba el billete que mi pa me había dado para
el pasaje y se lo aventaba a la calle, el huevonazo movía su mano
despidiéndose. Poniendo cara de triste todavía, sonso de mierda. El
billete bailó con el viento hasta que cayó y el mongolito fue a recogerlo.
A mí me dejaron tres cuadras más allá y tuvimos que volver porque
al estúpido, además del susto, le había dado el asma y su salbutamol
estaba en casa. Al menos, gracias al infeliz, no fuimos al colegio
ese día.
Pero lo tarado no
lo digo yo. Lo dice mi ma. Yo le oí decir eso anoche mientras hablaba
por teléfono con la Mamalicia. Un taradito mijo, decía. Un taradito,
un taradito… tremendo so-huevón. Algo tenía que hacer ese huevón en
la fiesta. Bien sabía yo que se iba a poner nervioso. Siempre se pone
así frente a las niñas, yo lo he visto temblar de miedo. Y eso que
ayer fue su primera fiesta solo. Algo tenía que hacer mal, Cuasimodo.
Bien hecho. Sobre
todo porque a mí también me jodió mi primera fiesta. Nunca fui, por
su culpa. Mi mamá se había ido a Europa y nos había dejado solos con
mi papá, que era lo mismo que estar solos porque apenas se fue mi
ma, mi pa también se mandó a mudar.
El día de la fiesta,
mi papá no llegaba. En la oficina nadie contestaba y el idiota siempre
le había tenido pánico a la oscuridad. Era un maricón, nunca podía
dormir con la luz apagada. Le daba mucho miedo, hasta ahora le da.
Me vinieron a recoger
y le dije que se iba a quedar solo. Se puso a llorar. Le dije que
iba a volver a la medianoche, le vino el asma. Intenté justificar
mi salida diciéndole que todos teníamos derecho a crecer. Entonces,
le tuve que poner algodón con alcohol en la nariz porque comenzó a
colapsar. Se moría el marica.
En el auto me estaba
esperando mi mancha. Mi primer tono, tenía puesto una camisa hawaiana
fosforescente, jeans y zapatillas botines traídas de gringolandia.
Una niña rica me esperaba en la fiesta que nunca fui por culpa del
mongolito. Pasó media hora y no bajaba, el claxon repetía la llamada:
¡ta-ta-ta ta-ta-ta! Y el infeliz no despertaba con el algodón remojado
de alcohol. O a pique se estaba haciendo el moribundo pero no había
tiempo para dudar.
Bajé a la puerta y
les dije que se vayan, que no podía ir. Maricón de mierda, le grité
y se hizo el dormido. Le metí una cachetada y le comenzó a salir sangre.
Lo peor es que ni por eso despertó. Me hizo recordar que mi ma siempre
decía que el idiota había nacido durmiendo. Nunca recibió su palmazo
de honor, nunca lloró. Apenas salió, pensaron que había nacido muerto,
pero latía como un globito a punto de estallar. El partero dijo: «Pero
miren a esa bolita, para qué lo vamos a despertar, si está durmiendo
tranquilo». Baboso de mierda, carajo. Lo eché en su cama y me fui
a dormir odiando mi primera fiesta.
Por eso es que no
me afecta lo que le pasó anoche en su fiesta. Bien hecho se lo tenía,
por miedoso y atarantado. Yo le escuché a mi ma que decía que le daba
mucha pena su hijo. Recién está muchacho y ya anda triste. Lo llevarán
al psicólogo, dijo. Tienen miedo de que sea maricón. Pobrecito el
maricón, ahora nomás falta que sea chivo. Ahí sí, mi papá lo bota
de la casa. Yo no sé.
La Mamalicia había
llamado porque ayer no podía dormir. Hubo una fiesta de niños, le
dijo. Ella siempre descansa los fines de semana, no sale ni a la esquina,
la pasa en bata y sandalias y compra comida por teléfono. Si alguien
la va a visitar, no lo deja entrar. Ni siquiera al infeliz, que estaba
en la fiesta que no la dejaba dormir. Pero la bulla no era lo que
la estuvo molestando. Eran los patrulleros que habían llegado. Ella
pensó que se trataba de algún asesinato porque había como treinta
policías. La Mamalicia estaba observando el despelote desde su ventana,
enrollada en la cortina. Así anduvo como una hora hasta que sonó el
teléfono y le vino la taquicardia. Era la vecina que tuvo que ir corriendo
a la casa porque mi abuelita se había puesto mal con el timbrazo.
La vecina era una vieja recontra chismosa; siempre le había gustado
husmear entre las familias de la zona. De nosotros sabía que mis papás
se agarran a patadas. De los Bocanegra, que el doctor es abortero.
Del guachimán que cuidaba la zona, terminó preso porque sabía que
en la cuadra vivía «El Padrino», cuando explotó su casa y descubrieron
que era narco.
La vieja, mientras
ayudaba a mi Mamalicia a reponerse, le iba contando que quien estaba
por ahí era la hija del Presidente del Perú. Ella había llegado con
su escolta oficial a la fiestita de donde venía la bulla. Pero, por
lo que había llamado la vecina era porque también había visto llegar
al estúpido. Mi ma lo había llevado en el auto y eso había visto la
vieja chismosa. Ella quería saber si ambos se conocían, si es que
iban al mismo colegio, o de dónde era la fiesta. La abuela no sabía
ni siquiera cómo se llamaba el colegio donde estudiábamos, y llamó
a la casa para preguntarle a mi ma si sabía que la hija del Presidente
había ido a la fiesta. Mamá le dijo que no. Entonces, comenzó a decirle
la cantidad de autos que había alrededor y de los policías que hablaban
con pitazos. Había perros amaestrados y sirenas prendidas. La Mamalicia
siguió haciendo preguntas pero mi ma le tuvo que colgar porque mi
pa había llegado borracho y había que desvestirlo para acostarlo rápido.
Como yo había escuchado
toda la conversación, supe que había problemas con el idiotón. No
dormí hasta la medianoche y cuando mi mamá prendía el auto, pedí acompañarla.
Fuimos. Llegamos y ya los patrulleros no estaban, no había pitazos
ni perros. El parque era un cementerio. La casa de la Mamalicia estaba
a oscuras, la de la vecina también. Yo fui por el mongo, quedaba poca
gente pero eso ya es costumbre en nosotros. Siempre que mi pa me recoge
de las fiestas llega una o dos horas tarde. Al comienzo se quisieron
acollerar mis amigos en el carro, pero mi pa llegaba demasiado tarde
y ya sus viejos se preocupaban demasiado. Hace poco, el papá del chico
que había organizado la fiesta me dijo que, si quería, me llevaba
a mi casa. Ya no había nadie en la sala y todos querían dormir. Yo
le dije que no, que esperaría. Entonces llegó mi padre, con las justas
avanzaba, tocó el claxon y gritó: ¡Ta que se me volteó el mapa!
Cuando salió el estúpido
de la fiesta lo abracé y le dije al oído:
—Ya te cagaste. Mi
mamá ya sabe que vino la hija del Presidente.
Yendo en el auto,
mi ma comenzó el interrogatorio:
—¿Cómo se llama?
—Josefina.
—¿Tiene tu edad?
—Sí.
—¿Va a tu colegio?
—No.
—¿Amiga de quién es?
—De Frida Meier. Siempre
van juntas.
—Qué tan amigas.
—No sé, pues ma.
—¡Niño! —reaccionó
mi ma—. ¿Conoce su casa?
—Bueno, sí, la invitó
a Palacio de Gobierno un fin de semana.
—Estás mintiendo —le
dije—. Cuasimodo no mientas.
—No, a Frida la hicieron
hablar frente de todo el salón sobre su fin de semana en Palacio.
—¿Y?
—Y entonces contó
que hubo una manifestación que llegó hasta la puerta a insultar. Ellas
miraban maravilladas desde el balcón y se tomaban fotos con los Úsares
de Junín mientras desde afuera se escuchaba ¡Libertad! ¡Libertad!
¡Libertad! Contó también que fue la primera vez que había visto un
«rochabús» en acción.
—¿Es bonita?
—No lo sé.
—¿Y eso?
— …
—Juanito…
—No la vi, ma. Me
dio miedo y no pude saludarla.
El auto paró en una
luz roja y pude ver que mi mamá se había puesto a llorar. Bajó el
volumen de la radio y dijo:
—Hijito, no puedes
ser tan tímido.
El imbécil se puso
a llorar con mi mamá. Sacó papel higiénico de la guantera y ambos
se comenzaron a sonar los mocos. Entonces, el sonso contó lo que había
pasado: cuando llegó, había un grupo de niños que conversaban en el
hall, donde estaba la hija del Presidente. Pero unos chicos pasaron
gritando ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!, una arenga de moda que
salía en la televisión, con el puño en alto. Josefina intentaba ignorarlos
pero los gritos cada vez eran más numerosos. El imbécil avanzó un
poco más, divisando a la niña más observada de la fiesta, quien estaba
acompañada de los mejores muchachos del salón. Fue acercándose hacia
ella. Le quería dar un beso. No me lo contó, pero lo conozco tanto
al cuasimodo…
Iba cumplir su cometido
pero se le cruzó uno de los protestantes, que le dijo:
—Plomito, o gritas
con nosotros, o eres un cabrón.
Y el maricón éste
se fue a arengar con los demás ¡Liberta! ¡Libertad! ¡Liberta! ¡Libertad!
A mi mamá cuando el
estúpido le mostró la arenga, con el puño en alto, le vino la llorona
de nuevo. Llegamos a casa. Mi papá dormía hecho un bulto. El idiota
se fue a derechito a la cama. Yo también, pero quedé atento a lo que
mi mamá hacía, seguía llorando. Volvió a sonar el teléfono, era la
Mamalicia. Discutieron un rato más, le dijo que en vez de darle un
besito bonito, como hace la gente bien, le comenzó a gritar ¡Libertad!
¡Libertad! ¡Libertad! en su cara. Todo por culpa del escritor porno
ese que hace la propaganda por televisión. Que si se hubiera presentado
como alguien decente, quien sabe, hasta un buen trabajo le podría
conseguir.
Pobrecito el mongolito,
si bien dormía yo sé que también lloraba por no haber cumplido con
su beso a la hija del Presidente. El tarado siempre se arrepiente
de lo que hace. Yo hubiera ido donde la Hija y le zampaba un beso
bien dado, como para que no se olvide de mí. Pobre cuasimodito.
—Ahora nomás falta
que mijo se me ponga rebelde como el escritor de «Libertad» —le dijo
a la Mamalicia, preocupada—. Ahora nomás, que comience vestirse de
negro como los artistas. Ahora nomás falta que se ponga intelectual
como Felipe. Ahora nomás falta que le comience a gustar la música
y la poesía, la ideología y las marchas, nomás falta que quiera ser
profesor de universidad… Ojalá no me salga terrorista… ese es el camino
seguro a ser maricón.
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JUAN JOSÉ
SANDOVAL ZAPATA
(Lima, 1976); escritor y músico por afición. Ha publicado el volumen
de cuentos Barrunto (edición independiente, 2001).
PÁGINA DEL AUTOR:
http://barrunto.blogspot.com/
De este autor puedes leer, también:
Un día de combi |
Cómo ser un pésimo escritor (y estar a punto de morir en el intento)
* ILUSTRACIÓN RELATO:
Silhouette hg, By Hannes Grobe (Own work) [CC-BY-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/3.0)],
via Wikimedia Commons.
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