De apariciones
Marianas y Azar
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Javier Guerrero Rodríguez
Hubo dos acontecimientos en
mi vida que marcaron el resto de mi existencia, ambos procedentes
del irreflexivo destino y la cruel naturaleza, que reitero, fijaron
nuevos rumbos en el caminar de esos tiempos con ausencias. Ambos ocurrieron
en el mismo año fatídico, con la desgracia triunfante y la pena brotando
como una mala hierba de dolor. Ni me explayaré en los sucesos acontecidos,
por la angustia que pudiera traer consigo la recreación en el drama,
ni seré breve porque acostumbro a no evocar resquemores ni aún de
manera efímera. Y porque el interés de la historia radica en los hechos
posteriores.
Había una señora de nombre Angustias,
que debía tener buen instinto y agudeza visual para captar a gente
débil o de fatalidad reciente, y no tardó en percatarse de las señales
nostálgicas y enfermizas de mi rostro, una mañana que estaba yo sentado
en un banco del parque mirando a los patos, con una cara que ha de
ser similar a la de los condenados a muerte o futuros suicidas. Se
me acercó la mujer, con sus ojos ovales, como de pez, rolliza y morena
como una jabata, y con un incipiente bigote semejante al de un adolescente,
y quiso con pocos preámbulos, salvo el de la conversación meteorológica
y el breve saludo, que fuera yo en procesión a los prados del norte
de Madrid, pues había allí apariciones marianas y tenía ella poderes
visionarios y de comunicación, y tan buena sintonía con la Virgen
María que recibía mensajes sobrenaturales y había adquirido capacidades
curativas y maneras de santa, y estaba en el mundo por imposición
divina, siendo pocos los elegidos por la divinidad pues no toda la
gente vale para asumir los cometidos celestiales. Sabía la señora
donde había puesto sus ojos de besugo y tenía clara conciencia de
que poco valía para mí la vida, y no dudaba acerca de mi futuro como
fiel a la Cofradía de Milagros y Mensajes de Angustias la Santina.
Y más por curiosidad que por otra
cosa, pues soy escéptico en estos temas —y en casi todos—, acepté
su convocatoria la mañana del sábado a montar en un autobús en la
Avenida de América para acudir a su cita con la Virgen, que tenía
por costumbre abrir un hueco en su inmaculada agenda para estar dos
días al mes en aquel prado bucólico con aromas de flores silvestres
y excrementos vacunos. Según aprecié en relación al entorno de tal
procesión, se abrían camino las siguientes circunstancias:
1.
No era demasiado buena la naturaleza física de aquellas gentes
arrastrando los pies por el prado, abundando la presencia de rostros
indefensos, manos temblorosas, respiraciones asmáticas, bocas abiertas,
y otros rasgos más aliados de la enfermedad que de la buena y sana
apariencia.
2.
La edad media de los congregados giraba en torno a los setenta
años, pero había uno con voz áspera y ronca, que bien podía ser nonagenario.
Tenía la cara roja de un tabernero irlandés y síntomas en el pulso
y las venas de las manos de haberse pasado media vida bebiendo y la
otra mitad sumergido en la resaca. Incluso en aquel momento sus andares
eran levemente tambaleantes, supongo que por vejez, pero el aliento
emanaba los olores de un desayuno etílico. También había una mujer
joven, de nombre Alicia, que tenía una tristeza muy atractiva, como
de reposo de llanto extinguido, que dejaba unos ojos serenos y húmedos
del color de las aguas caribeñas. Parecía culta, y demasiado lista
para estar allí, pero de todo hay en los dominios del mundo. Busquen
toreros japoneses, enanos hermafroditas, belgas suicidas atrapadas
por el fanatismo de Al-Qaeda, analfabetos dirigiendo multinacionales,
ancianas circenses, poetas nazis, viejas campesinas viajando errantes
por el mundo, visionarios de ángeles, y doy fe de que en alguna parte
los encontrarán.
3.
El silencio era la nota predominante, antes de que comenzarán
las oraciones y las visiones, a excepción del nonagenario que hablaba
solo y repetía cada quince segundos la expresión Virgen Santísima.
4.
La señora Angustias hacía el camino a la higuera de las apariciones
con las manos en posición de rezo, aunque de vez en cuando distraía
sus plegarias para ponerse de rodillas y besar el suelo, acto imitado
por los demás congregados. Una vez levantados, se daba lugar a una
extraña oración, en la que todos participaban. «Virgen misericordiosa
líbranos del pecado y concédenos cobijo celestial. Virgen te amamos
y te veneramos y llevamos tus lágrimas en el corazón. Virgen arropa
nuestras penas y protege nuestras almas, pues tuyas son y a ti serán
entregadas. Virgen alumbra lo que nos queda de vida y danos pronto
la dicha de contemplar tu luz».
5.
Alcanzada la famosa higuera, donde nos aguardaba la Virgen
María, la señora Angustias miró al cielo y empezó a lloviznar. Varias
personas, entre ellas el viejo que iba camino del siglo de edad, interpretaron
aquello como lágrimas celestiales, dignas de veneración, y hubo quien
fue más allá y dijo que contemplaba las siluetas difuminadas de dos
ángeles anunciando la llegada de María, que uno iba más retrasado
y debía ser negro por la oscuridad de la sombra. Otro asintió, y se
expresó en los mismos términos. El segundo es muy oscuro. Yo diría
que bruno. Y desciende más lento.
6.
A continuación la visionaria, que nada afirmaba ni desmentía
en relación a los querubines cerró los ojos e inició la previa concentración
a la entrada en trance. Aspiraba suave y lentamente y volvía a abrir
los ojos en una serena expiración. De vez en cuando se santiguaba
y fijaba la mirada en el tronco del árbol, y lloraba como una plañidera
en un velatorio. Agotadas las lágrimas renacían los ejercicios respiratorios.
Llegó un momento en el que sintió que la Virgen le estaba acariciando
la cara y le hablaba muy cerca, susurros sobrenaturales. Entonces
con un hilillo de voz que causaba cierto miedo por el tono infantil
—como de niña resabida— y el silencio que lo acogía, inició la transmisión
de los mensajes.
-
Respetaos y amaos, y seréis acogidos
en el reino de los cielos.
-
Rezad para que el amor y la paz
sean las estrellas que alumbren vuestro camino.
-
Cuidad de los niños, pues ellos
son el futuro y han de ser guiados con sabiduría y bondad.
7.
Acto seguido cayó redonda sobre la hierba y todos se congregaron
alrededor. Uno a uno fueron besando la frente de la señora Angustias,
que decía sentirse deslumbrada por la intensidad de la luz emanada
por la imagen de la Virgen María, etérea sobre el grupo. Estuvo así
cinco minutos, hasta que aseguró contemplar la lenta ascensión de
María. Entonces fue el nonagenario quien dijo ver el vuelo del ángel
negro dirección al este, y uno de los visionarios anteriores expresó
su conformidad al comentario del anciano. Y contó que el ángel blanco
había marchado un poco antes, tras un par de vuelos acrobáticos a
unos treinta metros de altura, rumbo al sur.
Fue en aquel momento cuando busqué
los ojos de Alicia, perdidos entre el tumulto. Mientras trataba de
encontrar su rostro, reflexionaba acerca de los episodios acaecidos,
divagaciones entre el fanatismo, las creencias férreas, la locura,
la tomadura de pelo y el timo. La señora Angustias ahora rondaba con
una cajita de mimbre reclamando la voluntad monetaria, y recordando
el próximo evento de esta naturaleza. Alicia y yo apenas percibíamos
su gruesa silueta desde la lejanía.
De la segunda parte de narración,
les contaré que Alicia y yo pasamos juntos el resto del día, gracias
a la cabeza visible y principal alma de la Cofradía de Milagros y
Mensajes de Angustias la Santina, que había recibido encargo Virginal
de paliar amarguras a una joven indefensa en el pozo de la calamidad
y los infortunios, que era estrella errática al igual que quien les
narra esta historia. Ambos fuimos guiados por la curiosidad y la debilidad
que trae consigo la desgracia. Y como consecuencia de ello, pudimos
conocernos y aprendimos a vivir con las ausencias.
Todo ha ido bien, en base a nuestras
afinidades, y las maneras similares de encauzar nuestras pérdidas.
A las dos semanas se vino a vivir a mi alcoba de Chamberí, y pese
a diferencias triviales, no hay problemas de peso, salvo que ella
es ser más intrigado que yo, y de vez en cuando le desvela la idea
de tomar parte en otra peregrinación a otro prado, o a un monte donde
de vez en cuando alumbren luces sobrenaturales. Yo trato de disuadir
sus intenciones, y afronto las razones desde mi pragmática opinión,
pero ella quiere darse una segunda oportunidad y va teniendo más consistencia
su intriga frente a mis motivos. Y eso sería ir por mal camino.
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JAVIER GUERRERO RODRÍGUEZ.
De formación jurídica, vive en Madrid. Resultó finalista con el
relato Lucía en el concurso Cuanto Cuento, de la Fundación
Acuman, y formó parte de un recopilatorio; con el relato El Forastero
fue finalista, asimismo, en la Semana de cine fantástico, bizarro
y terrorífico de La Monstrua, y formará parte de una antología que
saldrá a finales de 2007.
javierdivisa[at]yahoo.es
ILUSTRACIÓN RELATO:
Sombra-fantasmal, By Jose Gomez Zu [CC0], via Wikimedia Commons
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