Volver al índice de la Biblioteca

Página principal

Música en Margen Cero

Poesía

Pintura y arte digital

Fotografía

Artículos y reportajes

Radio independiente

¿Cómo publicar en Margen Cero?

Contactar con la redacción

Síguenos en Facebook






De apariciones
Marianas y Azar

_________________
Javier Guerrero Rodríguez


Hubo dos acontecimientos en mi vida que marcaron el resto de mi existencia, ambos procedentes del irreflexivo destino y la cruel naturaleza, que reitero, fijaron nuevos rumbos en el caminar de esos tiempos con ausencias. Ambos ocurrieron en el mismo año fatídico, con la desgracia triunfante y la pena brotando como una mala hierba de dolor. Ni me explayaré en los sucesos acontecidos, por la angustia que pudiera traer consigo la recreación en el drama, ni seré breve porque acostumbro a no evocar resquemores ni aún de manera efímera. Y porque el interés de la historia radica en los hechos posteriores.

Había una señora de nombre Angustias, que debía tener buen instinto y agudeza visual para captar a gente débil o de fatalidad reciente, y no tardó en percatarse de las señales nostálgicas y enfermizas de mi rostro, una mañana que estaba yo sentado en un banco del parque mirando a los patos, con una cara que ha de ser similar a la de los condenados a muerte o futuros suicidas. Se me acercó la mujer, con sus ojos ovales, como de pez, rolliza y morena como una jabata, y con un incipiente bigote semejante al de un adolescente, y quiso con pocos preámbulos, salvo el de la conversación meteorológica y el breve saludo, que fuera yo en procesión a los prados del norte de Madrid, pues había allí apariciones marianas y tenía ella poderes visionarios y de comunicación, y tan buena sintonía con la Virgen María que recibía mensajes sobrenaturales y había adquirido capacidades curativas y maneras de santa, y estaba en el mundo por imposición divina, siendo pocos los elegidos por la divinidad pues no toda la gente vale para asumir los cometidos celestiales. Sabía la señora donde había puesto sus ojos de besugo y tenía clara conciencia de que poco valía para mí la vida, y no dudaba acerca de mi futuro como fiel a la Cofradía de Milagros y Mensajes de Angustias la Santina.

Y más por curiosidad que por otra cosa, pues soy escéptico en estos temas —y en casi todos—, acepté su convocatoria la mañana del sábado a montar en un autobús en la Avenida de América para acudir a su cita con la Virgen, que tenía por costumbre abrir un hueco en su inmaculada agenda para estar dos días al mes en aquel prado bucólico con aromas de flores silvestres y excrementos vacunos. Según aprecié en relación al entorno de tal procesión, se abrían camino las siguientes circunstancias:

1.
No era demasiado buena la naturaleza física de aquellas gentes arrastrando los pies por el prado, abundando la presencia de rostros indefensos, manos temblorosas, respiraciones asmáticas, bocas abiertas, y otros rasgos más aliados de la enfermedad que de la buena y sana apariencia.

2.
La edad media de los congregados giraba en torno a los setenta años, pero había uno con voz áspera y ronca, que bien podía ser nonagenario. Tenía la cara roja de un tabernero irlandés y síntomas en el pulso y las venas de las manos de haberse pasado media vida bebiendo y la otra mitad sumergido en la resaca. Incluso en aquel momento sus andares eran levemente tambaleantes, supongo que por vejez, pero el aliento emanaba los olores de un desayuno etílico. También había una mujer joven, de nombre Alicia, que tenía una tristeza muy atractiva, como de reposo de llanto extinguido, que dejaba unos ojos serenos y húmedos del color de las aguas caribeñas. Parecía culta, y demasiado lista para estar allí, pero de todo hay en los dominios del mundo. Busquen toreros japoneses, enanos hermafroditas, belgas suicidas atrapadas por el fanatismo de Al-Qaeda, analfabetos dirigiendo multinacionales, ancianas circenses, poetas nazis, viejas campesinas viajando errantes por el mundo, visionarios de ángeles, y doy fe de que en alguna parte los encontrarán.

3.
El silencio era la nota predominante, antes de que comenzarán las oraciones y las visiones, a excepción del nonagenario que hablaba solo y repetía cada quince segundos la expresión Virgen Santísima.

4.
La señora Angustias hacía el camino a la higuera de las apariciones con las manos en posición de rezo, aunque de vez en cuando distraía sus plegarias para ponerse de rodillas y besar el suelo, acto imitado por los demás congregados. Una vez levantados, se daba lugar a una extraña oración, en la que todos participaban. «Virgen misericordiosa líbranos del pecado y concédenos cobijo celestial. Virgen te amamos y te veneramos y llevamos tus lágrimas en el corazón. Virgen arropa nuestras penas y protege nuestras almas, pues tuyas son y a ti serán entregadas. Virgen alumbra lo que nos queda de vida y danos pronto la dicha de contemplar tu luz».

5.
Alcanzada la famosa higuera, donde nos aguardaba la Virgen María, la señora Angustias miró al cielo y empezó a lloviznar. Varias personas, entre ellas el viejo que iba camino del siglo de edad, interpretaron aquello como lágrimas celestiales, dignas de veneración, y hubo quien fue más allá y dijo que contemplaba las siluetas difuminadas de dos ángeles anunciando la llegada de María, que uno iba más retrasado y debía ser negro por la oscuridad de la sombra. Otro asintió, y se expresó en los mismos términos. El segundo es muy oscuro. Yo diría que bruno. Y desciende más lento.

6.
A continuación la visionaria, que nada afirmaba ni desmentía en relación a los querubines cerró los ojos e inició la previa concentración a la entrada en trance. Aspiraba suave y lentamente y volvía a abrir los ojos en una serena expiración. De vez en cuando se santiguaba y fijaba la mirada en el tronco del árbol, y lloraba como una plañidera en un velatorio. Agotadas las lágrimas renacían los ejercicios respiratorios. Llegó un momento en el que sintió que la Virgen le estaba acariciando la cara y le hablaba muy cerca, susurros sobrenaturales. Entonces con un hilillo de voz que causaba cierto miedo por el tono infantil —como de niña resabida— y el silencio que lo acogía, inició la transmisión de los mensajes.

- Respetaos y amaos, y seréis acogidos en el reino de los cielos.

- Rezad para que el amor y la paz sean las estrellas que alumbren vuestro camino.

- Cuidad de los niños, pues ellos son el futuro y han de ser guiados con sabiduría y bondad.

7.
Acto seguido cayó redonda sobre la hierba y todos se congregaron alrededor. Uno a uno fueron besando la frente de la señora Angustias, que decía sentirse deslumbrada por la intensidad de la luz emanada por la imagen de la Virgen María, etérea sobre el grupo. Estuvo así cinco minutos, hasta que aseguró contemplar la lenta ascensión de María. Entonces fue el nonagenario quien dijo ver el vuelo del ángel negro dirección al este, y uno de los visionarios anteriores expresó su conformidad al comentario del anciano. Y contó que el ángel blanco había marchado un poco antes, tras un par de vuelos acrobáticos a unos treinta metros de altura, rumbo al sur.

Fue en aquel momento cuando busqué los ojos de Alicia, perdidos entre el tumulto. Mientras trataba de encontrar su rostro, reflexionaba acerca de los episodios acaecidos, divagaciones entre el fanatismo, las creencias férreas, la locura, la tomadura de pelo y el timo. La señora Angustias ahora rondaba con una cajita de mimbre reclamando la voluntad monetaria, y recordando el próximo evento de esta naturaleza. Alicia y yo apenas percibíamos su gruesa silueta desde la lejanía.

De la segunda parte de narración, les contaré que Alicia y yo pasamos juntos el resto del día, gracias a la cabeza visible y principal alma de la Cofradía de Milagros y Mensajes de Angustias la Santina, que había recibido encargo Virginal de paliar amarguras a una joven indefensa en el pozo de la calamidad y los infortunios, que era estrella errática al igual que quien les narra esta historia. Ambos fuimos guiados por la curiosidad y la debilidad que trae consigo la desgracia. Y como consecuencia de ello, pudimos conocernos y aprendimos a vivir con las ausencias.

Todo ha ido bien, en base a nuestras afinidades, y las maneras similares de encauzar nuestras pérdidas. A las dos semanas se vino a vivir a mi alcoba de Chamberí, y pese a diferencias triviales, no hay problemas de peso, salvo que ella es ser más intrigado que yo, y de vez en cuando le desvela la idea de tomar parte en otra peregrinación a otro prado, o a un monte donde de vez en cuando alumbren luces sobrenaturales. Yo trato de disuadir sus intenciones, y afronto las razones desde mi pragmática opinión, pero ella quiere darse una segunda oportunidad y va teniendo más consistencia su intriga frente a mis motivos. Y eso sería ir por mal camino.


____________________________
JAVIER GUERRERO RODRÍGUEZ. De formación jurídica, vive en Madrid. Resultó finalista con el relato Lucía en el concurso Cuanto Cuento, de la Fundación Acuman, y formó parte de un recopilatorio; con el relato El Forastero fue finalista, asimismo, en la Semana de cine fantástico, bizarro y terrorífico de La Monstrua, y formará parte de una antología que saldrá a finales de 2007.
Sin @ para evitar el spam javierdivisa[at]yahoo.es


ILUSTRACIÓN RELATO: Sombra-fantasmal, By Jose Gomez Zu [CC0], via Wikimedia Commons