Reino animal
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Sara Coca
Nunca
pensé que aquello me pudiera ocurrir a mí. Cuando entré en
casa y vi la cara de mi mujer, supe que algo malo iba a contarme.
Uno aprende a conocer los gestos de los demás con los que se relaciona
constantemente y sin duda, las expresiones de mi mujer eran un libro
abierto para mí. Así que nada más dejar las llaves sobre el recibidor
le pregunté qué pasaba. Ella me indicó con la mano que la siguiera.
Me llevó hasta el ropero de nuestro dormitorio
y abrió las puertas. A primera vista, no observé nada especial aparte
de un cierto desorden nada propio de ella. Sólo cuando escuché aquel
sonido, miré hacia abajo y lo vi. Jamás había contemplado una cría
de leopardo tan cerca. Y ésta era tan pequeña que se había enroscado
sin dificultad sobre mis zapatos de las bodas. ¿Cómo habría llegado
el animal hasta ahí?
Mi mujer no me dio ninguna explicación convincente.
Dijo que sólo lo había descubierto cuando fue a colocar unas camisas
recién planchadas. Pero era materialmente imposible que un cachorro
de leopardo se metiera en el ropero de un sexto piso en una ciudad
como Madrid. Pensé que lo mismo se trataba de una broma pesada de
algún amigo también pesado de la oficina, aunque tampoco tenía sentido.
¿Para qué?
El animal comenzó a mostrarse cada vez más nervioso.
Supuse que tendría hambre y fui a la cocina a buscar leche. Se la
bebió sin pausas. En ese momento, escuchamos otro extraño ruido. Esta
vez desde el cuarto de baño. Mi mujer me miró y contuvo la respiración
sin moverse. Me temía lo peor pero abrí la puerta y miré en la dirección
del sonido. Allí estaba aquella pequeña foca intentando encontrar
agua. La metí en la bañera y abrí el grifo. El animal emitió cierto
sonido de agradecimiento y me marché.
Después ocurrió lo que mi imaginación nunca hubiera
imaginado. En cada habitación de la casa encontré una cría de alguna
especie no muy común por estas latitudes. Pusimos mantas, agua, leche
y pan por todas las estancias. Después nos sentamos en el sofá y no
supe si llamar a la policía o al veterinario de la esquina. Aquello
realmente me superaba. Sobre todo a mi mujer, que no paraba de mirarme
con los mismos ojos que la foca que retozaba su cuerpo en mi bañera.
Mientras tanto, los bichos no paraban de emitir toda clase de ruidos.
Mi piso se había convertido en un parque natural en menos de media
hora.
Empecé a pensar qué clase de explicación podría
darle a la policía sobre aquello. Pensarían que nos dedicábamos a
la venta ilegal de especies protegidas. Así que borré la idea de llamar
a las fuerzas de seguridad por el momento. Mejor sería acudir al veterinario.
Así que volví a coger las llaves y dejé a mi mujer sentada en el sofá,
con un vaso de tila entre las manos. Llegué hasta la clínica veterinaria
y esperé mientras pensaba por dónde empezar mi historia.
Después de mucha insistencia, el incrédulo veterinario accedió a acompañarme
a casa, no sin antes hacer pasar a todas las consultas de la tarde.
Hacía más de tres horas que me había marchado y no sabía qué podría
encontrarme a la vuelta.
Pulsé
el ascensor con cierto nerviosismo y adivinando los pensamientos del
sanitario. Mejor sería que lo viera con sus propios ojos. Abrí la
puerta de mi domicilio y le indiqué amablemente que accediera al salón.
Todo estaba en penumbras. Encendí la luz principal y llamé a mi esposa.
No hubo respuesta. Tampoco se oía ningún ruido extraño. El veterinario
empezó a hacer muecas de desprecio. Le pedí que esperase un instante
y me adentré en el lóbrego pasillo: no había rastro de nada ni de
nadie. Abrí roperos, cajones, cortinas y miré hasta debajo de las
camas sin encontrar absolutamente nada.
El veterinario terminó por marcharse perjurando que aquello no era
más que una broma de mal gusto. Cerré la puerta y me dispuse a serenarme.
Tarde o temprano encontraría la lógica de la situación. Preparé algo
de comer y me senté en el sofá. Echaba de menos a mi mujer pero quise
creer que habría salido a contarle nuestra experiencia a alguna vecina.
Nada raro en ella.
Al rato, ya hasta me había olvidado de todo. Sólo cuando me dio por
observar el cuadro junto a la televisión me entró una extraña sensación
por el cuerpo. Nunca me había fijado antes pero allí estaban representados
cada uno de los animales que hacía sólo unas horas habían invadido
la paz de mi hogar. Estaban todos sin excepción.
Me levanté y me acerqué aún más. Fue entonces cuando distinguí aquel
extraño objeto en medio de lo que parecía una selva. Un vaso de cristal.
Y justo a su lado, la figura de mi mujer con la misma expresión que
tenía cuando la dejé. Instintivamente supe que algo malo iba a contarme.
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saracoca[at]hotmail.com
Lee otro relato de esta
autora:
El grillo
* ILUSTRACIÓN RELATO:
Panthera pardus -Vumbura Plains, Botswana -adult-8,
By Steve Jurvetson from Menlo Park, USA (Avatar Uploaded by Snowmanradio)
[CC-BY-2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/2.0)], via Wikimedia
Commons.
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