Emilce
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Adriana Serlik
Tenía yo veintiún años,
entré a ver Día de Fiesta, de Tati, al cine Lorraine y se cortó
varias veces la cinta, las copias eran viejas y en cada corte un muchacho
de una fila de butacas delante de la mía, me sonreía. No me pareció
normal, me sonreía…
Salí al finalizar el filme y caminé
por la calle Corrientes entrando en todas las librerías y cuando estaba
revisando un libro de Vargas Llosa, una voz me preguntó si me gustaba
el autor, era el sonreidor del cine.
Así comenzó mi primera historia
de amor: el Lorraine, Tati y la calle Corrientes.
Qué lejano me parece todo, la lejanía
que dan treinta seis años de distancia. ¿Tiene el libro?
Escribí los poemas dos años después,
el joven reidor o sonreidor desapareció un día, sin dejar rastro después
de dos años, sabía que andaba en luchas libertarias, yo también lo
estaba pero en caminos diferentes, no malentienda, igual ideología
pero diferentes ámbitos. Desapareció un día sin llamarme y entré en
una depresión profunda.
Mi médico consideró que una forma
de sacarme del caos, era hacerme recopilar los poemas que había escrito
a mi gran primer amor, darles un nombre y enviarlos a la Casa de las
Américas para participar en su concurso de poesía.
Así ocupé mi tiempo libre retocando
los poemas con claras influencias borgianas, guillenanas (de Nicolás)
y pavesianas, hasta que consideré que estaban presentables y los pasé
en limpio, cosí sus hojas delicadamente y los entregué al buen Doctor
que me aseguró se encargaría de la tarea burocrática, el envío a La
Habana.
Guardé una copia que ha viajado
conmigo durante estos años, 33 mudanzas entre Roma, Florencia, Londres
y Madrid.
Al terminar el libro me sentí mejor,
no creía que ganaría el premio pero tenía la idea mágica que de alguna
manera él llegaría a leer los poemas.
Una tarde, cuando estaba preparándome
para participar en un recital de poetas, sonó el teléfono, era Eduardo;
hacia dos años que no lo veía y uno que había entregado el libro,
había leído el anuncio en algún periódico y me contaba que estaría
presente en el recital.
Estuvimos juntos toda la noche,
no explicó su silencio ni yo hablé del libro y por la mañana nos despedimos
como si al día siguiente volveríamos a vernos. Fui enormemente feliz.
Me mudé a la Capital, cambié de
trabajo y siguió el silencio.
Hablaba y lloraba a mi amiga Lorena
hasta que ésta, harta de mis lágrimas, me dijo que investigaría si
alguien, con sus datos, era lector de la biblioteca universitaria
donde trabajaba.
Una mañana, qué sábado más lluvioso,
me dio una dirección y un teléfono, vivía a diez calles de la mía.
Me vestí apresuradamente, entre los gritos de mi hermana que decía
que estaba loca por meterme en esta aventura, y fui al edificio. Toqué
el timbre y aprovechando que alguien salía me introduje corriendo,
subí hasta la tercera planta y volví a tocar el timbre, una voz femenina
y una masculina a coro preguntaron quién era.
Me acerqué a un teléfono público
y desde allí lo llamé, no sé qué le dije pero tomó nota de mi dirección
y prometió ir a verme esa tarde.
Me explicó que su vida era muy
dura porque estaba metido en la lucha política y no quería tomar ningún
tipo de compromiso, que me quería mucho pero... que había pensado
en algún momento en casarse conmigo pero...
Lo escuchaba, lo miraba y asentía
llorando, no le conté lo del libro, no le dije cuánto lo quería.
Se fue.
Tenía veinticinco años y había
tenido un novio durante dos años y había llorado tres.
No crea que lo olvidé, seguí amándolo
sabiendo que a pocas calles de la mía seguiría viviendo pero no me
atreví a volver a esa casa.
Le cuento que volví a verlo otra
vez, una tarde caminando por la calle Corrientes, se detuvo, me besó
y me invitó a tomar un café y volvió a repetirme lo mucho que me había
amado pero la lucha era la lucha y no quería poner en peligro mi seguridad.
Pasó el tiempo y debido a un despido
del trabajo, el ambiente terrible premilitar que me rodeaba y la necesidad
de buscar otros aires, me vine a Europa.
En 1977, en Madrid, hablando una
noche con un amigo argentino de las desventuras del amor, le conté
mi historia y después de hacerme varias preguntas sobre él me dijo
lentamente:
—Lo
conocí, me han dicho que lo mataron en Córdoba pero no hay rastros;
su mujer ha buscado por todas partes, no sabe qué decirle a sus hijos.
Hoy es dos de diciembre, he buscado
el ejemplar de La ciudad y los perros que me regaló y no lo encuentro
y como siempre, en el día de su cumpleaños, leo unas líneas, ¿me puede
decir si lo tiene?
—¿Señor,
me atiende por favor?
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Adriana Serlik nació en Avellaneda,
provincia de Buenos Aires, República Argentina. Bibliotecóloga y maestra
ha publicado las obras Improntus 6 (Buenos Aires - 1968);
Los espejos (Buenos Aires - 1972); Desde nosotros los niños
(Madrid - 1978); La Silla de paja (Madrid - 1984) y Poemas
del amor y la soledad (Madrid - 1996).
Dirige una web titulada LA LECTORA IMPACIENTE http://www.lalectoraimpaciente.com).
Otros relatos de esta autora en Margen Cero:
El Colorao |
Homenaje a Rosa Chacel |
El armario.
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ILUSTRACIÓN RELATO:
Cote cour- cote jardin, By International-critics [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html)
or CC-BY-SA-3.0-2.5-2.0-1.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)],
via Wikimedia Commons.
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