Relato Alas de golondrina

Alas de golondrina

Juana Castillo Escobar

S

oberbias, las golondrinas juguetean y lanzan sonoros trinos al viento. Su llegada se ha adelantado a las previsiones oficiales que esperan el comienzo de la primavera para unas semanas después. Con las alas desplegadas saludan al cielo y a las nubes que, durante unos meses, las acogerán. Ellas, con sus trinos, son las encargadas de despertar a los corazones más adormecidos.

Abajo, en la tierra, tras la ventana del aula, la Profesora las contempla. Tal vez extasiada, tal vez indiferente, tal vez dolorida...

Sus alumnos, anormalmente silenciosos, están encorvados sobre los pupitres. Tratan de dar respuestas válidas a un examen que parece, por el gesto torpe de sus caras, bastante complicado.

«¡Quién tuviera sus alas! ¡Quién pudiera volar como ellas, con total libertad! ¡Quien fuera ave sin ataduras...!». Los ojos de la Profesora siguen el vuelo de las aves, y parece que piensan esto por sí solos mientras que la cabeza dicta órdenes contrarias: «¡Hoy por hoy te debes a tus alumnos! ¡No puedes salir corriendo como haces casi siempre que te asalta un temor! Si tu lugar está ahora aquí, es aquí donde debes permanecer hasta el final. El final…». Estas dos palabras le producen un escalofrío y una pregunta sin respuesta: «¿Dónde estará el final?».

Considera que su camino por la vida es un largo peregrinaje por un sendero pedregoso, solitario, cubierto de trampas, recovecos y dolor. Y ella desea ser libre. Ver ese final lo más cercano posible. Y hoy, un día hermoso, azul, templado, a ella le es del todo indiferente... ¿Del todo?

Y el examen trata, en su totalidad, sobre el Romanticismo. ¡El Romanticismo! ¡Tesis doctoral! ¡Época idiota por la que pasamos la Humanidad entera y que, a algunos, no se nos quita de encima así como así! (Ahí radica su problema: ¡demasiados pájaros en la cabeza! ¡Demasiado romanticismo empalagoso!). Y ya, a su edad, debería de haber aprendido que el Romanticismo es eso y sólo eso: un Movimiento Literario. Nada más.

«¡Es la edad!», se dice una y otra vez, pero con esto no logra el sosiego que tanto anhela.

La Profesora, una mujer madura, aún atractiva, volcada en su labor docente, se ha percatado no hace mucho, de que el tiempo es injusto. El tiempo, que vuela con alas de golondrina cuando debería permanecer quieto, y parece embalsamado cuando tendría que volar. Su pelo, castaño oscuro, comienza a trasparentarse por las sienes; los ojos y la boca lucen ligeras arrugas, las manos se descarnan y pigmentan con lentitud. Un ruido la sobresalta. Pasea su mirada triste por el aula rectangular, pintada de color verde sapo y llena de desconchones y graffittis. La mayoría de los alumnos escriben sus ideas sobre el Romanticismo. Está segura de que ninguno de ellos habrá captado el espíritu de este «Movimiento». Desciende de la tarima y pasea, perezosa, casi indiferente, por entre las mesas. Las manos las lleva escondidas dentro de los bolsillos del pantalón. Parece vigilarlos. Sólo lo parece. Algo atrae poderosamente su atención: la melena larga y abundante de una de sus alumnas a quien contempla como si la viera por primera vez, y una mano que sujeta el folio, y que quiere ser atrapada por la de su compañero de pupitre, y unas uñas lacadas en rojo...

Son recuerdos de otra época, de otros años, los que han sido atraídos por la amalgama de estos pequeños detalles.

Siempre odió la frase: «Cualquier tiempo pasado fue mejor». La odió hasta el día en el que no le quedó más remedio que adoptarla. También ella había sido joven, bonita, querida, coqueta. En otra época, en sus tiempos universitarios, lucía también una espesa y larga melena, no los cuatro pelos ralos que mantiene ahora en lo alto de su cabeza. También en aquella época le gustaba pintarse las uñas, pero las suyas tenían un punto de sofisticación: se dibujaba la luneta y una línea central en blanco, el resto iba lacado en rojo pasión. Y también los chicos bebían los vientos por ella. Y ella, por supuesto, se dejaba querer.

¡Qué tiempos! ¡Qué rápidos pasan! Sobre todo: ¡qué rápido se esfuma lo bueno! El curso académico se hacía largo y cuesta arriba, pero las fiestas, los guateques en las casas de los amigos, el flirteo...

Aún hoy se le hace el curso cuesta arriba. Demasiado cuesta arriba. Cada año le pesa más y más, pero ahora no tiene el aliciente de sus dieciocho, veinte años. Para ella se acabaron las fiestas, las risas, el amor...

El amor lo conoció joven. Lo disfrutó al máximo, y voló… Con él voló hasta las cimas más altas, hasta el cielo, más allá del mar. Pero las alas que sustentaban aquel sentimiento se rompieron. Un accidente mortal las truncó para siempre y el amor voló de su lado, y ella replegó sus alas y se envolvió junto con su dolor. Entonces y sólo entonces pudo entender una frase que jamás supo dónde ni cuándo la había oído, pero que daba vueltas y vueltas en su cabeza tal vez desde su niñez: «La felicidad de hoy es preludio del dolor que nos llegará mañana».

Un suspiro se escapa de su pecho. Y una lágrima brilla en sus pupilas oscuras. Siente que no ha crecido. Aún ahora continúa preguntándose: «¿Dónde vamos cuándo morimos?». Invariablemente es la voz de su madre quien le responde desde el fondo de sus recuerdos: «Papá está ahora arriba, en el cielo, volando con alas de golondrina; él vigila tu sueño, y regresa cada primavera para verte crecer, para comprobar que no le olvidamos, para recordarnos que cuida de nosotras, que nos guarda y aguarda...». Y la Profesora, entonces, convertida en niña, desea volar. Recibir cuanto antes sus alas de golondrina, y atravesar el mar, y preguntar:

—¿Y mi amor, dónde está?

Silencio. No hay una respuesta válida. No hay nada. Sólo romanticismo…

Y, el Romanticismo, ¿qué es? No es nada, sólo un Movimiento Literario. Un latido. Un aletear. Una vida enamorada. Una Profesora que sueña… Golondrinas volando libres por un cielo de cristal.



JUANA CASTILLO ESCOBAR nació en Madrid en 1954. Dice la autora sobre su trabajo: «Tengo autopublicados varios relatos en diferentes antologías editadas por Clara Obligado. Mágico Carnaval en: Cuentos para leer en el Metro. La faja o A cada cerdo le llega su San Martín en: Historias de amor y desamor. Al final, Lucy en: Historias para viajes cortos. La revista MH (Mujer de Hoy) me editó un relato titulado: El torneo. El 26 de Abril de 2003 obtuve el Segundo Premio en el VII Certamen literario de Narrativa entregado por el Centro Cultural Extremeño de Aluche al relato: Galileo Láinez Macho. El periódico que redacta la Asociación de Vecinos de Aluche publicó en su número de marzo de 2004 (en soporte papel y en su página web: www.avaluche.com) La faja o A cada cerdo le llega su San Martín. En la red, en la página: www.estandarte.com tengo publicados cinco relatos desde el 26 de mayo del pasado año 2004. Los títulos: El hijo; Ocaso; Una estación llamada soledad; Vestidas de azul e Hilando sinónimos.
La Escuela de Escritores.com: www.escueladescritores.com en su página "Tus libros favoritos" tiene dos reseñas hechas por mí a las obras: El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati; y Tres rosas amarillas, de Raymond Carver. El pasado 9 de septiembre de 2004, leí un microrrelato en TeleMadrid Radio (Onda Madrid) titulado: Hablemos de gnomos, elfos y hadas. Será publicado, creo, en junio de 2005. También en junio la Escuela de Escritores sacará una antología. Participo con doce microrrelatos bajo el título general In crescendo (El mundo y sus habitantes, En la huerta, Pirómanos, Luna llena, Primavera, Entre pañuelos, Nueva personalidad, Una apuesta, Un torneo en honor de Justa, Otro cuento de Navidad, El valle invisible). También estoy a la espera de que salga la nueva antología de Clara Obligado en la que irá el relato: El quinto mandamiento».

@ lafaja7 (at) hotmail.com

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Ilustración: Fotografía por Pedro M. Martínez ©


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