Virgen manchada
Roxana Heise
Soy una sombra que
te sigue en medio de la noche más triste de todas
las noches. Te veo, abrazada a la lejanía de algún amor
perverso, mientras los filamentos de una luz tímida te desfiguran
el rostro y sólo permiten ver tus piernas a contraluz. Tus
medias son telarañas que amarran los segundos de una conversación
alborotada en un recóndito bar, en donde aseguraste que
me amabas sólo por martirio, como si existiera hombre capaz
de soportarlo. Sin embargo ahora, seguimos danzando alrededor
de nuestros sueños, yo complaciente, tú enredada en tu propio
tul de viuda negra, mientras el bus pretende llevarte a
la pequeña ciudad que te vio nacer, en donde dejaste legados
de soledad sólo por emprender el vuelo. Que no quieres ataduras,
yo tampoco las quiero, las ataduras son la soga que oprime
la carótida del tiempo, mientras el reloj del viejo murallón
gastado, anuncia que es hora de la misa.
Peinas tu cabello y perfumas tu
cuello de diosa juvenil, luego te diriges al lugar donde
espías tus culpas. La hora de la confesión te hará libre
para seguir los pasos de tu tiempo, escrito en tinta china
en el libro del destino. Si alguna vez quieres llorar, será
este el momento, no digas después que no te lo advertí.
Más tarde, cuando los niños duerman y las rameras salgan
a sus puestos de trabajo, descorrerás tu velo de virgen
manchada y estarán cada uno de ellos, que finalmente no
es ninguno, profanando tu cuerpo, sólo por costumbre.
Ramera, si una fama rodaste por
los suelos no es la de amarme. Al contrario, no puedo decir
que me hubieras hecho un bien con redimirme de mis tristezas,
pues sigo meditando en este arrinconado muro de los lamentos,
y recordándolo todo, como si el tiempo pudiera enmendar
su rumbo.
Te conocí en el bar, aquella noche
de las mil y una penitencia, agachado en el fondo de mi
mismo, sintiéndome un niño expiando culpas ajenas. Sonreíste
seductora y algo en mí resplandeció por primera vez; sería
el asombro perdido, en un mundo igualmente perdido para
mí. Eras una niña, parecías mayor, pero los quince años
siempre han sido poca cosa. Luego una sonrisa y un trago,
al que estabas acostumbrada. Te dije que no, que sólo quería
hablar con el mundo desde el mundo y reíste de una forma
alocada que me hizo feliz, al saber que aún disfrutabas
de la vida. Un cliente se acercó ofreciéndote una buena
paga, lo rechazaste, argumentando que no estabas disponible,
y el timbre de tu voz pegó justo en mi sexo hasta entonces
adormecido. Al momento de marcharme, el resplandor de tus
ojos dijo que me deseabas. Por más que intenté evitarlo,
corriste tras de mí aquella noche, acompañándome por cada
uno de los pasadizos que me vieron pasar. Me atrapaste;
tu telaraña me envolvió con decisión y no pude contenerme.
Jamás pensé hacer el amor con una mujer-niña, en un oscuro
rincón de la ciudad. Supuse que aceptarías dinero, pero
escapaste llorando sin que pudiera alcanzarte para pedirte
perdón. Fuiste tú quien me buscó nuevamente hasta dar con
mi habitación, en donde supliqué una y otra vez que te alejaras,
pero mis ruegos fueron inútiles, ante la débil voluntad
que me impuso la tentación de tenerte nuevamente.
Pequeña, llevo años aconsejándote
que te vayas para siempre y regreses al hogar. He insistido
en que este no es sitio para ti. Todo el mundo tiene en
su índice una gota de tinta para marcar tu frente y mancillar
tu nombre. Ahora pido a Dios que me perdone, por haber pretendido
escapar contigo a un lejano rincón del mundo, y dejarte
relegada para siempre en el Libro No sagrado de mi vida.
Te veo frente a la ventanilla
del bus camino a casa y un nudo de amarguras me oprime la
garganta. Estarás pensativa, con cara de viaje inacabado,
soñando tal vez con el momento de besar a tu madre. Ella
abrirá los brazos, las madres siempre perdonan. Te veo casi
llorando, por todo lo que has perdido y no podrás recuperar.
Yo he quedado yermo ahora, pero mi vida continúa. Camino
hacia mi puesto de trabajo y alguien me pregunta algo que
no comprendo, mientras sigo mi ritual de un modo casi automático.
Los feligreses son siempre los
mismos. La capilla luce llena de flores y el olor de las
velas presagia que has partido. El coro canta en la tierra,
en el cielo un ángel sin luz pide por mi alma. Rezo en secreto,
esperando que estés en donde debes. Luego cojo mi biblia
y elevo la palabra de Dios hacia lo alto. Diez años de sacerdocio
han marcado mi vida, como la calle y el vicio marcaron la
tuya.
Vivo en secreto el purgatorio
de la pasión mundana y el amor hacia un Dios eterno. Habrá
quien repare en mi mirada de huérfano del mundo y no hará
comentarios, sólo para ofender a la santa madre iglesia.
De rodillas, pido a Dios que me
perdone, en medio de las miles de voluntades que también
tienen su historia y buscan perdón, como un niño busca el
abrigo de una madre.
Más tranquilo ya, por no verte
descorrer el velo y guiñarme el ojo desde la primera fila,
me dispongo a repartir las hostias a cada uno de los fieles
previamente confesados. Uno tras otro, sin reparar en sus
rostros repetidos de domingo, ni cuestionar un ápice mi
paso por la iglesia.
Casi a punto de terminar, con
las manos algo temblorosas por el insomnio de los últimos
días, apareces frente a mí, con aquel tul de araña negra
manchada de sexo nocturno, tul que descorres como si yo
fuera el novio de la muerte y estuviese a punto de ser condenado.
Pongo una hostia en tu boca mientras oprimo los dientes
y ruego a Dios me dé el valor, para continuar la misa.
_____________________
ROXANA HEISE
(Chile,
1964) escribe
poesía, cuento y novela. Sus textos han sido incluidos
en las revistas Escribir y Publicar, de Editorial
Salvat, Repertorio Latinoamericano
y Los Noveles, entre otras. Su
novela Frenético sosiego fue publicada en Internet
por Cyberletras.com. En 2001 obtuvo mención de honor
en el Concurso de Cuentos Breves Alfred Hitchcock y también
forma parte de la antología de nuevos cuentistas hispanos
Los magos del cuento. En 2002 su libro Imágenes
prosaicas fue editado por Ediciones El Salvaje Refinado.
Virgen manchada pertenece a su nueva obra DES-ATADOS,
cuentos del desamor.
roxanaheise(a)vtr.net
Otros relatos de esta autora, en Margen Cero:
Conquista |
Por mera casualidad |
Selección de hiperbreves.
ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por
Pedro M. Martínez ©
|