Un hombre, una mujer,
un libro
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Francisco J.
Rodríguez Criado
Un día tranquilo:
es sábado y no trabaja.
No
ha comprado el periódico
—«siempre
las mismas noticias»—
ni ha desayunado. Saluda a un conocido con la mano y prosigue
su camino.
Está
cansado, ciertas cosas le agotan.
No
se ha percatado de los niños jugando en el tobogán; ni de
los ancianos que, formando un corro, charlan sobre sus cosas;
ni del gorjeo de los pájaros, ni del inevitable ruido del
tráfico, ni de las flores adormecidas que tapizan el suelo.
Absorto
en sus pensamientos, ha olvidado incluso dónde se encuentra.
Se
recobra de su ausencia. Siempre le gustó ese parque.
El
perro le pide una caricia y él se la da: son buenos amigos.
Nada
le mueve y nada le detiene. Llegará hasta el café, y volverá
sobre sus pies.
Siete
u ocho mesas y un camarero con chaqueta blanca y pajarita.
Y
allí, sentada a una mesa, leyendo un libro, la ve.
¿Es
ella?
Levanta
la vista y chocan sus miradas. Sí, es ella. Ha tardado en
encontrarla pero ahora no tiene dudas.
No
quiere sucumbir, no debe: es demasiado tarde. ¿Por qué ahora?
Se
agacha y le regala a su compañero otra caricia.
Mira
de nuevo hacia la terraza. Disfrutando del día: también
es sábado para ella.
Se
para a contemplarla mejor, quiere hacerlo.
Ella
vuelve a levantar la mirada. Sí, son él y ella. Los dos
lo saben.
Se
miran fijamente, ninguno lo evita ya: hay cosas inevitables.
Ella
llama al camarero. No duda a la hora de pedir la consumición
para él.
Camina
hacia allá. Relajado. ¿Por qué han tardado tanto en encontrarse,
qué sentido han tenido sus vidas hasta ese instante, siempre
por caminos diferentes? Todo es tan sencillo, sólo es cuestión
de mirarse: que hablen los ojos.
Sigue
caminando hacia ella.
No
le presta atención al libro, aún entre sus manos.
Se
sienta. Ni un saludo, ni una sonrisa, ni un gesto de complicidad.
El
camarero le sirve un café solo con dos azucarillos. Como
a él le gusta.
El
perro se echa en el suelo y mira a la pareja. Sus ojos perezosos
adoptan una expresión de asentimiento.
Toma
el café a sorbos: está muy caliente.
Se
gira, y la siente. No es guapa, no es alta, no es refinada.
¿O sí? Qué más da. Sabe quién es.
Y
él, ¿quién es? Simplemente él, lo demás no importa.
Ella
habla: «No soy buena cocinera. No quiero casarme, ya lo
estuve. A veces tengo mal genio. Tú decides.» «Todo está
bien…», responde él.
Ella
coge su libro y se enfrasca nuevamente en la lectura.
El
silencio es hermoso.
Apura
el café. Tiene que pensar: la vuelta a casa, la maleta,
ese olor a sosiego que tanto le aturde y despedirse de todo
para empezar una nueva vida con una mujer cuyo nombre no
conoce.
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FRANCISCO J. RODRÍGUEZ
CRIADO es
un escritor cacereño. Ha publicado dos libros de relatos:
Sopa de pescado (Ed. Regional de Extremadura; 2001)
y Los Bustamante, una familia del siglo XX (Ed. Diputación
de Badajoz; 2001).
Conoce más sobre su obra visitando
su página web en la siguiente dirección:
http://perso.wanadoo.es/morrisvan/portadas.htm
ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por
Pedro M. Martínez ©
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